Si alguna lección debe extraerse de la nueva realidad política que en el Perú se ha erigido luego del triunfo popular de un candidato de abajo como Pedro Castillo, es que el centro y la derecha deben renovar radicalmente sus rostros visibles en el quehacer electoral.

La izquierda se prepara para que el 2026 sean Antauro Humala e Indira Huillca quienes protagonicen sus candidaturas principales (aunque la necedad de Verónika Mendoza seguramente la va a llevar a insistir en su tercera derrota). Figuras novedosas y atractivas. ¿Y en la derecha o en el centro? No se oye, padre.

Por lo pronto, candidatos como Hernando de Soto, Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga, Alfredo Barnechea, Raúl Diez Canseco, Lourdes Flores, Julio Guzmán, Rafael Santos, Renzo Reggiardo, Mauricio Mulder, Jorge del Castillo, Alberto Beingolea y demás, deberían asumir que su tiempo presidencial ya pasó (pueden ser, en el mejor de los casos, figuras congresales respetables).

El centro y la derecha deben renovar cuadros. Nombres como los de Richard Acuña, Patricia Chirinos, Norma Yarrow, Carlos Añaños, Roque Benavides, Carolina Lizárrraga, Marianella Ledesma, Carla García, o jóvenes como Rosangella Barbarán, Adriana Tudela, Lucas Ghersi (aunque los últimos tres no alcancen edad para protagonizar lides presidenciales el 2026), deben prepararse para las grandes ligas.

Por lo demás, la única manera de reconquistar las zonas andinas de un país disfuncional como el nuestro -requisito fundamental para ganar y gobernar con tranquilidad en el Perú de hoy-, por parte de la derecha o el centro, pasa porque logren presentar propuestas disruptivas, contestatarias y llamativas, pero, como es obvio, que se vean representadas por rostros que expresen cabalmente esa renovación ideológica.

¿Se van a presentar las mismas caras ajadas de la derecha y el centro a las elecciones del 2026 o antes (si por alguna circunstancia dramática se recorta el mandato de Castillo)? Eso supondría encaminarse a una derrota segura y a permitir que la izquierda, a pesar del desastre al que parece se encamina el actual régimen, logre entregarle la posta a alguien de su propia orilla ideológica.

Nuevas ideas, nuevos rostros. Ojalá mayores dosis de liberalismo tanto en el centro como en la derecha, por cierto, que le haría mucho bien al país una modernización ideológica de ese calibre para augurar un mejor futuro nacional y no resignarnos a los extremos autoritarios y conservadores.

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Pocas veces se ha visto un gabinete ministerial tan mediocre como el que ha conformado la coalición de izquierdas que hoy nos gobierna y que no excluye a ninguno de los segmentos ideológicos de ese sector político.

Durante muchos años, la izquierda disfrutó a placer burlándose de los cuadros tecnocráticos de la derecha, cuestionando su idoneidad profesional e inclusive moral para ejercer los distintos cargos para los que eran nombrados en los últimos lustros.

Pues bien, hoy la izquierda tiene el encargo de gobernar y están todos: hay castillistas, filosenderistas, cerronistas, mendocistas, aranistas, caviares e independientes de izquierda en una amalgama indigesta, de la que se salvan apenas cuatro o cinco ministros. El resto es para llorar.

¿Tanto tiempo se pasó la izquierda preparando cuadros, gastando en ONGs que nutrieran expertos en diversas políticas públicas para que a la hora de asumir el desafío real de gobernar, produzca el resultado nefasto que hoy se aprecia?

Desde la izquierda suelden regodearse diciendo que la derecha tiene tecnócratas, pero no intelectuales. La izquierda celebra su abundancia académica, pero, en contraposición, es una lágrima a la hora de ejercer y desplegar políticas concretas desde el aparato estatal.

Desde hace poco más de 50 días tiene el poder entre manos y no hay, ni siquiera desde su propia perspectiva ideológica, nada que pueda ser al menos controversial o merecedor de discusión. Lo suyo es piloto automático con un mapa de navegación errado.

Hoy la izquierda, en todas sus variantes, se refugia en la idea de que solo con una Asamblea Constituyente podrá ejercer el tipo de poder socialista y revolucionario al que aspira. La verdad, como bien lo dijo uno de los pocos ministros que se salva, como es Pedro Francke, se pueden hacer políticas públicas disidentes del por ellos llamado modelo liberal, sin necesidad de cambiar la Carta Magna. Si no lo hacen, es por pura medianía y falta de perspectiva gubernativa.

Hizo bien, por lo que se ve, dicho sea de paso, Ollanta Humala en desprenderse rápidamente de la izquierda cuando fue gobierno. Con ella a bordo, el suyo hubiera sido un desastre de inacción y de indecisiones, o discusiones estériles. La izquierda lo acusa de traidor. El país le debería agradecer su perspicacia para darse cuenta prontamente de que la izquierda era un desastre ejecutivo.

Las pruebas están al tanto. El gobierno de Castillo, el candidato de las izquierdas, no da ni para adelante ni para atrás. Y no es solo responsabilidad de un Presidente diletante o incompetente. Es la izquierda en su conjunto, la responsable del desastre.

