Carlos León Moya

Historia Terruca del Perú

[SÁTIRA]

Conquista y Pacificación

Hasta la llegada de los españoles el Imperio Inca era amplio y próspero, aunque su ubicación geográfica -el sur andino- y su aspecto físico –pómulos amplios y pocas ropas–son indicios de sus presuntos vínculos con Sendero Luminoso. 

La guerra civil entre los hermanos Huáscar y Atahualpa, iniciada tras la muerte de Huayna Cápac, debilitó al Imperio y facilitó la tarea a los conquistadores. El sur contra el norte, el político contra el militar. Sin embargo, diversas voces han pedido se deje de utilizar el término “guerra civil incaica” por no representar lo que realmente ocurrió en el país, y se le reemplace por el término “terrorismo incaico”. El almirante Galifardo Montoya propuso además se renombre a los bandos: por un lado la Organización Terrorista Huáscar (OTH), y por otro la Organización Terrorista Atahualpa (OTA). A esto debe añadirse que Huayna Cápac nunca respetó la santidad de la familia y tuvo alrededor de 300 hijos. Era un López Aliaga al revés.

Tras la captura de Atahualpa en Chota y su muerte en julio de 1533, la conquista parecía asegurada. Pero no. Fue un proceso largo y tortuoso, con conflictos armados entre los propios conquistadores y una resistencia inca que duraría 40 años.

Del lado español, la larga disputa entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro terminaría con la muerte de ambos. Según la versión oficial, la causa fue la ausencia de claridad sobre cómo repartirse el botín de la conquista, pero fuentes de inteligencia sostienen que la causa real fueron los presuntos vínculos de Almagro con Sendero Luminoso.

La sangre llegó a todos. Almagro fue ajusticiado y luego decapitado en la Plaza de Armas de Cusco en 1538. Pizarro fue asesinado de 20 sablazos en el propio Palacio de Gobierno en julio de 1541. Su puesto fue tomado por un cholo de 20 años, Diego de Almagro “El Mozo”, hijo de Almagro con la india panameña Ana Martínez quien seguramente era venezolana y militaba en las filas del chavismo.

Del lado incaico, la resistencia parecía una margarita: me uno, no me uno, me uno, no me uno. Hasta que Manco Inca, luego de sitiar la ciudad del Cusco sin lograr tomarla, se retiró primero a Ollantaytambo y luego a Vilcabamba, donde se asentaría con sus tropas y familia. Se declaró Inca. Decidió quedarse allí y no volver al Cusco, pero fue asesinado por infiltrados almagristas que se habían convertido en colaboradores eficaces para subsanar sus antiguos vínculos con Sendero Luminoso. 

Lo sucedió su hijo, Sayri Túpac. Murió, o lo mataron.

Luego lo sucedió su otro hijo, Titu Cusi Yupanqui. Murió, o lo mataron. 

Luego lo sucedió su otro hijo, Túpac Amaru, quien fue decapitado en la Plaza de Armas de Cusco en 1572 debido a sus presuntos vínculos con el MRTA.

Con su muerte llegó a su fin lo que la historiografía caviar llama “Los Incas de Vilcabamba”, pero diversas voces han pedido que se les llame simplemente “Los Remanentes”.

En adelante, siguieron 250 años de pacificación y estabilidad logradas por el gobierno del expresidente Alberto Fujimori.

 

La Colonia

Todo bien, gracias.

 

La Independencia

Doscientos años después sabemos que nuestra independencia fue un fracaso. Como señaló la historiadora Stephanie Cayo, hay cosas no funcionan porque son “del año de la pera”, como la democracia en Grecia, o porque “se originan en el extranjero”, como San Martín y Bolívar y la Constitución de Cádiz y los ideales de la Revolución Francesa.

