[EL DEDO EN LA LLAGA] “Un paraíso para abusadores, un infierno para las víctimas”. No fueron exactamente éstas las palabras del representante del consejo consultivo de víctimas al referirse a lo que fue la arquidiócesis de Friburgo durante la gestión episcopal del arzobispo Robert Zollitsch (nacido en 1938), pero resumen muy bien sus declaraciones. Fue «un espacio de protección para los perpetradores, un infierno para los niños que fueron sometidos a violencia sexual y no recibieron ninguna ayuda».
El 18 de abril de este año fue presentado el informe independiente sobre abusos sexuales en la arquidiócesis de Friburgo, encargado a cuatro especialistas del área de justicia y criminalística policial, quienes durante cuatro años examinaron actas y protocolos y encuestaron a más de 400 personas. Los resultados son devastadores. En el período que va desde 1946 encontraron que había más de 250 presuntos abusadores sexuales entre los clérigos y más de 540 víctimas de abuso sexual.
En todo este asunto quien se ha caído de su pedestal es Robert Zollitsch, arzobispo de Friburgo de 2003 a 2013 y presidente de la Conferencia Episcopal Alemania de 2008 a 2014, responsable de encubrimiento sistemático de abusadores no sólo durante su gestión episcopal, sino desde mucho antes, pues ya durante la gestión de su antecesor, Oskar Saier (1932-2008), arzobispo de Friburgo de 1987 a 2002, había sido encargado de personal a partir del año 1983. No hubo ningún esfuerzo por investigar los casos de abusos denunciados ni bajo Saier ni bajo Zollitsch.
Saier rechazó colaborar con la fiscalía, a fin de proteger a la Iglesia y a sus sacerdotes. Como parte de la estrategia encubridora, Zolllitsch, encargado de personal, fue presentado como director espiritual de los sacerdotes, de modo que por ley no podía ser forzado a declarar sobre lo que sabía, debido a la obligación de guardar el secreto profesional. Los expertos que elaboraron el informe encontraron un protocolo de 1996, que probaba indudablemente el encubrimiento. Allí el arzobispo Saier acordaba con Zollitsch y el vicario general Otto Bechthold sobre «posibilidades de almacenamiento de las actas especiales», para impedir que las autoridades civiles tuvieran acceso a ellas.
Los investigadores descubrieron con asombro que en las actas de sacerdotes que habían sido sentenciados judicialmente por delitos sexuales no había ninguna mención a estas circunstancias. O de repente un párroco era enviado de vacaciones, era trasladado a otra parroquia o era jubilado anticipadamente, y en las actas no se encontró nada al respecto, mucho menos lo que motivó estas decisiones.
Y peor aún, durante su gestión episcopal, Zollitsch incluso ignoró normas y directrices del derecho eclesiástico, de modo que no se remitió al Vaticano información sobre ninguno de los casos de abusos que fueron denunciados. De este modo frustró la posibilidad de que se abriera procesos canónicos contra los clérigos inculpados. Y nadie en el Vaticano pareció darse cuenta de esta anomalía, lo cual resulta sorprendente, pues siendo Friburgo, con 1.8 millones de católicos, una de las diócesis más grandes de Alemania, deberían haberse reportado varios casos.
El juez jubilado Eugen Endress, uno de los cuatro autores del informe, ilustró la gravedad de esta situación con un ejemplo. Un sacerdote que tenía vínculos sexuales con tres mujeres fue sancionado canónicamente. Es decir, una falta contra el celibato era más merecedora de castigo que cualquier abuso cometido en perjuicio de niños y jóvenes. «Está desigualdad en el manejo de los casos nos dejó atónitos», recalcó el jurista.
Las víctimas fueron abandonadas a su suerte. ¿Y los abusadores? En algunos casos fueron felicitados, como en una carta por su jubilación a un sacerdote que había abusado de monaguillos. «Su buen tino en el trato con niños y jóvenes ha redundado en beneficio del trabajo con la juventud», le escribió Zollitsch.
¿Y cuál ha sido la reacción de Zollitsch, quien actualmente cuenta con 84 años de edad y reside en la ciudad de Mannheim? En su página web ha señalado que no se manifestará sobre el informe final sobre abusos en la arquidiócesis de Friburgo y se mantendrá en silencio «por consideración a los afectados por violencia sexual». Por de pronto, ya ha devuelto la Orden del Mérito que la República Federal de Alemania le concedió en el año 2014. Y el actual arzobispo de Friburgo, Stephan Burger, ha hecho retirar los cuadros al óleo de Oskar Saier y Robert Zollitsch del obispado.
