José Arista, titular del MEF, y Rómulo Mucho, del Ministerio de Energía y Minas, por un mínimo de decoro y verguenza deberían haber ya renunciado a sus puestos, luego del escandaloso manejo gubernativo de Petroperú.

Contraviniendo sus propias ideas respecto del problema que acarrea la millonaria pérdida que Petroperú le endilga al fisco peruano regularmente -es decir, que pagamos todos-, el gobierno, con resabios ideológicos estatistas, ha colocado en la presidencia y gerencias del organismo estatal, a personas con prontuario estatista que caminarán muy lejos de la propuesta del anterior directorio, que proponía un manejo corporativo que condujese paulatinamente al traslado de la empresa al sector privado.

Es verdad que el problema se arrastra desde hace décadas y son varios los ministros corresponsables del desastre, pero en esta ocasión, el asunto ya tocó fondo y había, además, una solución sensata planteada, simplemente a la espera del visto bueno del gobierno para resolverlo.

Si algún ministro debe andar siempre con la carta de renuncia en el bolsillo es el ministro de Economía y Finanzas. Su propio prestigio profesional lo debería compelir a emplearla a la primera de bastos en que el gobierno se desvíe por rutas heterodoxas o reñidas con el buen manejo de la cosa pública.

Ya son varios brulotes que al ministro Arista ha dejado pasar por alto y no parece movérsele un pelo de dignidad, pero al menos se esperaba que un ministro como Rómulo Mucho, comprometido con la inversión privada y creyente en la economía de mercado, este manejo de Petroperú le resultase intolerable, pero, al parecer, el fajín tiene un poder magnético que los hace evadir la única respuesta decorosa: la renuncia.

Este gobierno no es que no sepa qué hacer con Petroperú. Lo sabe muy bien. Utilizar la empresa como caja chica y antro de favores políticos para sus allegados y socios gubernativos, para lo cual cuenta con los enormes recursos fiscales que, sin rubor, ha empleado y seguirá empleando para mantener a flote un elefante blanco como es Petroperú. Una vergüenza por donde se le mire.

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Arista, MEF, Ministerio de Energía y Minas, Mucho, Petroperú

Es tan malo el manejo de la investidura presidencial que ni siquiera un megaevento como la APEC, que normalmente debería producirle réditos políticos al anfitrión, conllevará algún beneficio a la presidencia de Boluarte.

Las masacres de inicio de su mandato, sus mentiras escandalosas en casos como el de los Rólex, el “cofre”, Vladimir Cerrón, su silencio ante la prensa, su calamitoso manejo de Petroperú, etc., constituyen un combo que, sumado el pasmo gubernativo respecto de la inseguridad ciudadana, seguirán corroyendo la ya escuálida aprobación presidencial.

La mediocridad del gobierno en el nombramiento de funcionarios públicos cuestionados ya casi llega al nivel del periodo de Castillo y le suma como pasivo algo que el Atila chotano no tenía: un pacto infame con un Congreso tan desprestigiado como el gobierno mismo, en una suma que resta.

Boluarte no necesita de “niños” para conformar una mayoría congresal. La confluencia de intereses mezquinos y subalternos la hacen tener de la mano a las principales bancadas parlamentarias, que solo buscan mantenerse hasta julio del 2026 junto a la cuestionada mandataria.

Lo peor del caso -y por eso somos proclives a su vacancia y el adelanto de elecciones- es que cada día que este mediocre gobierno perdura, alimenta las posibilidades de candidatos radicales disruptivos, que ya aparecen algunos en las encuestas, pero que el 2026 serán un tsunami, que la derecha tonta no aprecia.

No se puede guardar silencio ni esquivar el bulto frente el caos gubernativo vigente. Si desde la centroderecha no se toma posición firme respecto del establishment, la izquierda radical se la llevará fácil y hasta podría hacer pasar a dos candidatos a la segunda vuelta.

La calle ya se está manifestando -lo vamos a ver en estos días de APEC- y eso implica el despertar de las candidaturas de izquierda. El escenario por venir está cantado; más protestas y más cosecha electoral de los candidatos de este sector del espectro ideológico. Mientras tanto, la centroderecha se debate entre definiciones internas, muy pocos viajan al interior del país y son mucho menos los que marcan distancia del régimen que nos gobierna. Cronograma de un desastre anunciado.

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APEC, paro nacional, protestas

La expectante ubicación de Francisco Sagasti en la encuesta de Ipsos sobre preferencias electorales, revela que el centro político en el país, si logra consolidar una buena candidatura, puede aspirar a un rol protagónico.

