Por : Baldo Kresalja R.
No es necesario hacer un inventario de los males acumulados durante los últimos años, males vinculados a lo material y sobre todo a lo moral, lo emotivo, y al deterioro en los servicios públicos esenciales. Es de tal envergadura el desánimo, la corrupción y la desvergüenza, que es preciso llevar adelante algunas prácticas que se limiten a lo esencial, algo que sea de fácil entendimiento general.
Comencemos con una lección, una sola, que todos tienen que aprender y que debe repetirse todos los años al inicio del año escolar en todos los niveles, así como también en todos los hogares. Una sociedad que aspira a la paz y a la búsqueda de felicidad debe entender que ser ciudadano implica igualdad en derechos y deberes, sin excepciones. Que los gobernantes deben ser elegidos por el pueblo y su gestión tiene plazo inmodificable. Que las familias y las escuelas deben comportarse con disciplina y corrección para el logro de sus objetivos. Que nadie tiene derecho a exigir premios o prebendas. Que el mérito está en el cumplimiento del deber frente a uno mismo y frente a los demás, para de esa manera generar la confianza que hace posible la vida saludable.
Pero es también preciso echar a volar un anzuelo a fin de poder elegir una acción que supere facciones, ideologías, diferencias. Esa pesca favorece una idea alocada, difícil de compartir, pero no encuentro otra que permita generar un entusiasmo generalizado en busca de un futuro diferente. Se trata, nada menos, de construir una nueva capital en un lugar que los técnicos más destacados escogerán. Es cierto que costará mucho dinero y esfuerzo, pero no seremos los únicos en hacerlo, pues ya lo han llevado adelante varios pueblos y países en distintas épocas, como también se realiza en estos días.
Cusco ya fue dos veces el centro del poder en el Perú y Lima lo es desde hace varios siglos. Ambas ya cumplieron con su misión, ahora es preciso cambiar y crear un nuevo centro de poder, que nos entusiasme y acoja. Lima, ahora que ya aloja a todas las sangres, seguirá siendo una ciudad de gran importancia económica y cultural. Los que emigraron hacia ella se esforzaron mucho para incorporarse a su ritmo y dimensión; la propuesta de una nueva capital les llamará la atención, pero no perderían lo ya invertido. Simplemente el poder central debe alejarse de Lima, de su desorden natural, de los intereses concentrados que limitan y estorban todos los grandes desarrollos futuros para buscar que el Perú vuelva a ser una gran nación, el núcleo liberador y unificador de Sudamérica, concentrando y compensando por su nueva ubicación las tendencias exógenas de toda la región.
Y es conveniente que esa inmensa tarea tenga un símbolo convocatorio de fácil elaboración. Hay que recordar cómo algunos eslóganes sirvieron entre nosotros para generar entusiasmos compartidos. Por ejemplo, las campañas políticas del presidente Fernando Belaunde con su partido Acción Popular, vinieron acompañadas de lemas tales como “el pueblo lo hizo” o “la conquista del Perú por los peruanos”. Cómo, de otro lado, la revolución cubana y las andanzas del Che Guevara fueron seguidas por sus seguidores con el grito “hasta la victoria siempre”. Y quizás, no hubo alguno que superará la propuesta aprista: “fe, unión, disciplina, acción”.
Pues bien, ojalá que esa primera lección política se conozca y se respete, que ese anzuelo que es la construcción de una nueva capital nos entusiasme porque será mestiza y convocante, que pueda naturalmente acogerse con ilusión en las mentes de niños, jóvenes, adultos y ancianos, y que la tarea venga acompañada de un nuevo reclamo, que sirva como correa de transmisión en la aventura que exige una renovada república.