Cabe señalar que antes del fatídico 1821 hubo una serie de ataques terroristas contra la integridad de la Colonia. El más conocido fue el del antisistema José Gabriel Condorcanqui, alias Túpac Amaru II, en noviembre de 1780. En lugar de optar por una marcha pacífica o canalizar sus demandas a través de las vías institucionales, Túpac Amaru optó por una salida violenta. Primero, asesinó al corregidor Antonio de Arriaga, un sacrificado funcionario público que solo cumplía su labor a favor del modelo económico. Producto del resentimiento, Túpac Amaru mandó a que Arriaga fuese ahorcado en un patíbulo y que la soga fuese jalada por su propio esclavo. Según un testigo, los indios resentidos pasaban al lado del cuerpo sin vida de Arriaga y le decían “manachu caita rurahux canqui” (“¿No solías hacernos esto?”).

Pero la violencia nunca es la solución, salvo que sea en forma de represión.

Muchos años después de estos luctuosos sucesos que dividieron a los peruanos, un argentino con ideas foráneas y camiseta de River cruzó los Andes y llegó en barco a Paracas. Su nombre era José de San Martín. Sus patillas eran largas. En Paracas solo durmió. Un día soñó con gaviotas de alas rojas, lo cual muestra sus presuntos vínculos con Sendero Luminoso.

Al final, San Martín no fue tan malo como parecía. Luego de declarar la independencia del Perú y hacer un largo tour por la costa, impulsó la sana idea de que lo mejor para el Perú era una monarquía. A fin de cuentas, los peruanos no sabían cómo gobernarse a sí mismos y cada que les toca decidir algo la cagan. “Estoy seguro”, dijo San Martín, “que si les damos a elegir a ustedes, siempre van a elegir mal. Y así será por 200 años. Mejor no elijan. La monarquía es el mal menor. Palabra de Generalísimo”.

No obtuvo el apoyo deseado.

En julio del 1822, San Martín se dirigió a Guayaquil a encontrarse con lo peor que uno se puede encontrar.

Un venezolano.

Allí lo esperaba Simón Bolívar, el Libertador, un hombre pequeño y moreno de ideologías trasnochadas, y que acababa de fundar la Gran Colombia y convertirla en un país comunista e hiperinflacionario.

El encuentro entre San Martín y Bolívar buscaba definir qué hacer militarmente con el Perú, el último reducto realista y con una aristocracia poco afecta a la república. 

San Martín proponía una monarquía. Bolívar, el comunismo. 

El 27 de julio de 1822, Bolívar tomó la delantera. Mirando el Río Guayas y tocando suavemente su espada, miró a San Martín y le lanzó un ultimátum:

-No pueden brillar dos dólares en un mismo firmamento.

San Martín lo miró intrigado.

-Había pensado decir “dos soles”, pero el sol se está devaluando -concluyó Bolívar.

San Martín entendió. Agarró sus cosas -su mate, su espada, su camiseta de River- y partió hacia el Perú. Luego hacia Francia. Nunca más volvió al continente.

Y así nos dejó ante las garras autoritarias de Bolívar, el chavismo y Sendero Luminoso.

Lo que vino ya lo sabemos. Los españoles fueron derrotados en las batallas de Junín y Ayacucho. Se independizó el Perú, grave error. Nadie quería a Bolívar y al final este se fue, gloria a Dios. 

 

A continuación

Para nuestra siguiente entrega, haremos un sucinto resumen de nuestro siglo favorito, el XIX. 

Miraremos el intento irracional de unirnos con Bolivia, a pesar de que somos muy distintos.

Miraremos el enfrentamiento entre Castilla y Echenique, que derivó en la abolición de la esclavitud pese a las recomendaciones del IPE en contra, pues suponía encarecer la mano de obra y atentaba contra el crecimiento.

Miraremos la mal llamada prosperidad falaz, que en realidad fue una época de bonanza y crecimiento y si algo falló fue el Estado.

Miraremos finalmente la Guerra con Chile, aquel funesto suceso originado por culpa de Bolivia (¿Quién se alía con Bolivia?) y que terminó con la ocupación de Lima por el ejército chileno con ayuda de los coches bombas de Sendero Luminoso.

Tags:

Historia, sendero luminoso, Terrorismo

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