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Juan Carlos Tafur, autor en Sudaca - Periodismo libre y en profundidad | Página 86 de 147

Si sigue como va, este gobierno va a terminar muy mal. Sin nada que rescatar y mucho por cuestionar. No estamos frente a una izquierda capaz de hacer cambios sustantivos al modelo, ni ante un humalismo reciclado que, una vez con las riendas en mano, entiende que ir en contra del referido modelo es imposible. No es por izquierdista o neoderechista que a este régimen le va pésimo, es simplemente porque ha hecho de la mediocridad e inacción su bandera.

Quizás, inclusive -y lo digo desde mi pública orilla derechista-, lo mejor sería que Castillo hiciese un gobierno de izquierda, que, así, no ahonde la brecha de representación y crisis política estructural que, sin duda, genera en el Perú el hecho de que los políticos hagan, una vez que llegan al poder, algo radicalmente distinto de lo que prometieron en campaña (ocurrió más groseramente con Ollanta Humala).

En las últimas elecciones, claramente la mayoría del país votó por un cambio social y se espera, visto así, que Castillo no defraude esa expectativa. Por más que creamos que una ejecución gubernativa derechista es infinitamente superior a una izquierdista, cabe que aceptemos o valoremos esa conclusión política.

Pero ni siquiera eso se aprecia. Lo que reina y se impone es la minucia, la triquiñuela, la trampilla, el embuste y aprovechamiento, los indicios de corrupción, el copamiento partidario, la muralla comunicacional construida frente a la prensa y, por ende, frente a la ciudadanía, la vinculación y favorecimiento a sectores radicales que jamás debieran haber estado tan cerca del poder, en suma, la parálisis administrativa.

Por eso cae como cae en los niveles de aprobación en las encuestas. La última medición de Ipsos muestra que Castillo tiene la tasa más baja de popularidad de todos los gobiernos, desde el 2001 a la fecha, al cabo de seis meses de gestión. Ni Toledo se desplomó tan rápido, a pesar de que administrativamente la figura presidencial fue manejada calamitosamente desde el saque por el exgobernante. Hoy, Castillo tiene una aprobación de apenas 33% (cae tres puntos respecto de diciembre del año pasado) y una desaprobación del 60% (sube dos puntos respecto del periodo señalado).

Antes de discutir, pues, si conviene que Castillo gire al centro o se reafirme en la radicalidad originaria, lo que cabe es exigirle que asuma el cargo con la dignidad e investidura que corresponde, que corrija rápidamente los entuertos en los que es pródigo, y le brinde mayor profesionalismo al manejo administrativo del Estado. En suma, que se dedique a gobernar y a honrar, como corresponde, el encargo recibido por millones de ciudadanos peruanos en las urnas.

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copamiento partidario, corrupción, muralla comunicacional, Pedro Castillo, prensa peruana

Ni firmas falsificadas ni suplantaciones de identidad hubo en el proceso electoral. En otras palabras, no hubo fraude, según concluye la investigación de seis fiscalías provinciales abocadas a ello luego de que el Jurado Nacional de Elecciones les remitiera las denuncias de Fuerza Popular en ese sentido.

Se confirma así el papelón político monumental que supuso para un sector de la derecha la cantaleta del fraude para intentar explicar la derrota legítima, en las urnas, de Keiko Fujimori, una muy mala candidata; peor, que eso, una pésima perdedora.

Sin aprender un ápice del desastre político que generó por su resistencia a aceptar el triunfo de Pedro Pablo Kuczynski el 2016, esta vez, cinco años después, volvió a repetir el plato con mayor intensidad, tratando de que las autoridades electorales desconozcan el triunfo de Pedro Castillo y se vuelvan a convocar elecciones o se le proclamase a ella como la ganadora.

Será cuestión de recordar todos los nombres de quienes alentaron ese despropósito, porque revela su mala entraña política, capaz de ir más allá de los hechos con tal de plasmar sus objetivos. Y en ese afán, lamentablemente llegaron a involucrar a nuestro Nobel, Mario Vargas Llosa, seguramente mal informado, estuvo dispuesto a usar su influencia para lograr el mismo afán.

