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Daniel Parodi Revoredo, autor en Sudaca - Periodismo libre y en profundidad | Página 6 de 12

¿Quién dijo sí para asumir el desafío de construir una República en este país que, como hace 201 años, todavía no la tiene? Los demás, pueden parapetarse en un cargo público de buena remuneración, o pueden hacer muchas cosas más por debajo de la mesa, Francisco Pizarro dio el ejemplo. ¿Se acuerdan de esa pantomima del juicio a Atahualpa? ¡Levanten la mano los que quieren hacer Patria!

 

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corrupción, Informalidad, militarismo

¿De qué se trataba? De lo que se trata siempre cuando se busca amainar la desconfianza: de conocerse, de comprender que la otra parte también tiene sus razones y sus argumentos, y, en tal sentido, de asumir, como alguna vez dije en medios, que el mejor fallo era el fallo acatado. Ese era el mayor bien para ambos países, más allá de la previa búsqueda, hasta lo imposible, dentro del marco legal, del triunfo de la propia posición. 

Pero como países civilizados ir a la Haya suponía atenerse a la decisión de la Corte más importante del planeta. Y así sucedió, la CIJ nos dio la razón en casi el 70% de nuestra demanda, y apenas dos meses después, barcos de las marinas de guerra del Perú y de Chile trazaron juntos las líneas de la nueva frontera marítima. 

Rafael Roncagliolo tenía trayectoria, era respetado por tirios y troyanos, y aunque la derecha protestó un poco cuando lo nombraron, al correr de la semana todos bajaron la voz. Además, tenía estupendas relaciones en diversos sectores de la sociedad, por eso se lograron realizar, en diferentes áreas, tantos eventos y gestos bilaterales, como el que acabo de reseñar.  

Roncagliolo no era internacionalista, pero tenía el suficiente cosmopolitismo y sentido común para moverse en las relaciones internacionales como Pedro en su casa. Su historia venía precedida de la búsqueda del consenso, no del enfrentamiento. Estas, y no otras, deben ser las principales cualidades de un canciller político, uno que pueda eventualmente sumar, desde su propia trayectoria, a lo que podrían hacer y ya hicieron, los grandes cancilleres de carrera, que hemos tenido en el Perú. Téngase presente.

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política peruana

Me hace falta el calor

Que lanzó el Astro Rey

Todo acusa esta humilde orfandad

Ya no se oye el cantar de los pájaros mil

Que a las flores besan por vivir

Esta estrofa, que es la última del vals, nos muestra a la violeta sola en el jardín, ya no hay nadie. Fue la última en resistir el crudo invierno, por eso la humilde orfandad, por eso los picaflores ya no hacen su trabajo de polinizar las flores para permitir la reproducción de decenas de especies vegetales. La Violeta está sola, y puede notar el silencio de ese jardín vencido-ya no se oye el cantar– que no pudo soportar más el asedio del invierno, como un castillo medieval, finalmente superado en todas sus defensas.

Este bello vals de Felipe Pinglo tiene la particularidad de ser breve. Consta de la estrofa de introducción en tercera persona y la estrofa de desenlace en primera persona. Polifacético, el Bardo criollo tiene valses extensos y otros que representan poemas breves como sus Boston vals Horas de Amor, Oh Mujer y Hawái.

Respecto de la música, la melodía es sutil, suave y ligeramente cadenciosa, lo que genera un hermoso maridaje con la letra. Tiene, además, una variante genial cuando, apenas iniciada la canción pasa, súbitamente, si comenzásemos en Re, a Fa sostenido, desafiando la escala tradicional del vals criollo, pero obteniendo por resultado el placer estético que ofrece la genialidad musical, precisamente cuando se quiebra una estructura tradicional suplantándola por otra novedosa y de delicada belleza.

