Poder regional

"No podemos terruquear las protestas sin observar en ellas el hartazgo del Perú provinciano frente al Perú central, con notables toques identitarios"

El 2000, con la fuga de Alberto Fujimori, se derrumbó el enorme andamiaje de poder centralizado desde el omnipotente Ministerio de la Presidencia, ente organizador del asistencialismo populista del régimen de facto, entonces recién fenecido, y que le granjeó millones de adeptos por todo el país.

En 2002, en cambio, el nuevo Congreso de la República aprobó entusiasta una muy mal planteada Ley de regionalización propuesta por Alejandro Toledo: una región por departamento, pero luego las regiones debían votar juntarse entre sí para conformar macrorregiones. El día de la votación todas decidieron mantenerse solitarias e independientes. Si tenían gobierno regional ¿para qué compartirlo? 

Alan García, a su turno, decidió transferir los recursos del poder central a las regiones. La regionalización del país en 8 macrorregiones había sido una obra de su primer gobierno, invisibilizada entre el griterío que generaron la hiperinflación y el desgobierno de sus últimos 3 años, nada menos. En su segundo gobierno quiso terminar lo comenzado por lo que, escalonadamente, desde 2007 hasta 2011 se fueron aprobando dichas transferencias de poderes y recursos. 

El resultado, gobiernos regionales muy apetecidos por poderes locales de todo tipo, lícitos o no, y con recursos nada despreciables, aunque con notables diferencias de región a región. Sin el marco institucional adecuado, sin los partidos, ni los cuadros políticos necesarios, el país se tornó de nuevo centrífugo, como en el siglo XIX, como lo pinta Mc Evoy en El legado Castillista; y generó un nuevo tipo de feudalidad como la que describieron Tito Flores y Manuel Burga en Apogeo y Crisis de la República Aristocrática. Las regiones pudieron mantenerse pobres, sobre todo si juzgamos por la precariedad de los servicios estatales, pero los gobiernos regionales no, desde allí comienza a reconfigurarse el poder y la política en el país.

Perú Libre es uno de los partos del proceso que describo; este partido, formado por cuadros marxistas altamente ideologizados, es fruto de la regionalización, su líder es el exgobernador regional de Junín, Vladimir Cerrón, personaje condenado por corrupción y que desde su posición de poder organizó redes de interés, patrimonialistas, clientelares y un partido político que, mal que nos pese, funciona mucho más como tal que el habitual menú limeño. Esa es una de las claves para comprender las movilizaciones centrífugas que ahora jaquean al poder central.

Me preguntaron en una entrevista para un medio independiente si estábamos tendiendo a un federalismo, yo respondí que centrifuguismo. En el federalismo, cuando es funcional, la relativa independencia de cada estado federado no es incompatible con la del poder central y sus atribuciones establecidas en la Constitución, tienden a ser pocas, pero bien delimitadas y fundamentales: un Congreso Bicameral, una Corte Suprema de Justicia, crímenes federales que son competencia de una Policía Federal, y una Constitución muy general que todos deben obedecer. Estoy pensando, ciertamente en los Estados Unidos de América.

Acá tenemos a las regiones alejadas del poder central; aquellas han desarrollado mecanismos eficaces de protesta, entre los cuales el bloqueo de carreteras se destaca entre todos por su inevitable eficacia. Acá tenemos, reitero, centrifuguismo, distancia, conciencia de sí de las regiones, la que puede ser políticamente canalizada. La rivalidad entre el centro y la periferia nunca ha sido más real, máxime cuando el centro ingresó en un espiral de crisis política desde 2016, y, desde hace 5 años nos ha “regalado” 6 presidentes y 3 Congresos.

En su texto, que trata del neorepublicanismo, Sergio Ortiz Leroux coloca a la sociedad civil como un cuarto poder eventual, al lado de los tres poderes del Estado, aquel se autoconvoca y moviliza cuando los otros tres se desvían notablemente del bien común. Con esto, ciertamente, ni justifico violencias, ni niegos infiltrados, pero tampoco podemos terruquear las protestas sin observar en ellas el hartazgo del Perú provinciano frente al Perú central, con notables toques identitarios, que dan para otra columna.

El poder político central, y todo lo que se mueve a su alrededor no maduraron los últimos 22 años: involucionaron. Regresó la democracia, pero en su versión informal, sin partidos políticos, es más, sin políticos, con pillos, en su mayor parte, con lobistas, desapareció la mínima huella republicana de lo que significa la búsqueda del bien común, prevalecieron los extremos, de la derecha y de la izquierda. Por ello, las regiones piden otros gobernantes al centro del poder y, cada vez más, imponen la agenda de una nueva constitución, o al menos su refrendo. Las cartas están sobre la mesa.

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Izquierda, Partidos políticos, Regiones

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