Es una obligación política y moral del gobierno sacar adelante proyectos mineros como Conga o Tía María, más aún en circunstancias que los precios de los metales han alcanzado niveles récord en el mundo.

Ambos proyectos contaron con resistencia social en su momento, pero es dable pensar que la misma haya amainado ante la constatación de que sin inversión minera no hay canon ni regalía y que los gobiernos locales viven de eso para poder tener fondos de inversión. El aumento de la pobreza puede ser un acicate para que los ciudadanos de las zonas de influencia acepten, por fin, que la inversión privada es la única forma de derrotar la miseria.

Cabe recordar, además, que ambos proyectos estuvieron a punto de salir, si no fuera por las torpezas del gobierno de Humala y de la propia Southern en los orígenes de los mismos, respectivamente. Ya se ha corregido en gran medida esos dislates y se espera, en consecuencia, que el gobierno pueda prosperar en el intento.

Ambos son, además, proyectos emblemáticos y de salir adelante darían una señal a la comunidad inversora que podría desatar el nudo que hoy ata a la inversión privada, a pesar de la estabilidad macroeconómica, no obstante el relativo descontrol fiscal que el MEF está permitiendo (y que puede agravar si insiste en la tozudez de apoyar al reflotamiento de Petroperú).

El mejor ejemplo de cómo la inversión privada reduce la pobreza es el gobierno de Alan García, que la redujo de 50 a 27%, la mayor rebaja de la historia peruana y de América Latina. Si el gobierno, con el empeño de Rómulo Mucho en el Minem, logra sacar adelante Conga y Tía María, verá cómo se despiertan los impulsos capitalistas, hoy contenidos, y podría arrojar al final de su mandato cifras de mejora en los indicadores de pobreza que hoy vienen aumentando.

Si logra ello, podría uno perdonarle al régimen que de acá al 2026 haga poco en otras materias, como lucha anticorrupción, inseguridad ciudadana, regionalización, salud y educación públicas. Un pueblo menos pobre, que retorne a la clase media, sería la mejor noticia como antecedente sociopolítico para las elecciones del 2026. La pandemia nos trajo a Castillo. Que la parálisis de la inversión privada no nos traiga otro radical en el futuro.

Vamos a suponer que efectivamente logran éxito las coordinaciones que se están efectuando entre algunos grupos de la centroderecha y se arman uno o dos frentes en este segmento ideológico, que de ese modo puedan darle batalla a los candidatos radicales de izquierda que asoman con fuerza y expectativa.

Allí, sin embargo, no acaba el problema sino que, probablemente, comienza uno mayor: encontrar al candidato propicio para representar tales conglomerados. Ya he citado a Enrique Chirinos Soto y su consideración de que un buen candidato tenía que tener “orgasmo por el poder”, pasión por ser presidente, y trasmitirle eso al electorado.

Lo tuvo Belaunde, lo tuvo Alan García, para mencionar a los dos últimos más importantes. En alguna medida también Toledo y Ollanta Humala (aunque éste venía ayudado por el envión que le había dejado de herencia su hermano Antauro). Sin esa pasión, sin ese biorritmo electoral, no hay forma. Si el candidato no rompe el vidrio que lo distancia del electorado, no hay frente ni campaña que valgan (el mejor ejemplo es Mario Vargas Llosa, quien parecía estar abrumado por la responsabilidad de ser el candidato, pero no tenía el ansia de poder que estos menesteres requieren).

La izquierda radical, representada por personajescomo Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres, si acaso Guillermo Bermejo, tiene candidatos con esa característica. ¿A quién tiene la centroderecha? ¿Roberto Chiabra? Sí. ¿Carlos Anderson? También. ¿Rafael Belaunde? Le falta algo de pasión vital. ¿Jorge Nieto? Puede prender. ¿Carlos Álvarez? Empezó bien, pero se ha desinflado por sus propias indecisiones. ¿Carlos Añaños? Imposible. ¿Alguien de Lo Justo o los morados? No se ven en el horizonte.