Dicho sea de paso, la derecha, lo que tiene que aprender es a lanzar buenos candidatos. No lo eran ni Keiko Fujimori, ni Rafael López Aliaga, ni Hernando de Soto. Hay que reconocer que la candidata de Fuerza Popular hizo una excelente campaña en primera vuelta y en buena parte del tramo de la segunda, pero cometió errores groseros en el desenlace casi final, que le costaron la estrecha derrota frente al muy básico y endeble candidato de Perú Libre.

Esta investigación de la Fiscalía debería bastar para que un grupo de enfebrecidos baje sus revoluciones y entienda también que a Castillo se le debe combatir usando las armas de la propia democracia constitucional y no con atajos golpistas. Porque entre quienes exigen vacancia exprés y quienes gritaron fraude hay una línea de continuidad que ojalá se empiece a resquebrajar.

La del estribo: monumental el esfuerzo de la Derrama Magisterial, en conmemoración del Bicentenario, de haber lanzado al mercado editorial la colección, en seis tomos, de la Nueva Historia del Perú Republicano. Bajo la conducción editorial de académicos como Manuel Burga, Carlos Contreras, María Emma Mannarelli y Claudia Rosas, se perfilan nuevas miradas, inquietantes preguntas, tratamientos novedosos de hechos ocurridos desde 1780 hasta la fecha. Edición de lujo, pero a precios asequibles que ya encuentra en kioskos y librerías.

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derrama magisterial, Fraude, Jurado Nacional de Elecciones, Keiko Fujimori, papelón

Ahora que se avecinan las elecciones municipales, soltamos algunas propuestas al desgaire para la maltrecha capital de la República a ver si el nuevo ocupante del sillón de Nicolás de Ribera el Viejo, se inspira en algunas: Peatonalizar todo el damero de Pizarro, entendiendo por ello lo comprendido entre el río Rímac, Tacna, Nicolás de Piérola (La Colmena) y Abancay. Para empezar, después se debe ampliar más al sur; lograr que la Beneficencia y la Iglesia católica vendan los cientos de propiedades que tienen en el centro histórico, en estado ruinoso o subarrendadas y tugurizadas. Emprender un plan de reubicación de las familias afectadas; dar facilidades a bancos o grandes empresas para que restauren viejas casonas del centro histórico; tumbar los muros de los parques zonales, hacerlos abiertos al público, gratuitos, como grandes espacios públicos democratizadores e inclusivos; construir playas en todo el litoral de la Costa Verde, hacer espigones para arenar, ascensores o buses gratuitos para hacer de esos 22 kilómetros el gran parque natural de Lima y Callao; retomar el proyecto Río Verde, que creaba 25 hectáreas de áreas verdes y recuperaba la ribera del Rímac; reemplazar las escaleras de Castañeda Lossio por escaleras mecánicas, como existen en muchas ciudades del mundo; eliminar los 43 distritos en Lima y los siete del Callao y que Lima-Callao sea regido por una sola autoridad.

No hay ninguna otra ciudad en el mundo que se maneje con el caótico menjunje distrital que acá existe; construir una vía subterránea del Metropolitano en la avenida Bolognesi en Barranco para recuperar esa vía de tránsito entre Lima y Chorrillos descongestionando el tráfico del sufrido distrito barranquino; gestionar que la base aérea de Las Palmas se mude fuera de Lima y allí se construya un gran parque público y espacios recreativos; que las instalaciones militares de Chorrillos permitan un pase vehicular, de modo de romper el dique urbano que supone esa infraestructura, que, en verdad, ya debería salir fuera de la ciudad; prohibir la urbanización del valle de Lurín: que se construya en las pampas aledañas, no en el valle mismo, y que no se repita el asesinato ecológico del valle del Rímac y el Chillón; completar la reforma del transporte iniciada en la gestión de Susana Villarán; extender las líneas del sistema del Metropolitano; acelerar la ejecución de “Pasamayito”, que une Comas con San Juan de Lurigancho; integrar la red de ciclovías que sin orden ni concierto han desplegado los municipios distritales; construir una vía paralela a la carretera Panamericana Norte para que el peaje no sea de uso obligatorio para cientos de miles de vecinos y mientras no se logre, entregar tarjetas de pago subsidiadas para que los lugareños transiten por la vía y no les cueste el referido peaje; reducir aún más los límites de velocidad recientemente rebajados: que no se pueda circular a más de 40 kph en la ciudad; arrancharle al Ejecutivo más rentas e invertir en seguridad ciudadana vía serenos dotados de armas defensivas (continuará…).

