“Día de miércoles”

"El amor celebrado a golpe de tarjeta de crédito es tan efímero como su envoltorio de plástico, desvaneciéndose en la superficialidad de las redes sociales, en la búsqueda de likes. Las palabras se convierten en armas arrojadizas en la batalla por la validación. Un concurso de quién demuestra más amor, aunque sea a base de clichés y frases vacías."

El 14 de febrero era mi fecha favorita. Para ser hater, claro. Marcado en el calendario no por un acontecimiento histórico,una gesta heroica o un hito cultural, sino por la cursilería disfrazada de amor. Una oda al consumismo y la superficialidad, bajo la falsa pretensión de celebrar el afecto.

Corazones de plástico, flores marchitas y chocolates empalagosos como las relaciones que se fomentan,  invaden las calles, los escaparates y las redes sociales. Un bombardeo de cursilería que nos incita a comprar, regalar y fingir amor, incluso cuando este no existe. Es un modelo de sociedad donde las redes sociales se convierten en un escaparate de parejas felices, momentos idílicos y amor perfecto, creando una falsa imagen de lo que es el amor.

Para mí era simplemente el seguimiento de un guion impuesto por la sociedad de consumo, donde cada individuo cumple unpapel predefinido y donde la originalidad y la disidencia no tienen cabida. Hasta los poemas se copian de internet. El amor se convierte en un producto comercializable en lugar de un vínculo genuino entre personas.

No hablaba desde el despecho: mi crítica nunca estuvo dirigida al amor que se prodigan dos amantes, sino a la mercantilización del mismo, a la banalización de un sentimiento tan profundo y complejo, convertido en un producto más en el estante de la sociedad de consumo. No es que mi corazón no pudiera albergar envidia ante una relación bonita y genuina, pero jamás ante una relación marca Rosatel.

El amor celebrado a golpe de tarjeta de crédito es tan efímero como su envoltorio de plástico, desvaneciéndose en la superficialidad de las redes sociales, en la búsqueda de likes. Las palabras se convierten en armas arrojadizas en la batalla por la validación. Un concurso de quién demuestra más amor, aunque sea a base de clichés y frases vacías.

Pero no solo eso. Era consciente de que esta festividad refuerza normas de género tradicionales, donde se espera que los hombres sean proveedores y conquistadores, mientras que las mujeres son vistas como objetos a ser conquistados y complacidos, vinculando su valor a su capacidad de atraer y mantener la atención masculina, relegándolas a un papel pasivo y subordinado.

Además, la comercialización de esta fecha cosifica especialmente a las mujeres, promoviendo la idea de que el amor se demuestra a través de regalos materiales, lo que alimenta una cultura de consumo que socava la importancia de la conexión emocional genuina y desvía la atención de problemas más profundos, como la desigualdad de género y la violencia machista.

Incluso estéticamente, la parafernalia del 14 de febrero me parece horrorosa: chocolates en forma de corazón, globos rojos chillones, peluches de osos amorosos con frases cursis copiadas y recopiadas, y la presión social para hacer ostentación de afecto en las redes sociales.

En medio de esas disquisiciones andaba yo cuando, de pronto, vi la luz… roja del semáforo, y una señora ofrecía ramos de flores a cinco soles. Otro señor parecía que iba a volar por la cantidad de globos que tenía colgados. Más allá, una chica arrastraba con premura un zoológico de peluches en un saco. Sus rostros ajetreados, pero con la mirada atenta para captar a sus posibles compradores. Ese era su día del triunfo. No podían dejar de ganar y nada más importaba.

Y ahí se me cayó el discurso y me hundí en la contradicción. Hasta llegué a desear todo el consumo del mundo en esta fecha.

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