Más allá del balance contable que se haga respecto del acatamiento del paro o la magnitud de las marchas, lo cierto es que la protesta convocada hoy contra el gobierno posee una tremenda potencia política.

Rompe el dique de contención que inexplicablemente nos mostraba un país silente y sumiso frente a las tropelías de un Ejecutivo y un Congreso que no cesan en demoler la separación de poderes y el orden institucional democrático, pero que -y ese es el motivo de la protesta- no acompañaba su diligencia destructora en acciones efectivas contra los problemas reales que aquejan a los ciudadanos, como la inseguridad ciudadana y la corrupción.

Y es el punto de partida de una serie de protestas ya convocadas, entre ellas una que amenaza con ser contundente como es la huelga general indefinida del Sutep, y que podría significar un parteaguas político en el país.

Llamaba la atención que un Ejecutivo y un Congreso con tasas de desaprobación históricas no merecieran agitación callejera. Pues ya empezó y de ahora en adelante solo cabe esperar una espiral de crecimiento de la protesta. Enhorabuena, ante la apatía de la clase política opositora o los gremios formales más reconocidos.

Si no es el Congreso -cuestión casi imposible de que ocurra- solo la calle puede tumbarse a este régimen. Y ojalá crezca la protesta al punto de lograr la vacancia o renuncia presidencial y el adelanto de elecciones. El daño que le está produciendo al país la alianza ladina del Ejecutivo y el Legislativo es inmenso y va a tener un impacto electoral gigantesco si no se hace nada o no se le pone coto.

Es más, no importa si no se logra el objetivo (cabe mencionar que no es parte de la plataforma de hoy que se vayan todos); ya es bastante que la ciudadanía se movilice espontáneamente y exprese políticamente su malestar respecto del statu quo. Le hace bien al país, a la sociedad, a la democracia, al devenir electoral. La calle hace lo correcto en pronunciarse por fin respecto de un régimen mediocre, inoperante y antidemocrático.

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Según las encuestas, la mayoría de ciudadanos se autoidentifica de centro. Me parece, sin embargo, una definición engañosa, porque puede no decir nada, es decir no reflejar una postura ideológica alejada de las posiciones de derecha e izquierda tradicionales, sino simplemente esconder una indefinición.

En cualquier caso, hay un listado de personajes que habitan ese espacio y que, al parecer, pretenden tener protagonismo en estas elecciones, yendo a contrapelo de la polarización que parece que va a primar en la contienda, en beneficio de las posturas más definidas de derecha o izquierda.

Se puede mencionar entre sus inquilinos, a Jorge Nieto, Marianella Ledesma, Alfredo Barnechea, Francisco Sagasti, César Acuña, Martín Vizcarra, Flor Pablo, Marisol Pérez Tello, Mesías Guevara y Susel Paredes, entre otros tantos que todavía están por aparecer en el firmamento.

La verdad es que la segmentación ideológica es arbitraria y difusa, porque bien podrían distinguirse en la lista personajes más cercanos a la izquierda que a la derecha y a la inversa, que mejor harían en sumarse al esfuerzo que desde algunos sectores ya se están haciendo para aglutinar proyectos.

Salvo César Acuña, quien, aunque quiera, no va a encontrar nadie que quiera aliarse con él (salvo que sea Podemos o algún estropajo partidario de ese rango), o Martín Vizcarra, quien carga encima suyo severos cuestionamientos de corrupción que lo hacen inalienable (aunque sea, en los hechos, quien más posibilidades tendría si logra levantar la inhabilitación que pesa contra él), el resto es perfectamente sumable a una alianza más amplia.

Lo perjudicial es que de mantenerse en pie sus candidaturas sumarán aún más a la fragmentación del espectro que va del centro a la derecha. Casi todos los mencionados, por no decir todos, sostienen posturas ideológicas que no difieren mucho de las que proponen, por ejemplo, los candidatos de Libertad Popular o del PPC.

