Tatiana Bejar

“No se ve como una primera dama”

“En el Perú el racismo es también utilizado como un arma política para desvalorizar a líderes que no forman parte de las élites dominantes. El menosprecio a alguien por su color y origen étnico es parte de nuestra herencia colonial.”

En enero de 2009, Barack Obama asumió la presidencia en EEUU en medio de un eufórico y también ingenuo optimismo liberal, que veia en su triunfo el principio del fin del poder blanco supremacista. La ilusión duró muy poco. Michelle Obama, primera dama, quien encarnaba con orgullo ser descendiente directa de una esclava negra, fue rápidamente víctima del racismo y machismo, pilares fundacionales del imperio colonial estadounidense. “No se ve como una primera dama”, “no tiene clase”, “está subida de peso”, “es un simio en tacos” fueron algunos de los ataques de odio contra ella que inundaron las redes sociales. Estos insultos venían en su mayoría de los sectores conservadores y “trumpers», pero también de sectores considerados »liberales” y de mujeres blancas.

Uno de los casos más conocidos es el de Pamela Taylor, directora de una ONG quien fue despedida por escribir en Facebook que la primera dama tenía “cara de gorila”. Anteriormente, durante las primarias, Hillary Clinton, ícono de algunas feministas, había exigido a Obama que “esclarezca” su relación con el islam y líderes negros marxistas, sumándose a los ataques islamofobicos y anti-negros del fascismo del imperio del norte contra el entonces senador de Ilinois.

En el Perú el racismo es también utilizado como un arma política para desvalorizar a líderes que no forman parte de las élites dominantes. El menosprecio a alguien por su color y origen étnico es parte de nuestra herencia colonial. Los ataques contra la identidad cultural del presidente Castillo ridiculizando su sombrero y vestimenta desde la derecha incluyeron también a la “derecha liberal”. Rosa María Palacios, quien es además una de las firmantes de la carta feminista que demandaba cambios en el gabinete, escribió sobre el presidente Castillo que es “un autócrata que usa su vestuario por ego y como marca propia”. Negar la identidad cultural a una persona es también una forma de racismo. En la práctica RMP no se diferencia mucho de Martha Meier Miró Quesada, conocida racista peruana quien pareciera querer imitar la trumper Ana Coultier, terruqueadora, racista y anti-inmigrante comunicadora estadounidense.

El patriarcado ha excluido a mujeres con privilegios económicos y/o raciales de acceder a importantes puestos de poder o posiciones de dominación dirigidos a fortalecer un sistema capitalista de explotación racial y económica. Sin embargo, eso no ha prevenido a mujeres con cierto estatus social de utilizar y apoyar el racismo y clasismo para su propio beneficio.

El racismo está profundamente enraizado en todos los sectores que ejercen poder y eso no excluye a “feministas” o “progresistas”. En el Perú, durante la primera vuelta, un artista relativamente conocido insultó despectivamente al entonces candidato Pedro Castillo, el único candidato de origen campesino, llamándolo “Felipillo”, “Caín”, “Judas”, “mentiroso, envidioso y miserable” entre otras cosas, por no renunciar a su candidatura y apoyar a Verónica Mendoza. Ataques racistas no muy diferentes a los de la derecha fascista.

Cuando el racismo intersecta el machismo comprendemos cómo se ha formado históricamente la devaluación de la mujer “racializada” en el Perú. La discriminación contra la mujer es también una herencia colonial que ha creado un concepto elitista sobre lo que significa ser “mujer”. Durante el primer viaje oficial al exterior de la pareja presidencial, la primera dama peruana, Lilia Paredes, maestra rural cajamarquina y de origen campesino, fue víctima de ataques racistas, clasistas y machistas sobre su vestimenta e identidad cultural. “Señorita, la ropa no hace a la persona. Lo que importa son las buenas acciones que uno pueda tener con la gente más humilde” respondió la primera dama ante una pregunta racista y sexista de una periodista. Los medios de comunicación son sin duda perpetradores permanentes de la discriminación en el Perú.

El capitalismo sexista y racista ha segmentado culturalmente y económicamente a mujeres en distintos roles desde la política, la televisión, comercio a sectores obreros. Las mujeres que enfrentan discriminación sistemática son en su mayoría trabajadoras del hogar, obreras, campesinas, vendedoras ambulantes, etc. las cuales se enfrentan a niveles de explotación y trabajos físicos que otras mujeres dentro de la cultura dominante machista no serían “capaces” de hacer. Allí no funciona lo del “sexo débil” o “la fragilidad de la mujer”, atributos y valoraciones de la cultura patriarcal que ha creado un orden social donde se mezcla el racismo y el clasismo. Si una mujer es parte de esos sectores de clase trabajadora es considerada “menos mujer”, por lo tanto no merecen respeto ni tienen valor dentro de un sistema capitalista explotador.

A diferencia de EEUU donde ser racista tiene algunas consecuencias punitivas, en el Perú el racismo brota en cada acto y palabra tanto de la derecha como cierta progresía con total impunidad. Ya es hora de que el estado peruano tome medidas más efectivas para frenar el racismo y discriminación con políticas públicas sancionadoras, preventivas y de educación. Es necesario que se incorporen a las mujeres directamente impactadas en tomas de decisión dentro del gobierno. A su vez se deben fomentar discusiones nacionales y locales sobre cómo se puede incorporar en la esencia de las políticas públicas el tema de la desigualdad económica.

A nivel individual, no debemos callar cuando escuchamos o vemos una acción racista o discriminatoria. Debemos educarnos a nosotras mismas y confrontar nuestros propios prejuicios y privilegios, especialmente entre las mujeres llamadas feministas y pertenecientes a grupos progresistas. Cuando todas las mujeres comprendamos que cuando desmontemos el estatus social que mantiene a la mayoría de mujeres oprimidas racialmente y económicamente, entonces podremos hacer festejaciones juntas.

 

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patriarcado, Pedro Castillo, primera dama, Racismo

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