Resulta increíble que un decreto supremo del Ministerio de Salud, invocando un manual de diagnóstico caduco, considere enfermedades mentales a la transexualidad y el travestismo. La Organización Mundial de la Salud ya no las considera así, pero nuestro órgano rector en salud se ampara en normas ya arcaicas para proceder como lo ha hecho.

No es un error superficial o un descuido administrativo. Es consecuencia de la conservadurización extrema que viene asolando los organismos estatales desde hace algunos años, y que va de la mano, por ejemplo, con todo el desmontaje de las políticas de género hasta hace poco vigentes.

Ya ningún psicólogo, psiquiatra o psicoanalista serio considera patologías a las identidades sexuales diversas que existen. Se estiman como configuraciones distintas de la “normalidad” estadística, pero perfectamente explicables dentro de la ciencia mental.

No hay perversiones, en el sentido más estricto, en el erotismo humano. La sexualidad instintiva, animal, tiene sí un solo proceso y desenlace, pero la maravillosa explosión de variantes, en base a la interacción con la cultura, abre el abanico de posibilidades eróticas de una manera infinita.

Todo el erotismo humano es perverso en el sentido de ser otra versión (per-versión) del instinto. Lo es tanto un transexual como un heterosexual que se excita con ver a su pareja con indumentaria particular. Están en el mismo rango psicológico.

No se puede perder la batalla liberal por las libertades civiles morales que la derecha más bruta y achorada quiere imponer como narrativa, primero, y como política pública después. Está en juego la vida de miles de peruanos que merecen un trato democrático igual, sin privilegios, por su condición.

La salud y la educación públicas son los campos de batalla en que la DBA está sembrando trincheras y cargando municiones y lamentablemente un gobierno mediocre y débil como el que nos gobierna cede en todo con tal de no molestar a quienes lo sostienen desde la mayoría congresal conservadora.

Eso no es admisible. La modernidad liberal, que tiene siglos reinando en el mundo occidental, acá parece necesitada de una Ilustración. Pues habrá que dar esa batalla si no queremos ser avasallados por las cavernas.

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La mayoría del Congreso no va a vacar a Dina Boluarte aunque el escándalo de su hermano detenido crezca (y también porque percibe que hay un operativo político de la Fiscalía, juego al que no se va a prestar), y la presidenta, por su lado -ya lo dijo su vocero-, no piensa en renunciar.

No es soslayable, sin embargo, la opinión de algunos congresistas que ya han empezado a desmarcarse del régimen y podrían crecer hasta ser una mayoría que, cambiando de opinión, decida acabar con el suplicio que nos gobierna.

El balance de la semana nos arroja un gobierno políticamente más debilitado, con el agravante de las cifras de pobreza, que han puesto en duda su capacidad técnica para manejar la economía, tarea esencial en estos momentos de crisis.

La pregunta de si Dina Boluarte dura hasta el 2026, que ya se daba por sentada, ha sido puesta en entredicho esta semana, al son simplemente de si su abogado se sometía o no a la colaboración eficaz.

Desde siempre esta columna ha señalado que este gobierno debió ser de estricta transición y convocarse a elecciones generales lo más rápido posible. ¿Sigue siendo una opción viable faltando apenas dos años y pico para que acabe su mandato? Lo sigue siendo. Por más apariencia de inestabilidad que generen unas nuevas elecciones, mientras más corto sea el mediocre mandato que nos rige, menos chance de crecer tendrá la izquierda antiestablishment.

Ese es el punto político principal que anima a quien escribe a insistir en la propuesta del recorte del mandato. Ya lo dijimos: cada día que pasa Dina Boluarte en Palacio son cinco mil votos más para Antauro Humala.

Veremos en los siguientes días cómo viene el panorama en el Ministerio Público y cómo en el Congreso -el gran sostén del régimen-, pero lo cierto es que, lejos de amainar, la crisis política ha crecido sobremanera, con todos los costos que eso le trae al país.

La del estribo: un nuevo descubrimiento literario gracias al Club del Libro de Alonso Cueto, ha sido Memorias de África, de Isak Dinesen (en realidad Karen Blixen; tuvo que firmar como hombre para poder triunfar en la primera mitad del siglo pasado). En este libro se basó la película del mismo nombre, dirigida por Sydney Pollack, con las actuaciones de Robert Redford y Meryl Streep, que en 1985 ganara siete Óscar.