Sagasti ha dicho que no va a postular, pero hay varios otros en el candelero que bien podrían reemplazarlo en las simpatías ciudadanas. De hecho, se parte además de una realidad estadística: en todas las encuestas el centro supera a la derecha y a la izquierda en autoidentificación ideológica.

Es verdad que buena parte de ese resultado se debe a que la gente responde “centro” cuando alberga indefinición, en lugar de indicar una opción ideológica específica, pero, de todas maneras, revela que hay un espacio para quienes no quieren los extremos polarizados.

El desafío es conformar una opción de centro disruptiva, algo que parece una contradicción en los términos. Sin embargo, en medio de la izquierda radical, el fujimorismo y las derechas ultras, un paquete político que combine políticas económicas liberales con una defensa de la institucionalidad democrática -tan menoscabada hoy por los desmanes congresales- bien podría consolidar una propuesta disidente del establishment.

Ya tan solo poner especial énfasis en la construcción de una educación y salud públicas dignas y eficaces, puede marcar una diferencia respecto del resto de contrincantes. La ciudadanía resiente ambas falencias como un déficit democrático y lo percibe como una exclusión indignante del mundo normal de los peruanos de primer nivel, como deberíamos ser todos.

Al Perú de hoy le conviene la consolidación de opciones de centro y derecha potentes y políticamente viables. La izquierda, cada vez más radicalizada, es carta de garantía hacia el fracaso y destruiría los islotes de republicanismo democrático supervivientes, que el pacto infame del Congreso y el Ejecutivo se están tirando abajo con fruición sin pausa.

Lo peor que le podría pasar al Perú es que el 2026, la fragmentación del centro y la derecha produzca un triunfo de la izquierda radical. Eso pasa por consolidar ambos sectores ideológicos, y, particularmente, en medio de la polarización mundial, que reaparezca un centro democrático y liberal en el país es una noticia a celebrar.

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Encuestas, Francisco Sagasti, IPSOS

Son dos las tareas fundamentales que le corresponde ejecutar a la flamante fiscal de la Nación, Delia Espinoza. Primero, hacia afuera, la defensa de los fueros institucionales frente la arremetida política del Congreso. Segundo, hacia adentro, limpiar la casa de malos fiscales que han pervertido el buen quehacer deontológico al cometer excesos impunemente.

Hay una fábrica de falsos testimonios de colaboradores eficaces o aspirantes a serlo, al gusto del prejuicio o las rencillas de algunos fiscales, como está sucediendo con Eficoop y la fiscal Marita Barreto, quien a pesar de haber sido suspendida, sigue manejando los hilos del equipo y se ha dedicado a tomar venganza de sus críticos manipulando a diversas personas, como Jaime Villanueva, a que diga lo que quieren que diga e impute falsedades, a cuenta de evitarle el temido ingreso a la cárcel que le correspondería por los delitos confesados y por la falta de pruebas que ha otorgado para todos sus dichos, que hasta el momento no pasan de ese nivel.

De otro lado, la politización de la tarea fiscal es evidente en casos como LavaJato, donde se ha inventado cargos penales para justificar investigaciones sin sentido desde un inicio y que pronto, cuando pasen a la esfera judicial, demostrarán su levedad.

Delia Espinoza tiene que reconstruir la Fiscalía radicalmente y enmendar los rumbos tomados. Tarea descomunal la que le espera a la nueva Fiscal de la Nación. El Ministerio Público se ha convertido en un superpoder que aplana honras e inventa delitos, al son del humor del fiscal de turno, sin importarle el daño reputacional, los costos personales de los imputados y el tiempo enorme que se gasta en defenderse de cargos insostenibles.

La democracia requiere que el Ministerio Público recupere su solvencia profesional y se ponga punto final a la politización y la perversión profesional de malos fiscales. Ojalá la nueva titular de la entidad sepa aquilatar los desafíos que tiene al frente y actúe con celeridad.

La del estribo: merece teatro lleno en todas las funciones que restan, la obra María Estuardo que se presenta en el ICPNA de Miraflores, bajo la dirección de Alberto Isola y las actuaciones brillantes de Alejandra Guerra y Ximena Lindo. Es, sin duda, la mejor puesta en escena del año que pronto culmina y va hasta el 8 de diciembre. Entradas en Joinnus

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delia espinoza, Fiscalía

Quizás cuando se evalúe lo positivo que sería para el país y la democracia que Dina Boluarte no acabe su mandato, un factor de peso para propiciar ello es que también supondría el fin del contubernio congresal que tanto daño le viene haciendo al país a partir de un pacto infame entre la derecha y la izquierda congresales, a cambio de prebendas que no tienen rubor de ocultarse.

