En los últimos años han ido apareciendo algunos libros que, desde diversas ópticas académicas, examinan la práctica musical costeña. Algunos ejemplos de muestra: Celajes, florestas, secretos. Una historia del vals popular limeño (2009) de José Antonio Llórens y Rodrigo Chocano; Ritmos negros del Perú. Reconstruyendo la herencia cultural afroperuana (2009), de Heidi Feldman o Lima, el vals y la canción criolla (2012) de Gérard Borras muestran un interés por desentrañar el universo social y musical que late en este valioso archivo musical.
Lo mismo cabe decir de otros libros como Felipe Pinglo y la canción criolla. Estudio estilístico de la obra musical del bardo inmortal (2018), de Rodrigo Sarmiento o Cantarureando/Canterurías (2020), volumen que reúne las letras de Chabuca Granda y permite una lectura integral de la obra de esta gran compositora. Sin embargo, es más escasa la atención brindada al género testimonial, a la palabra de los cultores que son, verdad sea dicha, los protagonistas de esta historia.
La aparición de Mi vida entre cantos (2018) de Alicia Maguiña retomó el ejercicio de la memoria y la voz propia. En los últimos tiempos, como aliviando el encierro, llegan a mi mesa de trabajo dos libros de factura reciente en los que dos figuras importantísimas de la tradición costeña ejercen, a viva voz, el ejercicio memorioso de desandar lo andado. Se trata de Guitarra criolla. Mi testimonio, de Willy Terry (2020) y Pepe Villalobos, el rey del festejo. Presencia de la música negra en el bicentenario (2021) diálogo entre Vicente y Tilsa Otta y un músico patriarca en las artes de jarana.
Willy Terry es una reconocida primera guitarra de nuestro medio. Su estilo es inconfundiblemente clásico, en términos del canon criollo: punteo exigente y a veces algo acrobático, trino en el ataque, síncopa cuando se debe y dominio sin cuestionamiento del bordón. A eso se suman las virtudes de una apreciable segunda voz. Terry ha escrito una memoria en la que además de recorrer retrospectivamente su experiencia deja constancia de la gratitud que guarda por sus maestros, entre ellos don Óscar Avilés. Un libro lleno de anécdotas, en un marco en el que resuenan por igual la melancolía y el ardor de la fiesta.
En tanto, Vicente y Tilsa Otta mantienen una larguísima conversación con Pepe Villalobos Cavero, figura cimera de la música costeña, miembro de distinguidos conjuntos musicales como el recordado Tradición Limeña, autor de valses como “Copas rotas” y de festejos que se han incrustado en nuestro seso como “El negrito Chinchiví”, “Mueve tu Cu Cu” o “Mi comadre Cocoliche”. Instumentista versátil (se entiende con el cajón, la quijada, la cajita y la guitarra), cantor de golpe barrioaltino (ya saben, eso de alzar el pecho) y padre de Victoria y José, continuadores, cada uno a su modo, de este noble linaje.
Dos maneras de revivir, en medio del encierro, la magia de eso que algunos llaman el “sonido limeño”, de recobrar, a través de la palabra y la memoria, la mano que pulsa sabiamente una guitarra o una voz vibrante, pícara, que nos saca de nuestros asientos a golpe de cajón. Que siga la música.
Guitarra criolla. Mi testimonio. Lima, edición del autor, 2020.
Pepe Villalobos, el rey del festejo. Lima: Editorial Horizonte, 2021.