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“Creo que Rodríguez Mackay no cayó muy bien en Torre Tagle”

Óscar Vidarte Arévalo, magister en relaciones internacionales y experto en política exterior peruana, hace un balance del trabajo de la Cancillería en lo que va del gobierno de Castillo, repasando todos los temas sensibles y el reciente intercambio que derivó en la renuncia del ministro. Advierte que estamos proyectando al exterior una imagen “confusa” y “poco coherente”. Y sobre Rodríguez Mackay, dice que su designación como canciller fue “un terremoto de grado 7”.

Vamos a tener el quinto canciller en poco más de un año de gobierno. ¿Cómo afecta eso a la política exterior?

Creo que uno de los ámbitos donde se había mantenido cierta estabilidad era Cancillería. Esto, en comparación a lo que se puede ver en otros ministerios mucho más caóticos, con objetivos poco claros, y con personajes que generan tensión. Salvo aquel primer mes con Héctor Béjar al frente, que fue un inicio algo complejo. Luego de la salida de Béjar, mal que bien, hubo dos cancilleres, cada uno de medio año de duración, que supieron enfrentar las vicisitudes de la política exterior y, mal que bien, mantenían una misma línea. Se puso énfasis en los temas sociales –lo que se suele llamar ‘diplomacia social’– y la diplomacia descentralizada, en la importancia de las fronteras y, sobre todo, en el sostenimiento de la democracia en el Perú, algo que para el gobierno fue central en el primer año, las relaciones con Estados Unidos, con la OEA. Quitarle el componente marxista al gobierno del Castillo fue fundamental para el relacionamiento externo. 

Había cierta línea, sinuosa, pero línea al fin y al cabo. Por eso luego de la salida de César Landa se esperaba continuidad, dentro de lo que se puede esperar de un gobierno que parece no tener claros sus objetivos a corto y mediano plazo. Pero el nombramiento de Rodríguez Mackay fue un terremoto de grado 7. Él era la antítesis de todo esto: un personaje con forma y estilos muy particulares, y con una línea totalmente diferente. Lamentablemente, Cancillería no es ajeno a los problemas que se ven en otros sectores. Hace cinco semanas se veía que esto podía acabar mal, y los peores vaticinios acabaron cumpliéndose. Terminamos con un enfrentamiento innecesario con el presidente, que denota una gran fractura en la política exterior y que tiene impacto en la imagen, en cómo te ven afuera.

Una de las cosas más importantes en política exterior es mostrar coherencia. Puedes tener posiciones cuestionables, incluso, pero tienes que ser coherente. Eso es, por ejemplo, lo que se le cuestionaba a Donald Trump: que podías esperar de él cualquier cosa. La lectura desde el extranjero es que tenemos un canciller que dice que está de acuerdo con algo y un presidente y otros ministros que están de acuerdo con otra cosa. Uno no sabe a dónde va la política exterior.

La ‘estrategia del loco’ no le sienta bien al Perú…

Para nada. Una cosa es Donald Trump o Corea del Norte, que tienen como parte de su estrategia tener siempre en vilo al mundo, y otra es el Perú, un país pequeño que más bien lo que necesita es generar seguridades. Los empresarios, si quisieran venir al Perú, esperarían que este sea un país que muestre estabilidad. Así como el sector privado necesita eso, los estados que quieren cooperar con el Perú también. Quieren un Perú medianamente estable y que dé señales de tener claro lo que quiere. La estabilidad no solamente hay que pensarla en términos jurídicos, también en términos políticos.

Rodríguez Mackay se ha ido pateando un poco la mesa. La semana pasada dijo que él llegó para corregir “errores”. No parece muy diplomático eso.

No lo es, para nada. Pero cabe señalar que desde un inicio, cuando asumió el ministerio, ya hacía mucho énfasis en la necesidad de “recomponer” la política exterior. Y en sus columnas, y también de manera indirecta, era muy crítico con lo que se había hecho en el último año. Siempre tuvo ese discurso: él era el que llegaba a recomponer, casi que a salvar una política exterior que venía muy mal.

