EL PODCAST DIARIO DE OPINIÓN DE JUAN CARLOS TAFUR.
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La decepción del gobierno de Castillo no proviene solamente de los sectores divergentes de su raíz ideológica. No son solo el centro o la derecha los que lo desaprueban. También, mayoritariamente, la izquierda. Según la última encuesta del IEP, el 42% de los que, en la propia encuesta, se autoidentifican de izquierda, lo aprueba, pero el 50% lo desaprueba.
Si nos guiamos por los segmentos que lo llevaron a la presidencia (zonas rurales y niveles DE), el resultado también es relevante. En el Perú rural el 36% lo aprueba y el 50% lo desaprueba; en el sur el 40% le da nota aprobatoria, pero el 48% le otorga nota negativa; en los niveles socioeconómicos DE, el 34% lo aprueba mientras que el 54% lo desaprueba.
Entre los que se definen de izquierda, 44% considera que tiene capacidad para gobernar frente a un 52% que considera que no la tiene; a un 47% le inspira confianza, mientras que a un 52% no; un 49% de gente de izquierda cree que Castillo no terminará su gobierno frente a un 42% que sí estima que lo culminará: de ese porcentaje (de gente de izquierda) un 60% cree que no acabará por su incapacidad para gobernar y un 46% porque no lo dejan gobernar.
Claramente, la decepción descrita, que ha generado el mediocre gobierno de Castillo en sus primeros cinco meses de gobierno, se extiende a todo el espectro ideológico y a la propia gente que votó por él, que resiente una gestión llena de acciones cuestionables: nombramientos inaceptables, malas decisiones, actos limítrofes con la moral pública, escándalos por doquier, etc.
Algunos sectores radicales podrían interpretar que estos resultados se deben, precisamente, a que Castillo no ha cumplido las promesas refundacionales que se esperaban de él: estatizaciones, expropiaciones, Asamblea Constituyente, caballazos radicales, etc. Pero a la vez, todas las encuestadoras señalan su discrepancia de esta percepción: la mayoría de la población no aprueba una Constituyente, expropiaciones ni acciones radicales.
La decepción social de Castillo es por su mala gestión, por su pésima administración de políticas estatales, por su mal manejo del Estado, por su brutal impericia y falta de propósito de enmienda, por los indicios de corrupción que ya empiezan a asomar, etc. Hasta la propia izquierda y sus bases sociales perciben que algo anda muy mal en el gobierno y se expresan disconformes por esa razón. Ojalá, al menos frente a esos ciudadanos que le dieron su voto, Castillo entienda que debe recapacitar y corregir rumbos.
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La quiromancia política no existe. A veces uno cae en la tentación de querer pronosticar algo en este volátil e impredecible país y se pega un patinazo monumental, pero si se es consciente de que estamos ante un ejercicio lúdico, un juego de probabilidades, siempre falible, cabe animarse a hacer algunas predicciones relativas para este año que comienza (cabe advertir que algunos pronósticos estarán teñidos de deseos personales: valga el disclaimer psicológico).
-Si Castillo no gira al centro, ampliando su mediocre coalición de izquierdas, convocando ministros, inclusive, de derecha, no durará hasta fines de año. Será vacado por algún escándalo que lo muestre cercano a un hecho de corrupción, y esta vez las bancadas de centro (Acción Popular y Alianza para el Progreso), no lo acompañarán (hoy lo hacen básicamente por los parlamentarios provincianos que conforman sus bancadas, pero si Castillo sigue cayendo en su aprobación regional, será más tentador para estos congresistas inclinarse por la vacancia).
-La derecha no encontrará un líder capaz de aglutinarla. Rafael López Aliaga es el más proactivo en ese empeño, pero es probable que sea derrotado en las elecciones ediles y si eso ocurre, significará su muerte electoral para las ligas presidenciales del 2026, o de antes, si se recorta el mandato de Castillo. Muy rápido ha empezado a liderar las encuestas y su invencible antipatía le granjeará costos políticos precozmente.
-Surgirá un líder radical de izquierda, de origen provinciano, opositor al régimen de Castillo, a quien acusará de haberse humalizado y vendido al gran capital. Empezará su campaña para el 2026.
-En términos económicos, si Castillo sigue hipotecado a sus pensamientos radicales y prendado del ala cerronista y magisterial, la confianza inversora seguirá por los suelos, el dólar seguirá alto y la economía crecerá menos de lo esperado. Para hacernos una idea del impacto, la producción minera perdida y su consecuente menor recaudación el año pasado, ya supera los montos que Pedro Francke quería aumentar en tributos para este 2022. Si el Presidente, en cambio, sorprendiendo a la platea, da un giro de timón, podremos crecer a tasas que bordeen el 4% o más (la economía global nos es favorable) y el dólar bajará.
-Se mantendrá la división ideológica territorial en las elecciones municipales y regionales, confirmándose la casi extinción de los partidos nacionales en las grandes circunscripciones. No habrá tsunami cerronista ni castillista, como ambos liderazgos alucinan. El sur andino, de izquierda, Lima y la costa norte, de centroderecha o derecha, el resto, variopinto, dependerá del candidato particular.
-Peleamos la clasificación al Mundial hasta el final, hasta el último partido. Con alguito de suerte, estamos en Qatar 2022. Si a ello se le suma el triunfo de la U en el campeonato local, y del PSG (por Messi) en la Champions, la jornada futbolística anual será redonda.