Pero Friburgo parecería no haber sido el único paraíso para pederastas en Alemania, como lo demuestra el escandaloso caso del sacerdote Edmund Dillinger (1932-2022), fallecido de COVID-19 en noviembre del año pasado, que recién se hizo público a mediados de abril de este año gracias a un hallazgo sorprendente que hizo su sobrino Steffen Dillinger. Al revisar las pertenencias de su difunto tío en la casa donde vivía en Friedrichsthal (El Sarre), descubrió cajas con cientos de fotografías y diapositivas, que mostraban los actos de pederastia que el sacerdote había cometido. En ellas aparecían menores de edad desnudos o semidesnudos en diferentes poses. Muchas de ellas, en las que también aparecía el cura, eran explícitas y calificaban como pornográficas. Eran la prueba documental de abusos cometidos desde mediados de los años 60 hasta la década del 2000 aproximadamente.
Edmund Dillinger había fundado en el año 1972 CV-Afrika-Hilfe , una asociación de ayuda al desarrollo para África, y se sospecha que muchos de sus delitos sexuales los cometió en el continente africano bajo nombre falso y llevando una doble vida.
Lo curioso es que el sacerdote tenía vetado desde el año 2012 el trabajo pastoral con niños y jóvenes, y desde el 2013 le estaba prohibido celebrar la misa en público. Su sobrino Steffen, quien se encargó de atenderlo cuando la salud del cura se fue deteriorando y le sobrevino demencia senil, no sabía el porqué de estas medidas. La diócesis de Tréveris, en la cual estaba incardinado el sacerdote, sí que lo sabía. Se trataba de «indicios de comportamiento sexual agresivo».
No era la primera vez. Ya en 1971 hubo indicios de que Dillinger había cometido abuso sexual de niños durante una peregrinación a Roma. Por ese motivo fue trasladado del estado de Renania-Palatinado al estado de Renania del Norte-Westfalia. Y no obstante que la diócesis de Tréveris sabía de sus inclinaciones pedófilas desde entonces, se le permitió trabajar en escuelas hasta el año 1999. Se sabe ahora que el obispo Bernhard Stein tuvo la política sistemática de encubrir los abusos en contra de niños y jóvenes durante décadas.
Según cuenta Steffen Dillinger, acudió donde el actual obispo de Tréveris, Stephan Ackermann, quien se negó a recibir el material encontrado y lo remitió a la comisión independiente para la atención de abusos de la diócesis. El 4 de abril de este año, el sobrino del cura tuvo una conversación con Gerhard Robbers, presidente de esa comisión, quien también se negó a recibir el material, indicándole a Steffen que podría ser acusado de delito de pornografía infantil sólo por el hecho de tener esas fotos en su poder. Le aconsejó que lo mejor que podía hacer era quemarlas. Esto ya fue demasiado para el sobrino, ya que las fotos podían servir de pruebas para demostrar no sólo la verdad de los testimonios de algunas de las víctimas de su tío, sino también para identificar más víctimas y repararlas por el daño ocasionado. Fue por este motivo que decidió acudir a la prensa, que al momento actual sigue investigando el caso.
Contra Edmund Dillinger no se puede abrir una investigación, pues ya está muerto. Pero existe la hipótesis de que habría pertenecido a un círculo de pederastas, y eso debería ser investigado. Lo curioso es que hasta ahora ni la policía ni la fiscalía han abierto investigación contra la diócesis de Tréveris para determinar qué se sabía y por qué Dillinger nunca fue denunciado ante la justicia civil. Al único al que se la ha abierto una investigación por el delito de posesión de pornografía infantil es al sobrino, luego de que la policía le incautará todo el material fotográfico comprometedor que tenía. Como si tratara de un mantra que se repite en casos similares, aquél que denuncia el abuso es quien termina como presunto inculpado, abandonado a su suerte.
Y mientras esto siga sucediendo, las jurisdicciones eclesiásticas de la Iglesia católica seguirán siendo un paraíso para los abusadores sexuales y un infierno para sus víctimas.