¿Y eso debe haber sentado muy mal en Torre Tagle?

Tengo la impresión de que el excanciller –aunque no estoy tan seguro de llamarlo así, porque aún no aceptan su renuncia– no cayó muy bien. Aunque siempre hay sectores dentro de Torre Tagle que son reacios a aceptar a civiles, personas ajenas a la institución. Se suele hacer mucha importancia de tener en el puesto de ministro a un diplomático, pero han habido muy buenas excepciones: personas que no vienen de la Academia Diplomática y han tenido un desarrollo muy importante dentro de Cancillería. Pero en el caso de Rodríguez Mackay no hubo mucha química desde el inicio. Por lo que ha escrito, por lo que él significa y por sus estilos y formas, que todos conocemos.

En una presentación que hizo el excanciller Maurtua ante el congreso, en septiembre de 2021, se señalaba que el Perú solo podía hacer valer sus intereses en la escena internacional mediante una política exterior “de principios”. Uno de esos principios era, justamente, el respeto al derecho a la autodeterminación de los pueblos. ¿Esa política de principios sigue vigente?

La política exterior peruana ha tenido una tradición muy fuerte en relación a algunos temas. No solo tiene que ver con el principio de autodeterminación; también con algo que para el Perú ha sido importante durante décadas: el apoyo a la causa de la descolonización. El Perú fue muy activo, en sus tiempos, y eso explica por qué un gobierno como el de Fernando Belaúnde, que no era de izquierda, fue el que reconoció a la República Árabe Saharaui como estado, luego del fallo de la Corte Internacional de Justicia de 1975. Y luego fue el gobierno de Alan García el que estableció relaciones diplomáticas, en 1986. 

Esto, al margen de ser un juego político de derechas e izquierdas, era parte de una política exterior que tenía –y creo que todavía tiene– una serie de principios claros. Partimos de la idea de que el problema de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) sigue siendo, hasta el día de hoy, un problema de descolonización inconclusa, uno de los pocos que quedan en el mundo. 

¿Y este es el mismo principio que aplica el Perú en otros casos de otros territorios, como las islas Malvinas?

Exactamente. Mi impresión es que el debate se ha llevado a un terreno de derecha versus izquierda. La izquierda abogando por la descolonización y la derecha mucho más pragmática, viendo con quién podemos hacer negocios, cuál es nuestro interés nacional, qué nos conviene más. Parte de la derecha nos dice que deberíamos olvidarnos de las Malvinas. Lo mismo pasa entre Marruecos y el Sahara Occidental.

¿Se está ‘politizando’ la política exterior?

Totalmente. Digamos que durante mucho tiempo la política exterior peruana se manejaba al margen de eso, salvo algunos temas que inevitablemente se politizan, como por ejemplo Chile. Pero uno se pone a pensar… ¿Por qué un tema como el restablecimiento de relaciones con la República Árabe Saharaui podría generar tan tremendo problema? Yo creo que es parte del debate que vemos a todo nivel. Cualquier tema, incluso temas tan lejanos y con tan poco impacto nacional, termina siendo parte de este debate político dominado por las posiciones extremas, que han sacado de la discusión a los sectores más moderados.

pedro castillo

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Dos tuits del presidente, emitidos el viernes pasado, le enmendaron la plana al ministro Rodríguez Mackay sobre dos temas que el canciller había puesto sobre la mesa: las relaciones con el Frente Polisario y la Convención Internacional sobre Derecho del Mar.

En el caso de la RASD, se agrega que hay señalamientos acerca de su supuesta filiación terrorista, y un lobby muy fuerte…

El tema de la filiación terrorista de la RASD es algo que ya se viene debatiendo hace mucho tiempo, veinte, treinta años. Lo que está detrás es que el Frente Polisario es una organización que en sus épocas estuvo alineada con la Unión Soviética, con una lectura marxista. 

¿Le parece un acierto del Perú mantener las relaciones diplomáticas con la RASD?

