Los demonios de Ken Rusell

“Los demonios” de Ken Russell

"Hace 52 años, a mediados de 1971, se estrenó “Los demonios” (“The Devils)” del cineasta británico Ken Russell, una de las películas más controvertidas de la historia del cine, que fue considerada por la crítica cinematográfica contemporánea de entonces como escandalosa, exagerada e incluso pornográfica."

Hace 52 años, a mediados de 1971, se estrenó “Los demonios” (“The Devils)” del cineasta británico Ken Russell, una de las películas más controvertidas de la historia del cine, que fue considerada por la crítica cinematográfica contemporánea de entonces como escandalosa, exagerada e incluso pornográfica. L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, no obstante reconocer el talento del director y cierto mérito artístico del film, lo condenó, considerándolo un insulto al cine, indicando que Russell se regodeaba en imágenes y sonidos de una obscenidad como nunca se habían visto en la pantalla, a fin de practicar un linchamiento de la Iglesia de ayer, de hoy, de todos los tiempos como un instrumento político de opresión. En consecuencia, se pidió que se cancelara la proyección del film en el Festival Internacional de Cine de Venecia. Los organizadores del evento no sólo se zurraron en esta petición, sino que permitieron que el film fuera galardonado con el Premio Pasinetti a Mejor Película Extranjera.

Otros comentarios de críticos de cine estadounidenses también fueron lapidarios: una «gran fiesta para sádicos y pervertidos» (Judith Christ); calificación: cero estrellas (Roger Ebert); «no relata la histeria, la comercializa» (Pauline Kael); su mensaje no es «anticlerical, no hay suficiente clericalismo como para ser anti, es anti-humanidad. Una indignación contra la crueldad se convierte en una celebración de ella… uno no lamenta los males y la ignorancia del pasado, sino la astucia y el morbo del hoy» (Charles Champlin); la película «no podría ser más anticatólica en tono o más sensacionalista en tratamiento» (Ann Guarino).

La película se basa sobre el libro “Los demonios de Loudun” (1952) del escritor británico Aldous Huxley, quien relata una historia de supuesta posesión demoníaca, fanatismo religioso, represión sexual e histeria masiva que ocurrió en Francia en el siglo XVII en torno a eventos inexplicables que tuvieron lugar en la pequeña ciudad de Loudun. La trama se centra en el sacerdote católico Urbain Grandier y un convento entero de monjas ursulinas, que supuestamente fueron poseídas por demonios después de que Grandier hiciera un presunto pacto con Satanás. Los eventos llevaron a varias exorcismos públicos, así como a ejecuciones en la hoguera.

La historia ya había sido narrada con anterioridad en 1961 en la película polaca “Madre Juana de los Ángeles” de Jerzy Kawalerowicz, obra maestra en blanco y negro con una puesta en escena austera pero expresiva. Esta cinta, considerada como la primera en la historia del cine donde se abordan los temas de la posesión demoníaca y el exorcismo, se llevó el Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Cannes. Pero, a diferencia de la posterior adaptación de Ken Russell, el P. Grandier no aparece, pues los hechos son posteriores a su ejecución en la hoguera, y la figura protagónica es la Madre Superiora Juana, dominada por una personalidad reprimida e histérica a la vez.

En su versión de la historia, Russell optará por una puesta en escena barroca y colorida, sobrecargada en detalles, llena de excesos tanto en lo visual como en la representación de la violencia y el sexo, con decorados estilizados no realistas inspirados en las películas del cine mudo “La pasión de Juana de Arco” (Carl Theodor Dreyer, 1928) y “Metrópolis” (Fritz Lang, 1927). El P. Grandier —interpretado por un Oliver Reed en estado de gracia—, un sacerdote libertino que da rienda suelta a su libido en pasajeras aventuras amorosas, es a la vez una persona honesta consigo mismo y con los demás, preocupado por el bienestar y la paz del pueblo que está a su cargo. La Madre Jeanne, Superiora de las Ursulinas, es interpretada por Vanessa Redgrave como una mujer psíquicamente desequilibrada, físicamente tullida, atormentada por una sexualidad reprimida, enamorada en secreto del P. Grandier, el cual aparece en sus fantasías y sueños donde se mezclan imágenes religiosas y eróticas. Sus obsesiones son compartidas de alguna manera por las demás monjas y, ante extraños comportamientos, se correrá el rumor de que están poseídas por el demonio. Las autoridades religiosas enviarás a un estrambótico exorcista, quien, en su afán de expulsar al “demonio”, recurrirá a prácticas sádicas, torturas inquisitoriales e incluso abusará sexualmente de la Superiora.

