Carlos Trelles

La derecha peruana en pantalla gigante

"Así que los liberales y centristas peruanos de mayor registro cultural y bibliográfico (no son los empresarios, casualmente), que votaron por Keiko Fujimori o en blanco para evitar la presidencia de Pedro Castillo, tienen ahora bastante elemento para repensar la pregunta de si es posible una verdadera democracia en el capitalismo de libre mercado, sobre todo en sociedades tan rezagadas como la nuestra".

La resistencia fraudulenta del fujimorismo, frente a su derrota electoral y la muy probable prisión de su lideresa, evidencia algunas verdades históricas desconocidas u olvidadas  por nuestras élites informadas, pero muy tangibles en este contexto. Como Keiko Fujimori se defiende hoy con lo que tiene y puede, deja flancos que develan las mecánicas y formas políticas de su facción. Es así siempre: las redes de poder, las convicciones y los objetivos económicos se explicitan en la coyunturas políticas urgentes y polarizantes.

Ha quedado bastante claro, una vez más, que a los principales promotores del liberalismo en el Perú (y sobre todo a los inversionistas de nuestro oligopólico mercado) no les interesan las libertades políticas y la democracia que vitorean según conveniencia, siendo que sólo buscan asegurar un régimen económico que les permita seguir acumulando, así sea vía corrupción millonaria. No contentos con haber co-diseñado e implementado una campaña electoral llena de mentiras, prejuicios y racismo, a través de una aplanadora mediática corporativa (no periodística), han pasado luego, con intentos desesperados y totalmente infundados, a denunciar fraude electoral. Felizmente hay cada vez más voces autorizadas, nacionales e internacionales, que descartan esta grotesca falsedad.

Un temerario camino inicial que ensayaron, y que en las últimas horas ha perdido fuerza por ser claramente inconstitucional, fue sugerir nuevas elecciones a partir de presionar al Jurado Nacional de Elecciones con masivos e injustificados pedidos de nulidad de actas. Con la ONPE también quisieron hacer lo mismo. Hasta el momento han sido derrotados, más que nada por la opinión pública, en calles y redes. El otro frente de batalla que han elegido es el Tribunal Constitucional – a punto de ser renovado por un congreso conservador y muy poco confiable -, pues han presentado una acción de habeas data donde piden las listas de electores con firmas, de tal manera que se pueda demostrar lo que aseguran hubo: reemplazos de votantes y de presidentes de mesa. No lo dicen, pero buscan lograr que algunos electores accedan a decir que votaron de tal forma que el conteo de su mesa no cuadra. Desde luego, esto dinamita el sistema electoral de cualquier país, que se basa en la confianza hacia los ciudadanos voluntarios que administran las mesas de sufragio, y que protege, por obvias razones, la condición secreta del voto. La treta tiene para largo, y será la primera escaramuza que planteará la derecha para debilitar el ya inminente gobierno de Pedro Castillo. Menos mal que hoy los militares no tienen el poder de facto que antes tenían, y por eso no pasan de gestos bravucones por parte de su personal retirado.

Nada de esto es nuevo. Desde 1821, nuestro empresariado es pobre de espíritu, lo que lleva a la pequeñez política y la corrupción. Pese a su enorme tendencia a la concentración de riqueza, casi ninguno de sus hombres ha tenido la grandeza de querer empujar la transformación del país con inversión de valor agregado y creatividad tecnológica. Ninguno ha tenido la obsesión de conquistar el mundo a partir de una innovación productiva que incluya a las mayorías de su país y lo coloque en la historia de su tiempo. Heredaron un modelo primario-exportador de renta exorbitante para muy pocos mercantilistas, y con una mayoría explotada que lo sostiene además de unos cuantos clasemedieros, y lo defienden con uñas y dientes. Googleen el prólogo de Pablo Macera a la reedición de Ensayo sobre la industria algodonera en el Perú (1849), de Juan Casanova, y encontrarán interesantes detalles: el siglo XIX tuvo la permanente sombra de conspiraciones nacionales e internacionales para boicotear, y mejor aún impedir, cualquier esfuerzo destinado a conformar un mercado interno que asegure nuestro bienestar sin depender de los vaivenes del mundo desarrollado. No hace falta profundizar en el todavía nítido siglo XX, que ha estado lleno de regímenes militares dirigidos a bloquear este camino progresista, obviamente con apoyo internacional, estatal, y financiero. Odría, Morales Bermúdez (criminal condenado según la justicia italiana) y Fujimori – en fórmula contemporánea de dictablanda y con un escenario muy crítico que impidió ver la realidad – son los últimos, pero cualquiera que abra un libro de historia económica peruana podrá deducir, con facilidad, cuáles fueron los objetivos económicos de los diferentes gobiernos castrenses que hemos tenidos en los últimos 121 años, y sus conspiraciones para faltar a la voluntad popular expresada en las urnas. Desde luego, la derecha empresarial siempre ha tenido a los medios masivos de su parte – son sus dueños o socios – y los fortalecen haciendo de la vista gorda con una ley de medios que nos expropia un bien común (las ondas radioelectrónicas que permiten la señal de medios masivos) y se los entrega de por vida. 

