¿Quién va a ser el próximo presidente del Perú? Todo peruano sabe que dar una respuesta certera a esa pregunta es complicado. La mayoría de analistas suele advertir algo irrefutable: en este país puede pasar cualquier cosa. Y esa afirmación es cierta, sobre todo, en una elección tan volátil como la actual, donde ninguna candidatura termina de cuajar y varios posibles ganadores coquetean con el margen de error. Sin embargo, sí se pueden hacer proyecciones informadas. Es muy probable, por ejemplo, que el ganador de las próximas elecciones ya esté entre los cinco primeros puestos de las encuestas. Ha sido así en todas las campañas presidenciales de este milenio, contando cinco meses antes de la primera vuelta.
Lo mismo ocurre con la intención de voto: desde 1995, el presidente electo siempre ha tenido más de 4% en noviembre del año pre-electoral, midiendo el consenso de las encuestadoras. En 1990 ocurrió algo rarísimo: Alberto Fujimori le ganó la carrera a Vargas Llosa empujando desde atrás. Pero se trató de una excepción. Y el refrán popular dice que las excepciones son las que confirman las reglas.
¿Qué candidatos están en ese afortunado ‘pelotón de los cinco a cinco meses’? George Forsyth (16%), Julio Guzmán (7%), Daniel Urresti (6%), Verónika Mendoza (6%) y Keiko Fujimori (5%), según el sondeo de Ipsos de noviembre, realizado de forma presencial justo después de las protestas de ese mes. Luego, hay un candidato que podría empujar por los palos: Hernando de Soto, que apareció sexto en dicho sondeo, con 4%, y hoy está segundo en la medición de Datum de diciembre, con 5%. Su ascenso podría estar influenciado, en parte, por la indecisión: 58% de los electores aún no tiene preferencia definida, dice Datum. De entre esos cuatro hombres y dos mujeres saldría –si la tendencia de más de dos décadas se mantiene– el presidente del Bicentenario. Yonhy Lescano (3%) y César Acuña (3%), según Ipsos, quedan marginados por la estadística.
Se puede cernir aún más ese ‘menjunje’ electoral. Forsyth lidera la intención de voto desde abril, pero difícilmente pueda ganar. El consenso de tres analistas consultados por Sudaca es que seguirá desinflándose. Keiko Fujimori, por su parte, tendrá que remontar un antivoto gigantesco, mayor incluso al de su última derrota. El techo de De Soto, que estaría robándole puntos a la candidata naranja, es bajo. El horizonte parece brillar, entonces, solo para tres candidatos.
Hacer ‘futurología’ política en el Perú es un ejercicio aventurado, y este medio está dispuesto a someter sus afirmaciones al filtro de la realidad cuando haya calentado la campaña. Hasta entonces, este análisis pretende resumir –en corto y sencillo– qué fuerzas definirán la carrera presidencial del 2021. En días de alta incertidumbre, es oportuno ir aclarando un poco el panorama.
Forsyth y el maldito primer lugar
Una tendencia (otra) que se ha mantenido, sólida, desde el 2006 es que quienes ocupan el primer lugar a seis meses de las elecciones nunca ganan. Le pasó a Lourdes Flores en la contienda de ese año y a Luis Castañeda en la siguiente. Ninguno pasó, siquiera, a la segunda vuelta. En noviembre del 2015, las encuestas le daban el primer lugar a Keiko Fujimori. Ella ocupó ese puesto en la votación de abril del año siguiente, pero perdió en el ballotage.
Según Ipsos, Forsyth ha caído de 23% a 16% entre setiembre y noviembre. Según Datum, de 20% a 10% entre octubre y diciembre. Su inclinación hacia abajo es clara y no se debe solo a la ‘maldición’ de aparecer primero en los sondeos. Es, más bien, la consecuencia natural de ser un candidato sin mucho que mostrar. “Es un envase vacío”, dice el politólogo José Alejandro Godoy. Y asegura que hay un consenso entre sus colegas: será muy difícil que se mantenga arriba hasta el 11 de abril.
Para Mauricio Saravia, gerente de la consultora InTarget, con más de 15 años interpretando estudios de opinión, la tibieza de Forsyth para definirse políticamente lo convierte en una incógnita sin muchas posibilidades. “No es ni siquiera un candidato viable”, coincide el politólogo Mauricio Zavaleta.
Al frente de la Municipalidad de La Victoria, el exarquero de Alianza Lima ha construido su endeble imagen política sobre el mediático (y supuesto) ordenamiento de Gamarra. Pero importantes empresarios del emporio, que conversaron con Sudaca indignados por su primer lugar en las encuestas, cuestionaron que su gestión haya logrado avances concretos y aseguraron que no lo apoyan. Zavaleta completa la idea: la debilidad del candidato hace imposible que imponga un discurso de ley y orden.
