La opinión pública ha centrado su atención negativa sobre todo en el ministro del Interior, Luis Barranzuela, pero le ha puesto mediana intensidad a recalar en lo que se viene haciendo en un portafolio crucial como es el de Educación, y con su titular, Carlos Gallardo.

En conferencia reciente, el ministro de Educación, en la práctica, anunció la sepultura de la reforma magisterial y en particular de la evaluación meritocrática -una de las mejores y mayores reformas que se habían efectuado en un sector carente de manejos visionarios o de largo plazo-, asentó sus vínculos con Fenate, sindicato apócrifo vinculado al Movadef y, lo que coronó la fiesta, soslayó la urgencia de reiniciar las clases presenciales en el país.

Gallardo es un incompetente mayor. Carece de autoridad y de criterio para manejar una de las carteras en las que un gobierno de izquierda debiera marcar la diferencia respecto de las administraciones de derecha, que suelen no prestarle mayor atención a las políticas públicas básicas, sobre todo las de salud y educación.

A este paso, uno llega a preguntarse, con razón, para qué tanto esfuerzo del ministro de Economía, Pedro Francke, por incrementar el presupuesto vía una reforma tributaria, si uno de los sectores receptores de ese incremento recaudatorio, va a ser un portafolio pésimamente administrado por alguien que claramente no está calificado para el cargo.

El Congreso va a tener que tomar cartas en el asunto. El camino de la interpelación y la censura -o la censura directa- se impone más en este caso que en el de Barranzuela, siendo ambos, ministros que no merecen ocupar un asiento en el consejo ministerial.

La educación pública es uno de los pilares de la inclusión ciudadana y de la mayor equidad social. En la educación pública debieran invertirse los excedentes del éxito macroeconómico del país. Pero ello requiere mano diestra para conciliar intereses propios del sector y generar consensos que permitan sobrellevar la reforma que hasta el momento se ha desplegado, profundizándola y extendiéndola.

No se puede tolerar a un ministro contrarreformista, puesto en el cargo, al parecer, solo para beneficiar a un sindicato radical que quiere aprovechar el poder político del Presidente para trazar una ruta de dominio y de hegemonía en el magisterio, siendo, en esa perspectiva, Gallardo, un monigote que piensa más en ello que en el bienestar de millones de niños y jóvenes, cuyas familias claman por recibir una educación digna, competitiva con la educación privada que solo los afortunados pueden pagar.

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Congreso de la República, fenate, Luis Barranzuela, ministro del Interior, Movadef, Pedro Francke, Presidente Castillo

Va a ser muy difícil que el Congreso apruebe la solicitud de delegación de facultades legislativas en materia tributaria, fiscal, financiera y de reactivación económica que el Presidente y la Premier han remitido ayer al Parlamento.

El proyecto demuestra consistencia y detalla, en una amplia exposición de motivos, las razones que fundamentan su solicitud. En principio, queda claro, que el gobierno apunta a un mayor peso fiscal, sea por controles de evasión o elusión, como aumento de algunos impuestos. Es, por cierto, lo que el ministro Francke se la ha pasado anunciando durante toda la campaña electoral y en esa medida no llama a sorpresa.

El problema entre manos, sin embargo, es político. ¿Cómo confiar en que el Presidente no se entrometerá en asuntos económicos que no le competen y termine generando alguna norma Frankenstein que distorsione el espíritu y el sentido del paquete que quiere aprobar el MEF?

Los exabruptos presidenciales dejan honda huella en el sector empresarial, que inmediatamente activa recelos y temores, quizás algo exagerados, pero entendibles dada la retórica inflamada que hasta hace poco exhibía el ala cerronista del régimen y el afán no descartado del Presidente de desplegar una ruta hacia la Asamblea Constituyente.

En esa medida, va a ser necesario que el ministro Francke se prodigue en los medios y eventualmente ante el Congreso a explicar con el mayor detalle posible sus proyectos, o que eventualmente los explicite aún más de lo que ya lo están en el proyecto presentado, de modo tal de reducir la incertidumbre.