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Alcaldía de Lima, elecciones municipales 2022, Lima

Con la complicidad del gobierno, no solo representado por la bancada de Perú Libre sino también por el propio ministro de Educación, Rosendo Serna, quien ha enfilado baterías contra la Sunedu, el Congreso pretende tirarse abajo la reforma universitaria.

Quiere extenderle plazos a las universidades no licenciadas abriendo irregularmente las puertas para que las estafas educativas perpetradas por ellas vuelvan a desplegarse y, además, busca concederle nuevamente poderes a la felizmente extinta Asamblea Nacional de Rectores, responsable del descalabro académico de las casas superiores de estudio en el Perú (situación de la que recién estamos saliendo, de a pocos, gracias precisamente a la reforma universitaria realizada, que los parlamentarios han decidido desmontar).

Curiosamente, el operativo de demolición es liderado no solo por la izquierda radical sino también por los partidos de la derecha, que demuestran una vez más no entender un ápice de las reformas institucionales. Para ellos, solo se trata de instalar el capitalismo salvaje, sin cortapisas democráticas ni presencia eficaz del Estado, como ente regulador y garantía de un capitalismo competitivo, moderno y liberal.

Una de las pocas buenas reformas institucionales desarrollada luego de la vorágine reformista de los 90, ha sido precisamente la universitaria y la creación de la Sunedu. Los gobiernos post Fujimori se dedicaron a gobernar en piloto automático y abandonaron los ímpetus de cambios sustantivos en tantos sectores pendientes, la llamada “segunda ola de reformas”, que aún ningún gobierno ha querido retomar.

La dupla Congreso-Ejecutivo no solo no piensa, desarrolla ni despliega nuevas reformas sino, como se ve, quiere tumbarse las pocas que se han hecho en los últimos lustros. Las declaraciones en sentido contrario de la premier Mirtha Vásquez, pesan muy poco, lamentablemente.

Nuevo acto de irresponsabilidad.- Uno de los tecnócratas más calificados que tiene el Perú, reconocido así por organismos internacionales, como el BID o el Banco Mundial, es el ingeniero Alejandro Afuso. Gestor de sinfín de proyectos e instituciones a lo largo de su vida, hasta hoy se desempeña como coordinador ejecutivo del Programa Nacional de Innovación para la Competitividad y Productividad (Innóvate Perú). Al parecer, como parte de la política gubernativa de arrasar con los pocos nichos de excelencia tecnocrática que funcionan en el país, se habría decidido -según ha publicado el diario Gestión ayer- su cambio. Una barbaridad, desde todo punto de vista. El Perú perdería a uno de sus mejores cuadros por obra y gracia de la ambición politiquera del partido de gobierno -en complicidad con el ministro de la Producción- de copar mediocremente todas las instituciones que aún operan con eficacia y de modo íntegro. Se trata, al parecer, de llevar el Estado a su colapso.

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Congreso-Ejecutivo, contrareforma, Perú Libre, reformas

 

El nombramiento de alguien como Daniel Salaverry, quien no tiene oficio ni beneficio, para un cargo técnico como el de presidente de un organismo altamente especializado como Perupetro, es el mejor indicador de la mediocridad ejecutiva de este gobierno.

La designación fallida de Mario Carhuapoma, y el nombramiento de un reemplazo prontamente cuestionado por su idoneidad, en EsSalud. La caída del proyecto Majes-Siguas por inacción del Estado, etc., son otros indicadores -entre muchos más- de una gestión paupérrima, tal cual subrayábamos en nuestra columna de ayer.