La campaña del 2026 va a ser brutal. Se va a jugar en todos los frentes. Por eso se necesitan buenos candidatos, con fuste y preparación, que es el otro factor necesario para afrontar el desafío, alguien que tenga claro qué hacer con la economía, la crisis política institucional, la regionalización, la inseguridad ciudadana, la lucha contra las mafias ilegales, la lucha anticorrupción que está sangrando al Estado, etc. Poner a un improvisado en Palacio sería letal.

El tema viene complicado. Quedan poco menos de dos años para la campaña y eso es tiempo corto para las tareas pendientes de resolver. Es necesario exigir decisión y sentido de urgencia a los voceros de la centroderecha para que aceleren el paso.

Hay quienes ingenuamente creen que Antauro Humala va a ser un bluff político, que apenas comience la justa electoral se va a desinflar y perderá el interés que hoy genera.

Craso error de juicio político. Antauro Humala es un líder elocuente, inteligente, disparatado, pero que en su disparate mismo comulga con las expectativas populares. Sus anuncios de expropiaciones de medios de comunicación, por ejemplo, nos agarran cuando nunca antes han estado tan desprestigiados los medios de comunicación. Su discurso en contra de las grandes empresas nos coge en medio de una situación terrible de descrédito del gran capitalismo (según encuesta de Ipsos, el 90% de peruanos cree que acá unos pocos gobiernan para su propio beneficio).

Con astucia, Antauro busca “posicionarse”, además, como el Bukele peruano, recogiendo así la alta expectativa local -y regional- que existe en favor del autoritario mandatario salvadoreño por su lucha contra las bandas delincuenciales en su país.

Antauro, por lo demás, no está quieto. Recorre a diario el país, particularmente el sur andino, haciendo política de verdad y no aquella que cree que basta salir en medios limeños para sembrar presencia y posterior endose electoral.

Este columnista está convencido de que Antauro será contendiente de la segunda vuelta del 2026. Lo único que podría sacarlo de carrera es que aparezca y crezca otro candidato disruptivo radical (allí asoman Guido Bellido y Aníbal Torres), que lo supere en radicalismo y lo haga fragmentar el voto -ojalá que ello ocurra- y arruinar la posibilidad de que la izquierda radical dispute la segunda vuelta.

De lo contrario, y si persiste la fragmentación de la centroderecha (ya hemos visto que, felizmente, hay esfuerzos por remediarla), tendremos no solo a un candidato radical sino probablemente a dos en la segunda vuelta y nos encaminaremos a perder el país. Se juega mucho el 2026. A riesgo de parecer obcecada, no se cansará esta columna de advertirlo.

La comisión de Trabajo ha aprobado un proyecto de ley para desactivar la Autoridad Nacional del Servicio Civil, Servir, una entidad que si de algo adolecía es de incompletud de su tarea, pero que en donde había intervenido con propiedad había logrado elevar los estándares meritocráticos de la administración pública.

Uno de los grandes males estructurales del Estado peruano es la carencia de cuadros tecnocráticos, con conocimientos técnicos de los sectores y capacidad administrativa. Servir se encargaba precisamente de eso, de fungir de filtro para mejorar la burocracia estatal.

Dos son las causas del empobrecimiento tecnocrático de la burocracia estatal peruana: la decisión de Alan García, en su segundo gobierno,de reducir los sueldos, y la persecución fiscal abusiva y absurda que muchos exfuncionariosafrontan durante años por parte del Ministerio Público y el Poder Judicial.

A contrapelo de ello, Servir había ya alcanzado velocidad en sus acciones. Cerca de 90 entidades públicas han presentado ya su Cuadro de Puestos de Entidad que luego derivan en una evaluación, posterior contratación, y una consecuente supervisión periódica.

Cuando las cosas habían empezado a caminar y se desplegaba una de las pocas reformas positivas que vemos en el horizonte, un grupo de parlamentarios pretende meterle un golpe demoledor desactivando la entidad y dando pie al retorno del desmadre del tarjetazo, la contratación por favores políticos o cuotas partidarias que tanto daño nos hace como Estado eficaz y productivo.

