[Música Maestro] Cecilia Barraza es uno de los personajes centrales de Le dedico mi silencio (Alfaguara, 2023), la vigésima novela de Mario Vargas Llosa, anunciada por él mismo como su despedida definitiva (sin contar el ensayo sobre Sartre que no sabemos si llegó a concluir). Dos semanas después de su fallecimiento, vale la pena recordar que el último disparo literario del Nobel peruano estuvo dedicado a la música criolla.
En el relato, la cantante es amor platónico, amiga y fuente del periodista y experto en música criolla Toño Azpilcueta, a quien le obsesiona la idea de escribir un libro que encierre la esencia del Perú a partir de la evolución del vals criollo encarnado en el misterioso y sobrenatural talento del guitarrista chiclayano Lalo Molfino, el mejor que había escuchado. Azpilcueta es el protagonista de esta historia que combina ficción con ensayos fraccionados sobre los orígenes y significados del criollismo como expresión musical y subcultura popular peruana.
En la realidad, Cecilia Barraza y Mario Vargas Llosa se conocieron y fueron muy amigos. Su primer encuentro fue en el programa televisivo de entrevistas La Torre de Babel que condujo el autor de La ciudad y los perros (1963) y Conversación en La Catedral (1969), durante los años ochenta. Posteriormente, fue invitada por Morgana, hija del escritor, a las celebraciones por sus 75 años, donde cantó y departió con Patricia, su prima-esposa que, después de la incomprensible desviación que tuvo, entre 2015 y 2022, junto a la socialité filipina Isabel Preysler, lo recibió y acompañó hasta el final.
Vargas Llosa ha contado que, mientras estaba en España escribiendo una de sus novelas, escuchaba permanentemente la canción Quisiera ser caramelo de Cecilia Barraza, incluida en su LP Yo, Cecilia Barraza (1981). “Como soy amante de la lectura -cuenta la cantante- siempre lo admiré. Siento mucha alegría y una emoción especial porque siempre me ha mencionado con mi nombre y apellido”. La artista ha manifestado escuetamente estar muy afectada por la muerte de su amigo Mario.
A pesar de ser una de las cantantes más populares del país, se me ocurre que muchos jóvenes, lectores nuevos de Mario Vargas Llosa que, por curiosidad, estén recorriendo en estos días las páginas de su última novela, quizás puedan pensar que “Cecilia Barraza” es otra de esas creaciones de su prodigiosa mente literaria. Sin embargo, como pasa en muchos otros de sus libros, es una persona de carne y hueso que Mario integra a su ficción de forma natural y fluida. Una voz dulce y encantadora, una personalidad chispeante y positiva. Así es Cecilia Barraza (Lima, 1952) quien, gracias a su talento y carisma, se ganó el cariño del público y de los amantes de la música criolla desde su aparición.
La música criolla del Perú es uno de los géneros latinoamericanos que más ha promovido la presencia de mujeres para su interpretación. Desde las épocas de María Jesús Vásquez (1920-2010) o el dúo Las Limeñitas, integrado por las hermanas Graciela (1920-2012) y Noemí Polo (1921-1998), la voz femenina ha sido muy importante para la difusión de valses, marineras, tonderos, polkas y todas las variantes de música negra.
En los años setenta surgió una nueva generación que recogió el legado de las mencionadas -y de otras como Esther Granados (1926-2012), Delia Vallejos (1930-2005) o Alicia Lizárraga (1917-2004)- para continuar esa tradición. Entre esa hornada de nombres que incluyó a Eva Ayllón, Cecilia Bracamonte, Lucía de la Cruz o Tania Libertad, destacó una menuda y simpática intérprete que, con sencillez y mucha gracia, se metió al bolsillo al público con su dulce y aterciopelada voz, su respeto por los ritmos regionales y una picardía muy limeña que le venía de familia.
Cecilia Barraza nació en el distrito de Miraflores, el 5 de noviembre de 1952. Pero vivió y creció en Magdalena del Mar, uno de los barrios más apacibles de aquella Lima hoy desaparecida. En casa, sus padres escuchaban mucho folklore latinoamericano por lo que Cecilia, la menor de tres hermanos, tuvo ocasión de conocer desde muy pequeña a los grandes trovadores argentinos -Atahualpa Yupanqui, Los Chalchaleros- y los boleristas mexicanos y cubanos, además por supuesto de nuestra música.