El pasado 18 de julio se cumplieron 123 años del nacimiento de nuestro gran compositor criollo Felipe Pinglo Alva. Si observamos el panorama de su obra, en un hombre, como José Carlos Mariátegui, autodidacta, podemos observar una búsqueda constante de nuevas formas y de nuevos destinos, tanto musicales, literarios y temáticos.

En nuestra historia, hay personajes que vienen obligadamente juntos. Por ello, si el Estado se ocupa de homenajear a Haya de la Torre, tendrá que hacerlo con el ya mencionado Mariátegui, pues representan las dos miradas del Perú, desde la izquierda, cuando se nos iba, junto con la década de 1920, la vida del Amauta. Del mismo modo, los reconocimientos que desde el Estado se le brindan a Chabuca Granda, se le deben brindar también a Felipe Pinglo, pues lo contrario significa excluir, no solo al propio artista, sino al Perú que lo ama y lo venera.

A 123 años del nacimiento de Felipe Pinglo, los jóvenes todavía identifican al compositor del vals El Plebeyo, emblemática canción que cuenta con versiones grabadas por celebres interpretes argentinos, mexicanos, entre otros. Hagamos mucho más por este excelso embajador de nuestra cultura.

Link el Vals Decepción, equivocadamente nombrado como Astro Rey, interpreta E-Zequiel

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Historia, Música

De allí la alianza, que luego será enfrentamiento, entre dos conservadurismos: el de derecha y el de izquierda. Este es el escenario político peruano contemporáneo. Sin embargo, existe una clave que no alcanza al conservadurismo bicéfalo: esta es la de la institucionalidad, el orden sociopolítico, la superación de la crisis económica y de representación política y, primero en importancia, la lucha contra la corrupción. De allí que, por ejemplo, ante cualquier aparición de Francisco Sagasti, le salten al cuello desde ambos extremos y le busquen lo que difícilmente van a encontrarle: manchas en su trayectoria política y profesional. 

El conservadurismo bicéfalo derecha – izquierda le teme a Francisco Sagasti porque hasta hoy es el único que se despunta en la escena política cómo capaz de aglutinar un frente cuyas banderas sean la honestidad, la institucionalidad, la lucha contra la corrupción, la eficiente gestión del Estado, y que resulte verosímil para la mayoría de los peruanos.  

En nuestro escenario político, el expresidente aparece cómo el único líder capaz de romper el conservadurismo bicéfalo y convertir esta batalla en una que, al menos, enfrente a liberales vs conservadores, y no a los conservadores entre sí, lo que podría producirse a juzgar por las fuerzas en contienda en la actual representación parlamentaria.  

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conservadurismo bicéfalo, derecha-izquierda, Vladimir Cerrón

Belaúnde, sin ser clérigo, es más explícito que Herrera al relacionar religión y política.  Para él “La cultura es la síntesis (…) de la realidad objetiva y de los valores espirituales. Una de las expresiones de esta síntesis es la aparición del Estado: «El Estado, para Hegel, es la encarnación suprema del espíritu objetivo, la revelación de lo absoluto». Sin embargo, Belaúnde no comparte esta idea del todo, porque «esta concepción da demasiada rigidez a las otras síntesis vivientes: familia, gremio y comuna. Por lo tanto, Hegel excluye la existencia de una comunidad espiritual nacional por encima del Estado y hace inconcebible una organización internacional que tenga como alma una comunidad humana general o iglesia (…)” (En Augusto Castro 2006)

Víctor Andrés Belaúnde, cuya vida se extinguió en 1966, se lamentará del abandono del Estado hacia el hombre, a quien deja sumido en su individualidad. Para él es un oxímoron que la persona humana sea el fin supremo del Estado, desde allí articula su critica a la modernidad.

Las palabras del ideólogo conservador portan un toque visionario. Varias décadas después, el filósofo Argentino José Pablo Feinmann (2008), nos sugiere que el hombre, colocado en el centro del universo por el humanismo renacentista, habría sido recientemente desplazado de ese lugar por el mercado. El animal político, finalmente, y tras larga progresión, se convirtió, o fue convertido, en un animal de consumo.

