La Comisión de Justicia del Congreso de la República aprobó con 12 votos a favor el dictamen del proyecto de ley 2803, que establece la unión civil entre dos adultos que quieren formalizar su convivencia, sin importar si son del mismo sexo o de sexos opuestos.

Siempre he pensado que en este tema del reconocimiento a las parejas homosexuales era mejor ir con todo (matrimonio, derecho de adopción, etc.), pero quizás resulta mejor la estrategia de ir avanzando de a pocos y paulatinamente llegar a la meta de los logros señalados.

En esa medida, se debe saludar la iniciativa impulsada por el congresista Alejandro Cavero, porque abre la puerta al camino de ir logrando derechos civiles para todos los peruanos sin distinción de género. Y hay que felicitar a los congresistas que se han allanado al proceso y que probablemente no lo hubieran hecho si se iba por más.

Entre los derechos que otorga la unión civil se encuentran las decisiones médicas prioritarias, la inclusión en seguridad social, los bienes adquiridos durante la convivencia, el derecho a pensión, beneficios económicos, prestación de alimentos, así como los derechos sucesorios, todos ellos derechos legales hoy proscritos y que tantos problemas generaba en la vida real a parejas homosexuales.

El Perú es uno de los países más rezagados en derechos civiles de la región. No sólo en lo concerniente al tema vinculado a los derechos de homosexuales, sino en asuntos como el aborto, los métodos de control de la natalidad a nivel de servicio público, etc. Es hora de ir poniéndonos al día y lograr poco a poco la constitución de un Estado de Derecho inclusivo, moderno y liberal.

Ojalá el Pleno del Congreso ratifique esta iniciativa legal y los conservadores rancios -que abundan no solo en la derecha sino también en la izquierda, como se ha visto en la votación de la comisión de Justicia- no impongan sus prejuicios y aversiones medievales, ante un proyecto moderno y profundamente democrático.

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La paupérrima aprobación de 3% que le otorga Datum a la presidenta Boluarte y la desaprobación de 94% -históricas ambas- debería permitirnos extraer algunas conclusiones políticas que le sirvan a quienes nos vayan a gobernar del 2026 en adelante.

Ya no basta con prodigarse en aparecer en inauguraciones -que de eso abunda el régimen actual- o que sus ministros esta vez -a diferencia de los anteriores- se permitan apariciones recurrentes frente a la prensa. Ya no es un tema formal el que define la aprobación o no de un gobierno.

Peor aún cuando Boluarte empezó su mandato con un pasivo enorme, con los muertos luego de las protestas surgidas luego de su asunción de mando, que hasta ahora no hallan justicia ni reparación por parte del Estado, y que, por tanto, es una herida abierta que no termina de cerrar y constituye un dren de impopularidad basal que el gobierno no va a superar mientras no responda efectivamente.

Lo que la ciudadanía espera es resultados concretos frente a los problemas que la aquejan. La inseguridad ciudadana que asola el territorio nacional no encuentra remedio alguno y va empeorando en medio de declaraciones ridículas del titular de Interior, que, como sus antecesores, no tiene la más remota idea de qué hacer para enfrentar el tema. La corrupción se extiende como metástasis -involucra hasta al hermano de la primera mandataria- y el gobierno se hace el sueco al respecto (por ejemplo, el titular del Midisya debería haber sido sacado del cargo luego de las denuncias de Qali Warma).

La salud pública sigue siendo un desastre y no hay siquiera una política pública desde el Ministerio de Salud o desde el gobierno que prometa reconducir el problema. Y la sensibilidad ciudadana al respecto es enorme luego del desastre que fue el manejo estatal de la pandemia.

Los candidatos que aspiran a llegar a Palacio deben saber no sólo que el pueblo les va exigir propuestas claras y verosímiles frente a estos problemas, sino que, si llegan a cumplir su meta palaciega, se les exigirá que echen a andar una maquinaria estatal hiperactiva que establezca un horizonte de mejoría tangible en los problemas concretos señalados.

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La Fiscalía es la institución menos considerada, según revela la última encuesta de Datum. Un 80% de la ciudadanía no confía en ella, seguida de los jueces (muy cerca con 77%) y la policía nacional (63%), el trípode sobre el cual descansa la justicia en el Perú.