Si todo eso no fuera suficiente, hay otras dos cosas que nunca ocurren. La primera es que los exalcaldes no llegan al Palacio de Gobierno. Bedoya, Barrantes, Belmont, Andrade y Castañeda: todos gobernaron Lima y luego perdieron la presidencial. Y el capital electoral de Forsyth es más pequeño: un distrito, donde obtuvo apenas 40.654 votos. Lo otro es que, desde 1995, los ganadores han tenido experiencia previa en elecciones presidenciales. Él es debutante.
La ya improbable revancha de Keiko
En el caso de Fujimori, la historia reciente debió haberle jugado a favor. Por casi quince años, el nuevo presidente había perdido la segunda vuelta de la elección anterior. Le pasó a Alejandro Toledo en el 2001, a Alan García en el 2006 y a Ollanta Humala en el 2011. Pero Keiko rompió esa racha en el 2016. Hace cinco años se convirtió en la primera y única candidata del siglo en perder la segunda vuelta dos veces consecutivas.
¿Podrá desquitarse ahora? El pronóstico de Sudaca que su mejor oportunidad ya pasó. ¿Por qué? La respuesta está en el antivoto. En los más de tres años que dominó el Congreso, el fujimorismo consolidó a su principal enemigo: el grupo de peruanos que aseguran que no le votarían jamás. Ello, en lugar de afirmarse como opción electoral viable.
Para Saravia, aunque no está escrito en piedra, el antivoto es poderoso y puede marcar un punto de no retorno. El porcentaje de electores que dice de ninguna manera votaría por Fujimori es de 63%, según Datum en diciembre. Esta es una cifra mayor que la de la última elección, en la que fue derrotada precisamente por el antifujimorismo. En enero del 2016, el antivoto de Fujimori era de 39%, según GfK.
El único registro reciente de un candidato sobreponiéndose a una mochila de esa magnitud es Alan García en el 2006, cuando empezó la elección con 62% de rechazo. Sin embargo, en el caso de Fujimori la cifra también marca una diferencia larga respecto a sus competidores. Keiko es la candidata con más antivoto por lejos. Los que la siguen, Ollanta Humala y César Acuña, tienen 48% y 47%, respectivamente.
La otra cara del antivoto es el voto duro, un concepto que se ha convertido en una suerte de leit motiv cuando se analiza electoralmente al fujimorismo. Godoy, sin embargo, asegura que la lealtad fujimorista ronda el porcentaje que obtuvo Martha Chávez en el 2006: 7%. Fue la única vez que se presentaron sin un candidato de apellido Fujimori. En un escenario disperso como el actual, una base de entre cinco y siete puntos sería un gran comienzo para cualquiera. Pero no basta si debes remontar un antivoto de casi la mitad del país.
Según Ipsos, el respaldo de Fujimori está concentrado entre los mayores de 43 años. Sudaca ha podido constatar en sus incursiones a la Escuela Naranja la añoranza con la que algunos peruanos recuerdan el gobierno de Alberto Fujimori. El voto duro sí existe. Sin embargo, Zavaleta también calcula que el fujimorismo puede crecer sólo hasta alrededor de 12% debido a sus errores estratégicos de los últimos años. “La actuación política de Keiko ella la ha dilapidado”, cierra Godoy.
Fuerza Popular (FP) pinta, entonces, más como un partido de nicho. Podría aspirar a tener representación parlamentaria antes que pasar a la segunda vuelta. Todo esto depende de que se desestime la solicitud del fiscal Domingo Pérez para suspenderla. Si el pedido es aceptado por el Poder Judicial, los naranjas no podrán participar en la contienda
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El problema de ya ‘ser gobierno’
Han pasado más de cuatro años desde que Julio Guzmán postuló con Todos Por el Perú y fue retirado por problemas con su inscripción. Se dedicó, entonces, a formar el Partido Morado. Para Godoy, haber ganado ampliamente las internas legitima su liderazgo. De 3% en julio a 7% en octubre, además, Guzmán viene subiendo. De acuerdo a Ipsos, su intención de voto en el NSE A llega a 11%, una cifra bastante más alta que la que tiene en otros segmentos. También es más respaldado entre los jóvenes hasta 25 años. Tras consolidarse en ambos grupos, tendrá que buscar crecer en los demás.