Perú, Planeta Tierra, 2022, los conservadores han recuperado posiciones. En Lima, capital del Perú y de los peruanos, Rafael López Aliaga, psicodélico representante de un conservadorismo vacuo, pero animado, como un cartoon hollywoodense cincuentero, se apresta a conquistar la ciudad. En simultáneo, al norte del continente, particularmente en USA, las mujeres acaban de perder el derecho al aborto, bandera por la que lucharon arduamente las valientes generaciones feministas del 68 en adelante.

Si algo señala el sentido común, es que los conservadores no se han reagrupado, ni han pasado al ataque de la nada, algo los ha motivado. Quizá deberíamos aceptar que por décadas les dejamos sin voz, nos creímos los dueños absolutos de la verdad y actuamos en consecuencia. Tal vez las feministas punitivas, las radicales, deberían revisar sus métodos. Ya ven lo que ha ocurrido con la derrota de Amber Heard, que es la derrota de un movimiento que cancelaba en redes a quien siquiera se atreviese a alzar la voz en defensa de Johnny Deep, mientras este venía siendo literalmente acribillado en redes y medios antes de que ningún tribunal dictase sentencia en su contra.

Calculemos ahora cuantos millones de personas, en todo el planeta, cruzaron hacia la vereda conservadora, aterrorizadas, mientras duraron este y otros tantos linchamientos, buscando seguridad en el orden, ese orden que es el origen del fascismo y de todos los autoritarismos que he conocido en el tiempo. Porque el miedo, a lo largo de la historia, nunca dio a luz otra cosa más que oscuridad.

Hoy tenemos una nueva bipolaridad mundial, que los conservadores han definido como cultural, y, mal que nos pese, están terminando por imponer su narrativa. Esta no es brillante, pero la han preparado cuidadosamente y llega a las masas que es lo que les interesa. Nosotros, los que de uno u otro modo nos situamos en la acera liberal, nos encontramos en el más patético desconcierto. La verdad absoluta que creíamos poseer se nos va de las manos, como el agua. Algunos protestan, otros discuten y otros gritan, a viva voz, pero quienes avanzan, son los conservadores, aquí, y no sé si también en la China.

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Bipolaridad mundial

El que acierta es Pedro Planas, qué pena que Tito Flores y él nos hayan dejado tan temprano, ambos nos legaron libros memorables y polemizaron sobre Haya y Mariátegui, aunque pocos le llamen polémica al contrapunto entre Tiempo de Plagas y el Joven Haya. En la República Autocrática, Planas sugiere que tras el periodo aristocrático (1895 – 1919) debió advenirse al Perú la democracia de las masas pero que Leguía canceló dicha posibilidad instaurando la dictadura. 

No es igual la dictadura de Leguía, al caudillo militar del XIX, que no es ni santo, ni beato, pero que no controlaba necesariamente al Congreso y al Poder Judicial, que andaba a caballo y no en un vehículo presidencial descapotable. Leguía es postindustrial, es un dictador chic, con clase, le encanta el hipódromo, los certámenes de reinas belleza, populariza el cine, y disfruta del frenético ritmo del charleston en las cadenas de radio nacionales; pero también es el émulo peruano de los dictadores bananeros centroamericanos impuestos por el imperialismo yanqui. ¿Los Somoza nicaragüenses les dicen algo?

Pero hizo obra. ¡Ay Perú populista y clientelar! no has entendido nada. Nada, salvo quizá las carreteras, que multiplicase la riqueza, nada que nos dotase de una base industrial, nada que asegurase la capitalización y multiplicación de los recursos a futuro. Todo rimbombante, espectacular, carnavalesco, como las casonas a un lado y otro de la avenida que inauguró él mismo y en homenaje pre-póstumo a él mismo, o como los grandes monumentos que nos regalaron las potencias europeas por el Centenario de la Independencia.  Todo especulación inmobiliaria y harta corrupción. ¿Cuál es el mérito de despilfarrar el saldo de una tarjeta de crédito sin límites ni cortapisas, sino generas los fondos para pagarla? 