Sin embargo, esta propensión histórica a desconocer las libertades y formas democráticas – cuando peligra el modelo económico – no sólo es natural a nuestra derecha política, sino también al liberalismo en sí mismo, siendo que se agudiza en el subdesarrollo, donde hay extrema desigualdad e instituciones políticas altamente frágiles. Es tiempo de desbaratar el repetido e desinformado lugar común de que el verdadero liberalismo es una narrativa en la que la libertad política y la económica van ineludiblemente juntas, porque esto fortalece a ambas partes. El liberalismo económico, desde Adam Smith hasta hoy, es una prédica y una prescripción al servicio del gran empresario capitalista, donde caben – sólo de modo complementario –  las libertades individuales o civiles (relativas a la opinión, la religión y la vida) pero nunca las libertades políticas que fundamentan la democracia, como son los derechos universales a elegir y ser elegidos. Esto no lo pudieron ofrecer tan fácilmente, porque ponía en riesgo el orden económico más propicio para sus negocios. Así que debió llegar por presión ciudadana, consolidándose recién a partir de mediados del siglo XX. La filosofía política de los clásicos del liberalismo, en realidad, es el utilitarismo decimonónico, cuyo gran principio analítico y prescriptivo plantea que todo individuo decide y actúa a partir de su vocación de acumular placer (beneficios) y evitar dolor (pérdida). Esta una premisa moral es muy funcional para el modelo de libre mercado, donde la concentración de capitales es natural, y necesaria para los volúmenes que algunos pretenden. Pero es muy nociva para la democracia, que es una igualdad política que implica participación general y compromiso solidario con lo común, lo que el utilitarismo petardea. La historia es elocuente: ninguna de las potencias capitalistas ha construido sus grandes ventajas materiales y competitivas con plenas libertades políticas (ni civiles, la verdad). Al interior de sus posesiones coloniales ni qué decir: esclavizaron y eliminaron. Hasta hoy los grandes poderes económicos, en alianza con gobiernos aliados, toman territorios estratégicos por la fuerza.

Así que los liberales y centristas peruanos de mayor registro cultural y bibliográfico (no son los empresarios, casualmente), que votaron por Keiko Fujimori o en blanco para evitar la presidencia de Pedro Castillo, tienen ahora bastante elemento para repensar la pregunta de si es posible una verdadera democracia en el capitalismo de libre mercado, sobre todo en sociedades tan rezagadas como la nuestra. También si una familia que convive con la muerte y la corrupción desde hace décadas, y que lidera una mafia política cuya voracidad destructiva no tiene límites, puede ser mejor opción que un docente rural honesto y comprometido, sea cual fuere la parada ideológica de éste. Está muy bien que ahora exijan respetar los resultados de las elecciones, pero eso no quita deban respuestas frente a la desubicación histórica y perniciosa de pretender un liberalismo democrático y honesto que no existe ni es posible en el Perú. No sorprende que Vargas Llosa opte por el fujimorismo en esta circunstancia: ¿cuándo un conservador colonial, atrevido en su ignorancia política y económica, ha celebrado a un presidente campesino? Pero sí es muy extraño que haya arriesgado tanto su prestigio cultural, apadrinando a la candidata fujimorista y promoviendo – a media voz para luego salvarse – la barbaridad ilegal de denunciar fraude. Nada es voluntario y casual entre los poderes del capitalismo occidental.

Ya se ha evidenciado en muchos auditorios que el capitalismo liberal se ha quedado sin respuestas frente a las crisis cada vez más duras que cíclicamente genera. También es indiscutible su fracaso en la era republicana del país y la región, así como su histórica violencia, que puede llegar a ser criminal cuando, en el horizonte político, aparece un cambio de régimen económico que hace peligrar sus millones venideros. Pero aun con ello, seguirán apelando al populismo y al miedo tribal como arma opositora, porque no tienen otras herramientas a la mano, y porque cerca de la mitad más conservadora del país (obviamente la más urbana) todavía es capaz de considerar mal menor a Keiko Fujimori. Tienen, sin duda, margen de acción para complotar ferozmente contra el gobierno entrante. Queda por verse si el activo de honestidad del profesor Castillo – no es chantajeable – y la creatividad progresista de los cuadros que hoy lo acompañan, logran resistir democráticamente los embates de la mafia, y aceleran los cambios estructurales que necesitamos desde hace dos siglos.

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