Luego de apreciar la sesión de ayer de la subcomisión evaluadora al candidato a Contralor, Pedro Cartolín, es urgente que esta entidad del Parlamento amplíe su convocatoria y busque otros candidatos con sentido de urgencia.

Ni siquiera las preguntas más básicas fueron respondidas con propiedad. El candidato propuesto por el gobierno ha sido juez, no conoce de administración pública y su presencia supondría un agravamiento institucional de un organismo fundamental para prevenir y sancionar la corrupción tan extendida en el sector público, tarea en la que su antecesor no ha destacado precisamente.

La corrupción ya es percibida por la opinión pública como uno de los principales males de la sociedad, en muchas encuestas aparece como el mayor problema. La corrupción nos cuesta al año casi treinta mil millones de soles y la mayor parte acontece en las esferas regionales y locales (56%), por lo que, con mayor razón se requiere de ojo avizor y experimentado para ponerle coto a una de las taras republicanas que socava los cimientos democráticos.

Como bien señaló recientemente Jaime de Althaus en artículo de Lampadia, “la Contraloría debe cambiar radicalmente de paradigma. Debe pasar del control del cumplimiento de normas al control del desempeño. Exigir eficiencia, resultados, decisiones, acción, no lo contrario. Este cambio debería ir de la mano con una nueva ley de contrataciones, que está discutiéndose en el Congreso en este momento, que debería también cambiar de paradigma: pasar de la cultura de la sospecha que lleva a la multiplicación de controles y requisitos, a una cultura colaborativa y racional para resolver los impasses que se presentan”.

Deben entrar los mejores a la administración pública, pero con el sistema actual, también enrevesado gracias a la gestión de Humala, más bien ello se desalienta. No será posible derrotar a la corrupción con el sistema normativo vigente y mucho menos si el encargado de dirigir la entidad no tiene la capacidad básica para hacerlo.

Hay plazo para que el Congreso evalúe otros candidatos. La prisa no lo puede llevar a cometer un estropicio que nos va a salir carísimo en términos reales. La Contraloría es un ente fundamental en la refundación republicana que se exige a partir del 2026.

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contralor peru, La Contraloría General de la República

El ministro de Economía, José Arista, dice que “la hemos sacado barata” con los indicadores del INEI respecto del aumento de la pobreza.

En efecto, luego de una demora sospechosa, el INEI publicó que la pobreza volvió a crecer por segundo año consecutivo, de 27,5% en 2022 a 29% en 2023, con lo que 9,8 millones de peruanos ahora son pobres —un millón más que el año previo—.

Un millón más de pobres y se atreve a decir, orondo y cuasi bromista, el titular del MEF, que la hemos “sacado barata”. Qué terrible desparpajo e indolencia. A un millón más de peruanos no les alcanza ahora para cubrir sus necesidades básicas y al responsable de que ello no suceda no se le mueve un pelo.

No faltan, por supuesto, los agoreros de que esto no es otra cosa que la demostración del periodo terminal del modelo capitalista y de que es necesario ya cambiar radicalmente el mismo. Es la izquierda, fracasada en todas partes del mundo, con su propuesta económica antimercado, la que pretende fungir de médico general de una crisis que tiene más que ver con la mediocridad campante de un gobierno que no sabe qué hacer.

No es el libre mercado el que ha demostrado su fracaso sino su ralentización desde el gobierno de Ollanta Humala, lo que hizo crisis mayor con el ascenso de Pedro Castillo, la pandemia y la medianía del régimen actual, sumado todo ello al cóctel envenenado de la inestabilidad política y la incertidumbre respecto de lo que pueda pasar el 2026.

Lo terrible es que el gobierno no parece ser consciente de que la única solución a este problema pasa por incrementar sustantivamente la inversión privada, y que para ello debe desmontar el Estado regulatorio construido a partir del 2011, y retomar la senda pro empresarial de los regímenes de Toledo y García.

Eventualmente, no vendría mal tampoco que se afinen los programas sociales y se tornen en un efectivo paliativo a la crisis mientras la economía no se calienta con la política proinversión señalada. Pero este gobierno no hace ni lo uno ni lo otro. Y así hay quienes quieren que dure hasta el 2026, en aras de una presunta estabilidad que solo va a dañar más el statu quo social, que mejorarlo.

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Inversión privada, Pedro Castillo, Pobreza en el Perú

Uno de los costos sociales mayores de la reconstrucción política y económica que el Perú tendrá que emprender desde el 2026, será el incremento exponencial de la violencia social.

