Si así nomás, con un poco de seguridad en la permanencia de Boluarte y con el ingreso de Salardi al MEF (que no es un macroeconomista de nota sino un buen gestor), la confianza inversora se ha disparado y ya se habla de la posibilidad de crecer este año 4%, imaginemos lo que ocurriría si ingresase a Palacio un gobierno orgánicamente liberal, con cuadros técnicos alineados con ese esquema y un plan agresivo de medidas económicas.

El Perú tiene un potencial de crecimiento enorme. Con un buen gobierno, ni siquiera uno extraordinario, podría llegar a tasas cercanas al 6%, que, esas sí, permitirían la reducción de la pobreza y el desempleo, y las desigualdades, como aconteció durante los gobiernos de Toledo y García, en la primera década del milenio, antes que Humala empezará a revertir el modelo de crecimiento aplicado.

Un gobierno que despliegue un agresivo programa de inversiones privadas, que destrabe valientemente los proyectos mineros congelados, que privatice Petroperú, Sedapal y Córpac, que desregule el sector laboral, que invierta en servicios públicos esenciales, como educación, salud y seguridad, podría transformar el país rápidamente.

Milei y lo que está haciendo en Argentina es un buen ejemplo de las bondades reestructuradoras que puede tener para un país una política liberal. En Argentina se ha cambiado la estructura mental populista y los resultados positivos ya saltan a la vista en muy corto tiempo. El Perú cuenta con la ventaja de que gran parte de ese camino ya lo recorrió y lo único que tiene que hacer es retomarlo.

Con dos periodos de gobierno sucesivos en esa misma perspectiva, el país podría dar vuelta a la página de los riesgos políticos antisistema que rondan permanentemente porque se hizo una parte de la tarea, pero no la otra, la de proveer beneficios a las mayorías populares del país, que es lo que cabe reclamarle a la transición, que desaprovechó la bonanza fiscal para hacerlo (incluidos los mencionados Toledo y García).

La economía le puede jugar una buena pasada al gobierno de Dina Boluarte. Según la última encuesta de Datum, 80% de la ciudadanía considera que su situación este año será mejor y ya los indicadores macroeconómicos apuntalan ese optimismo, sumados al nombramiento de un ministro capaz como Salardi que asegura confianza del sector inversor.

Lo que políticamente no logra, por su falta de capacidad, por la ausencia de políticas públicas, por su fracaso en la lucha contra la delincuencia, por los remanentes de las muertes por las protestas al inicio de su gestión (que enconan al sur andino de modo permanente), por las sombras de corrupción que se ciernen sobre varios sectores de su gobierno (baste ver lo de Qali Warma), la buena marcha económica se lo puede dar.

Hay varias consecuencias políticas de semejante hecho. Primero, se diluirían las posibilidades de que Dina Boluarte sea vacada por el Congreso. No es lo mismo tirarse abajo a una gobernante con 3% de aprobación que a una que tenga 10% por ejemplo (puede crecer a esa tasa si la economía sigue mejorando). Sin necesidad de pagarle a los canales de televisión, como sibilinamente acaba de declarar, Boluarte puede hacerse más visible para la gente de a pie y mejorar sus rangos de aprobación.

Segundo, puede arrastrar en esa mejora aprobatoria al Congreso, su socio político permanente, que hoy se halla enfrascado en escándalo tras escándalo (no pasa un día sin que no aparezca un nuevo motivo de primeras planas contra el Legislativo).

Tercero, mejoraría la performance electoral de los partidos que la soportan, particularmente del fujimorismo y el acuñismo, que ya no cargarían con un lastre tan grande. Ello amplía el margen de opciones electorales para el 2026.

Cuarto, disminuiría el factor de la irritación ciudadana como elemento disruptivo de la jornada electoral venidera, y que alimenta las opciones antisistema, particularmente las radicales de izquierda, que abrevan de la insatisfacción generalizada contra el gobierno y el “pacto de derechas” que la ciudadanía percibe como vigente.

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Encuesta Datum, opinión de Juan Carlos Tafur, pie derecho

La vida política en el país no vive uno de sus mejores momentos. La mediocridad y simplonería del gobierno y la deleznable conducta del Congreso, reducen los márgenes de discusión de políticas públicas o de iniciar debates intensos sobre el quehacer cotidiano.

