Arte de belleza y conjetura, de erudición y juego, de libertad y placer, el ensayo que heredamos de Montaigne nos persigue hasta hoy y, felizmente, sin recetas rígidas. El ensayo es un campo de experimentación con el lenguaje y el discurso, le quita los cepos al pensamiento que puede encontrar un cauce de expresión sin los apremios del tesista. Es difícil, empobrecedor e inútil intentar encerrar el ensayo en una fórmula universal. El estilo de cada ensayista es en última instancia el fiel que determina el peso de las palabras, sus recurrencias, su forma final y acaso definitiva.
Una rápida mirada a nuestra tradición nos abriría las puertas de verdaderas joyas del género, como Siete ensayos (1928) de Mariátegui, Paisajes peruanos (1955) de Riva Agüero o El sol de Lima (1974) de Luis Loayza. Libros diametralmente disímiles, cuyo tejido textual presenta en cada caso singularidades intransferibles. En todos ellos, sin embargo, reconocemos la forma flexible y creativa del ensayo.
Sospecho que esa es la sensación que debe producir en el lector un título reciente, Bloc de viaje, de César Silva Santisteban, un conjunto de textos que apelan a la divagación y a la búsqueda del placer como ejes centrales de su escritura. Ensayos son, por supuesto, y rinden tributo a ese imperativo de cuidar el estilo tanto como las ideas.
El título del volumen, Bloc de viaje, es de por sí sugerente. Indica “traslados” o “desplazamientos” de temas e ideas, derroteros del pensamiento, la lectura y la imaginación. Después de recorrer las páginas de este libro se tiene que conceder un lugar al autor como lector. Silva lee, relee e interpreta para nosotros un amplio repertorio literario, filosófico y cultural que convierte siempre en gozo y agudeza.
Refiriéndose a Julio Ramón Ribeyro y al desafortunado epíteto de “mejor cuentista del XIX” que le endilgaron algunos, dice Silva: “Esa actitud poco inteligente y nada sensible hizo que se arrumbara lo más obvio: por sobre cualquier desacuerdo estilístico, fue un escritor que perteneció a la casta sin tiempo de los grandes contadores de historias. Aquella mofa, pues, escondía en el fondo el mismo abobado desdén que, por ejemplo, habían practicado los académicos de Francia con Dumas, hasta que cayeron en cuenta, tal vez con lástima de sí mismos o vergüenza, de que el conde de Montecristo o D’Artagnan eran inmortales y ellos jamás podrían serlo” (p.125).
El desplazamiento puede también ser real y asumir la forma de una crónica de viajes, como en el caso de “Un día en Ciudad Juárez”, donde se lee esta observación: “Tengo referentes íntimos para esa ciudad, por supuesto. Soy sudamericano. Soy peruano. La primera vez que atravesé la frontera hacia México pensé que había ingresado a uno de los distritos más populosos de Lima. Hallé, entonces, una mezcla semejante de atraso y modernidad, de confianza y peligro, de pobreza y derroche funesto de dinero” (p.100).
El ensayista, por cierto, construye su propia imagen. No es gratuito por ejemplo que se refiera a Mozart en estos términos: “se esforzó por ser un artista libre, sin ninguna fatal subordinación, emancipado de la mansedumbre exigida por un jefe supremo (…) fue el primero entre todos los que se rebelaron frente a un destino de agobiante obediencia, y tercamente conquistó su autonomía” (p.114).
Destaco también el manejo de la ironía y el humor. El inicio de “El noble genio de Camus” es, en ese sentido, aleccionador: “La superficial creencia de que Albert Camus fue mejor periodista que ensayista, mejor ensayista que dramaturgo y mejor dramaturgo que novelista empezó a propagarse cuando su cadáver aún no se enterraba en Lourmarin. Incluso en los obituarios más elogiosos, sus detractores empezaron a reprocharle la extrema claridad de sus ideas, juzgando que tanta claridad no podía congeniarse con una profunda reflexión” (p.157).
No faltan observaciones igualmente perspicaces sobre la vida cotidiana así como tampoco una coda que contribuye a pensar el ensayo como híbrido: un puñado de ¿poemas? ¿apuntes? de carácter narrativo e impregnados de reflexividad. Termino diciendo que este es un libro brillante, acometido con falsa modestia, como se deduce del breve prefacio escrito por su autor: “A fin de cuentas, es el bloc de un hombre ocioso, echado a perder, que únicamente trabaja cuando tiene ganas y no se propone más que disfrutar soltando palabras como quien juega con naipes incompletos y dados que nunca dejan de rodar”. Si ese era el plan, lo cumplió con creces.
Bloc de viaje. César Silva Santisteban. Trujillo: Nectandra Ediciones, 2023.