Muchos años se habló de que el Perú corría riesgo de ser un Estado fallido, entendiendo Estado como nación, por culpa de la demagogia económica populista de los 80 y la violencia terrorista. Gracias a la apertura económica, a la sensatez fiscal y monetaria, y luego a la recuperación de la democracia, el país gozó de décadas de crecimiento y de mejoría del Estado. Se fueron creando paulatinamente islas de excelencia ejemplares.
Una tragedia impensada, como la pandemia, nos condujo a una elección de los resabios de dos grandes males de la sociedad política peruana: el neosenderismo y el fujimorismo en su versión mercantilista. Y al final ganó la peor de las dos opciones, y por esa razón nos asomamos al riesgo de parálisis del Estado como entidad, en su calidad de agente facilitador del mercado y de la sociedad peruana. Una desgracia por donde se le mire.