Roberto Lerner

Sentimientos de entraña y geopolítica

Europa Oriental ocupa el centro del escenario. Rusia y Ucrania. Las adhesiones a uno y otro actor en el terreno no están distribuidas de manera pareja. Que se trate de votaciones en diversos organismos internacionales, o el discurso mediático, el asunto está en este momento definido.  

Como quiera que los países no tienen amigos sino intereses, las razones de ponerse en uno u otro lugar tienen que ver con, bueno, eso, intereses. ¿Y los individuos? Si uno escucha o lee a aquellos que tienen acceso a los medios, revisa los inevitables trinos u otras intervenciones en las redes sociales, los apoyos, las condenas y las tomas de posición tendrían que ver con la justicia, los derechos, la historia y el futuro, en diversas combinaciones.

Permítanme ofrecer una perspectiva distinta. Se trata de la manera como la mente procesa los dilemas, reales y punzantes, que debe enfrentar al momento de tomar decisiones importantes. ¿Qué casa compro, qué candidato voto, acepto la pena de muerte, me caso con tal persona, cierro los ojos ante tal transgresión?

También en esos casos —en mayor o menor medida—son intercambiados y considerados sesudos argumentos, analizados datos y cifras, expuestas teorías, citadas obras y señalados antecedentes. Lo anterior es el sustento del lugar en el que me encuentro, vale decir, mi posición. ¿Sí?

No completamente.

Están los sentimientos de entraña, las inclinaciones y simpatías que, al igual que las papilas gustativas, mandan señales que en interacción con nuestro cerebro pasan del sabor y el gusto a ese sentimiento de “qué rico es… o huácala”, y convierten una producción culinaria en manjar o bodrio. Para regresar a lo nuestro, se trata de preferencias que giran alrededor de cuestiones como:

El poder: ¿prefiero la existencia de individuos o instancias que definen verticalmente las cosas y están dispuestos a mantenerlas de manera asimétrica y eventualmente a través de la fuerza; o situaciones en las que las decisiones se alcanzan a través de la contrastación de posiciones y la búsqueda de consensos sobre la base de diferencias y el concurso de diversos intereses?  

El daño: ¿tolero, o no, que individuos o grupos sufran diversos grados de detrimento y sufrimiento en nombre de principios, teorías u objetivos?

La lealtad: ¿acepto, o no, que antes que cualquier otra cosa, mi pertenencia a una entidad —familia, etnia, religión, partido, historia compartida, etc.— es lo que define la manera en que trato —premio, castigo, absuelvo, condeno, acepto, rechazo— a las personas y grupos con los que colaboro o compito?

La pureza: ¿puedo, o no, concebir que individuos y personas que hacen las cosas de la vida de manera muy diferente a la mía y la de los míos —desde lo que comen hasta cómo y con quién hacen el amor, pasando por la manera en que entierran a sus muertos y elevan sus plegarias al cielo— son en esencia como yo?

¿Les conviene o no a quienes me “saben” bien o mal — en función de las anteriores dimensiones— o están vinculados con ellos?, es lo que determina hacia qué lado de la presente tragedia me inclino, quién quiero que gane o quién quiero que pierda, quién no quiero que gane o quién no quiero que pierda.

Los relatos, los discursos racionales y las sustentaciones argumentativas —interesantes y valiosas— son las maneras en que la corteza cerebral explica y justifica lo que viene de más abajo.

 

Tags:

Política, sociedad

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