El populismo penal, la intromisión en los fueros fiscales y judiciales, la perversión del sistema electoral, la destrucción de la meritocracia magisterial, la aniquilación de las políticas de género, la amnistía a los criminales de guerra, la afectación de derechos civiles, entre otros temas, son el combo siniestro que este Legislativo viene desplegando y cada día que pasa sorprende con una nueva iniciativa peor que la anterior.

Y en ello, responsabilidad principal tienen dos agrupaciones partidarias: Fuerza Popular y Alianza para el Progreso, Keiko Fujimori y César Acuña. El segundo ya se dio cuenta de que no tiene ninguna posibilidad presidencial y que gana más obteniendo una cuota de poder congresal y acomodarse al gobierno de turno. La primera, una vez más, comete en severo error de cálculo. Su gestión parlamentaria actual es igual de mala o peor que la que exhibió durante el gobierno de PPK.

A Keiko quizás la engañe el porcentaje de intención de voto que las encuestas le otorgan y que prácticamente le asegurarían su pase a la segunda vuelta, pero lo que no parece entender (no es muy brillante, políticamente hablando, digámoslo) es que su pasivo parlamentario será el detonante perfecto para reactivar en una segunda vuelta el poderoso antifujimorismo, que ya le costó perder tres jornadas definitorias.

Ambas agrupaciones deberían ser severamente castigadas el 2026, dado que se ve nublado el horizonte de una vacancia, gracias precisamente a su concurso en favor de la presidenta Boluarte. Acuña debería obtener una rala representación parlamentaria y Keiko no debería pasar a la segunda vuelta. Ese es el castigo político que ambos merecen por su participación siniestra en los desmanes autoritarios del Congreso y el apoyo desembozado a un gobierno sumamente mediocre como el que nos rige.

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Acuña, Keiko

El triunfo abrumador de Donald Trump es una pésima noticia política y económica para los Estados Unidos y para el planeta entero. Populista, autoritario, nacionalista, proteccionista, antiderechos civiles, solo asegura un porvenir sombrío para la aún primera potencia mundial y, como efecto colateral, para el mundo.

La mediocre campaña de Kamala Harris, el papelón del retiro de Biden, y el alejamiento de los demócratas de los sectores populares norteamericanos, le abrieron la puerta a un personaje que hace pocos años nadie hubiera imaginado que iba a llegar dos veces a la Casa Blanca, más aún luego de una primera gestión gris y rupturista de la tradición democrática del país continente.

Como bien ha señalado el periodista Andrés Oppenheimer “en materia económica, la presidencia de Trump fue muy mala. Durante su mandato, la economía estadounidense creció menos que con Biden, y el déficit nacional alcanzó un máximo histórico. Trump dejó el cargo con tres millones de empleos menos que cuando lo tomó, mientras que el gobierno de Biden creó 16 millones de empleos, según cifras oficiales”.

Pero lo peor es el proteccionismo comercial que Trump pregona y que ahora podrá llevar a la práctica gracias a la mayoría obtenida en ambas cámaras. Si a ello le sumamos el control de la Corte Suprema, habrá también un retroceso en los derechos civiles que tan bien definían una democracia liberal como la norteamericana y que ahora sufrirá, sin duda, un retroceso radical.

Trump no es un representante de la derecha liberal. Es la versión gringa de la DBA. Su desempeño complicará al mundo y a la sostenibilidad -ya precaria- de las democracias liberales del orbe, que transitan por una severa crisis de legitimidad y representación.

Por lo pronto que Ucrania y Palestina se pongan a buen recaudo, dada la política exterior del rubicundo autócrata. Y que el Perú se prepare para ver sus exportaciones afectadas por el reaccionario proteccionismo trumpiano. Estados Unidos ha dado un salto para atrás y solo queda confiar en que la poderosa sociedad civil y política democráticas, que anida en su seno, sepa cómo contener los desmanes que, no cabe la menor sospecha, Trump pretenderá perpetrar desde el poder que se le ha conferido.

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DBA, Elecciones, Trump

No debiera tranquilizar a nadie que hayan sacado de la carrera electoral a Antauro Humala. Es verdad que su presencia protagónica -ya aparecía segundo en la reciente encuesta de Ipsos respecto de preferencias electorales- y sus desvaríos hacían temblar a cualquiera y en esa medida resulta saludable que la democracia se proteja (ojalá la Corte Suprema o el Tribunal Constitucional no reviertan la inicial decisión judicial), pero lo que la centroderecha debe entender es que los candidatos disruptivos radicales van a aparecer de todas maneras.