Por ello, igual que decimos respecto de la centroderecha, de este sector debemos decir lo mismo. La tugurización electoral solo va a beneficiar a Fuerza Popular y a la izquierda radical, y acrecienta el peligro de tener que definir una segunda vuelta entre Antauro Humala y Keiko Fujimori.

Solo el narcisismo exacerbado de sus protagonistas explica la inutilidad bajo la que se conducen hasta ahora los esfuerzos tímidos para producir un gran frente de centroderecha, que sea capaz de pasar a la segunda vuelta y allí derrotar o a Keiko Fujimori o al representante de la izquierda radical que termine por descollar.

El “síndrome Castillo” se ha apoderado de las mentes de sus líderes, que creen que la ruleta política, el sube y baja habitual de los tramos finales de las elecciones en el Perú hará que a alguno de ellos le sonría la fortuna y logre el triunfo anhelado (se recuerda que una semana antes de la primera vuelta, quien pasaba a la segunda vuelta por la izquierda no era Castillo sino Lescano).

En ese trance, resulta casi imposible hallar una salida, porque nadie quiere dar su brazo a torcer o si lo hace es imponiendo condiciones máximas, como asegurarse para sí la candidatura presidencial, cuestión que, obviamente, el resto no acepta planteada tan arbitrariamente.

Dificulta el proceso el hecho de que se agregue un punto porcentual de la votación por cada agrupación aliada, a las alianzas electorales, para que sus integrantes no pierdan la inscripción. Ello debería ser modificado por el Congreso y,además, permitir eventualmente que haya alianzas congresales y no presidenciales, que podría ayudar a evitar esta disputa de egos (al final las elecciones en primera vuelta serían una suerte de primarias presidenciales).

Es de vida o muerte que el Perú no se conduzca al escenario final de una disputa entre Antauro Humala y Keiko Fujimori (y tener, de mi lado, que volver a votar por Fuerza Popular ante la alternativa del desastre mayúsculo y desquiciado del etnocacerismo). Una opción así no asegurará que el quinquenio que se estrene el 2026 sea uno de refundación liberal y republicana, que con tanta urgencia necesitamos como país bicentenario.

 

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Antauro Humala, derecha peruana, Keiko Fujimori

No basta ser empresario para ser liberal. Comprender cómo funciona la economía puede generar también hábitos mercantilistas, es decir la búsqueda de privilegios estatales que distorsionen la libre competencia.

De ello hemos tenido en abundancia en los últimos lustros -recuérdese la enorme resistencia a las reformas liberalizadoras de los 90 por parte de los principales gremios empresariales del país-, aunque debe reconocerse que en el empresariado formal es una práctica cada vez menos extendida (salvo, por supuesto, en empresas corruptas que rompen la libre competencia al amañarla tramposamente).

El problema que se aprecia en el país es que un sector significativo del nuevo empresariado, el que surge del mundo informal, arrastra consigo una serie de mañanas mercantilistas tremendas. Hay un nuevo mercantilismo: el de las economías informales/ilegales que tienen mucha más influencia en las autoridades (por las buenas o las malas) que el empresariado formal. Véase las prórrogas al Reinfo (y lo difícil que le resultan a las mineras formales obtener sus permisos: años!!); mírese cómo patalean las desarrolladoras formales en todos los distritos (son chantajeadas por alcaldes) versus lo que ocurre en invasiones en la periferia que luego son legalizadas; atiéndase el caso de las universidades truchas o el de los transportistas informales que consiguen hasta apoyo legislativo a sus respectivos quehaceres.

No es casual que ese sector empresarial, en lugar de inclinarse políticamente por la derecha, como uno naturalmente tendería a pensar, dada su condición de empresarios privados, haya terminado apoyando a Pedro Castillo el 2021 y financiado inclusive la asonada de fines del 2022 y comienzos del 2023 luego de la caída del funesto Atila chotano. Castillo les ofrecía las prebendas que el sistema formal no les abría.