Menuda tarea le corresponde desempeñar a la flamante Fiscal de la Nación, Delia Espinoza. Tiene que reconstruir radicalmente una institución devaluada por la politización de casos como el de Lava Jato, la corrupción al interior del Eficcop y la inaceptable conducción de una magistrada como Marita Barreto, o las tropelías cometidas, por ejemplo, alrededor del caso de ZamirVillaverde, que con valentía viene denunciando diariamente Beto Ortiz. Por donde se mire se encuentra podredumbre o perversión de la función fiscal.

Por lo pronto, ya se esperaría de la autoridad de control que actúe sobre las denuncias periodísticas efectuadas en los últimos días, en tanto la magistrada Espinoza repiensa con pulcritud cómo recomponer una institución que ha sido destruida desde sus cimientos por malos fiscales.

Resultado en gran parte de una actuación institucional lamentable de la Junta Nacional de Justicia, pronta a acabar sus funciones felizmente, tanto el Ministerio Público como el Poder Judicial se han llenado de profesionales bamba, con títulos mal habidos, diplomas truchos y credenciales morales tachables.

La corrupción es, junto a la inseguridad ciudadana, uno de los mayores problemas nacionales, según reflejan todas las encuestas. Ese mal no va a poder ser resuelto mientras no haya una justicia proba en la cual la gente confíe, como viene sucediendo ahora.

Tarea urgente y primordial de la fiscal Delia Espinoza es proceder rápidamente a una purga moral de la institución que preside. Si deja supervivir el statu quo, terminará devorada por la inercia institucional enquistada en el edificio de la avenida Abancay, hoy maloliente y abrumadoramente desacreditado ante la opinión pública.

Luego de la explosiva declaración de la empresaria Mirtha Gonzáles, respecto de haber sido extorsionada para que a cambio de una millonaria suma de dinero sea excluida del proceso de investigación de organización criminal en la que está incursa (en el mismo caso de quien escribe, en clara muestra de abuso fiscal), es menester e imperativo que la autoridad de control y la propia Fiscal de la Nación tomen cartas en el asunto.

Algo turbio se maneja en el Eficcop y en el equipo de fiscales comandado por el fiscal Niño, brazo derecho de Marita Barreto. Trascendidos a los que uno tiene acceso informan de manipulación de declaraciones de aspirantes a colaboradores eficaces -particularmente de Jaime Villanueva- para inventar cargos o testimonios que involucren a personas a las que la fiscal Barreto aborrece, entre ellos mi persona.

A falta de prueba alguna, de no haber encontrado nada en los peritajes a los equipos electrónicos incautados, se le ha conminado a Villanueva a buscar cualquier cargo que se le ocurra para involucrarme en un caso que no tiene asidero alguno (explícitamente, se señala en el expediente que se me incluye en el tramado de la organización criminal -y se me ha allanado, por ello con el afán de mancillar mi honra-, por el solo hecho de haber publicado tres informes que Barreto no perdona que se hayan publicado porque la afectaban directamente a ella). Todo ello cuando hay jurisprudencia clara en la Corte Suprema de que no puede considerarse delito, bajo ningún concepto, la publicación de informes periodísticos.

En el caso de la empresaria Mirtha Gonzáles el caso reviste especial gravedad porque, según se reveló anoche en el programa Contracorriente, ella puso al tanto de la extorsión al propio fiscal Niño y simplemente no se actuó nada. Peor que eso, hoy se pretende pedirle prisión preventiva a la extorsionada y el extorsionador anda feliz, libre, sin investigación alguna.

Tiene que extirparse el tumor Barreto de la Fiscalía. Está probada su falta de pergaminos profesionales y académicos para haber llegado a ocupar ese cargo (por eso, ha sido suspendida). Es una fiscal rencorosa y vengativa, presta a violar la ley y el debido proceso a cuenta de sus rencores o discrepancias ideológicas con quienes ella estima adversarios. Y cuenta con el arsenal extorsivo de malos elementos de la fiscalía y de la policía y la certeza de que tiene entre sus colaboradores a un corrupto probado como Jaime Villanueva, cobarde y mentiroso, capaz de lo que sea para librarse de la cárcel, que es lo que le debería corresponder por no haber aportado hasta ahora prueba alguno de sus dichos contra varias personas (incluidos fiscales y periodistas).

Es un hecho que los populismos y la radicalización serán factores presentes en la campaña del 2026. Los ejemplos exitosos de Milei, Bukele y Trump harán surgir émulos creyentes en que ese es el camino correcto para ganar las elecciones y su discurso polarizante enervará la posibilidad de que surjan candidatoscentrados y sensatos.