Yo creo que una política exterior debería construirse sobre bases sólidas, y tratar de construir una identidad, decir lo que el Perú quiere del mundo. El Perú es un país pequeño, que a lo largo de su historia se ha caracterizado por defender la soberanía, el principio de libre determinación y la descolonización. Son principios que deberíamos seguir defendiendo, porque forman parte de nuestra política exterior y de nuestra imagen internacional.

A propósito de la soberanía. ¿Por qué sostiene que para el Perú es conveniente suscribir la Convemar?

Técnicamente, ya estamos obligados a cumplir con la Convemar, porque en el proceso con Chile ante La Haya dijeron eso. No porque hayamos suscrito la convención, sino en tanto entendemos la Convemar como una costumbre internacional. Y la Corte, en su fallo, reconoce ello. 

¿El fallo de La Haya se dio en el marco de la que establece la Convemar?

Exactamente. Y esa es una de las razones por la cual sostenemos que la Convemar nos favorece. Sin eso, no hubiéramos podido argumentar sobre la importancia de la línea equidistante que la corte finalmente utilizó para establecer el límite marítimo. Hemos utilizado la Convemar favorablemente para nuestros intereses. 

¿Entonces, por qué no firmamos? ¿Por qué el Perú es uno de los pocos países que no suscribe la convención aún?

Poquísimos países [a la fecha, 168 países han suscrito la Convemar]. Regresamos a lo que veníamos hablando antes. Desde la década de 1980 este tema se politizó. Y resulta irónico, porque el Perú participó activamente en este tema, y cosas como las 200 millas en Convemar son gracias a nuestro papel, con diplomáticos destacados como Enrique García Sayán o Alberto Ulloa, que participaron de manera fundamental en el proceso que dio origen a la convención. Lamentablemente, el tema se politizó. La idea de las 200 millas de mar territorial caló bastante entre las décadas de 1960 y 1970 y ahora, cuando alguien sugiere la posibilidad de suscribir la convención lo tildan hasta de traidor a la patria. A ese nivel hemos llegado. Se habla de que estaríamos regalando ‘territorio’, cuando en el mundo nadie reconoce eso y, más bien, estamos desprotegidos.

Ahora bien, pese a todo lo que he dicho, creo que hay momentos. Es evidente que en el Parlamento peruano hay una agenda nacionalista muy fuerte. Basta mirar el plan de gobierno de Perú Libre, contrario a la Convemar. Y hay un sector de la ‘DBA’ que también es contrario. Es evidente que no era un buen momento, políticamente hablando. Más allá de la oposición en el Congreso, dudo que el gobierno quiera abrir otra ventana de enfrentamiento. 

Por eso me queda la duda de si eso que habló el canciller sobre este tema fue coordinado. No te puedes lanzar a la piscina, porque crees que Convemar es lo mejor para el país. Esto debería partir de una conversación con el presidente y de un liderazgo de parte del gobierno. Eso denota una fractura y falta de liderazgo de parte del presidente. Y también, desconocimiento por parte del canciller de cómo deben manejarse estos temas.

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Miguel Rodríguez Mackay juró como ministro de Relaciones Exteriores el 5 de agosto de 2022. Presentó su renuncia el 9 de septiembre. (Foto: Presidencia)

¿Cuáles deberían ser las prioridades de la política exterior peruana en este momento?

Podría mencionar una agenda progresista en política exterior, cosas que creo que se deberían hacer, pero el momento no es el adecuado. Considerando las circunstancias, creo que el Perú debe impulsar una agenda de cooperación regional. Vimos lo de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) hace dos semanas, pero me pareció más discursivo que real.

¿Es realista proponer –como hizo el presidente Castillo– que Chile y Venezuela se integren a la CAN?

No es real. Y tampoco lo es creer que con eso se fortalecería la CAN, porque sus problemas son más profundos. Por ejemplo, algo que escuché en las sesiones que se dieron en esos días era que se repetía mucho la idea de hacer “reingeniería” de la CAN. Eso ya lo escuché en 2019 –cuando se reunieron por los 50 años–, en 2014, y varias veces más. Los problemas de fondo de CAN, ni se mencionaron: el mercado común fallido, los problemas institucionales. 