La reforma del Estado es una matriz gubernativa esencial que cualquier gestión pública debe considerar eje central de su gestión. No lepodemos pedir ya a la clase política que hoy nos gobierna en el Ejecutivo y el Legislativo que inicie reforma estructural alguna, pero sí exigirle que no destruya lo que se ha avanzado en algunos sectores como el mencionado.

Ojalá las instancias superiores del Parlamento sepan aquilatar la reforma emprendida y eviten que esta iniciativa de algunos ganapanes con curul la destruya.

[La del estribo] sería bueno que el alcalde de Miraflores, Carlos Canales, le preste atención al extraordinario mural instalado en una parte del Zanjón correspondiente a su distrito, hecho por el artista Ricardo Wiesse, que, aún ya en pequeños tramos, ha empezado a caerse. Probablemente, la humedad está generando consecuencias, pero bajo ningún concepto puede permitirse que se arruine uno de los mayores aportes al arte público en la ciudad.

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Carlos Canales, Miraflores, Ricardo Wiese

Los momentos críticos atizan la búsqueda de soluciones. Y eso parece estar ocurriendo, en política, en el ámbito de la centroderecha, que, por fin, parece haber entendido la urgencia de unir esfuerzos para afrontar el crucial desafío electoral y social del 2026 (nos jugamos el país en esa elección).

Desde diversos predios, fundamentalmente del aprismo, el pepecismo y el centro (Lo Justo y los morados), además de algunos connotados independientes, están acercándose a conversar sobre la necesidad de conformar pactos políticos para evitar que la fragmentación le deje la mesa servida a la izquierda radical.

Felizmente apareció una encuesta de Ipsos que demuestra que la supuesta mayoría centroderechista del país (existente entre los que tienen ya una definición tomada) se diluye cuando se toma en cuenta a los indecisos. Así, el espectro se divide de la siguiente manera: 10% de izquierda, 37% de centro, 12% de derecha, y 42% que no precisa. La conquista de ese 42% es la clave del triunfo.

El límite son Lo Justo y los morados. Más allá es indeseable una alianza. Con la gente de Verónika Mendoza ni a la esquina. Son desleales, fueron cómplices de Pedro Castillo y no aportan ningún caudal electoral. Desde el centro a la derecha, de preferencia de la vertiente liberal, se puede armar un gran frente, potente políticamente, con buenos candidatos al Parlamento, y suficiente número de cuadros tecnocráticos. Solo faltaría -he allí el dilema- encontrar al buen candidato presidencial que esté a la altura del desafío y sea capaz de enfrentar una dura campaña y plantarle cara a los elocuentes y beligerantes Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres, entre quienes saldrá el candidato radical.

Debe reeditarse la experiencia del Fredemo, pero sin cometer los groseros errores de campaña que entonces le arrebataron el triunfo a Mario Vargas Llosa. Figuras como Jorge del Castillo, Lourdes Flores, Marisol Pérez Tello, Carlos Añaños, pueden servir de bisagra para lograr convocar ese gran frente, necesario para sacar al país del marasmo político, económico y social en el que se encuentra. Si no se ejecuta un esfuerzo de esa envergadura, estaremos perdidos y condenados a la evaporación de la democracia y el libre mercado, sabe dios por cuántas décadas.

Es una buena noticia que el PPC haya logrado su inscripción. Es un partido tradicional y por tanto carga con los pasivos que la ciudadanía les otorga (la mayoría de encuestas señalan que la población busca alguien nuevo), pero tiene una identidad ideológica marcada (democracia y economía social de mercado), que desde ya supone un valor agregado a la hora de definir candidaturas o alianzas electorales.

De repente, además, lo “nuevo” para el electorado termina siendo precisamente aquello tradicional que hace tiempo no tiene protagonismo principal.