Como bien ha señalado el economista Miguel Palomino, exvicepresidente del BCR, Pedro Francke, quien es de lo mejorcito que tiene este régimen (¡pudo haber sido Juan Pari el titular del MEF!), si no fuera en este gobierno jamás hubiera sido ministro de Economía.

Y hay que sumarle a lo dicho los destrozos institucionales que vienen ocurriendo en la tecnocracia de sectores como Transportes, Educación (copado por el Fenatep), Energía y Minas, Minam, etc., para entender el oscuro porvenir que le espera al Estado peruano.

Salvo el proceso de vacunación, que ha seguido el impulso dejado por la administración anterior, en prácticamente todo lo demás, la gestion pública llega a niveles tan misérrimos que es dable temer el colapso del Estado en varios frentes de acción.

Organismos que antes constituían islas de excelencia, como Indecopi, la Sunat, Perupetro, Proinversión, y algunos más, están siendo infiltrados por funcionarios allegados al partido de gobierno, sin  ninguna experiencia ni capacidad gestora adecuada para los cargos que se les entregan graciosamente.

Ya no estamos siquiera ante un problema de izquierdas o derechas. Por cierto, ha quedado demostrado que la izquierda peruana carece de una red de profesionales y tecnócratas en capacidad de asumir las riendas de un gobierno en sus aspectos esenciales, pero los niveles a los que se está llegando, exceden ya cualquier tipología ideológica y apuntan, más bien, a una mediocridad corrupta: regalarle un puesto a alguien, solo por sus credenciales partidarias, sin estar calificado para la responsabilidad que se le encomienda, es la peor corrupción, porque genera un enorme perjuicio social, tangible y altamente costoso.

El problema es que el techo lo marca el propio Presidente de la República, un personaje altamente descalificado, en términos administrativos y politicos, para ejercer el cargo que le tocó en suerte desempeñar. Si esa es la cima, se entiende la grisura de espanto de los niveles burocráticos inferiores.

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Daniel Salaverry, Estado, Gestión del estado, Mario Carhuapoma, Presidente de la República

Al final de cuentas, el gobierno de Pedro Castillo no va a ser revolucionario, no va a convocar ninguna Asamblea Constituyente, no va remover los cimientos del modelo, no va a cambiar la primacía de la propiedad privada, no la va a afectar, no va tampoco a transformar radicalmente la salud y la educación públicas ni acometer un programa de redistribución socioeconómica trascendental. No va a ser ni Velasco ni Alan I. No le da el fuste ni para eso. El suyo va a ser el reino de un centrismo mediocre.

Ni puede -no tiene la mayoría en el Congreso, ni el respaldo masivo de las calles- ni quiere hacer algo superlativo. Rápidamente, se ha refugiado en el usufructo del statu quo, del piloto automático, pero con su añadido particular de una profunda medianía. 

En estos cinco años de gobierno, el Perú va a retroceder, pero no porque haya llegado al poder un destructor del modelo liberal, sino porque se ha instalado en Palacio un personaje tan mediocre que lo único que parece buscar es darle puestos públicos a sus allegados y desmontar las pocas buenas reformas que se habían hecho en los últimos años (magisterial, del transporte, etc.).

En el fondo, quizás sea hasta positivo para el país que la coalición de izquierdas que nos gobierna corrobore su enorme incapacidad ejecutiva, su falta de cuadros técnicos y su vocación politiquera para administrar los recursos públicos. Y que, al cabo de los cinco años perdidos de este régimen, ojalá el país entienda el desastre que supone votar por la izquierda. La peor derecha es mejor que una izquierda como la peruana, incapaz de alcanzar cuotas de modernidad que en otras latitudes exhibe.

Por su parte, la derecha haría bien en descartar el escenario improbable de la vacancia y abocarse a tareas políticamente más productivas. Solo un escándalo de corrupción que toque directamente al Primer Mandatario la justificaría. La mediocridad del gobierno no es razón suficiente para ello.