Yo creo que el Perú debería impulsar la integración regional. Claro, somos un país pequeño, no tenemos grandes liderazgos y hay dificultades internas. Tienes un gobierno tan cuestionado internamente, con debilidades, cuestionado a nivel judicial, con procesos de vacancia, con un presidente al que ni siquiera dejan salir del país… vamos a ver si el Congreso le da autorización para que asista a la asamblea general de Naciones Unidas. ¿Qué puedes hacer de política exterior en una situación así? Es muy difícil. Pero tendríamos de alguna manera que aprovechar el ‘cuarto de hora’ que tenemos, con una Alianza del Pacífico en la que tenemos cuatro gobiernos “de izquierda”, afines. También podríamos aprovechar el ‘cuarto de hora’ de la CAN.

¿La Alianza del Pacífico sigue siendo útil?

Yo creo que sí, desde que implica una red comercial entre los cuatro países [Perú, Chile, Colombia, México] y vinculación con el Asia-Pacífico. Y la Alianza del Pacífico, pese a que en los últimos años no ha tenido muchos avances, tiene cierto nombre y reconocimiento internacional. Habría que aprovechar este momento para ir más allá y pensar en lo que la Alianza del Pacífico se planteó en un inicio: la integración profunda. 

El Perú asumirá la presidencia pro-témpore de la Alianza del Pacífico el próximo año, por lo que coincidirá con la presidencia pro-témpore que acabamos de asumir en la CAN. Sería un buen momento para que Cancillería desarrolle un impulso en estos espacios, que son vitales para nuestros intereses.

¿Qué imagen está proyectando actualmente el Perú en cuanto a política exterior?

Una imagen bastante confusa, de una política exterior poco coherente, poco predecible. Estoy seguro que se ve con mucha preocupación a un gobierno que dice “estoy a favor de firmar el acuerdo de Escazú” y luego a su canciller diciendo “estoy en contra de Escazú”. 

¿Cómo se entiende que Rodríguez Mackay esté de acuerdo con “ceder soberanía” en el caso de Convemar y no esté de acuerdo con lo mismo en el caso de Escazú? 

Lo que pasa es que la discusión se ha planteado en esos términos, y no debería. En Convemar no se cede soberanía, porque la tesis de las 200 millas [de mar territorial] ya no existe, era parte del antiguo derecho del mar, y no del nuevo. Nadie más lo reconoce. Y tampoco en el caso de Escazú se estaría cediendo soberanía. Es nefasto plantear el debate en esos términos. 

Lo de Escazú es lamentable: en el transcurso de dos semanas tanto el ministerio de Justicia como el Minam prácticamente desdijeron al canciller. Y este se cerró, e insistió en que su posición representaba al Estado peruano. ¿Y el presidente Castillo? ¿Dónde estaba? En un momento pareció que se había comprometido con Escazú.

¿En situaciones como esta, qué papel debería jugar el Congreso?

En el Perú, los congresos no han tenido históricamente un papel muy fuerte en política exterior. El Congreso participa poco en el diseño de las políticas. Pero en estas circunstancias, estamos viendo como desde el parlamento se están utilizando todas sus herramientas, empezando por la comisión de relaciones exteriores, para cuestionar al gobierno.

Al inicio de este gobierno se temía un acercamiento a Venezuela, pero este no se ha dado, a pesar de que Maduro le ha tirado algunas flores a Pedro Castillo. ¿Le ha sorprendido eso?

El gobierno ha intentado mantener relaciones con todos los frentes. Ha tratado de quitarse el sello de marxista y chavista. Se ha reunido con todos: con Estados Unidos, con México, con Bolsonaro en Brasil, con Guillermo Lasso. Puntualmente, el Perú trató de mantener un papel activo en la crisis venezolana. Incluso se propuso como sede alterna a México para las negociaciones entre el gobierno venezolano y la oposición. Se mostró muy interesado en tener un papel en ese escenario de negociación. Pero todo eso se ha detenido, para bien y para mal. Para bien en el sentido de que no hemos tenido una relación muy cercana con Venezuela; y para mal porque el Perú dijo que quería tener una política más activa al respecto, quizás recuperar el liderazgo en su momento, en el grupo de Lima.

