Se advirtió en todos los tonos la desgracia política y económica que supondría una gestión gubernativa como la de Castillo. Los hechos lo están corroborando. Pero no se pensaba que el colapso pudiera ser tan profundo y que supusiese, además de mediocridad y corrupción, destrucción de la tecnocracia estatal y del buen funcionamiento de instituciones centrales del quehacer estatal peruano, como está sucediendo, con la infiltración de familiares, allegados y partidarios en puestos claves de la administración pública.
En medio de una circunstancia económica mundial de la que el Perú podría sacar provecho, este será un quinquenio perdido, lamentablemente desperdiciado por la inasible medianía de un gobernante incapaz y de una clase política opositora tan mediocre como su adversario.
Habrá que esperar, probablemente, hasta el 2026 para que acabe esta pesadilla y hacer votos para que los sectores de centroderecha depongan interés menudos particulares, se unan, y eviten que un nuevo disruptivo antiestablishment –que ya está jugando su propia carrera electoral- aparezca en el horizonte definitorio de la segunda vuelta. Y será entonces que, con mayor razón, habrá que impulsar un shock democrático capitalista que nos permita recuperar estos años tirados al tacho.