La victoria de Johnny Deep, en junio de 2022, sobre la actriz Amber Heard en la demanda del actor sobre su también exesposa, y que la obligó al pago de 15 millones de dólares al protagonista de La Ventana Secreta, marcó un antes y un después en la era de la cultura de la cancelación. Y es posible que inicié el declive permanente de una de las más totalitarias manifestaciones culturales de la historia de Occidente, desde el terror jacobino de Maximilien Robespierre en los meses más álgidos de la revolución francesa, entre 1783 y 1784.
Es deseable que la debacle del radicalismo liberal, ¡vaya oxímoron! no haya llegado a destiempo a su ajuste de cuentas con la historia: la victoria de Georgia Meloni en Italia podría incrustar la pica en Flandes en una Europa que pinta cada vez más esencialista, nacionalista y conservadora, lo que expresa el multitudinario rechazo a la pseudo corrección política, nacida de los claustros universitarios, que dedicó una década a la quema de estatuas, de filósofos, de artistas, de Picassos, etc. En suma, de todo aquello alejado de su visión del bien y del mal, tan particular como la del ciudadano Robespierre:“tout est permis au nom de la république”.
Hoy, al escribir estas líneas, me pregunto si puedo hacerlo sin temor a ser cancelado ¿será cierto? y si lo es ¿cuánto tiempo durará antes de que nos censuren desde la vereda de la derecha? Según la actriz Jamie Lee Curtis, su hija trans teme pasar por algunos estados de USA, dominados por los cada vez más intolerantes jerarcas republicanos, la joven no se siente segura: la reacción conservadora del siglo XXI ya está aquí.
Los daños que ha dejado la cultura de la cancelación no se expresan solo en los medios universitarios, entre los grandes escritores de ayer y hoy, que sucumbieron ante la censura mediática en virtud de sus ideas, ni tampoco en el daño colateral de personas inocentes, privadas del más elemental derecho a la defensa, víctimas de brutales cacerías de brujas desplegadas desde las cada vez más incontinentes redes sociales, algunas de las cuales optaron por quitarse la vida tras su muerte social, per se irreparable.
Las causas que motivaron los escraches pudieron ser las más nobles, como asegurar espacios públicos y privados seguros y libres de violencia contra la mujer y desenmascarar prácticas patriarcales abusivas, discriminatorias, así como desterrar el racismo en todas sus manifestaciones y formas. Pero los métodos del radicalismo liberal llegaron a tal extremo que los daños de la cultura de la cancelación hoy se vuelven contra quienes buscaban reivindicar.
Hoy la reacción conservadora apunta, una vez más, contra los más débiles: las mujeres, los colectivos LGTBI+, los inmigrantes y las minorías étnicas, y tendrá que levantarse el centro político –ese con el que arrasaron en medio de laborrasca liberal, sin remordimientos ni contemplaciones,como al delta de un río flanqueado por dos mareas opuestas– a erigirse en nombre de los derechos universales y de la libertad, pero con la tolerancia y el sentido común que perdimos mientras nos internábamos en el nuevo milenio deslumbrados por el universo de la virtualidad. Una vez más, solo la moderación política salvará al mundo.
La vuelta a los derechos fundamentales, a la ponderación de los actores políticos, a la palabra argumentada, a la honestidad en el manejo de la cosa pública, es el único camino posible para salir de esta crisis pendular, de extremos, que da la impresión de haber venido para quedarse, pero ni las plagas de Egipto lo hicieron. De seguro se irá algún día, como todos los males en la historia de la humanidad.
Pensemos en el centro político para después de la tormenta.Son dos palabras que hay que poner en valor desde ya, pues en los derechos fundamentales, los de todas y de todos, tan depreciados, se encuentra la salida a esta crisis que no es local sino civilizatoria.
Qué difícil es jugar a ser Dios, los que lo hacen, olvidan a menudo, que, antes que nada – o que todo- Dios es amor, si es que existe, en algún lugar…
*Historiador, Docente en Universidad de Lima, PUCP y UARM