La ruta es parecida a la que tomó Pedro Pablo Kuczynski (PPK) en las últimas elecciones. No es coincidencia que en estos años el Partido Morado haya involucrado a políticos que antes apoyaron al expresidente, como Gino Costa y Alberto De Belaúnde. Con figuras como esas, además, la candidatura morada puede posicionarse entre los votantes liberales. Aparece hoy como la alternativa más viable para congregar las simpatías del ala más sensata de ese sector.
Zavaleta cree que Guzmán tiene grandes posibilidades de llegar a la segunda vuelta. Las protestas de noviembre –dice– consolidarán el respaldo que ya tenía. “Guzmán ha salido ganando en este contexto, básicamente por tomar una posición adecuada: oponerse a la vacancia”, comenta. Los accidentes de su vida privada, sin embargo, han afectado su credibilidad y su confianza. “Guzmán estaba más entero en las elecciones pasadas”, sostiene Saravia.
Pero el mayor riesgo político de Guzmán –aunque sea paradójico– está en Palacio de Gobierno, a donde su partido llegó antes que él. Para Godoy, sus oponentes van a hacerlo cargar, sí o sí, con el pasivo del gobierno de Francisco Sagasti. Saravia coincide: el Partido Morado puede perjudicarse mucho si da la sensación de ser ineficiente en el poder.
Sagasti puede terminar siendo un búmeran y, aparentemente, los morados lo saben. Esa sería una de las razones por las cuales insisten tanto en la independencia partidaria de Sagasti al mando del Ejecutivo. La distancia que puedan marcar va a ser fundamental para definir el destino de Guzmán en las urnas.
La mejor oportunidad de Mendoza
Las movilizaciones ciudadanas de noviembre no tuvieron liderazgos políticos claros, pero eso no impidió que Humala, Guzmán y Mendoza se sumen al espíritu de la calle. Para Saravia, son los dos últimos los que se han beneficiado. Las encuestas respaldan la hipótesis. Inmediatamente después de las movilizaciones, Guzmán subió al segundo lugar, con 7%, y Mendoza al tercero, con 6%, para Ipsos
Pero la candidata de Juntos por el Perú tiene un ingrediente particular. En el libro ‘El mal menor’, Carlos Meléndez sostiene que la política peruana está marcada por una dicotomía pro y anti establishment. Hoy, la mayoría de candidatos con alguna posibilidad tienen una clara membresía en el primero de esos grupos. Fujimori y De Soto son evidentes ejemplos. El Partido Morado también, sobre todo ahora que está en el gobierno. El caso de Urresti es más cuestionable: para Zavaleta, Podemos Perú tiene propuestas redistributivas, aunque no sean de izquierda.
En ese espectro, una sola candidata evidencia una definitiva posición anti establishment: Verónika Mendoza. En el texto ‘¿Por qué no se construyen partidos en el Perú?’, Zavaleta y Steven Levitsky indican que hay un alineamiento neoliberal en la oferta política peruana, lo que impide la diferenciación. Y aquí Mendoza es quien se distingue del resto con mayor claridad.
Zavaleta sostiene que la candidata de izquierda podría sacar ventaja al diferenciarse de un conjunto de partidos de derecha. Y agrega que utilizar una agenda más radical le permitiría fortalecer su base. La derecha, sea conservadora, liberal o popular, sigue teniendo muchos puntos en común. Hay, sin embargo, una salvedad: candidatos como Humala o Lescano podrían restarle votos si se ubican en posiciones de centro izquierda. Ese fraccionamiento es el que definirá si Mendoza supera el 18.7% que, en el 2016, no le alcanzó para llegar a la segunda vuelta.
La imagen autoritaria de Urresti
“Un amplio sector del electorado, especialmente de los estratos populares, quisiera votar por un candidato que fuera autoritario y democrático a la vez”, indica el perfil del candidato ideal definido por Alfredo Torres en el libro ‘Opinión pública 1921-2021’. Los postulantes que compiten en contiendas democráticas pero han construido un perfil de mano dura tienen ventaja.
Zavaleta explica que la creciente delincuencia genera una demanda clara por un discurso enfocado en la seguridad ciudadana. Urresti tiene pasado militar, ha sido ministro del Interior y gerente de seguridad ciudadana de Los Olivos. Ya ha explotado el discurso ‘ley y orden’ en la campaña municipal del 2018, en la que obtuvo más de un millón de votos, y en las elecciones congresales de este año, en las que fue el candidato más votado. Ambas campañas fueron en Lima Metropolitana, donde la victimización (el porcentaje de personas que ha padecido algún delito) subió más de 7 puntos entre el 2018 y el 2020. Los delitos con arma de fuego (los más violentos) aumentaron más de 4 puntos en el mismo periodo, según el INEI.