¿El grupo de Lima todavía existe?

Ahora mismo no tiene ninguna relevancia, casi podría decirse que no existe. En la medida de que se trata de un foro informal, no institucional, si los participantes no se reúnen, no existe. Y hace tiempo que no hay reuniones. Eso no es solo culpa del Perú, aunque sí se puede decir que quizás nos faltó hacer más pedagogía. Incluso desde Estados Unidos ha habido críticas muy severas al Grupo de Lima. No ha cumplido su labor, y al final terminó perdiendo legitimidad y fracturándose.

Otro tema sensible es la protección de los peruanos en el extranjero. ¿Cómo calificas la actuación del Ministerio de Relaciones Exteriores en caso de Rodrigo, el connacional que fue detenido en Indonesia y terminó muerto?

Fue muy mala. Quedó evidenciado en el primer comunicado que sacaron: poco empático, frío y prácticamente no hacía referencia a la muerte de un connacional en circunstancias muy extrañas. Además, asumió por completo la versión oficial de las autoridades indonesias. No hubo intento de investigación, de ver qué hubo detrás, y eso denota grandes vacíos y falencias a nivel consular. Luego se intentó corregir, pero no dudo de que haya sido una de las razones, una de las tantas rayas al tigre que derivaron en la salida del canciller. 

El viraje hacia la izquierda que se está dando en los gobiernos de toda la región, y que posiblemente se dé también en Brasil [con un eventual triunfo de Lula]… ¿Cómo crees que va a influir en la región y su manera de relacionarse con el resto del mundo?

Cuando se habla de este ‘viraje’, que creo que efectivamente se está dando, se le compara con el viraje que se dio a inicios de este ciclo, la ‘ola rosada’. Este, además, parece que va a ser más profundo, porque se está abarcando más países, como Chile e incluso el Perú. Pero ahora las circunstancias del mundo y de la región son distintas. La ‘ola rosada’ de hace 20 años se dio a partir de un boom del precio de los commodities y de la demanda de China por nuestros productos. Los gobiernos de izquierda de entonces se subieron a una ola de bonanza económica que les permitió aplicar políticas redistributivas, presencia del Estado y mucha inversión pública. Ahora será distinto.

Ahora, tendremos una izquierda sin plata.

Así es, y por eso los resultados que estamos viendo, por ejemplo, en Chile, donde Gabriel Boric rápidamente se está desinflando. En pocos meses estamos viendo ya protestas allí, y un gobierno cuya popularidad está cayendo. Probablemente pase algo parecido con Petro en Colombia. Le va resultar difícil a estos gobiernos satisfacer las demandas que explican su llegada al poder, demandas que nacieron en la calle y en protestas que tomaron años. Y ahora estamos saliendo de una pandemia horrible, con economía que no van a levantar, con crisis logística, energética, alimentaria… Yo creo que las demandas del corto plazo van a terminar agobiando a estos gobiernos que buscan reformas estructurales.

¿Qué piensa que sería lo mejor que le puede pasar al Ministerio de Relaciones Exteriores, luego de la salida de Rodríguez Mackay?

No sería mala idea que alguien de la casa asuma el liderazgo, para bajar el sinsabor que ha dejado este lapsus, que duró un mes. Creo que hay buenos cuadros, jóvenes, que han cumplido papeles importantes en los últimos años. Eso daría cierto respiro. Cancillería no es un ministerio al que le guste estar en el centro del escarnio público. Y ahí han estado estas semanas. O, en todo caso, si se nombra a una persona ajena a Cancillería, que trate de seguir con lo que se ha venido haciendo. Que conozca el funcionamiento del ministerio y que sepa como funciona la política exterior. Uno no puede mandarse a hablar de Convemar así nomás, por más que estés de acuerdo. Una cosa es lo que piensas como académico y otra lo que tienes que hacer como político. Se debe conocer un poco más las artes de la política exterior.

**Fotoportada por Darlen Leonardo

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análisis político, Cancillería, Gobierno, Pedro Castillo, Rodriguez Mackay

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