-La del estribo: algunas películas que recomiendo. Flag Day, dirigida y protagonizada por Sean Penn; Last Words, dirigida por Jonathan Nossiter; La mano de Dios, de Paolo Sorrentino; Memoria, del genial Apichatpong Weerasethakul; y, especialmente, Blue Bayou, dirigida por Justin Chon. No sé si estarán en alguna plataforma de streaming, pero en su proveedor favorito ya las tienen. Para empacharse de buen cine.
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-La ratificación del economista Julio Velarde en la presidencia del Banco Central de Reserva, BCR. Y junto con ello, la elección de un directorio solvente y profesional, que jamás se prestaría a enjuagues monetarios que desde Palacio puedan provenir como intención subalterna. De hecho, gran parte de la relativa estabilidad de la que la economía peruana goza, a pesar de los dislates que se cometen, con fruición inapelable, desde el Ejecutivo, obedece a la presencia de Velarde en el instituto emisor.
-La salida de Donald Trump de la Casa Blanca. Cabal representante de la derecha bruta y achorada global, el expresidente republicano se empeñó en destruir los valores políticos de esa gran democracia que son los Estados Unidos, llevando la polarización fundamentalista a extremos de xenofobia, racismo, clasismo y misoginia pocas veces vistos en una nación libre y comprometida con los derechos humanos, como la fundada por George Washington y los padres de la Independencia. El clímax de su demencia ocurrió en los primeros días de enero cuando hordas de sus seguidores, instigados por el propio Trump, tomaron el Capitolio para impedir la proclamación de Joe Biden como presidente.
-La movilización de la derecha peruana. Acostumbrada a silente testimonio de los hechos políticos, la derrota de Keiko Fujimori y el triunfo de un radical de izquierda como Pedro Castillo, sirvió, al parecer, para activar las consciencias de sectores crecientes de la derecha peruana. Más allá de sus excesos ideológicos o de sus torpezas logísticas (perder meses valiosos en una insensata campaña denunciando un fraude inexistente), es saludable para la democracia peruana que haya una derecha movilizada, con presencia en las calles y con una representación congresal bastante unificada.
-La institucionalidad de las Fuerzas Armadas. A pesar de llamados golpistas de algunos de sus excompañeros de armas y de sectores febriles de la ultraderecha, las Fuerzas Armadas peruanas han dado muestra cabal de que su principal mandato es obedecer la Constitución y que ya pasaron a la historia los tiempos en que los tanques se imponían a las urnas.
-El ingreso de Mario Vargas Llosa a la Academia Francesa. Un hecho sin precedentes y extraordinario, que honra no solo a nuestro Nobel sino también a su país natal, el Perú. Controvertido hasta el final de sus días, es indudable, sin embargo, la superlativa jerarquía artística y académica lograda por el escritor arequipeño, nunca antes alcanzada, a nivel de reconocimiento internacional, por otro compatriota.
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Normalmente, las redacciones periodísticas y columnas de opinión, suelen incluir en sus balances de fin de año, la elección de un ciudadano o ciudadana que simboliza lo mejor de esos 365 días y, en esa medida, es elegido como el o la personaje central del periodo mencionado.
Es muy difícil hacerlo en esta oportunidad. Lo normal hubiese sido que, estrenado un nuevo gobierno a mitad de año, el personaje de marras hubiese sido el elegido Presidente de la República, Pedro Castillo. Pero es tal la cantidad de entuertos, gazapos, estropicios y cuchipandas que este señor ha desplegado desde el poder, que su elección, más bien, es negativa. Es el antipersonaje del año. El símbolo perfecto de aquello que nunca debió ocurrir en el año que está a punto de culminar.
Ya sabíamos que era un personaje precario, poco preparado, sin experiencia administrativa alguna, cargado de prejuicios ideológicos radicales -la peor combinación de todas las habidas y por haber-, pero, a la vez, pensábamos, ingenuamente, que la capacidad influyente del ejercicio del poder iba a permitir que el sujeto de marras se imbuyese de la gravedad presidencial, que tuviera un upgrade personal-político, que le permitiera aprender rápidamente, en curso acelerado, cómo administrar el poder palaciego.
Nada de eso ha ocurrido. Por el contrario, el poder parece haber tenido el efecto perverso de hacerle creer al señor Castillo, que goza de absoluta impunidad. La circulina lo ha mareado. Así, cree que sucesos como los de Sarratea son normales y por eso no da, siquiera, explicaciones a la opinión pública de los estropicios que allí se han perpetrado (por cierto, no solo en Breña, también en Palacio, como ha sido revelado periodísticamente).
Pedro Castillo ha devaluado la investidura presidencial a niveles pocas veces vistos en nuestra República, y eso que hemos tenido personajes impresentables o demenciales ocupando Palacio. No ha sido capaz de armar gabinetes viables, no responde a la prensa, protagoniza conflictos de interés y negociaciones ilícitas sin empacho ni rubor, no toma las riendas del Estado para evitar el colapso minero, ni siquiera conduce -como fue revelado- los mediocres gabinetes ministeriales que ha armado, reacciona con sorprendente y punible lentitud ante los sucesivos escándalos que explotan casi a diario, en suma, un desastre mayúsculo. Es lo peor que nos ha pasado este atribulado año.
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