Los hermanos de Cecilia también son artistas. Carlos, el mayor, es un talentoso declamador, aunque nunca desarrolló una carrera pública, limitándose a mostrar su vena poética en reuniones familiares y en sus barrios, tanto en Magdalena como en San Miguel, donde se mudó cuando formó su propia familia. Por su parte Miguel, el segundo, luego de participar en un grupo de nueva ola llamado Los Flyer’s, destacó desde muy joven como comediante, en la famosa peña itinerante del recordado conductor de TV y periodista hípico Augusto Ferrando (1919-1999). Miguel “El Chato” Barraza se convirtió en el más famoso y querido actor cómico del Perú, sobre todo durante las décadas de los ochenta y noventa. Con él, Cecilia bailaba y reía hasta que, un día, la escucharon cantar y su vida cambió para siempre.
En una ocasión, su hermano Miguel invitó a la casa familiar a uno de los hijos de Ferrando, Alberto -más conocido en la farándula local como “Chicho”- y, después de almorzar, se pusieron a cantar y declamar, entre amigos y licores. Cecilia era muy joven, tenía recién 18 años, pero se animó y entonó algunos valses y boleros. Pocas semanas después, animada por el popular “Chato”, Cecilia se presentó en el programa de Panamericana Televisión Trampolín a la Fama, que Augusto Ferrando conducía con enorme éxito en sintonía. Concursó con un vals de Alicia Maguiña, Todo me habla de ti. Era el año 1971.
Chabuca Granda, al escucharla, llamó por teléfono de inmediato a Ferrando y le dijo: “No soy jurado en tu programa, pero doy mi voto por la jovencita de cabello negro”. Cecilia ganó aquella competencia y, a partir de entonces, comenzaron a abrírsele las puertas del estrellato. La compositora de La flor de la canela la llevó con ella de gira por México. Luego le ofrecieron un contrato para grabar su primer LP con la importante casa discográfica Sono Radio. Todo en el mismo año.
Cecilia Barraza, su disco debut, contó con la participación del destacado arreglista argentino afincado en el Perú Enrique Lynch, una sociedad que continuaría durante toda esa década. En el álbum aparecen canciones como Jamás impedirás, Tal vez, ambas escritas por José Escajadillo -uno de sus autores recurrentes-; Bello durmiente, de Chabuca; y la primera versión de Toro mata, landó tradicionalista que recopilara el percusionista afroperuano Carlos “Caitro” Soto de la Colina (1934-2004) y que se convertiría, a la larga, en uno de sus temas emblemáticos. En 1974, esta canción se internacionalizó gracias al arreglo que hiciera el salsero dominicano Johnny Pacheco (1935-2021), grabada por la cantante cubana Celia Cruz (1925-2003), en el LP Celia & Johnny, un clásico de la salsa de todos los tiempos. De hecho, “La Reina del Guaguancó” decidió incluir Toro mata en su repertorio después de escuchárselo a Cecilia, en una de sus visitas a Lima, en el legendario bar Kero del Hotel Sheraton.
Entre 1971 y 2001, la Barraza publicó ocho discos, hizo miles de conciertos dentro y fuera del país y cantó junto a todos los grandes artistas criollos que nos podamos imaginar. Muy conocida en el circuito de peñas y jaranas, Barraza hizo gran amistad con su tocaya, Cecilia Bracamonte, con quien armaría más de un espectáculo conjunto a lo largo de sus carreras. Asimismo, era común verla acompañada por grandes guitarristas como Adolfo Zelada, Rafael Amaranto, Octavio Santa Cruz, Álvaro Lagos, Óscar Avilés o Pepe Torres, en televisión y festivales de música criolla.
Si los años setenta fueron de intenso apoyo mediático a toda la música nacional -criolla, andina, negra- debido al gobierno militar, tras recuperarse la democracia hubo un ligero retroceso en ese terreno, en especial por la situación económica del país que fue afectando, entre otras actividades, a la industria discográfica. Aun así, los intérpretes que se habían consolidado en esos años mantuvieron a flote el criollismo gracias a su prestigio, popularidad y producciones que, aunque cada vez más espaciadas, permitían que aquel cancionero no perdiera vigencia.