Es un problema grande porque lo que normalmente sucede es que esos empresarios informales a la postre terminan formalizándose ya que sus escalas les impiden seguir siendo informales, pero traen consigo un equipaje ideológico que no ayuda a que el sector empresarial sea un motor liberal, sino que resucitan viejas prácticas mañosas y destructivas de cualquier economía de mercado. Un problema más a atender de los tantos que ya tiene nuestro atribulado país.

Ojalá mejore un poco la situación económica en el 2025, como ha previsto Julio Velarde, presidente del BCR, y ello genere, a su vez, una relativa sensación de mejora o mayor bienestar en las empobrecidas clases populares peruanas.

Tal circunstancia podría amenguar en algo la irritación popular masiva y omnipresente que siente la plebe en el Perú, podría servir para aminorar la “cólera del pobre”, como la definía nuestro poeta mayor César Vallejo.

La pandemia sirvió para tumbarse la ilusión de que había surgido en el Perú una pujante clase media y fue útil también para demostrar la inexistencia del Estado para los más pobres, que recibieron una atención médica de país del cuarto mundo.

Y ese hecho los debe haber hecho reflexionar cómo les sucede lo mismo, en educación, en seguridad, en acceso a la justicia, en oportunidades, digámoslo claramente, de romper el círculo de pobreza en el que se hallan, desbaratando la ansiada mejoría de sus nuevas generaciones.

El Perú va a necesitar un gobierno extraordinario el 2026, que sea capaz de romper la inercia económica y hacernos retornar a la dinámica existente hasta el final del segundo gobierno de García, pero que, a la vez, y no en menor jerarquía, empiece a construir un Estado capaz de ejecutar políticas públicas, libres de ineficacia y de corrupción.

Lamentablemente, la mediocre y pueril gestión de Dina Boluarte atenta contra una opción así, porque favorece que el malestar popular busque fórmulas autoritarias, populistas, radicales, disruptivas, y soslaye las propuestas acomedidas de la sensatez.

Ya los expertos en marketing electoral tendrán ante sí la dura tarea de convertir el hartazgo popular en esperanza y optimismo. Pero ello va a depender, en gran medida, de que la centroderecha (¿o acaso el fujimorismo o la izquierda radical son opciones razonables?) logre unirse. Ayer me escribía un amigo de que con la lista de presidenciables de derecha que había colocado, la misma no iba a ningún lado. Con mayor razón, en su unidad puede alcanzar la virtud política que se traduzca en intención electoral. No veo otro camino.

La del estribo: gran expectativa y confianza en la dirección de la gran Mariana de Althaus para sacar adelante Detrás ruge el lago, una versión libre de La Gaviota de Antón Chéjov. Con un elenco encabezado por Tatiana Astengo y Leonardo Torres Villar promete buen teatro. Va en el Teatro La Plaza hasta el 22 de octubre. Entradas en Joinnus.

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BCR, Cólera del pobre, Julio Velarde

1.- Lo primero es definirse sin ambages de derecha. Ya no es una mala palabra para los sectores populares. Por el contrario, según algunas encuestas, supera a la izquierda en autoidentificación ideológica.

2.- No es posible que Hernando de Soto, Fiorella Mollineli, Fernando Cillóniz, Roberto Chiabra, Rafael Belaunde, Carlos Espá, Ricardo Márquez, Carlos Neuhaus, Pedro Guevara, Carlos Anderson o Wolfang Grozzo, vayan por separado a una justa electoral. Todos unidos, en un solo frente, con un buen candidato y sobrados cuadros tecnocráticos y candidatos al Congreso, pasarán a disputar, sin duda, la segunda vuelta.