Y Leguía, tras el crack del 29, dejó un país quebrado y mucho más pobre de lo que lo encontró. Los oligarcas que lo antecedieron, hay que reconocerlo, fueron responsables con el gasto público. Él no, derrochó y derrochó, y si dicen que él no robó, todos a su alrededor robaron a manos llenas.

Pero la peor herencia de la dictadura de Leguía es la cancelación del incipiente movimiento obrero de 1919, el cierre de San Marcos y el acallamiento de su entonces brillante pléyade política e intelectual, el allanamiento de los diarios El Comercio y La Prensa, los que luego se alinearon al régimen autoritario; el exilio de Haya, la conminación a Mariátegui a no enfrentar en Amauta al régimen dictatorial. etc. 

La peor herencia de Leguía es trocar, en los años veinte, la transición a la democracia de las masas, que el régimen republicano creó para que sus instituciones funcionen de manera independiente y equilibrada, por la nefasta cooptación de los poderes públicos a manos de un lóbrego cenáculo en el poder, respaldado por las fuerzas armadas o conformado por sus más engalonados representantes. 

En 1919, a la manera de Hobsbawm, se inauguró el siglo XX en el Perú. Este fue el siglo de las dictaduras, sino recordemos: Leguía, Sánchez Cerro, Benavides, Prado, Odría, Lindley y Pérez Godoy, Velasco, Morales Bermúdez y Alberto Fujimori. 

Si estamos preocupados, si la desolación nos acongoja, busquemos las causas: la corrupción es una de ellas. Pero si acá no tenemos instituciones republicanas solventes, ni partidos políticos como tales, ni una clase política respetable es porque el siglo XX nos echó encima, bañada en sangre, a una horripilante criatura autoritaria que no nos permitió ni enterarnos de qué trataba esto de la democracia. 

Pasado mañana el Congreso votará una reforma constitucional. No son tiempos de dictaduras tan obscenas y descaradas como las de antes. Por ello, quienes ahora buscan el poder con las mismas intenciones que los patrimonialistas de antaño, se han sofisticado mucho en las formas que utilizan. A ese nivel, un golpe de Estado camuflado en más de 50 reformas a la Constitución es toda una novedad en esta tierra donde la república, con minúsculas, alguna vez fue el impuesto que los indígenas pagaban al Estado por el simple hecho de nacer peruanos.

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Gobierno, Leguía

El siglo XX no fue el siglo de los partidos políticos porque fue el siglo de las dictaduras militares Jorge, las pro-oligárquicas, las antioligárquicas y la de Fujimori; por eso aquí nunca se fundó una democracia formal de partidos gobernando y alternándose el poder. Lo único que hemos tenido en doscientos años de política peruana republicana ha sido, en el siglo XIX, caudillos con Congreso, en el siglo XX dictadores militares, y en el siglo XXI, de nuevo caudillos con Congreso. Nos estamos reencontrando con una vieja historia, aquí nadie está inventando la pólvora. 

El telón de fondo de 200 años de república sin democracia -a ver quién desata el nudo de este oxímoron- es la execrable corrupción de casi todo aquel que se acerca al Estado. Desde Francisco Pizarro, Jorge, ese siempre fue el rol del Estado en el Perú.  Los tratados y leviatanes son para otras latitudes. Aquí nada ha cambiado, Jorge, aquí al joven Haya no lo dejaron hacer su revolución y después ya no quiso hacerla; cuando Mariátegui se nos fue no se había decidido a realizarla, y la de Velasco demostró cuanto sabe nuestra sociedad eso de transformarse mucho para no cambiar nada. ¿Por eso la anomia? ¿ha triunfado finalmente el roba pero hace obra

En cada lectura de El Quijote, en la misma página, nuestro romántico caballero la emprende contra los molinos de viento y es derrotado, pero vendrán nuevas y nuevas lecturas de la misma novela, Jorge. 