Pero hay temas sobre los cuales cabe pronunciarse y la centroderecha liberal guarda silencio sepulcral sobre los mismos, salvo muy escasas excepciones. La corrupción en Qali Warma, la presunta red de prostitución en el Congreso, la impunidad de la que gozan los congresistas, el distractor tema de la pena de muerte lanzado por el gobierno, los recientes cambios ministeriales, la permanencia del cuestionado ministro del Interior, la ola delincuencial, las denuncias de pederastia que comprometen a quien fuera la máxima autoridad de la iglesia peruana, la disolución del Sodalicio, las políticas migratorias y comerciales de Trump, las relaciones con China bajo esa perspectiva, etc., son, por ejemplo, temas sobre los que cabría esperar un pronunciamiento político de un sector que debiera ser decisorio en la próxima contienda electoral.

Pero el silencio es sepulcral. No se pronuncian sobre ninguno de esos temas y le dejan la cancha libre a alguien como Rafael López Aliaga, el político más ducho hasta el momento para pronunciarse sobre todo y a toda hora. Por eso crece en las encuestas. Ha pasado de un 33 a un 46% de aprobación, según la última encuesta de Datum y su desaprobación ha caído de 62 a 50%. Es el único líder que hace política y se prodiga en hacerlo aprovechando su tribuna edil.

Se sabe que hay un trabajo interno de la centroderecha por armar planes de gobierno, equipos técnicos, listas congresales y posibles alianzas, pero ninguno de esos factores justifica el silencio político en el que andan sumidos.

Si van a esperar a diciembre para recién empezar a hacer política van muertos, reducidos a varias minicandidaturas sin ninguna posibilidad de alcanzar el protagonismo que ya tienen asegurados el fujimorismo, la izquierda radical y la derecha ultra. La centroderecha liberal arranca de cero y debe construir su camino con antelación si quiere aparecer con expectativas reales de protagonizar la lid definitoria, es decir, pasar a la segunda vuelta. El silencio y el vacío en política son fatales, porque ese espacio lo llena otro y después es casi imposible arrebatarle el terreno conquistado.

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opinión de Juan Carlos Tafur, pie derecho

Según la última encuesta de Datum, un 74% considera que la delincuencia durante la gestión de Juan José Santiváñez como ministro del Interior ha aumentado y 23% que sigue igual, es decir, un 97% considera que no ha mejorado. En esa medida, el 87% considera que el ministro debe renunciar o ser retirado del cargo.

Un ministro del Interior, una figura clave del gobierno, debería renunciar si su aprobación es mínima, si ha perdido la confianza popular y la moral de la ciudadanía se ha visto mermada bajo su gestión. La política, como la vida misma, es una cuestión de legitimidad. Si un ministro no goza del respaldo de los ciudadanos, su autoridad se ve erosionada, no solo por las críticas, sino por la evidencia de que ya no cumple su función esencial: mantener el orden y la seguridad en la sociedad. En una democracia, la legitimidad se encuentra en la conexión directa entre el poder y la voluntad popular, un vínculo que debe renovarse constantemente.

La tarea de quien ocupa el Ministerio del Interior es proteger el orden, promover la paz social, salvaguardar el bienestar colectivo. Pero si las urnas y las encuestas reflejan que la opinión pública lo rechaza, entonces ha fallado en la misión primordial de un servidor público: ser el puente entre el gobierno y el pueblo. La baja aprobación no es solo un número frío; es un termómetro de la desconfianza y el malestar generalizado.

Un líder incapaz de mantener la cohesión social es, en última instancia, un líder vacío, que vive en la ilusión de la eficacia mientras el país se desmorona. Y un ministro cuya labor no es reconocida por la sociedad está destinado a ser solo un espectro de poder, desprovisto de la esencia misma de su rol. En ese sentido, la renuncia es un acto de responsabilidad política, una aceptación de que, cuando el pueblo pierde la fe, el poder pierde su sentido.

Hay dos millones y medio de electores que por primera vez votarán en unas elecciones presidenciales el 2026, es decir casi el 10% del total del padrón emitirá su voto presidencial de estreno.

Normalmente, en los jóvenes uno encuentra el depósito de entusiasmo y optimismo respecto del futuro y su voto solía ser, por ello, un caudal de esperanza. Hoy, sin embargo, ocurre todo lo contrario. La mayoría del casi millón de peruanos que desde la pandemia ha migrado fuera del Perúes gente joven, desesperanzada y sin ilusiones de seguir viviendo en el país que los vio nacer. No encuentran oportunidades ni ven un futuro viable y por eso migran a buscar mejores horizontes en realidades ajenas, por lo general adversas.

Ese bolsón de votos es crucial a la hora de definir al ganador de la justa electoral venidera. Considerando que en los últimos procesos electorales, el triunfador lo ha sido por apenas decenas de miles de votos, encontrar receptividad en este conglomerado de millones de peruanos puede hacer la diferencia.