3.- Debe ser disruptiva. El “modelo” vigente, tal como lo entiende la gente, es un desastre, sin salud, educación, justicia, seguridad, crecimiento económico. Hay que patear el tablero y ser enfático en que se quiere cambiar el establishment, no mantenerlo y mucho menos defenderlo. Hay decenas de propuestas programáticas en diferentes sectores que bien podrían darle ese tono disidente a la derecha unida.

4.- Deben alejarse lo más posible del gobierno actual. Es un desastre absoluto. El pacto Ejecutivo-Legislativo que nos gobierna es una calamidad sin remedio y por eso su altísima tasa de desaprobación. Algunos sectores de la derecha se conforman con Dina Boluarte porque hay relativa paz social. Es un craso error de interpretación, que no está leyendo el inmenso malestar popular que crece a diario bajo la epidermis aparente de la calma.

5.- Debe cuestionar con dureza a los dos socios cooperantes del desastre, que son Keiko Fujimori y César Acuña, que en los hechos están demostrando cómo sería un gobierno de cualquiera de ellos. Por supuesto, ni pensar en sumar a Fuerza Popular o Alianza Para el Progreso, en ningún tipo de pacto o alianza.

6.- Empezar la campaña desde ya. Quien más recorra el país, más opciones tendrá. Lo pueden hacer. La gente no los identifica con el régimen y no son, por ende, repudiados. Con una buena campaña de marketing publicitario, la derecha debería estar llamada a disputarle a la izquierda radical o a Keiko Fujimori la jornada final de la segunda vuelta.

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elecciones 2026, ideas para la derecha

Interesantes las respuestas que sobre el fujimorismo contiene la última encuesta del IEP. Preguntada la ciudadanía respecto de la influencia del fujimorismo actual, 52% cree que mucha, 19% algo, 13% poca, 7% nada. Yo hubiera respondido que mucha, dado el peso político que Fuerza Popular mantiene en el Congreso y su rol de socio del gobierno de Dina Boluarte (ésta, sin Fuerza Popular, no dura una semana en Palacio).Lamentable papel que ojalá le cueste a Keiko el pase a la segunda vuelta.

Más precisada, la encuesta pregunta sobre la valoración de la influencia y coincide con mi parecer. Un 63% estima que su influencia es mayormente negativa, 51% positiva y negativa al mismo tiempo y 45% mayormente positiva.

Respecto de la evaluación de Alberto Fujimori como personaje político, un 47% la considera mayormente negativa, 37% mayormente positiva y un 12% positiva y negativa al mismo tiempo. Acá yo hubiera respondido “mayormente positiva”; sus activos me parecen superiores a sus pasivos.

Calza ello con la evaluación del gobierno de Alberto Fujimori: un 44% lo considera mayormente positivo, 42% mayormente negativo y 12% que tuvo cosas positivas y negativas al mismo tiempo. Fujimori fue un gobernante extraordinario en lo bueno y en lo malo (derrota al terrorismo, reforma económica versus autoritarismo y corrupción), pero su legado final me parece positivo en el balance.

Un 51% considera que el fallecimiento de Alberto Fujimori impactará políticamente en el futuro del fujimorismo y un 41% considera que no. Me sumo a la mayoría. La muerte del patriarca, ocurrida en un momento de unidad familiar, le suma a Keiko Fujimori; el albertismo es una fuerza importante.

Discrepo de la respuesta que señala, en un 9.1%, que fortalecerá al fujimorismo y en un 18.5% que lo debilitará. A la postre, terminará beneficiando a Keiko y seguramente utilizará la figura del padre durante su campaña. Lo cual no es una buena noticia ya que, como dijimos ayer, la mejor noticia política para el país es que Keiko no pase a la segunda vuelta.

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Encuestas, IEP

La única razón atendible para entender por qué alguien como Keiko Fujimori mantiene una relativamente alta tasa de aprobación o de intención de voto, es el recuerdo de la gestión del padre -calificada positivamente por la mayoría de ciudadanos-; no se halla otra explicación.