La tarea derechista, en consecuencia, debería ser mantener a raya al régimen, evitar cualquier tentación colectivista o autoritaria (ya que goza del poder suficiente para lograr ello), impulsar los cambios que pueda acometer desde el Legislativo, y prepararse para el recambio del 2026 con candidaturas potables, apostando a que sobrevenga un periodo derechista de larga duración que, esta vez sí, haciendo las reformas institucionales pertinentes, conquiste un nivel de desarrollo irreversible del país, blindándolo contra eventualidades disruptivas como las que hemos sufrido este aciago año electoral.

Nota al margen: es política editorial de la dirección de Sudaca que ejerzo, respetar en grado extremo los informes que los reporteros publican con su respectiva firma y responsabilidad. Ello se ha hecho y se hará, escrupulosamente -jamás una nota ha sido censurada desde que Sudaca empezó a existir-, asumiendo que se está ante una exposición veraz de hechos a los que el reportero, con derecho propio, agrega subjetividades editoriales. Respecto de estas cabe, sin embargo, la discrepancia, y me permito ejercerla respecto de algunos acentos de la nota publicada ayer “Hablan los amigos de César Acuña (y otros se corren)” (http://ow.ly/NBzX30s6Zbt), particularmente en el tratamiento del rol jugado estos días por Augusto Álvarez Rodrich. A pesar de su amistad con César Acuña, AAR se ha pronunciado claramente en contra de la sentencia y ha promovido, desde la presidencia de IPYS, duros comunicados al respecto y ha gestado, inclusive, activamente la vigilancia de periodistas el día de la audiencia. No se ha escabullido respecto de este espinoso tema.

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Augusto Álvarez Rodrich, César Acuña, Pedro Castillo, Primer Mandatario

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“Plata como cancha”, César Acuña, Christopher Acosta, Libertad de prensa

La Corte Suprema y la Junta Nacional de Justicia tienen que hacer un trabajo urgente de fiscalización y sanciones a muchos fiscales y jueces de primera instancia, que cuando se abocan a ver casos vinculados a la libertad de prensa, muestran una ignorancia absoluta de las protecciones legales de los periodistas, sus garantías constitucionales y sus prerrogativas profesionales.

Lo acabamos de ver en la absurda y abusiva sentencia recibida por el periodista Christopher Acosta y el editor Jerónimo Pimentel, por obra y gracia del juez Jesús Vega, condenados ambos a dos años de prisión suspendida y al pago de cuatrocientos mil soles de reparación civil, luego de una querella planteada por César Acuña. Ha bastado escuchar los argumentos del juez para darse cuenta que no entiende absolutamente un ápice -o lo entiende muy bien y es motivado por otros afanes- de los márgenes jurídicos que garantizan el ejercicio periodístico.

Algo similarmente escandaloso ocurrió hace algunos días, cuando una bufalesca montonera de policías y fiscales allanó la vivienda del periodista Pedro Salinas, por una querella interpuesta por un aparente turiferario sodálite que ha buscado un despropósito para amedrentar al periodista. En este caso, el solícito fiscal contra la libertad de prensa se llama Reynaldo Abia.

He tenido a lo largo de mi carrera periodística casi una veintena de querellas, todas perdidas en primera instancia y luego ganadas en instancias superiores (salvo una, que se halla en revisión en estos momentos en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, dada su grosera improbidad). Hay un tic autoritario, antilibertario, inscrito en el ADN procesal de los jueces de primera instancia que es menester corregir rápidamente, porque constituyen una serísima amenaza a la libertad de prensa.

En el Perú ya no es el poder gubernativo, como suele suceder, el que amedrenta a la prensa. Son también poderes fácticos los que aprovechando su enorme influencia y poder, atarantan o seducen a magistrados para que fallen venalmente, como en los casos mencionados.

Se espera que en segunda instancia estos groseros dislates contra la libertad de prensa sean corregidos y la sociedad peruana no vea coartada una de las mayores libertades que una democracia debe exhibir. No es un fallo, no son uno o dos periodistas los afectados. Es la democracia en sus fundamentos la que ha sido magullada estas horas.

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“Plata como cancha”, César Acuña, Christopher Acosta, Libertad de prensa

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Derecha, Keiko Fujimori, política peruana, Rafael Lopez Aliaga
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