Aquel partido que se haga del voto juvenil ganará la elección. Los jóvenes son, además, dinámicas fajas de transmisión de simpatías en sus círculos familiares y amicales. Hay que ser imaginativos para llegar a ellos. No consumen medios tradicionales, se manejan a través de redes sociales y el mundo digital, no retienen grandesdiscursos sino “memes”, no votan por carcamanes sino por sus pares.

Toda una estrategia deberá ser construida para atraerlos a la política y a las propias alforjas. Buscan algo nuevo, distinto, prometedor. Recurrir a la vieja fórmula de una plancha venerable, listas congresales llenas de veteranos, repetir discursos tradicionales y aplicar estrategias electorales reiterativas es construir el camino al fracaso.

Hay que impedir que esos nuevos electores juveniles caigan presas de la polarización radical que embarga hoy en día a la política peruana. La centroderecha liberal tiene allí un desafió enorme a cumplir, fungiendo de agente catalizador de la “moderación con cambios”, que es el mensaje propicio a construir para atraer a estos nuevos votantes.

La del estribo: solo nueve funciones de una obra teatral fundamental. Watanabe, todo el vasto fondo marino, que se pone en la Casa Yuyachkani.K’intu Galiano es el autor y director de la obra, que ya ha merecido múltiples reconocimientos. Va hasta el domingo 23 de febrero y las entradas se venden en Joinnus.

 

La polarización política que vive el país, entre los heraldos de la cólera contra el statu quo y los pregoneros de la mano dura contra el miedo ciudadano, abre un gran espacio ideológico para que la centroderecha enarbole del discurso de la ilusión y el entusiasmo.

Son varios los requisitos que deberá cumplir la centroderecha liberal si quiere afrontar la tarea de enfrentar a la izquierda y derecha radicales, que en principio predominarán en esta campaña, y al fujimorismo, que parte de una base sólida de intención de voto.

Allí están la elaboración de un buen plan de gobierno, detallado y efectista, capaz de convencer al electorado de que se tiene la solución a los principales problemas que la aquejan. Segundo, la conformación de cuadros técnicos que sean capaces de salir a los medios a defender con solvencia y de modo atractivo las propuestas de gobierno elaboradas. Tercero, presentar listas limpias de candidatos al Congreso, que haga la diferencia con las agrupaciones que seguramente llenarán sus candidaturas a curules de prontuariados.

Pero en definitivo lugar aparece la hechura de política, en el más tradicional sentido del término: vender ilusiones y entusiasmo por el futuro del país si el candidato que lo proponga es elegido. Un buen candidato, con una buena campaña de marketing, puede lograrlo. No hay lugar para la improvisación. Los fondos que se recolecten -que seguramente no serán muchos, porque las empresas están curadas de espanto de financiar candidatos, así eso sea ahora legal-, deberán ir en principal medida a contratar buenos asesores publicitarios y de campaña, capaces de convertir la desazón ciudadana en entusiasmo y sentimientos positivos.

De otro modo, serán la irritación y el miedo los ingredientes emocionales que primarán en esta campaña, con la consecuente ventaja de los radicales de izquierda y derecha que abrevan de esos sentimientos con ventaja.

Debe ser la campaña de la alegría, del entusiasmo, de la esperanza. Y para eso existen expertos en marketing político para lograrlo. No se puede dejar ello al azar empírico de la inspiración de los entornos políticos actuales, que de ello no saben.

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centro derecha, Derecha, elecciones 2026

Los niveles de degradación institucional a los que está llegando este Congreso no tienen parangón en nuestra historia republicana reciente. Ya no se trata solo de paquetes de normas anticonstitucionales que afectan la lucha contra la criminalidad sino de actos puntuales que revelan la entraña pueril que lo signa.

El reciente blindaje al congresista Jerí, acusado de violación sexual, por parte de la comisión de Ética, es parte de un rosario de impunidades compartidas entre todas las bancadas con “niños”, “mochasueldos” y demás.

Por ello, el descrédito mayúsculo y la furia ciudadana en contra de los parlamentarios. No es que estemos tan solo ante un síntoma de un fenómeno global, como es el desprestigio de la labor legislativa, sino que en el Perú le sumamos ingredientes que coadyuvan a que ese fenómeno mundial se agrave hasta grados superlativos.

Ya hace algunos años, el fallecido y correcto congresista Daniel Abugattás me contó que al día siguiente de haber juramentado, ya había gente que en la calle le mentaba la madre. Ser parlamentario en el Perú es desde hace tiempo un motivo de agravio y deshonra, no de prestigio y solera, como era antaño.

Tarea primordial de los partidos que aspiran a ocupar el poder a partir del 2026 es no solo armar un buen plan de gobierno o conformar equipos técnicos que le garanticen una buena gestión gubernativa desde el saque, sino filtrar, en grado sumo, la solvencia ética y profesional de aquellos a quienes llevará en sus listas congresales. Solo así podremos aspirar a revertir la tendencia al deterioro que vemos en un poder del Estado que cada quinquenio estrena una situación peor que la anterior.

