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APRA x 92: Apuntes sobre una modernidad inconclusa

La historia del APRA, la de su generación fundadora, es la historia de un país al que no dejaron democratizarse, ni madurar a sus instituciones y partidos políticos.

El pasado 20 de septiembre, el Partido Aprista ha cumplido 92 años de fundado y queda preguntarse por las nuevas narrativas que esperan por el proyecto político más importante del siglo XX peruano, lejos del vacuo mote de la traición ideológica y la claudicación. El APRA, más allá del insuficiente rol político e historiográfico que ha querido asignarle la izquierda, es la prueba más palpable de la modernidad inconclusa del país, así como del triunfo de las oscuras fuerzas que han preferido escamotearle el desarrollo a una república que cada vez se aleja más de los valores cívicos de la revolución liberal que hace 201 años la echó a andar.

En sus albores, el APRA fue la violenta irrupción en la escena política nacional de la generación que finalmente se atrevió a intentar instaurar la utopía de Bolívar, el sueño de la igualdad junto con la promesa del desarrollo acompañada de la tecnificación de la gestión pública desde el Estado. Pero este proyecto, que requería de profundas reformas sociales para implementarse, se estrelló con la implacable oposición de la oligarquía respaldada por el ejército. En el esfuerzo transcurrieron 25 años de persecuciones y represión política estatal, se lograron reformas parciales, pero se mantuvieron incólumes las viejas estructuras del poder en el Perú. 

Las siguientes décadas nos muestran al APRA fuera de las “catacumbas” y en busca del poder, convertida en populista y religión civil al mismo tiempo, tras la meta de alcanzar el poder. En todo caso, la generación dispuesta a grandes transformaciones y sacrificios parecía haberse atenuado. Eran otros los desafíos y las metas, como la de construir la institucionalidad democrática. En ese contexto, el discurso del veto, pronunciado por Haya en 1962, en el que renuncia a la presidencia, tantas veces arrebatada, por salvar la democracia de una nueva dictadura, resulta revelador. 

El APRA fue una nueva forma de participación ciudadana, abierta a las grandes masas, que nunca antes había existido. Ser aprista, desde los albores de la década de 1930, fue una manera de pertenecer a la sociedad peruana, de ser sociedad civil, de poder manifestarse en un país por definición excluyente, en suma, fue una vía de participación política para sectores por siempre marginados. El APRA fue, a su modo, la versión peruana de La Rebelión de las Masas de Ortega y Gasset.

Pero ser aprista también fue la religión y el populismo, la fe ciega por el líder, seguido, en la izquierda y también en el pacto con la derecha, seguido por representar el viejo martirologio, por constituir el verbo y la fuente de la fe. El “Víctor Raúl, Víctor Raúl” fue el grito sagrado de esos ritos tan latinoamericanos que reemplazan el Estado y a sus servicios por el íntimo culto a la personalidad, téngase presente, y Haya tuvo, a su lado, una brillante generación con la cual pudo dividir y compartir el liderazgo. 

El APRA fue la Constitución del 79, el último legado de su Jefe, y el más relevante junto con el primero, las 8 horas de trabajo de 1919. Hoy, el APRA gestiona su reinscripción ante la ONPE, parece que de la mano de su facción conservadora y tiene derecho a hacerlo. Finalmente perseveraron. Lección a la izquierda, que sacó 18% en 2016, que tuvo al sur andino a sus pies y se durmió en sus laureles ¿dónde está el gran partido de izquierda que espera y necesita a gritos ensordecedores este país no ya de uno, sino de varios líderes cuya debilidad transita de su vocación por el patrimonialismo a la interrogación por su cordura? 

Concluyo volviendo a la idea de la modernidad inconclusa, que no es más que nuestro día a día, en el que hoy nos dirigimos raudos hacia las próximas municipales, deshojando el cuarto tallo de la margarita, porque a los otros tres ya se les secó el sentido común. La historia del APRA, la de su generación fundadora, es la historia de un país al que no dejaron democratizarse, ni madurar a sus instituciones y partidos políticos. 

Nosotros no somos el país en el que Haya fue dos veces presidente, Seoane una, Sánchez una y Prialé otra, junto con las dos de Belaúnde, que sí sucedieron, más la de Alva Orlandini y Oscar Trelles. Gobiernos en los que se consolidó una casta de políticos y políticas, en los que la reforma agraria se realizó paulatinamente, en los que transitamos a ser un país de todos y para todos, y desactivamos la oligarquía sin tanques ni botas, y la reemplazamos por una mesocracia técnica bajo cuya conducción migramos y nos abrazamos todos los peruanos. La historia que no cuenta la historia del APRA, es, paradójicamente, la historia que es, la de nuestro presente, la de un país echado al abandono, abandonado a las fuerzas de la corrupción y huérfano de clase política. 

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Apra, Historia, partido político

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