El trabajo de Cecilia Barraza en esa década fue fundamental para mantener viva a la música criolla. En 1980, su disquera Sono Radio lanzó una recopilación titulada Lo mejor de… Cecilia Barraza y, un año después, aparecería el disco Yo, Cecilia Barraza (1981), uno de los más vendidos de su carrera, con canciones como el vals La abeja (Ernesto “Chino” Soto), el festejo Mi compadre Nicolás (Porfirio Vásquez), Canterurías (Chabuca Granda) y, particularmente, Negra presuntuosa y El tamalito (ambas de su amigo Andrés Soto). En paralelo, prosiguió con sus giras internacionales, durante toda la década, visitando países como Argentina (con su mentora Chabuca Granda), Cuba, Bolivia y Estados Unidos.
Para 1988, Cecilia Barraza lanzó su quinto LP oficial, titulado Ahora! (CBS Records), en el que ofrece una agradable selección de valses, música norteña y música negra. Destaca un homenaje a Chabuca con un popurrí de sus mejores canciones, una combinación de clásicos del festejo y, en especial, uno de los temas favoritos de sus seguidores más fieles, el tondero El membrillito, composición de Andrés Soto que cuenta en clave poética y popular la historia de un romance trunco. Cecilia Barraza es una consumada bailarina de tondero, danza piurana que interpreta con corazón y elegancia en sus recitales, siempre descalza, respetando la usanza regional.
Durante la siguiente década, Cecilia Barraza lanzó un par de álbumes más, ambos con el sello discográfico Iempsa. El primero de ellos, Alborotando (1998), le generó un nuevo éxito con la marinera El sueño de Pochi, escrita por José Escajadillo, infaltable en sus presentaciones en vivo. Por su parte, el CD Con candela (2001), su último larga duración en estudios, presenta varias canciones de la cantautora piurana Lourdes Carhuas, una de las pocas voces del criollismo moderno.
A pesar de que el mercado para la música criolla se había contraído gravemente, por la degradación de los gustos populares y la reducida/nula producción de novedades en sus diversos subgéneros, el respeto ganado por Cecilia Barraza a lo largo de esos primeros treinta años de carrera era tal que siempre conseguía generar expectativa por sus conciertos -ya sea sola o con sus colegas Eva Ayllón, Lucía de la Cruz, Cecilia Bracamonte- y esporádicas grabaciones. Donde Cecilia cantaba, se armaba la jarana.
En el año 2001, fue invitada por el Instituto de Radio y Televisión del Perú (IRTP), la televisora del Estado, para conducir un espacio dedicado a la difusión de la música criolla, con presentaciones y entrevistas a sus principales exponentes. El programa se llamaba Mediodía Criollo, se emitía los fines de semana y había tenido como conductora, entre 1997 y 1999, a una joven y poco conocida cantante alemana residente en el Perú, Ellen Burhum. Su ingreso repotenció el programa que se convirtió en uno de los más sintonizados de TV Perú (Canal 7).
Barraza condujo Mediodía Criollo hasta el 2006, dejándole la posta a otra cantante muy popular, Esther Dávila, más conocida como Bartola. Posteriormente, en el mismo canal, tuvo otros tres programas, Lo nuestro con Cecilia Barraza (2007-2008), Corazón peruano (2008-2009) y Cántame tu vida (2010-2011). Este último fue un espacio para conversaciones amplias con artistas nacionales e internacionales, personalidades del deporte y otros, con la música como principal hilo conductor.
En el año 2019, poco antes de cumplir 67 años, Cecilia Barraza se despidió de los escenarios con un concierto de gala en Gran Teatro Nacional de Lima. Y lo hizo nada menos que el 31 de octubre, Día de la Canción Criolla, acompañada por varios de sus colegas y compañeros de viaje musical. En noviembre del 2023, volvió a la conducción de Mediodía Criollo, después de diecisiete años. Sin embargo, no pudo continuar por algunos problemas de salud.
No es la primera vez que la intérprete de El membrillito y El sueño de Pochi es mencionada por Mario Vargas Llosa en sus novelas. Primero ocurrió en el 2006, en Travesuras de la niña mala y, posteriormente, en El héroe discreto (2013). Sin embargo, el rol de Cecilia Barraza en Le dedico mi silencio es mucho más gravitante, al ser motivación e informante del personaje central, en esa trama desarrollada entre Chiclayo y Lima. “Siempre fue mi admirador -recordó la cantante alguna vez en entrevista con el diario El Comercio- Cuando estuve deprimida, me escribió cosas bonitas que me subieron el ánimo. Y cuando estuve en rehabilitación, me envió tulipanes”.