Una de las escenas más controvertidas es cuando, durante un exorcismo público en la iglesia del lugar, las monjas entran en frenesí, se desnudan y terminan descolgando un enorme crucifijo para masturbarse acariciando la figura de Jesús, en una escena orgiástica de demencial impacto. A pedido de la distribuidora Warner Brothers, esta última parte de la escena fue eliminada para la exhibición del film en los Estados Unidos.

La Madre Superiora le echará la culpa a Grandier de las posesiones demoníacas, lo cual satisfará al exorcista inquisidor —y, por supuesto, al obispo que, en complicidad con el rey de Francia, quería afianzar el poder del catolicismo en la ciudad y eliminar la convivencia pacífica entre católicos y protestantes que había logrado el P. Grandier, para lo cual era necesario derribar las murallas de la ciudad a fin de dar paso a los ejércitos católicos—. El P. Grandier, que se había casado en secreto con una discípula de la que se había profundamente enamorado, será torturado y terminará quemado en la hoguera como mártir de conciencia que no se somete a los dictados de una Iglesia atravesada de autoritarismo y represión, la cual llega hasta los pliegues más íntimas de la conciencia y las pulsiones connaturales a la condición humana. Finalmente, a la Madre Superiora le será entregado como recuerdo un fémur calcinado del P. Grandier, con el cual se masturbará, logrando así dar macabro cumplimiento a sus ilusiones eróticas. Por supuesto, esta escena también fue eliminada de la versión que Warner Brothers distribuyó en el pacato y mojigato país del Norte de América.

Ken Russell dijo que «cuando leí la historia por primera vez, me impresionó tanto, fue tan impactante, que quise que otros también fueran impactados por ella. Sentí que tenía que hacerla». Posteriormente diría: «Yo era un católico devoto y muy seguro de mi fe. Sabía que no estaba haciendo una película pornográfica… aunque no soy una persona política, siempre consideré a “Los demonios” como mi única película política. Para mí trataba del lavado de cerebro, del Estado tomando control de la situación». Al analizar el personaje de Grandier, Russell sintió que «representaba la paradoja de la Iglesia Católica… Grandier es un sacerdote pero también es un hombre, y eso lo coloca en situaciones absurdas». Russell se había convertido al catolicismo durante la década de 1950; “Los demonios” significó para él «el último clavo en el ataúd de mi fe católica».

En el momento de su estreno, pocas criticas fueron positivas, como la de Bridget Byrne, que calificó el film de «brillante, audaz y grotesco». Desde entonces la película ha sido revalorizada por los críticos como la obra maestra que es. El historiador de cine Tim Lucas describe a “Los demonios” como «no sólo una denuncia de conspiraciones del siglo XVII, sino una denuncia de agendas políticas que nos han acompañado a lo largo de la historia humana. Cuando el gobierno es más inmoral, la historia muestra que tiende a aliarse con la Iglesia y a desviar la atención pública de su propia corrupción satanizando chivos expiatorios convenientes — artistas, filósofos, progresistas… en una palabra, liberales».

Por otra parte, el experto en cine Thomas Atkins afirma que, aunque “Los demonios” contiene referencias evidentes a la religión y la influencia de la política, la película se ocupa más «del sexo y las aberraciones sexuales». Su opinión es que la película está interesada más que nada en la represión sexual y sus efectos acumulativos en la psique humana. Al referirse al personaje de Sor Jeanne, Atkins escribe: «Hay un número incalculable de ejemplos de visualizaciones atormentadas que involucran a la Madre Superiora… ¿Qué metáfora visual más impactante para la asfixia psicológica de la Madre Superiora que meter su cuerpo deformado en un pequeño espacio desde donde mira a su amante imaginario? La mera confinación de la masa corporal en un espacio congestionado genera una comprensión de los placeres aniquiladores de su deseo sexual». Atkins compara las secuencias de fantasía erótica de Sor Jeanne con «erotismo de una conciencia trastornada». El cineasta Alex Cox está de acuerdo con este punto, afirmando que “Los demonios” «podría haber sido un relato tedioso de derechos humanos versus intolerancia», pero en cambio se convirtió en «mucho más: una historia intensa, a veces surrealista, a veces horriblemente realista, de obsesión y represión sexual».

Se le atribuye a “Los demonios” haber iniciado el subgénero del nunsploitation en el cine europeo, películas de bajo presupuesto y calidad casposa cuyas historias se desarrollan en conventos de monjas e incluyen elementos de erotismo y crueldad sádica. Y aunque muchas de estas películas caen en el sensacionalismo, lo cierto es que muchas de sus tramas no se alejan tanto de la realidad, de ese lado oscuro de la Iglesia católica que poco a poco está saliendo a la luz.

Lo que es indudable es que, como dice el historiador del cine Joel W. Finler, “Los demonios” es «el logro cinematográfico más brillante de Russell, pero ampliamente considerado como su trabajo más desagradable y ofensivo».

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Cine, cine europeo, conventos, Ken Rusell, Los demonios, Películas

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