Si no es Antauro será otro y por ello nadie debería confiarse y cejar en el empeño de construir una candidatura sólida y potente en dicho sector del espectro ideológico. Hay que saber, además, si el Congreso amplía el plazo ya vencido para registrarse en un partido y postular. En ese escenario, Antauro podría hacerlo y moderar su discurso estratégicamente. Es un tema aún por definirse plenamente.

El grado de irritación popular, que se arrastra desde la pandemia y la escandalosa inacción gubernativa y estatal para atender las demandas de los más pobres, que se acentúa con la brutal represión tras la caída de Pedro Castillo -entre diciembre del 2022 y enero del 2023- y que ahora alcanza su cúspide por la mediocridad absoluta del gobierno de Dina Boluarte, producirá que la narrativa radical de algún candidato prenda rápidamente, peor aún cuando se asocia a la centroderecha con el régimen y solo unos pocos líderes de ella toman debida distancia del establishment.

Si Antauro finalmente no postula, hay dos candidatos que se asoman como receptores de la alta intención de voto que Antauro ya tenía (8% según Ipsos): Guido Bellido y Aníbal Torres, ambos tan o más radicales que el líder etnocacerista, y cuyo discurso fácilmente tendría empatía con la cólera ciudadana vigente, la misma que ya ha empezado a manifestarse con paros y protestas, como no ocurría hace meses.

Que el susto no se pase, pues lo peor que podría ocurrir es que lleguemos a abril del 2026 con más de treinta candidaturas de centroderecha (en general, ya hay 37 partidos inscritos y 31 en proceso). Le dejarían la mesa servida a los radicales antisistema, sean Antauro, los mencionados o cualquiera que surja en el horizonte final del proceso electoral (como sucedió con Pedro Castillo).

Las mafias que trafican con lotes y terrenos atacan con fuerza a pujantes urbanizaciones en los conos de Lima.

En la urbanización Las Palmeras de Carabayllo, una familia amenaza a sus propietarios, diciéndoles que manejan el Poder Judicial del cono norte y les exige que les paguen ahora a ellos otra vez el valor de su terreno más 10 mil dólares adicionales. Les están diciendo que demolerán sus casas si no lo hacen.

En base a una ilegal expropiación de la reforma agraria de los 70, esta familia quiere revender estos terrenos presionando a propietarios que tienen título de propiedad y todos sus documentoe en regla.

Todos los detalles de este sorprendente caso en el reportafur “Los Revendedores de la Reforma Agraria”.

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Hay tres pensadores peruanos cuya originalidad les ha generado crédito internacional más allá de las provincianas fronteras peruanas: Aníbal Quijano, Hernando de Soto y el tercero, Gustavo Gutiérrez, con su Teología de la Liberación.

No soy católico y por eso me importa poco el debate interno que genera pero de lo mucho que he leído sobre catolicismo y por la formación jesuítica recibida, me queda claro que la iglesia debía estar claramente más cerca de los pobres que de los salones de los ricos a los que gusta frecuentar órdenes como el Opus Dei y el Sodalicio (que, esperamos, pronto sea disuelto).

Gutiérrez vinculó la teología católica al marxismo y eso generó las iras del clero conservador. Me sorprende de verdad el espanto que produce en la derecha el marxismo. Una cosa es el comunismo y la aplicación política del marxismo anquilosado y otra cosa es el colosal cuerpo ideológico dejado por Carlos Marx que aún hoy es valioso y útil para entender fenómenos diversos (como la historia del arte, por ejemplo).

Fomentó la lucha de clases, grita la derecha. Eso no se fomenta. Existe simplemente. Es un hecho de la realidad. Y Gutiérrez la incluyó en su arsenal doctrinario vinculándola a la pastoral católica nacida de los propios evangelios.

Soy de derecha liberal y me repele el acercamiento del pensamiento cristiano a la política, pero me queda claro que si fuera católico, me sentiría compelido a ser más de izquierda. El mensaje cristiano no es de derechas y lo que hizo Gutiérrez fue resaltarlo rompiendo una tradición reaccionaria del pensamiento católico.

Su figura ejemplar, su inmensidad intelectual, su sencillez vital, lo convierten en un peruano universal al que hay que rendir homenaje por más discrepancias que uno albergue con su pensamiento. Tuve ocasión de conocerlo y una vez conversar largo con él. Enormemente dispuesto a escuchar y dotado de un sentido de tolerancia que ya quisieran muchos soberbios intelectuales tener, su personalidad merece también justa y ejemplar recordación.

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Gustavo Gutierrez, Teología de la liberación
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