Hoy no actúa manifiestamente el potencial destructivo de las mafias ilícitas, porque el gobierno en funciones ha encontrado que,pactando vergonzosamente con ellas, logra paz social y estabilidad por parte de los actores políticos casados con las mismas.

Pero cuando advenga un gobierno que rompa con ese pacto infame, la violencia brutal de estas mafias, que se ve en acciones concretas como las que afectan a la empresa La Poderosa en Pataz, se desatará con furia.

Cuando se tome la decisión de enfrentar en serio el narcotráfico, la minería ilegal, la trata de personas, el contrabando, la tala ilegal, no será sin resistencia, que transitará, sin duda, por los cauces legales ya infiltrados (Congreso, autoridades locales, Ministerio Público, Poder Judicial y Policía y Fuerzas Armadas), pero que también hará sentir su capacidad de acción a través de la violencia desembozada y letal, cuya capacidad se vislumbra.

Mucha inteligencia operativa, sagacidad política y decisión férrea serán necesarias para derrotar a estos grandes enemigos de la democracia y del libre mercado, que están corroyendo las entrañas mismas de la República impunemente, con la connivencia de un gobierno cuyo inmenso daño al país recién será medido cuando concluya.

El país deberá estar advertido y preparado para esa explosión de violencia resistente al orden del Estado de Derecho, que debe ser reinstalado si queremos dejar de transitar hacia ser una nación en desarrollo fallida y estructuralmente defectuosa.

La experiencia de otros países que recorrieron un camino similar puede servir de mucho para no repetir los errores y replicar los aciertos. Lo seguiré reiterando en esta columna: el 2026 nos jugamos mucho como país, algo mucho más importante que la coyuntura crítica y mediocre por la que hoy transitamos.

Si las élites vuelven a equivocarse, habrán condenado a varias generaciones de peruanos a la pobreza, el autoritarismo y la violencia social. Aun estamos a tiempo de hacer lo necesario para evitar ese desenlace.

Soy crítico y víctima de un sistema judicial abusivo e irracional, pero no se puede soslayar el legicidio que el Congreso pretende cometer tirándose abajo todo el tinglado institucional que abarca desde la Junta Nacional de Justicia (y, por ende, el Ministerio Público y el Poder Judicial) hasta los organismos electorales.

Hay una guerra civil al interior de la magistratura y en su ajuste de cuentas, muchos civiles que no tienen vela en el entierro pagamos los platos rotos de esa lucha fratricida, pero ese conflicto se debe resolver con una refundación orgánica, bien meditada, no al caballazo cuasi golpista como el que el Legislativo está pretendiendo acometer.

Tarea sustantiva del próximo gobierno, el que entre el 2026, no va a ser solo reconstruir la economía, acometer el problema de la inseguridad ciudadana, emprender reformas como la del Estado, de la regionalización, o de la salud y la educación públicas, sino también reconducir el sistema institucional democrático que la mayoría legislativa va a malherir gravemente.

Qué terrible y profundo el deterioro que estamos padeciendo. Amerita por ello que el 2026 no nos gobierne un radical destructivo sino alguien de centroderecha liberal, pero con la potencia programática y política para poder emprender las tareas señaladas. Es un imperativo político que requiere que desde ya se vayan desplegando los esfuerzos para permitirlo. No hablamos del futuro sino del presente político.

La coyuntura acuciante no nos puede hacer soslayar que ya se está cocinando el agravamiento de la crisis que transitamos, que será moco de pavos si accede el poder una opción como la que representan Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres. Con semejantes personajes en el gobierno las deficiencias democráticas que hoy denunciamos nos van a parecer en el recuerdo, como propios de una democracia suiza.

Lamentablemente, la apatía ciudadana hoy vigente nos hace pensar que no habrá reacción callejera o siquiera mediática lo suficientemente poderosa para contener los arrestos autoritarios del Legislativo. Será necesario, por ello, pensar en la coyuntura electoral venidera como la ocasión en la que se tenga que dilucidar un retorno a las formas civilizadas mínimas de la democracia representativa o al agravamiento del sainete en el que una mayoría desquiciada está convirtiendo la separación de poderes consustancial a la democracia más básica.

El último jueves 2 de mayo, sucedió en el congreso algo sorprendente.
A pesar de que ya existían los votos más que suficientes para una nueva aprobación mayoritaria, Segundo Quiroz volvió a detener la tan necesaria ley de masificación del gas.
El lobby del gas apeló a la decisión arbitraria y unilateral del presidente de la Comisión de Energía y Minas para beneficiar a los consumidores más grandes en perjuicio de los más humildes.