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Mientras la derecha o el centro no logren capitalizar una votación importante en las zonas andinas del país, es improbable que se alcen con el triunfo electoral en el futuro o, si lo logran, probablemente sea con un nivel de contestación en esa zona del país que prontamente generaría cuotas de ingobernabilidad.

Hoy vemos que a pesar de los groseros errores cometidos por el gobierno, la cuestionada designación de un Premier impresentable como Bellido, la rechazada presencia dominante de Vladimir Cerrón, la impugnada cercanía de elementos vinculados a Sendero Luminoso, las designaciones cuestionadas de funcionarios públicos, la profusión de ministros incompetentes y un Presidente dubitativo, indeciso e inaparente, las zonas andinas del país le siguen brindando su respaldo.

Según Ipsos, si bien en Lima desaprueba al gobierno el 62%, en el centro lo aprueba el 49% y en el sur el 57%. Según Datum, en Lima lo aprueba apenas el 29%, pero en el centro el 55% y en el sur el 58%. Datum pregunta también sobre la percepción de la capacidad de Castillo para gobernar: en Lima solo el 22% estima que está capacitado, en el centro lo cree el 45% y en el sur el 49%. Para CPI, el 62.4% de Lima desaprueba a Castillo, pero en la sierra y centro sur lo respalda la abrumadora cifra del 64.4%.

Por cierto, Castillo no es que haya hecho nada en particular para conquistar tamaños niveles de aprobación en esas regiones del país. Es la inercia del voto de la segunda vuelta (donde, inclusive, obtuvo cifras más altas de votación: el centro político de las zonas andinas parece haberse ido desprendiendo del respaldo al Presidente), pero pesan también razones identitarias que la derecha parece incapaz de responder o contestar.

Sociológicamente hablando, regiones como Puno o Junín ya dejaron de ser predominantemente agrarias para pasar a ser eminentemente comerciales. Son poblaciones comerciantes, capitalistas, negociantes, y si se pudiese establecer una correlación entre la actividad económica y la perspectiva ideológica deberían inclinarse mayoritariamente por la derecha antes que por la izquierda, como suelen hacer.

A la postre, cuando el desarrollo económico genere en las zonas andinas peruanas los mismos niveles de integración a los beneficios del mercado que se ven en el resto del país, ese fenómeno de derechización ocurrirá (véase, por ello, la votación de las zonas populares de Lima y la costa norte), pero mientras ello no ocurra, la derecha tiene allí un desafío político que afrontar. No tendrá viabilidad electoral futura si no hace suyo el mundo andino.

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andino, Pedro Castillo, sociología

Muchas voces reclaman la aparición de un líder de la oposición que capitalice el descontento de un sector de la población con el gobierno y que galvanice y potencie los ánimos disidentes, que irán creciendo conforme el régimen se vaya deteriorando, producto de su inmensa mediocridad administrativa y desparpajo político.

Se habla, inclusive, de la necesidad de conformar un gabinete en la sombra que le respire en la nuca al oficialismo y vaya generando en la población la sensación de que hay mejores alternativas, o siempre las hubo, respecto de lo que está aplicando Palacio a trompicones, en medio de una confusión programática feroz (donde coexisten castillistas, cerronistas, caviares e improvisados, en un guiso políticamente indigesto).

Así, se menciona la posibilidad de buscar cuadros nuevos, distintos al establishment o elenco estable de la política de centro y derecha (mucho del que aparece en los mítines de Erasmo Wong), para que aglutinen fuerzas y reemplacen inclusive a quienes fueron candidatos presidenciales en la última jornada electoral (Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga, César Acuña, Yonhy Lescano, Alberto Beingolea, Daniel Urresti, etc.).

En verdad, no les falta razón a quienes creen que ya ese conjunto de figuras cumplió su ciclo y que la única forma de derrotar la aparición de una izquierda disruptiva (que hoy ha sido Castillo, pero que mañana puede ser Antauro Humala o Indira Huillca), es cultivar la presencia de figuras nuevas, fuera de la caja, novedosas.

Pero también es cierto que a estas alturas del partido, cuando aún existe absoluta incertidumbre respecto del rumbo que va a tomar el gobierno, si moderado, con un Castillo desprendiéndose de Cerrón y el Movadef y, por ende, de la Asamblea Constituyente, si acaso un Castillo manteniendo esa alianza y ese propósito, haciendo de su afianzamiento en el poder una herramienta para radicalizarse antes que para centrarse, es mejor mantener en ristre todas las fórmulas opositoras, cada una con su afán y su estrategia, funcionando libremente.

La oposición como un racimo, no como un puño único, parece ser la mejor manera de transitar esta fase de lucha política. Y en esa medida, bienvenidos los mítines de sábados y domingos, la radicalidad de cierta derecha, la oposición congresal, las organizaciones sociales populares, la manifestación principista de gremios empresariales, el rol mediático de denuncia -tan importante en estos días-, la aparición en la prensa de diversos líderes de ese amplio espectro que va del centro a la derecha. Todo suma, nada resta.

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