Desde su ruptura con la Democracia Cristiana -vendida luego a los devaneos de la dictadura velasquista-, el PPC constituyó una agrupación de derecha, adelantada a su tiempo, que decía cosas que eran “políticamente incorrectas” en su momento, pero que mucho bien le habrían hecho al país si merecían mejor suerte electoral, y que luego se convirtieron en lugar común en los discursos políticos de la narrativa ideológica peruana.

El PPC tuvo un problema central: Belaunde. Su sola presencia los acotaba superlativamente. Enrique Chirinos Soto decía que el “orgasmo del poder” era condición sine qua non para acceder a Palacio y que ello le sobraba a Belaunde y le faltaba a Bedoya.

Las pésimas campañas electorales de Lourdes Flores privaron al PPC de alcanzar el éxito electoral. Si el 2006 pasaba a la segunda vuelta contra Ollanta Humala seguramente habría sido la primera presidenta mujer del país, pero una vez más se dejó avasallar por la elocuencia de un candidato que como Alan García cargaba enormes pasivos y anticuerpos, por el recuerdo de su nefasto primer gobierno, pero que pasó a la jornada definitoria y terminó evitado que el chavismo del Humala de entonces se entronizara en el país.

Después de ello, y de la derrota municipal frente a Susana Villarán, el PPC se dejó atrapar en rencillas internas fratricidas que lo condujeron al marasmo y a su cuasi desaparición. Felizmente se ha recuperado de ello y cabe mirar con expectativa a un partido que tuvo a personajes de la talla del propio Luis Bedoya Reyes, Ernesto Alayza, Mario Polar o Roberto Ramírez del Villar entre sus cuadros políticos principales.

Probablemente su destino vaya ligado a formar parte de una alianza electoral. Cualquiera quisiera tener de socio a un partido serio, con buenos cuadros y solera democrática a prueba de balas.

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El Perú perdió atractivo minero por tercer año consecutivo. En el ranking anual de Fraser Institute 2021, el índice de atracción de inversiones mineras que mide factores geológicos y políticos, muestra que el país cayó a 61.64 de puntaje, luego de haberse situado en 70.41 en 2020. Se trata de la puntuación más baja desde por lo menos el 2017, según datos del estudio, señala Semana Económica

Este año, la encuesta del think tank canadiense evaluó a 84 jurisdicciones. En relación a puesto, el Perú se ubicó en el 42. Esta es la ubicación menos atractiva del país en las últimas cinco evaluaciones. En 2018, con una cantidad semejante de jurisdicciones evaluadas, Perú llegó a ocupar el puesto 14, agrega la publicación.

“Perú experimentó una disminución en su puntaje PPI de casi 29 puntos, la disminución individual más grande en el puntaje PPI(Policy Perception Index) en América Latina y la Cuenca del Caribe. Los encuestados plantearon problemas importantes en torno a las regulaciones ambientales, la duplicación e inconsistencias regulatorias y la seguridad”, señala el reporte de Fraser Institute.

Hoy, por el índice publicado, resalta el tema minero, pero lo mismo sucede con todos los sectores productivos del país (agro, pesca, pymes, servicios de infraestructura, asociaciones público privadas, etc.).

Hay una sobreregulación dictada por ONGs que solo tienen como interés refrenar el desarrollo capitalista del país por ojerizas ideológicas y que influyen en los tomadores de decisiones para que vaya complicándose cada vez más el tema sectorial (el caso forestal es otro donde el ataque del tinglado izquierdista impone sus reales).

Es una batalla que un gobierno progresista liberal debe dar si quiere que el Perú recupere la dinámica de inversión que teníamos hasta el 2011 y que, luego, gracias a la mediocre gestión de Humala, fue perforándose hasta llegar a un Estado interventor y un sector privado cada vez más maniatado.

En el excelente libro La crisis del capitalismo democrático, Martín Wolf, editor jefe de Economía del Financial Times, estima que hay una crisis profunda en el matrimonio de ambos sistemas, la democracia representativa y el capitalismo de mercado.

