Giarcarla Di Laura

Orgullosa de ser mujer

Históricamente nos trasladamos al siglo XIX y específicamente al año de 1857, cuando muchas mujeres en Europa y Estados Unidos se movilizaron repudiando las condiciones inhumanas en las que laboraban por el auge de la Revolución Industrial (lo cual indica cómo la dominación masculina se hizo más evidente con el desarrollo del capitalismo moderno). También exigían, con toda razón, que los salarios fueran paritarios. Dos años después se forma un sindicato para protestar y luchar por la igualdad laboral y social. Pero no fue hasta 1909 cuando las mujeres consiguieron el voto parlamentario en Suecia y así pudieron tener finalmente la oportunidad de elegir a sus propios gobernantes.

Desafortunadamente, ocurrió la tragedia el 25 de marzo de 1911, en que más de 140 obreras murieron en un incendio en una fábrica de textiles “Triangle Shirtwaist” en Nueva York.  Luego, en distintas partes del mundo, ha habido otras tragedias en que las mujeres han sido las principales víctimas, aparte del feminicidio cotidiano que hasta hoy se prolonga y con cuyo temor las mujeres nos vemos forzadas a vivir.

Ya bien entrado el nuevo milenio, seguimos queriendo las mismas oportunidades para todos y todas. Por eso, las intelectuales escribimos privilegiadamente desde nuestros cubículos o escritorios tratando de concientizar a la gente sobre la sociedad patriarcal. Pero ¿qué sucede con las hermanas que viven en nuestros propios países y no tienen en la práctica ni voz ni voto? Ese es el punto que quisiera comentar.

¿Cuántas mujeres hoy en día se quedan en la informalidad porque no tienen un salario o porque el maldito virus del Covid-19 ha matado a su familia? ¿Y qué hace el estado? ¿Qué hacen los y las congresistas? Es un tema que todos los políticos deberían indagar.

Desde nuestras riquísimas sociedades prehispánicas hemos podido percibir la presencia de la mujer en distintas labores, tanto artísticas como económicas. La mujer en su percepción andina se proyecta como la Pachamama, es decir, la tierra Madre. Este concepto se va a reflejar y expresar en los personajes femeninos que destacan en altos roles sociales.

El 2006 el arqueólogo Régulo Franco Jordán descubrió la gran figura de la Dama de Cao, enterrada con una corona y rodeada de objetos de oro y cobre en la Pirámide de la Huaca Cao Viejo, a 45 minutos de Trujillo. Este personaje femenino fue gobernante y sacerdotisa de la precolombina cultura moche. A ella se le atribuyen muchas victorias y hazañas, sobre todo una enorme influencia sobre su pueblo, ya que era considerada un personaje divino.

Así como la Dama de Cao, cuántas mujeres peruanas heredan la sabiduría de sus civilizaciones y sus culturas originarias; cuántas mujeres día a día son superheroínas para sus familias, ya que les llevan alimentos a sus hijos y son ejes estructurales en cuanto a lo emocional, la salud mental y la física.

Por eso, ellas, que llevan la carga más pesada de sus hogares, muchas veces sin una pareja que las apoye, sino haciendo malabares para llegar al final del día siquiera con un pan en la boca de sus hijos; ellas, las mujeres indígenas, mestizas, afrodescendientes, todas a las que eufemísticamente se llama «mujeres del pueblo»; ellas, las peruanas que peor la pasan, porque encima a veces tienen que soportar a un hombre que las maltrata; ellas, pues, las mujeres por las que sí tiene sentido conmemorar el 8 de marzo, merecen nuestro máximo respeto.

Por eso celebro el Día Internacional de las Mujeres, pero de las mujeres trabajadoras, no de las otras. Porque la lucha nunca debe ser solamente entre los géneros, sino sobre todo contra la discriminación de clase, raza y etnia. Y contra lo más despiadado del neoliberalismo, que deshumaniza a todas las personas, hombres y mujeres por igual.

Hay, hermanas, muchísimo que hacer.

 

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feminismo, sociedad

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