Porque las dos gestiones congresales del keikismo han sido un desastre mayúsculo. La del 2016, con inmensa mayoría, pudo darle el apoyo legislativo al gobierno de PPK, del mismo signo ideológico, y haber completado las reformas de segunda generación que se requerían luego de las del 90.

Pero no, llevada por resentimientos pueriles, condujo a su bancada al sabotaje y a la destrucción del gobierno de Kuczynski, llevándolo al final hacia la renuncia, abortando así la que quizás haya sido la última oportunidad histórica de la derecha de poder gobernar con mayoría absoluta en el Legislativo.

De peor modo, desde el 2021 en adelante, la gestión congresal del keikismo es penosa. Se ha convertido en comparsa y sostén del peor gobierno de los últimos lustros, excepción hecha del de Pedro Castillo. Se entiende en César Acuña, quien debe haber sopesado que nunca va a ser presidente del Perú, y que, en esa medida, lo único que le queda es sacar el mayor provecho posible de los gobiernos de turno. Pero no de Keiko, quien mantiene, según las encuestas, intactas opciones de pasar a la segunda vuelta el 2026.

El pacto Ejecutivo-Legislativo es lesivo para el Estado de Derecho y para el país. No ha aportado un solo proyecto de ley rescatable o que haya mejorado la vida de la sociedad peruana. Es una componenda para distribuirse cuotas de poder que ha tenido el descaro de incluir en la marmaja nada menos que a Perú Libre, corroborando así que lo suyo no responde a un proyecto político o ideológico sino a una simple repartija de canonjías.

¡Cuánto bien le haría al Perú que el 2026 Keiko Fujimori no pase a la segunda vuelta y que sea otro candidato de la centroderecha quien le dispute el poder al seguro candidato de la izquierda radical que de hecho será protagonista de la justa!

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candidatos peruanos, Keiko

El 82.4%, preguntado por IEP por quién votaría si se adelantasen las elecciones, señala que no sabe, no precisa o que por ninguno. Al 43%, según Datum, le interesa poco informarse sobre política y al 28% simplemente no le interesa. A un 68%, según IEP le interesa poco o nada la política. Un 42%, según Ipsos, no se identifica ideológicamente ni de derecha, ni de centro ni de izquierda.

Bolsón electoral presto a ser conquistado e indicador, por ende, de que nada está dicho para las elecciones presidenciales venideras, sueñan los candidatos más optimistas que aún no aparecen en el radar.

Sin duda, hay un porcentaje de indecisos al interior de los resultados estadísticos mostrados, que a la hora nona, terminarán decidiendo razonablemente, pero el grueso de los que aparecen allí son ciudadanos anómicos a los que no les va a interesar quién candidatea sino al momento de estar parado en la cola para ingresar a votar y terminará haciéndolo por el que esté de moda, el que más excéntrico le parezca, el que más joda al resto.

Años de destrucción del debate público, de la ausencia de políticas públicas que ameriten una discusión alturada, de ausencia de políticos (que se esconden para recién aparecer cada cinco años), carencia de cuadros tecnocráticos en el ámbito político, por más explosión de politólogos de la que seamos testigos, la desvinculación de la academia, la farandulización de los grandes medios de comunicación, son, entre otras razones, las causas de esta situación harto peligrosa para la sostenibilidad democrática del país.

Ese ciudadano descrito en las encuestas no vota por buenos candidatos, por programas de gobierno, por equipos tecnocráticos y políticos por más años que haya costado labrar, no se fija siquiera en la lista de candidatos al Parlamento. Es un voto antisistema por naturaleza y difícilmente va a aminorar de acá al 2026.

Ese es el lecho rocoso sobre el que se va asentar la jornada venidera y sería bueno desde ya que los candidatos decentes establezcan campañas ad hoc para ese público (hay tácticas de microfocalización que hoy permiten llegar a niveles o segmentos focalizados pequeños con relativa precisión). Si no, serán desbordados y ni se enterarán por qué.

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