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Partidos políticos

Recién el Congreso de la República ha atentado seriamente contra la independencia de la SUNEDU, una de las pocas instituciones bien hechas en un medio caracterizado por la precariedad institucional. Toda vez que el Estado no puede garantizar, a través de sus propias universidades, valgan excepciones, una educación de calidad a la mayoría de sus jóvenes ciudadanos, harían bien el Gobierno y el Congreso en tomar conciencia de esta nueva situación, y posibilidad, surgida de la pandemia, para protegerla y promoverla. Así, el establecimiento de una cuota preestablecida de cupos de educación remota en las carreras que ofrecen los centros de educación superior, destinada prioritariamente a jóvenes de los distritos del interior del país debería establecerse y reglamentarse como parte de un programa a la vez educativo y de inclusión social.

En un país con tantas limitaciones, reconocer e impulsar las oportunidades que la propia ciudadanía encuentra en los recovecos de un sistema que ofrece tan pocas, parece una obligación impostergable. Hagámosla realidad.

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Educación, virtualidad

Hablaba de la izquierda. El 5 de abril de 1992 Fujimori clausuró el sistema de partidos políticos más potente de la historia republicana del Perú, uno que se inauguró el día que se instaló la Asamblea Constituyente de 1978. Desde entonces, hasta el 5 de abril de 1992, y a pesar de todos los problemas que son materia de otra nota, tuvimos derecha, centro derecha, centro izquierda y varios partidos de izquierda marxista: había partidos políticos para todos los gustos. Sin embargo, la recuperación de la democracia en 2000 significó una gran oportunidad para rehacer esa partidocracia golpeada, o construir una nueva sobre sus bases y la izquierda estuvo a la vanguardia, obtuvo posiciones de privilegio, ministerios, la dirección de la CVR desde el gobierno de Valentín Paniagua pero nunca surgió de su seno un proyecto de partido o de frente de izquierda democrática e institucionalista que hoy necesitaríamos a gritos para enfrentar a los extremismos, de izquierda y de derecha que nos están sitiando, de allí mi reiterada crítica. 

Por supuesto que la izquierda no es la única vela en el entierro de la partidocracia peruana, el APRA sucumbió sumida en el caudillismo, mientras que a Acción Popular le han sentado muy bien las renovadas formas del neoclientelismo patrimonial que remite a la vieja política del siglo XIX. El triste gobierno de Manuel Merino es prueba patente de ello. 

En suma, en unas eventuales elecciones generales de 2023 la mayoría de las ofertas políticas se reclutarían, precisamente, de esos potentados provinciales que se mueven bajo las formas del clientelismo patrimonial, y que entienden el acceso al poder como la posibilidad del enriquecimiento ilícito y del fortalecimiento de sus redes locales. Por cierto, grandes grupos de poder en Lima, concilian con dichos intereses y defienden los suyos que poco o nada tiene que hacer con el bien común. 

Quienes no aparecen, ni a lo lejos, ni de cerca, son las opciones institucionales que puedan hacerles frente a todo el enorme espectro político peruano que combina clientelismo, patrimonialismo con extremismos de izquierda y de derecha. Así las cosas, en 2023 asistiríamos a una versión peruana de El mito del eterno retorno, y elegiríamos más de lo mismo, a no ser que la iniciativa de Francisco Sagasti, la de recaudar firmar para una iniciativa de reforma constitucional, devenga en un potente y entusiasta movimiento cívico y ciudadano, que nos recuerde noviembre de 2020, y desde el cual se reúnan las fuerzas que aún ven en el Perú una auténtica Utopía Republicana, que aspira al desarrollo de la nación en su conjunto.

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Elecciones, Gobierno, Pedro Castillo
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