Los candidatos que apuesten por una modernidad liberal serán vapuleados por los extremos, tanto de la derecha como de la izquierda. La intensacampaña anticaviar en el fondo es una resistencia no al pensamiento izquierdista que presuntamente alberga este sector, sino un rechazo a los principios liberales políticos que enarbolan, y que comparten con la derecha democrática.

Va a ser una tarea difícil para el centrismo derechista o izquierdista resistir indemnes este avasallamiento radical, pero es un desafío que no pueden soslayar, ya que lo peor que podrían hacer es disfrazarse de extremistas cuando claramente no creen en ello y no es, además, el camino que le corresponde al Perú para salir de la crisis en la que se encuentra.

Lo que sí cabe es que hallen propuestas disruptivas, que claramente tomen distancia sideral del establishment, que denuncien el orden de cosas degradante al que el Ejecutivo y el Congreso están conduciendo paulatinamente a la institucionalidad democrática, y de esa forma afrontar un proceso en el que parten con el marcador en contra.

El norte está relativamente claro: reconstruir la economía proinversión que existía hasta el 2011 y construir una institucionalidad estatal de buen servicio público, en aspectos como la salud y la educación pública, seguridad ciudadana y lucha anticorrupción. Hacer adicionalmente algunas reformas (la regionalización, reforma política electoral, del Estado, etc.) y así reconducir rápidamente al país a la senda del desarrollo económico que tenía desde los 90 hasta finales del segundo gobierno de García y emprender la tarea que la transición democrática descuidó por completo (las reformas de segunda generación).

Y deben tener claridad de que necesitan romper los esquemas con una campaña de marketing electoral ingeniosa y cautivante, porque para hacer lo que se propone (que suena fácil, pero es toda una reingeniería del Estado), se requiere mayoría parlamentaria, propia o con pactos que les permita alcanzarla. Por allí está el camino para enfrentar la pauperización política a la que el mundo democrático liberal -y de lo cual no estamos exentos- se conduce.

 

 

[REPORTAFUR] Hay un ministro que está jugando con fuego y que está haciendo tiempo en un partido muy delicado. Que por quedar bien con sus amigos va a meter a este gobierno en la peor crisis de todas y no se da cuenta que esta vez, su conflicto de intereses ha llegado demasiado lejos.

Un ministro que tendría razones muy poderosas para amarrar un tema demasiado peligroso para el país.

El perverso retraso de Rómulo Mucho en presentar una nueva fórmula para solucionar el problema de la minería artesanal nos está llevando directo a un precipicio de desalojos y muertes que puede terminar con el débil gobierno de Dina Boluarte.

Todos los detalles a continuación en el reportafur MUCHO PELIGRO.

Ahora que la APEC permite ensalzar las virtudes del libre comercio y de los múltiples tratados que el Perú ha firmado, es bueno recordar el papel funesto que jugaron en contra, la izquierda nativa y algunos sectores empresariales, coludidos en ideologías proteccionistas.

La izquierda, aún hoy, reniega de las bondades de la apertura arancelaria y sostiene que es necesario apoyar a los productores nacionales con tasas impositivas especiales. Y coincide en ello con la derecha populista y nacionalista que ha reaparecido en el planeta (Trump es la mejor expresión de ello).

Así como la tozuda y miope visión ideológica de la izquierda frustró y sigue frustrando proyectos de inversión privada de naturaleza extractiva (desde Camisea hasta Tía María o Conga), hizo lo propio con la apertura comercial que tantos beneficios, inmensos ellos, le ha brindado al país, merced a los tratados liberales firmados a continuación del inicial, con los Estados Unidos, gracias a la gestión, hay que reconocerlo, del gobierno de Alejandro Toledo.

Y, por supuesto, todo el despliegue comercial comentado es posible gracias al modelo económico propiciado por la Constitución del 93, cuyo capítulo económico -que la izquierda, cuándo no, quiere cambiar- siembra las bases que luego permitieron que el libre comercio global deviniera en necesario y natural.

Los tratados de libre comercio, contra lo que pensaban los gremios empresariales mercantilistas, no han destruido ninguna industria ni creado desempleo masivo, sino todo lo contrario. Han alineado, más bien, las fuerzas productivas locales hacia los sectores en los que somos competitivos, corrigiendo las distorsiones que el modelo velasquista de protección industrial había generado.

Que la cumbre APEC se realice una vez más con nuestro país como anfitrión es buena ocasión para reafirmar los principios del libre comercio y la economía de mercado, así como también para recordar a quienes actuaron con enorme irresponsabilidad histórica a económicos ya tendrían al Perú colocado en un lugar muy superior al que actualmente ostenta.

