A lo largo de la semana que pasó he conversado con niños y adolescentes que han vuelto parcial o totalmente a la educación presencial. Es cierto que no transmito las vivencias de la mayoría de alumnos de nuestro país. Con toda seguridad se trata de chicos que enfrentaron los dos años de pandemia escolar con instrumentos tecnológicos adecuados, ambientes hogareños pasablemente cómodos y estrategias de enseñanza relativamente articuladas. Pero, quizá, algunas de sus reacciones y reflexiones puedan permitirnos entender que, así como en el caso del trabajo híbrido (Sudaca 20/2/2022), una cosa es con guitarra y otra con cajón.
¿Contentos de haber regresado al salón de clase? Sin duda. Desde un bienvenido cambio de escenario hasta el reencuentro con paisajes, olores y sonidos perdidos —en el caso de los más pequeños olvidados o hasta desconocidos—, hay mucho que celebrar. La cosa viene por el lado de las interacciones informales, de la personalización encarnada de los intercambios, de la participación directa en la agenda social —con sus alianzas, complots y complicidades— antes que las ventajas didácticas.
¿Son estas indiferentes? No. El dominio de todo el espacio en el que transcurre el dictado de clase y la posibilidad de comprender la naturaleza de los temas en función de los comportamientos de los participantes, es mencionado como un factor que facilita y hace más placentero el proceso.
En ese sentido muchos han comentado un asunto harto interesante: el sistema es, en este momento, híbrido. Por lo tanto no todos los integrantes de una promoción están simultáneamente en el local escolar. Un tercio de ellos están, de manera rotativa, en casa.
“Tengo la impresión de que los ausentes”, me dice un chico de tercero de secundaria, refiriéndose a los que en un momento dado hacen la clase remotamente, “están en otro mundo. Ahora recuerdo todo lo que podía hacer y podía no hacer cuando estudiaba en línea. Los imagino con shorts, con un ojo en las redes sociales, chateando, simplemente no estudiando conmigo o lo mismo que yo, entendiendo la décima parte de lo que los alumnos reales”, sus términos, “estamos procesando” afirma. “Es como si fuera uno de esos programas concurso”, continúa, “están los conductores y los concursantes”, se refiere al profesor y a quienes interactúan con él en lapso determinado, “el público que se encuentra en el set, los alumnos presentes, y los televidentes que son los chicos que están en línea. Es un sentimiento extraño”, concluye.
Otro comentario que se repite tiene que ver con las actividades que recibieron a los escolares en sus primeros días de regreso a las aulas. Los tutores tuvieron un papel protagónico. “Nos llenaron de actividades”, cuenta una jovencita que cursa el cuarto grado de media, mostrándome un video de chicos reunidos en lo que parece ser un auditorio o instalación deportiva. “Hubo música, preparamos bailes y actuaciones, como si quisieran recordarnos que alguna vez fuimos parte de un colegio y ponernos al día con nuestra pertenencia”, termina. Otros, entre comprensivos y escépticos, me cuentan los ejercicios de integración, los retos, los juegos de roles y las dramatizaciones, a la manera de ritos de iniciación en la educación colegiada y la convivencia escolar. Ninguno menciona entre las dinámicas algún espacio en el que se haya hablado sobre la pandemia, las experiencias y sentimientos ligados a ella. Quizá vengan más adelante.
Finalmente, no pocos hablaron de dos asuntos en los que se anuncia una cierta nostalgia frente a la época que ensayamos concluir: “de repente nos vemos frente a un montón de reglas, un código de vestimenta y arreglos corporales que me parecen exagerados, además de súper machistas ya que sobre todo conciernen a las mujeres”, me dice un púber con cara de extrañar la libertad del aula/cuarto. Y una que ha iniciado su último año, me sorprende con una afirmación tajante: “odio los viajes de ida y vuelta, el ruido de los carros y el desorden de la pista. Me quitan el placer del regreso”.
