Mauricio-Saravia

Mentira, todo era mentira. O la forma en que ya no nos importa nada

"El presidente miente, el Congreso (o los congresistas) miente, el Poder Judicial miente, la prensa miente. Todos mienten y lo hacen de manera consciente, inescrupulosa."

(Antes de desarrollar el tema de esta semana, recordemos que en el Congreso de la República del Perú hay un congresista violador. Lo estamos permitiendo y esa es una forma real de extinguir cualquier intento de ser una República).

El presidente Castillo empezó su segundo año de gobierno, tratando de desarrollar un nuevo estilo de comunicación. Se muestra más agresivo, con una línea argumental que llega hasta la amenaza y que estaría marcando un nuevo rumbo en la forma de expresar hacia la ciudadanía los ejes de su gestión. Es interesante entender cómo un cambio tan notorio y a la vez tan predecible no ha sabido ser leído por la oposición ni por un buen sector de la prensa, que sigue con una monserga que ya lleva un tiempo prudente girando y girando. Se le sigue viendo como el mismo, cuando se tienen argumentos relevantes sobre los cuales cuestionarlo.

El problema con un cambio comunicacional de la magnitud que Castillo plantea sobre sí mismo es que nadie puede pasar de la noche a la mañana a ser otra persona. Por lo tanto va a ser complicado que tenga un efecto aglutinador. Para empezar, en la última encuesta del IEP publicada este domingo en La República, el 50% de los encuestados señala directamente que no le cree nada al presidente cuando habla. No es poca cosa.

En este país nos hemos acostumbrado a la falta de sinceridad en los interlocutores con la ciudadanía. El problema es que esa costumbre es increíblemente peligrosa. El presidente miente, el Congreso (o los congresistas) miente, el Poder Judicial miente, la prensa miente. Todos mienten y lo hacen de manera consciente, inescrupulosa. Eso genera que la posibilidad de lograr consensos mínimos a partir de discursos que se requieren mínimos también se pierde. Pues nadie va a poder tener la legitimidad de sostener algún planteamiento.

Decíamos entonces que el presidente miente, la gente lo nota, lo sabe y no cree entonces lo que dice. Cuando digo que el presidente miente, además, no lo hago tratando de inventar argumentos. Es muy objetiva la mentira. Y poco destacada. En su Mensaje a la nación al asumir el mando, Castillo expresó algunas líneas de acción de su gobierno que con claridad no han sido cumplidas. Ni Palacio de Gobierno es un Museo, ni tenemos la primera piedra del laboratorio de vacunas, ni hospitales en el VRAEM o en SJL. Tampoco se trabajó en el mejoramiento del transporte público como señaló hace un año, y el Tren Inca y el Tren Grau quedaron en su papel. Entre otras perlas.

Tampoco creo exagerar cuando digo que Castillo miente y con descaro, cada vez que se reúne con alguna autoridad o personalidad pública. Solo basta recordar la promesa de cambio que le hizo a Monseñor Barreto o los múltiples desplantes que ha hecho a miembros de su propio entorno. Castillo miente sin rubor. En esa mentira, creer que un cambio en su tono de comunicación significa algo resulta cuando menos ingenuo.

Mucho menos exagero cuando recordamos que en el discurso del 28 de julio reciente el presidente hizo un mea culpa bastante breve sobre los nombramientos desafortunados de su régimen. Menos de una semana después hace cambios en el gabinete, arman un circo con la renuncia del Premier y ratifica a todos los cuestionados. Si eso no es mentir alevosamente, busquemos una nueva definición al término.

¿Qué busca con el cambio de tono el presidente Castillo? Es una interrogante que deja mucha tela para cortar. Pero lo primero que evidencia es estar a la búsqueda del vestido perfecto. Ha pasado de una forma de expresión nula a una cínica y ahora está en la agresiva. Parece que quisiera probar de todas a ver cuál le calza mejor. Eso en lugar de ayudarlo podría generarle más anticuerpos aún. Parece que la hipótesis que maneja es que pasar a la ofensiva lo va a situar en una posición de ventaja frente a una oposición que se torna cada vez más cómica, por no decir intrascendente. Para lograr ese efecto se requieren determinadas características personales de las cuales nuestro presidente adolece. Por ejemplo, la capacidad de poder situarse frente a periodistas y generar discursos espontáneos coherentes y que lo ayuden. Pero es difícil pensar en esa posibilidad. Cada vez que Castillo ha tenido que enfrentar los micrófonos, el resultado ha sido nefasto. Pero no se puede gobernar desde un comunity manager ni desde notas de prensa. Tener tantos cambios en poco tiempo solo revela un enorme intento de amoldarse a las circunstancias.

Otra hipótesis es que Castillo finalmente está preparando el terreno para patear el tablero de manera radical. El temor que la oposición ha venido sostenidamente señalando desde las formas más trágicas como desde las más cómicas también (que son la mayoría). El sábado en su discurso en Junín sostuvo tal vez el más incendiado de sus discursos señalando que era la última vez que le tendía la mano a la oposición y que iniciaba una “cruzada nacional para defender al gobierno”. Clara amenaza al orden. Pero en la boca de Castillo eso suena más a bluff que a algo real. En todo caso, esta hipótesis hay que mirarla con cierta cautela. No sería la primera vez que alguien acusado de corrupción trata de asumir el camino autoritario para evitar las consecuencias de sus actos.

El tercer camino, que desde esta posición consideramos el más probable, es que es más de la nada que es la política nacional en estos tiempos.  Fuegos artificiales que no significan nada y que serán recibidos como nada. Hace algunas semanas en esta misma columna señalábamos que la nada en este país es la forma de gobernar. Frente a eso la gente se refugia en su propia individualidad y se separan de lo público que solo representa gasto y ningún beneficio. Esto puede ser más de lo mismo. Un discurso para que lo escuche quien desee pero que no tiene un fin específico. Porque en el juego político de hoy en el Perú, la nada es la consecuencia. Un año sin que haya existido alguna decisión relevante en algún aspecto nacional.

Estamos a la deriva. Nos gobiernan y legislan y juzgan delincuentes y hemos aprendido a vivir con eso. Lo único que puede resultar allí es una sociedad cínica y lumpen. De la que ya estamos siendo parte.

 

 

 

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Congreso de la República, Presidente Castillo

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