 

Uno de los distritos más afectados por la congestión de tránsito es Barranco. Pequeño, pero cada vez más poblado, sufre las consecuencias de la construcción del Metropolitano durante la gestión de Luis Castañeda, que ocupó la avenida Bolognesi en carril exclusivo, dejando únicamente la avenida San Martín-Pedro de Osma, como vía de acceso a Chorrillos (junto con la Costa Verde).

Cuando al alcalde chorrillano se le ocurre hacer una actividad deportiva, cuando hay un accidente o un deslizamiento en la playa y la Costa Verde es cerrada al tránsito, Barranco simplemente colapsa, pudiendo ser necesaria una hora y media para transitar el kilómetro y medio de largo que tiene.Y sin necesidad de ello, todos los fines de semana es una tragedia circular por sus calles.

Ahora, sin embargo, se está abriendo una oportunidad de oro para que el problema se resuelva: la construcción o ampliación de la vía expresa hacia el sur. Se calcula que concluya en diciembre del 2025 y conectaría el final que hoy tiene en República de Panamá con la carretera Panamericana Sur. Si, con sensatez, se lleva al Metropolitano por esa vía, ya no será necesario mantener el corredor exclusivo hacia Matellini como hoy sucede. Tranquilamente, la avenida Bolognesi podría volver a ser de doble tránsito vehicular en todo su trayecto y se convertiría al Metropolitano en un alimentador hasta Matellini,que conecte con los otros alimentadores (aunque seguramente, tendrá más demanda la línea que iría por la vía expresa que se está construyendo).

Se evitaría con ello, además, la separación de Barranco en dos, uno rico y otro pobre, que el Metropolitano de la avenida Bolognesi consagró, impidiendo la accesibilidad a la zona popular del distrito que, como está ocurriendo con Surquillo, tranquilamente podría convertirse en un centro gastronómico y turístico de la ciudad.

Jessica Vargas, la actual alcaldesa, está haciendo hasta el momento una buena gestión. Se anuncia la puesta en marcha del teleférico, la reconstrucción de la ermita, debería retornar la ecoferia de las primeras cuadras de la avenida San Martín, al costado del Gálvez Chipoco, peatonalizar algunas calles, y si sus buenas relaciones con el alcalde de Lima, permiten que se haga la sugerido con el Metropolitano habrá cambiado, para bien, la faz del distrito.

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José Arista, titular del MEF, y Rómulo Mucho, del Ministerio de Energía y Minas, por un mínimo de decoro y verguenza deberían haber ya renunciado a sus puestos, luego del escandaloso manejo gubernativo de Petroperú.

Contraviniendo sus propias ideas respecto del problema que acarrea la millonaria pérdida que Petroperú le endilga al fisco peruano regularmente -es decir, que pagamos todos-, el gobierno, con resabios ideológicos estatistas, ha colocado en la presidencia y gerencias del organismo estatal, a personas con prontuario estatista que caminarán muy lejos de la propuesta del anterior directorio, que proponía un manejo corporativo que condujese paulatinamente al traslado de la empresa al sector privado.

Es verdad que el problema se arrastra desde hace décadas y son varios los ministros corresponsables del desastre, pero en esta ocasión, el asunto ya tocó fondo y había, además, una solución sensata planteada, simplemente a la espera del visto bueno del gobierno para resolverlo.

Si algún ministro debe andar siempre con la carta de renuncia en el bolsillo es el ministro de Economía y Finanzas. Su propio prestigio profesional lo debería compelir a emplearla a la primera de bastos en que el gobierno se desvíe por rutas heterodoxas o reñidas con el buen manejo de la cosa pública.

Ya son varios brulotes que al ministro Arista ha dejado pasar por alto y no parece movérsele un pelo de dignidad, pero al menos se esperaba que un ministro como Rómulo Mucho, comprometido con la inversión privada y creyente en la economía de mercado, este manejo de Petroperú le resultase intolerable, pero, al parecer, el fajín tiene un poder magnético que los hace evadir la única respuesta decorosa: la renuncia.

Este gobierno no es que no sepa qué hacer con Petroperú. Lo sabe muy bien. Utilizar la empresa como caja chica y antro de favores políticos para sus allegados y socios gubernativos, para lo cual cuenta con los enormes recursos fiscales que, sin rubor, ha empleado y seguirá empleando para mantener a flote un elefante blanco como es Petroperú. Una vergüenza por donde se le mire.

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