Estefano Corzo

Nada serenos

Contrario a lo que muchos puedan creer, los orígenes del serenazgo municipal no son recientes. En 1958, el historiador y abogado Carlos Neuhaus Rizo-Patrón, entonces alcalde de San Isidro, fundó el Cuerpo Municipal de Patrulla en ese distrito. Su idea era crear una fuerza intermedia entre la Policía Municipal y la Policía Nacional para que apoye en los servicios de vigilancia y patrullaje. En palabras del propio Neuhaus, el serenazgo debía ser: “una especie de cerco visible” de la seguridad.

En la década de los noventa, Alberto Andrade retomaría la propuesta de Neuhaus. Primero durante su pasó como alcalde de Miraflores y, luego, en su segundo mandato como alcalde de Lima. La medida se popularizó rápidamente y fue replicada en varias municipalidades a nivel nacional, creando así la versión moderna (e improvisada) del serenazgo que conocemos hoy en día.

Uno pensaría que, luego de décadas de ensayo y error, de aprendizajes hechos y de data y evidencia recolectada, el servicio del serenazgo municipal actual debería ser un aliado óptimo de la Policía y de las comunidades en la lucha contra la inseguridad. La realidad, sin embargo, nos pinta un panorama casi antagónico.

No han sido décadas de perfeccionamiento, sino de la puesta en escena de una farsa. Han sido años donde la innovación pasó por el pito y la gorra o el chaleco y la porra: el teatro de la seguridad, donde todos salvo las víctimas son actores.

La semana pasada se viralizó un video donde se podía ver como agentes del serenazgo de Chiclayo arrebataban la carretilla de un vendedor ambulante de frutas en una zona céntrica de la ciudad. Luego de tirar su mercadería al suelo, los serenos procedieron a decomisar la carretilla ante la indefensa mirada del comerciante.

Está de más señalar que este tipo de casos no son aislados. Como parte del extenso repertorio de roles que las municipalidades le han ido asignando al serenazgo a lo largo de los años, uno de sus papeles más recurrentes (y despreciables) ha sido el de fuerza de choque de la autoridad edil: los matones de turno del matón de turno.

200 carritos para la venta de huevos de codorniz y humitas decomisados y destruidos como indicador de éxito y de una buena gestión. ¿Cómo se llama la obra?

La culpa, a pesar de todo, no es del personal de serenazgo. La dejadez que el ente rector demostró durante todas estas décadas quedó evidenciada cuando recién el año pasado se aprobó por insistencia, en el pleno del Congreso, la Ley del Servicio de Serenazgo Municipal (Ley 31297).

El reglamento que debió acompañar esta ley y ser presentado en octubre del año pasado contempla una estructura básica de formación, requisitos mínimos para el cargo, así como las funciones, obligaciones y derechos de los cuales son sujeto los serenos. A lo mejor, el presidente Castillo no consideró que todos los cambios que realizó en el sector Interior retrasarían la elaboración de este reglamento, pero lo cierto es que este se presentó recién a finales de febrero pasado.

Han tenido que pasar más de 60 años para que se le haga justicia a la idea inicial de Neuhaus y para que la improvisación que ha predominado en este servicio muera como deberían morir todas las penas largas que aquejan a este país. Ahora todo depende de que las autoridades de turno tengan el suficiente compromiso y visión para asegurarse de que el cerco, no tan visible, se haga patente y ostensible finalmente.

 

 

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Gobierno, Lima, Serenazgo

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