A quienes señalan que una de las causas de ese descrédito es el pacto con el Ejecutivo habría que señalarles que de repente la situación es al revés, que la bajísima aprobación presidencial, a pesar de su despliegue de inauguraciones de obras y demás, se debe a este pacto con el Legislativo, con un poder del Estado absolutamente degradado moral y políticamente. En esa perspectiva, bajo la convicción de que por nada del mundo la van a vacar (el país no toleraría otro Merino), Boluarte debería empezar a marcar distancia de la plaza Bolívar.

Resulta difícil pensar que Donald Trump vaya a tener un efecto derechizador en la región. A diferencia de Milei, cuyos éxitos macroeconómicos pueden influir positivamente en las huestes liberales del continente -junto con Bukele, por distintas razones, son los grandes referentes locales-, lo de Trump más bien va a generar aversión, por la arbitrariedad y prepotencia de sus acciones.

Trump, hasta el momento, no pasa de decisiones farandulescas, hechas para la tribuna, que buscan impacto mediático y bulla civil, pero no representan una mejora tangible de la marcha de su país. Por el contrario, la guerra comercial que pretende iniciar solo va a conllevarle perjuicios. Si sigue adelante con ella, va a afectar la economía norteamericana y la global.

La ultraderecha sí está fascinada por sus maneras y por sus políticas premodernas, antiinclusión o antipolíticas de género, pero acabado el fuego artificial no va a quedar nada. Y ese tipo de políticas no tienen impacto alguno en una región asolada por problemas más estructurales o de base.

Al peruano de a pie le importa un carajo que USAID destinara fondos para un cómic transgénero. La irritación con el statu quo boluartista o el miedo por la inseguridad ciudadana dominan su mente y solo aquello que toque esos problemas moverá la aguja de sus simpatías.

Trump, en ese sentido, aporta poco o nada. Por el contrario, su conducta autoritaria, sin efectos prácticos en las materias señaladas, constituirá un factor de disturbio proclive a posturas más bien izquierdistas antes que derechistas. El renacimiento de la República Imperial, con el garrote en mano, es combustible para los discursos antisistema que ya parten con ventaja por el profundo descrédito del statu quo que nos rige.

Trump va a opacar a Milei y a Bukele, es una máquina de generar titulares, gobierna para eso. Le importa más la forma que el fondo y solo busca alborotar el cotarro con anuncios grandilocuentes que disimulen la desgracia de sus políticas proteccionistas.

Algunos despistados creen que el fujimorismo va a diluirse por su apoyo al régimen de Dina Boluarte y que, en consecuencia, que aparezca con 12% liderando la intención de voto, es una ilusión pronta a desvanecerse apenas comience la campaña.

El bolsón de votos fujimoristas es sólido como una roca. Ha sobrevivido a los vladivideos, a la carcelería de Keiko, a los ataques de la prensa. No hay nada que haga pensar que su cercanía al oficialismo la vaya a afectar sobremanera. En el peor de los casos, le coloca un techo de crecimiento que podría costarle la elección, eso sí.

Recordemos que en la campaña del 2021, Keiko empezó recién salida de la cárcel, con todo el estigma que ello conlleva, estaba peleada con su progenitor y su hermano Kenji, había jugado un papel deleznable en el Congreso obstruyendo tozudamente al régimen de PPK. A pesar de ello, apeló al voto duro fujimorista y logró pasar a la segunda vuelta. Hoy parte en una posición infinitamente más ventajosa, con su proceso cayéndose a pedazos, reconciliada con su familia y con el único pasivo de su gestión parlamentaria aconchabada con Palacio.

Cuando desde esta columna se recomienda a la centroderecha hacer de ella un blanco de ataques, no es porque pensemos que ello le pueda quitar votos sino porque reperfila a un sector ideológico históricamente dominado por el fujimorismo que ya es hora empiece a distinguirse y a cosechar sus propios bonos de esa postura antifujimorista.

El fujimorismo será un hueso duro de roer y se equivocan de cabo a rabo quienes subestiman su poder de supervivencia. Hoy Keiko tiene la primera opción de pasar a la segunda vuelta. Para impedirlo, la derecha radical o la centroderecha tienen que obtener 12% o más y así meterse en el partidor final. Ponderábamos la correcta estrategia de López Aliaga de tomar distancia de Keiko y creemos que deberían seguirlo en el empeño el resto de fuerzas políticas de centroderecha que parecen creer que el único enemigo a derrotar es la izquierda.

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