Esa distancia y crisis creciente abarca no solo a los países desarrollados sino que se escenifica también en países como el Perú. Sugiere, sin embargo, que hay caminos de solución. Y propone una receta aparentemente sencilla, pero compleja que se puede resumir en: 1.- un nivel de vida creciente, ampliamente compartido y sostenible; 2.- buenos empleos para quienes puedan trabajar y estén dispuestos a hacerlo; 3.- Igualdad de oportunidades; 4.- Seguridad para quienes la necesitan; 5.- Fin de los privilegios especiales para unos pocos.

Suena a una agenda sencilla, pero resume una alta complejidad y laboriosidad, sobre todo en países como el Perú. Veamos. 1.- implica una política proinversión privada intensiva y excepcional para salir del marasmo en el que nos encontramos. Supone una coordinación interministerial y un equipo de tecnócratas afiatado. 2.- combatir la terrible informalidad y no se ve en el horizonte otra opción que reducir los sobrecostos que impiden que la nueva masa laboral encuentre un empleo digno, con beneficios sociales. 3.- crucial es la provisión de salud y educación públicas de calidad. Es un esfuerzo político y burocrático descomunal. Casi podríamos decir que podría gastar todas las energías políticas de un gobierno emprender ambos cometidos. 4.- si eso es tarea primordial en naciones del primer mundo, en sociedades como la nuestra ya implica restaurar el contrato social roto por las mafias ilícitas que ya controlan buena parte del statu quo político. 5.- Tarea esencial la de construir un capitalismo competitivo, alejado de las prebendas gubernativas y los privilegios fiscales que con fruición consiguen a través de un Congreso solícito.

En esta tarea pueden y deben coincidir desde la centroizquierda democrática hasta la centroderecha. Supone un esfuerzo político del primer orden y que requiere consensos amplios, impulso político, mayoría congresal, además de voluntad férrea de emprender reformas a fondo.

Hay muchas más por agregar en el Perú (regionalización, reforma del Estado, institucionalidad política y electoral, etc.), pero un buen comienzo y una tarea propia de un mandato democrático es la que nos plantea Wolf.

El directorio de Petroperú ha señalado en comunicado reciente que comunicó a su Junta General de Accionistas la urgencia de privatizar la empresa y que no hay otra salida que aquella para reflotarla, ya que se requiere con urgencia de dos mil 200 millones de dólares adicionales.

“En las actuales circunstancias de un Petroperú con gobernanza y gestión empresarial expuesta a los usuales apetitos políticos, sería irresponsable y un acto de inmoralidad solicitar mayor financiamiento del Estado, ya que nada asegura que la empresa no retorne en el futuro cercano a solicitar más apoyo estatal, en desmedro de la caja fiscal y el bolsillo de los contribuyentes peruanos”, señaló la empresa del Estado.

Se ha puesto por fin el dedo en la llaga y lo ha hecho la propia administración de la empresa, corroborando que la misma nunca debió subsistir y menos aún embarcarse en el delincuencial proyecto de modernizar la refinería de Talara, proyecto apoyado fervorosamente por diversos economistas de izquierda durante la gestión de Humala (al propio Humala nunca se le vio tan contento y radiante como cuando anunció desde el sitio el inicio de las obras).

Las empresas públicas no tienen ningún sentido económico. La empresa privada es muy superior en capacidad de inversión, mejor provisión de los servicios y rentabilidad, además de que en los casos en los que su posición de dominio podría afectar al consumidor existen organismos reguladores muy estrictos y finalmente el Indecopi, para intervenir (como ya lo han hecho en sinfín de oportunidades).

El directorio de Sedapal debería seguir el ejemplo de Petroperú y junto con ella todas las empresas de saneamiento de todos los municipios del país que operan pésimo y no tienen capital para mejorar sus ratios de eficiencia y de cobertura.

Es patriótico que no haya empresas públicas, que solo terminan pasándole la factura de su ineficiencia al ciudadano común, que con sus impuestos debe pagar el despilfarro y la pésima conducción empresarial.

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