 

Hay buen manejo monetario, estabilidad enorme en el Banco Central de Reserva, inflación ya a la baja, reservas internacionales cuantiosas, nivel de endeudamiento de los más bajos de la región. Y, sin embargo, la inversión privada sigue sin levantar cabeza.

Son dos las razones fundamentales que explican ello y que no van a cesar hasta el 2026, cuando se sepa quién será el próximo ocupante del solar de Pizarro.

Por un lado, la enorme debilidad política del Ejecutivo y la irreversible vocación populista del Congreso, generan un grado tal de incertidumbre que ningún dueño de capitales va a apostar a un proyecto si no tiene en claro si las condiciones se van a mantener en el tiempo. El statu quo político afecta la economía, rompiendo la ya decrépita hipótesis de que ambas pueden marchar por cuerdas separadas.

De otro lado, la altísima incógnita respecto de quién va a ocupar el sillón presidencial y, sobre todo, si va a ser algún candidato de izquierda radical, torna imposible que algún empresario piense en invertir más allá del año y medio que resta para las elecciones. Imagínese usted amigo lector si invertiría una gran suma de dinero en algún proyecto si no tiene la certeza de si se lo van a expropiar o van a dictar regulaciones absurdas sobre su quehacer. Es psicológicamente imposible.

Estamos condenados a un crecimiento mediocre, a que siga aumentando la pobreza, a que se deterioren más los servicios básicos, y ello, a su vez, alimenta las condiciones propicias para que surja un outsider que prometa patear el tablero y refundar el Perú. Es terrible la situación por la que está pasando el país y si a ello le sumamos el grosero deterioro institucional de los órganos que imparten justicia, se termina de completar el círculo del infierno para cualquier ánimo inversor (alguna ONG o unidad de investigación debería darse el trabajo de investigar cuántos empresarios o inversores tienen algún proceso fiscal o judicial abierto; nos sorprenderemos del número, que en muchos casos es abusivo e irracional).

No queda si no aguantar, hacer la tarea política e ideológica que corresponde, para evitar, con todas las energías posibles, que el país se vaya al abismo populista y autoritario el 2026. Desde individuos hasta organismos de la sociedad civil tienen la responsabilidad de hacerlo.

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Banco Central de Reserva, BCR

Así como gracias a la lucha tenaz de las protagonistas y de una valiente defensa legal, al fin dos mujeres decidieron optar por la eutanasia en un caso y dejar de recibir asistencia forzada para seguir viviendo en el otro, luego de una ardua batalla legal, ojalá llegue el día en el Perú que los derechos civiles alcancen el estatus que en otros países, inclusive de la región, ya existen.

El derecho al matrimonio homosexual, al aborto, la despenalización de las drogas, la educación obligatoriamente laica, por ejemplo, deberían ser parte de una agenda civil liberal, que ya merece ser puesta en discusión. No va a tener resultados al inicio, porque el pensamiento conservador y reaccionario de la mayoría de las élites y el pueblo se opondría a ello, pero no hay mejor ladrillo para empezar a construir una edificación que una idea. Y de eso se trata, de ir construyendo un tejido ideológico que poco a poco vaya calando en sectores crecientes de los tomadores de decisión.

Vivimos tiempos difíciles, en donde los extremos ideológicos se abrazan en la misma línea moralmente conservadora, pero hay un dinámico y potente centro liberal que tiene la obligación de empezar a hacerse sentir en estos fueros, por más que inicialmente sean “políticamente incorrectos”.

Ya de por sí es difícil marcar una agenda capitalista democrática, en un país donde el libre mercado sigue siendo un ideal lejano, en medio de un capitalismo mercantilista por parte de la derecha y posturas estatistas por parte de la izquierda; y donde la democracia se asume como algo superfluo, maleable, ajeno al Estado de Derecho, y es manoseada y pervertida desde todos los frentes sin rubor.

Con mayor razón, será más difícil, desplegar la otra agenda, la que completa la propuesta liberal, de ser procapitalista competitiva, democráticarepresentativa y moralmente libertaria. Pero ya llegó el momento de empezar a marcar esa ruta y exponer en cuanto foro cívico sea posible la necesidad de construir esa plataforma.

La libertad es un sueño republicano incumplido. La hemos gozado en retazos, parcialmente, luego degradada y pervertida. Es indivisible su apuesta por la economía, la política y la moral. Ese debe ser el mensaje ideológico que luego deberá calar en el ámbito de las políticas públicas.

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