Un reciente artículo publicado en Foco Económico, bajo la autoría de los brillantes economistas peruanos, Roberto Chang y César Martinelli, trata de dilucidar el impacto económico que tiene un liderazgo mediocre, conducido por alguien no preparado para el cargo presidencial (como el propio presidente Castillo se ha esmerado en autocalificarse en las tres entrevistas que diera recientemente).
En dicho artículo (http://ow.ly/MiYi30s97Mk), se hace mención a un estudio de Tim Besley, José Montalvo y Marta Reynal-Querol, en el que se concluye que “tener que reemplazar a un jefe de Estado con educación superior (estudios universitarios o de posgrado) causa una caída de 0.7-0.9 puntos porcentuales de crecimiento económico anual en los cinco años siguientes (…). Las magnitudes son más marcadas si un país tiene la mala suerte de pasar de un líder con educación superior a uno sin ella. De acuerdo con Besley et al., dicho evento resulta en una pérdida de 1.7 puntos porcentuales en el crecimiento anual por cinco años”.
En el estudio se supone que la educación recibida es un indicador confiable, lo cual en el Perú es relativo, dado el paupérrimo nivel de muchas universidades locales, pero el estudio no pierde filo ni vigencia, y adquiere particular relevancia en la medida que mide, finalmente, cuánto impacta el buen grado de preparación y efectivo liderazgo de un Presidente, en comparación a la situación que se genera cuando el referido liderazgo es, como el de Castillo, inexistente o mediocre.
Haciendo un cálculo somero en base a dicho estudio, se puede concluir que Castillo, por sí solo, sin contar las deficientes políticas públicas que despliega en casi todas las áreas de la administración estatal, nos cuesta más de un punto porcentual de pérdida del PBI cada año, es decir, alrededor de dos mil millones de dólares. En los cinco años de su mandato, el Perú dejará de crecer la friolera de 10 mil millones de dólares, exclusivamente por su personalidad esquiva, poco diligente, timorata, indecisa y pueril.
Es terrible que casi treinta años de crecimiento sostenido, a pesar de haber sufrido gobernantes corruptos, se puedan ir por la borda por la indolencia y levedad del personaje que llegó a Palacio por la azaroza conjunción de factores vinculados a una pandemia, que empujó a la ciudadanía, incauta, a votar por un candidato antiestablishment, sin importar sus nulas credenciales para ejercer el cargo para el que postulaba y que hoy, como era inevitable, mal regenta.