Es verdad que el Congreso, a posteriori, puede corregir, anular o derogar las normas que el Ejecutivo apruebe en base a la delegación de facultades, pero ello no reduce la inquietud existente en muchas bancadas respecto de las sorpresas o bombas que desde el gobierno se puedan perpetrar en las materias señaladas (tributaria, fiscal, financiera y de reactivación económica).

A ver si este escenario termina de convencer al Primer Mandatario de la urgencia imperativa de que controle su irresponsable verbo, que entienda que está frente a una realidad política que lo contiene (un Congreso mayoritariamente opositor) y que, en esa medida, necesita mostrar tino y cautela. Los que pueden terminar pagando las consecuencias de su inimputabilidad política son la Premier, con el voto de confianza, y el ministro Francke, con la delegación de facultades.

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Congreso de la República, Facultades legislativas, MEF

La izquierda moderna y progresista, eventualmente hasta liberal, tenía una oportunidad de oro con el triunfo de Castillo para asentar sus posturas, marcar su cancha, y establecer una buena plataforma de acción para las elecciones futuras.

Pero el affaire Bellido-Cerrón terminó por desbaratar cualquier posibilidad en ese sentido. Porque una cosa es respaldar al gabinete que preside Mirtha Vásquez, con quien claramente comulga, y otra hacerlo con el anterior, cuando se tragó piedras de molino, sin rubor ni remilgo.

Por eso, los ataques que recibe provienen de ambas orillas del espectro ideológico, tildándola de acomedida y acomodada, que por una cuota de poder es capaz de digerir el peor de los sapos.

En particular, resalta el caso de Verónika Mendoza, que no solo concilió con  las posturas extremistas infantiles del cerronismo sino que las alentó y apoyó en medio de la primera crisis del régimen (en la famosa reunión en la calle Roma, la residencia del ministro de Justicia, Aníbal Torres, cuando se le pidió a Cerrón su alejamiento y la salida de Bellido: Mendoza respaldó, increíblemente, al exgobernador de Junín).

Se cargan mucho las tintas respecto de la urgencia y necesidad imperativa de que cuaje una derecha liberal, distinta a la versión mercantilista, conservadora y autoritaria que lamentablemente crece y medra a su alrededor, pero poco se dice respecto de la misma necesidad y urgencia de que en la izquierda florezca una opción semejante, no sólo democrática sino respetuosa de la economía de mercado (se puede ser de izquierda y respetarla).

Hasta el momento, su presencia en el gobierno constituye islotes que no se la juegan en defensa de sus postulados. No está en el poder, por lo que se ve, para plasmar una opción ideológica, sino simplemente, al parecer, para aprovechar todos los resquicios que Castillo y su cúpula le permiten por defección del ala radical cerronista.

Así, grita el silencio de esa izquierda cuando el Presidente lanza un disparate catedralicio, como el de la estatización de Camisea, que tanto daño produce en la comunidad inversora del país. El mutis es absoluto. Ni una sola manifestación divergente ni un pedido interno de rectificación. La izquierda light se está achicharrando en este gobierno por su docilidad política, sus afanes de poder por el poder, y su sometimiento a cualquier despropósito que desde Palacio se anuncie o se perpetre.

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Camisea, izquierda moderna, Presidente Castillo, Vladimir Cerrón

Mientras la Premier, Mirtha Vásquez, se presentaba ante el Congreso para pedir el voto de confianza, y hacía esfuerzos para desplegar un programa de gobierno, si bien de izquierda (como legítimamente le corresponde), respetuoso del Estado de Derecho y de la Constitución, el presidente Castillo no tuvo mejor idea que atizar el fuego de la confrontación, reclamándole al Legislativo que sacara una ley para estatizar Camisea e insistiendo en el caprichoso tema de la Asamblea Constituyente.

El Presidente no parece ser consciente del inmenso daño que producen sus palabras en el mundo del inversor privado, que teme que en algún momento su gobierno vaya a seguir una senda radical de estatizaciones y afectaciones a la propiedad privada, en medio de una batahola política que busque tirarse abajo la Carta Magna del 93, cuya mayor virtud es que es, precisamente, un baluarte jurídico en contra de populismos o estatismos económicos.