Pero la popularidad en Lima y Callao no basta para llegar a la segunda vuelta. Por eso, Urresti tiene otro terreno fértil para posicionarse: el sólido norte. Según Ipsos a noviembre, esa es la región en la que tiene más intención de voto fuera de la capital, con 7%. No es casualidad que, en el boletín de seguridad ciudadana del INEI a agosto, el departamento con mayor incremento de víctimas de la delincuencia en el último año sea Lambayeque.
Para seguir creciendo en base al mismo discurso, Urresti también podría concentrarse en la sierra centro-sur. Según los datos del INEI, Puno, Junín y Cusco son los departamentos con mayor índice de victimización en el último año, mientras que Arequipa registró la más alta percepción de inseguridad después del Callao. En Ica, la respuesta de algunos sectores a la protesta de trabajadores agroindustriales también podría ser el discurso autoritario.
La diferencia entre victimización y percepción de inseguridad es altamente favorable para el candidato de la familia Luna. El promedio nacional de percepción de inseguridad es de 81%, cuando la victimización llega solo a 23%. Un país con miedo tiende a buscar liderazgos como el suyo.
Esta, sin embargo, no es una receta infalible. Varias cosas podrían debilitar el discurso de la mano dura: los excesos policiales de las últimas semanas y el juicio –aunque sea por autoría mediata– del Caso Bustíos. Para Godoy, las muertes de Inti y Bryan han marcado un punto de inflexión en la teoría del discurso autoritario. Los próximos meses revelarán cuánto, pero ya podríamos estar viendo una foto preliminar: en Datum de diciembre, Urresti aparece séptimo con apenas 3%. Aunque como el margen de error es 2,8%, todavía entra cómodamente en el pelotón de los cinco.
El concolón con techo
El candidato que empuja por los palos es Hernando De Soto. Con el acorralamiento político de las fuerzas conservadoras, tras su participación en bloque en el breve gobierno de Manuel Merino, él estaría beneficiándose de tomar el liderazgo de ese sector. ¿Por qué? Porque Fujimori carga una mochila muy pesada y la candidatura (casi cívico-religiosa) de Rafael López Aliaga no terminar de pegar. De Soto ha crecido, por ejemplo, tras retar a Mendoza a un debate sobre la nueva Constitución.
“Dentro de las candidaturas conservadoras es la que tiene cierta consistencia”, apunta Godoy. Aunque ese bolsón electoral podría seguir siendo explotado, lo conmina a un techo bajo. De Soto es un representante del liberalismo económico, pero no logra identificarse con posturas sociales de ese tipo. Eso implica un perfil ya conocido: un hombre blanco querido entre los votantes mayores y adinerados, pero que tiene declaraciones desatinadas y es fácilmente caricaturizable por los jóvenes.
Difícilmente su candidatura pegará entre el imprescindible electorado juvenil. Según Ipsos, al 2019, el 40% de la población peruana ya sería millennial o centennial. “De Soto puede convocar al fujimorismo y al ‘lopezaliaguismo’ pero no al moradismo”, resume Saravia. Entre las opciones de derecha más liberales –asegura– Guzmán y Forsyth “lo harán puré”.
Luego, también tiene el techo de la clase acomodada: su respaldo, según Datum, va de 11% en el NSE A/B a apenas 1% en el mucho más masivo D/E. “De Soto es un candidato para San Isidro y Miraflores que se ve amenazado por una nueva Constitución”, sentencia Godoy. Su mérito estará en seguir acumulando votos de sectores debilitados, como el que le votaba al PPC: limeños, mayores y con dinero. El pronóstico de Sudaca es que no le alcanzará.
Hay otros tres candidatos que podrían colarse en este pelotón de arriba. No dejaría de ser una sorpresa, pero vale la pena nombrarlos: César Acuña, cuya ventaja es que tiene los recursos de su conglomerado educativo-empresarial; Yonhy Lescano, que ha subido a 4%, según Datum, al representar en soledad a Acción Popular; y Ollanta Humala, que podría aprovechar su experiencia para armar un discurso de estabilidad y redistribución. Es probable que, aunque no lleguen a la presidencia, sus partidos sí logren pasar la valla electoral. Lo mismo Somos Perú, arrastrado por Martín Vizcarra. Para el resto, buena suerte.
Es, ciertamente, muy complicado hacer un pronóstico electoral certero cuando ni el verano ni la campaña han calentado todavía. La política peruana ha demostrado que, a veces, solo resiste los análisis ex post. Pero esta es una de las elecciones más importantes de nuestra historia y merece analizarse así: en detalle y desde ahora.