En los tiempos del vendaval de corruptela de la empresa brasileña Odebrecht, la justicia peruana – con pruebas que venían de Brasil y EE.UU.- determinó que los independientes Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Félix Moreno y Jorge Acurio fueron coimeados por sumas millonarias. Según declaraciones del propio jefe de las “oficina de operaciones estructuradas” (que en cristiano quiere decir “coimas”) Jorge Barata.
¿Qué nos dicen estas evidencias? Que estamos ante los límites de los independientes. Tenemos más de una década y media –salvo el quinquenio de Alan García- en que se administró el gobierno, pero no se hizo política. La elección en el país de liderazgos -en su mayoría- de baja intensidad (o simplemente administrativos) no es un indicador para desechar la gestión política, ni para sancionar a los que sí hacen política partidaria, pero así ha sido durante estos últimos tiempos.
La política, así esté en descrédito constante, no se suple con estudios técnicos de inversión pública, ni con programas de televisión sin carisma (aunque ambas son sus complementos). ¿Contamos con gente que tenga dichos requisitos? Muy pocos, pero una golondrina no hace el verano. En su gran mayoría, en el Estado y en la oferta política pululan gente sin experiencia gubernamental, pero sí con activismo. Eso no ayuda a tener gente preparada con capacidad decisión política a largo plazo.
Los independientes cumplieron su sueño de llegar al gobierno a nivel nacional como a nivel subnacional. Se pensó que con ellos el fin de los políticos profesionales llegaba a su final. Pero no. La gente y los medios de comunicación ahora piden política, pero política transparente y descentralizada.
Si bien no hemos llegado al final de los independientes, es necesario plantear un debate de qué políticos profesionales se requiere para el país, así de cómo se debe abordar la política, que implica –muy aparte de la confrontación- negociación permanente y acercamiento a los ciudadanos (léase rendición de cuentas y no marketing político) y qué requisitos pedir a los nuevos en política (imprescindible la reforma electoral que burocratice la participación, como lo hace el Jurado Nacional de Elecciones).
Sobre este camino podemos darle sostenibilidad a largo plazo a nuestra joven democracia en un país que desconfía desde hace años de su “clase” política y sus decisiones.