Por supuesto, ese camino está prácticamente vedado, dada la conformación pro establishment mayoritaria en el Congreso. Castillo solo tiene 52 votos en el Parlamento y claramente no le alcanzan para sus eventuales propósitos radicales. Y el camino del referéndum directo convocado en base a la recolección de firmas es claramente inconstitucional y el Tribunal Constitucional se bajaría en una, cualquier intento de ir por esa senda.

Castillo está, pues, felizmente atado de manos y en esa medida, la senda de la mediocre moderación que hoy exhibe, probablemente será la moneda común establecida a lo largo de todo su periodo, pero la sensibilidad inversora es alta y cualquier atisbo de saber que habita las esferas del poder un enemigo, afecta sobremanera el flujo de inversiones que, a la vez, el Perú y este gobierno necesitan que se despierte.

No merece Mirtha Vásquez que el lenguaraz Presidente le complique la vida, de modo de generar, eventualmente, que el Congreso le niegue la confianza, se lleve de encuentro todo el gabinete y se genere una nueva crisis política en poco más de cien días de gobierno. Ojalá prime la sensatez en el centro parlamentario.

Castillo es políticamente inimputable. Es muy básico y de alcances medianos. En esa medida, desde la oposición y desde el país habrá que acostumbrarse o resignarse a que irrumpa cada cierto tiempo con algún exceso o disparate, con algún nombramiento extraño que se deberá tratar de corregir, o con alguna declaración altisonante, que traerá más ruido que nueces. Así será el gobierno de izquierdas que tenemos en mala suerte.

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Asamblea Constituyente, Castillo, Mirtha Vasquez

La centroderecha debe olvidarse de la ilusión de un recorte del mandato del presidente Pedro Castillo y trazar una estrategia social y política que contemple el 2026 como horizonte de recambio.

Debe, por supuesto, mantenerse alerta. No es improbable que la volatilidad ideológica de Castillo lo lleve nuevamente a reconducirse a un escenario radical, con una estrategia de confrontación, con la vuelta de Cerrón y allegados, y nuevamente el énfasis inmediato en una Asamblea Constituyente. En ese escenario, la centroderecha debe volver a considerar la vacancia como herramienta defensiva, y solo en ese caso. La reciedumbre opositora dependerá de la sensatez gubernativa.

Pero si se consolida el nuevo escenario en el que estamos y del que probablemente no nos movamos por un buen tiempo, y quizás todo el lustro, lo que veremos será un gobierno de izquierda tratando de reconstituir algunos términos del modelo económico y poniendo el énfasis -en el mejor de los casos- en sectores como salud y educación.

Vista así la perspectiva, lo que corresponde es asumir democráticamente la legitimidad del régimen, asegurarse de una fiscalización constante y, sobre todo, de diseñar una estrategia conducente a que el 2026 no vuelva a ocurrir que un disruptivo de izquierda se alce con el triunfo.

Eso pasa por un trabajo ideológico insistente y pertinaz, pasa por la reconquista del mundo andino para la centroderecha (Puno y Junín son regiones estratégicas), pasa por la renovación de cuadros políticos, pasa por tener presencia importante en las elecciones regionales y municipales del próximo año, etc.

Fuera del hito pandémico, que trastocó todo el tablero político e ideológico del país, las encuestas siguen revelando que el país está inclinado -sigue estándolo- hacia el centro y la derecha, muy por encima de las opciones de izquierda. Resulta casi imposible que se repita la tormenta perfecta de crisis de este año (sanitaria, económica y política) que permitió que alguien como Castillo ganase la elección, y si a ello le sumamos el natural desgaste que va a tener la izquierda luego de un gobierno tan mediocre como el que padecemos, lo más probable es que el 2026 la centroderecha recupere sus fueros.

Pero hay que trabajar en ello. No dilapidar energías en intentos cuasi golpistas de vacancias irracionales y dedicarlas, más bien, a construir plataformas sociales y políticas que le permitan llegar, a futuro, a ese crucial proceso electoral, en mejor pie que con el que llegaron este año aciago para sus propósitos.

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2026, Cerrón y allegados, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón
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