[PIE DERECHO] El solo hecho de que ante la presunción de su salida, el aún ministro de Economía, Álex Contreras, haya pretendido irse tirando un portazo al gobierno que lo ha colocado en el puesto que ocupa, acusando “falta de transparencia”, ya debería ser causal de despido.

Si a ello le sumamos una gestión ineficaz, mediana, que no está a la altura del desafío enorme que tiene al frente, sobran las razones para que la presidenta Boluarte o el premier Otárola, busquen su reemplazo en el lapso más inmediato posible.

El manejo económico no requiere arreglos cosméticos sino una reingeniería estructural. El modelo económico instaurado en la década de los 90, ha ido siendo trastocado a paso lento, pero firme, desde el gobierno de Ollanta Humala, y los efectos los sufrimos hoy, con la recesión en curso, la pérdida de confianza, las bajas tasas de crecimiento (cuando nuestro potencial es alto) y el terrible dato del aumento de la pobreza.

No basta por ello con respetar el manejo monetario del BCR o ajustar las cuentas fiscales (lo que, dicho sea de paso, este gobierno no está haciendo), para que la economía se enderece y volvamos al círculo virtuoso de aumento de la confianza empresarial, inversión privada, crecimiento del PBI y reducción de la pobreza.

Se debe volver a desregular las actividades económicas, potenciar los organismos reguladores, fomentar la inversión promercado, sacar los proyectos mineros trabados, privatizar lo que resta por privatizar (Petroperú, Sedapal, Córpac, etc.), y la suma de todo ello generará la atmósfera económica necesaria para volver a enrumbar al país por la senda del desarrollo que habíamos seguido hasta el 2011, con los impresionantes resultados obtenidos.

La única forma de revertir la espiral descendente de la economía pasa por hacer reformas estructurales nuevamente. Si no se hacen, seguiremos atrapados en la recesión o el bajo crecimiento, que ya no se explican solo por la pandemia o por las protestas de fines del 2022 e inicios del 2023.

Un ministro que se presta a la lógica política de diseñar un aumento exorbitante del gasto público, tan solo para revertir la baja popularidad del régimen, y que cree que con ello basta para remediar la crisis económica, no es lo que el Perú necesita en estos momentos.

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Desafíos Económicos, Economía, Gestión Ministerial, Reformas estructurales

[PIE DERECHO] A pesar de los conflictos militares que involucran a Rusia y Ucrania, y a Israel y Gaza, el gran trasfondo internacional del 2024 será la creciente disputa hegemónica entre los Estados Unidos y China, según reportan los principales medios de comunicación internacionales especializados.

El país de Norteamérica sigue siendo la principal potencia económica y militar del planeta, pero el coloso oriental emerge con tal fuerza que es previsible alcance la cúspide antes de la primera mitad del siglo. Y como suele suceder en semejantes trances, los conflictos militares salen a flor de piel (nunca olvidaré las clases con el brillante historiador y periodista Efraín Trelles y su insistencia en leer la historia bajo esos ejes interpretativos).

Y esa disputa coloca al Perú en una situación expectante porque somos uno de los países con mayor presencia inversora china en la región y ya EEUU ha lanzado advertencias sobre los riesgos de esa espiral de crecimiento transoceánico.

El camino correcto, parece quedarle claro a los últimos gobiernos que hemos tenido, es mantener la equidistancia necesaria. No estamos para hacerle ascos a la inversión china, por más que la mayor parte de ella provenga del propio Estado chino y no de empresas privadas y quepa el riesgo, por ende, de que puedan albergar, dados ciertos momentos, una lógica política contraria a nuestros intereses.

Corresponderá, al respecto, a los organismos reguladores nacionales evitar que un abuso de las posiciones de dominio que eventualmente ejerzan las empresas chinas (como ocurrirá con la distribución eléctrica en Lima, por ejemplo) cruce las fronteras de lo permisible en una economía abierta y presuntamente competitiva.

Y en materia política, cabrá a la Cancillería diseñar una estrategia de largo plazo que sepa aquilatar los ejes internacionales que no controlamos, pero que debemos transitar. Hoy más que nunca se impone una mirada geopolítica del planeta, más aún cuando es pasible de ocurrencia la aparición de conflictos en nuestra propia región (el cambio climático y su devastadora lógica de recursos escasos y apetencias imprevistas, desatará problemas que calentarán las fronteras, inevitablemente).

No es un exceso pedirle a la tríada Boluarte-Otárola-Gonzáles Olaechea, que incorporen esa mirada en su manejo de la política exterior. Es parte de las obligaciones básicas de un gobierno atender las políticas de Estado, la perspectiva geopolítica y la sapiencia diplomática, más aún en un periodo altamente tenso que amenaza con explosionar en distintos frentes en el momento más inesperado.

 

 

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Disputa EEUU-China, Estrategia Internacional, Geopolítica, inversiones

[PIE DERECHO] Según señala un último informe de Apoyo Consultoría, desde el 2019, las denuncias per cápita por casos de extorsión han aumentado más de 400%. “En el 2023, de acuerdo con una encuesta realizada por Ipsos, más de un millón de peruanos reportó pagar frecuentemente algún tipo de cupo para poder trabajar y el 82% afirmó sentirse inseguro al caminar por las calles en Lima”, señala textualmente el mismo.

Las cifras son de espanto. Ya no se descubre nada diciendo que nuestro país está gobernado por la delincuencia. Una oligarquía del delito, porque unos pocos, organizados en bandas, someten la voluntad de la mayoría de ciudadanos peruanos de bien, pacíficos y respetuosos del orden social.

El daño que eso le genera a la viabilidad democrática del país es enorme. No solo porque desafecta a las víctimas, quienes sienten la ausencia del Estado y alimentan un resentimiento por ello, sino porque alienta la aparición de fenómenos políticos autoritarios que prometen la solución fácil frente a la problemática descrita.

Además, golpea duramente a la economía. Según la referida encuesta de IPSOS, “realizada para APOYO Consultoría y Backus, el 86% de las bodegas encuestadas en Lima califica a la inseguridad o extorsión como un problema grave para el crecimiento de su negocio, porcentaje que asciende a 90% en el norte”.

Uno esperaría que ante un problema de carácter social y, por ende, responsabilidad de los gobiernos, éstos actúen buscando una solución al mismo, con estrategia y conductores afinados, pero no, se aprecia absoluta indolencia y desaprensión. Baste decir que en los últimos cinco años, hemos contado con 20 ministros del Interior y 11 jefes de la Policía Nacional del Perú (PNP). Inestabilidad que atenta contra el despliegue de una política pública que pretenda ser eficaz.

No debemos esperar a que el 2026 advenga un nuevo gobierno que plantee y ejecute soluciones efectivas al respecto. Debemos exigirle ello al gobierno actual. No debería equivaler a pedirle peras al olmo. Por más mediocre que el régimen de Boluarte sea, tiene entre sus obligaciones básicas la resolución de dos problemas: la inseguridad ciudadana y la crisis económica. Si no es capaz de resolverlos, debe dar un pase al costado, por mano propia o congresal. No podemos aguantar como sociedad que la situación siga empeorando dos años y medio más.

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Extorsión, Gobierno, Informe Apoyo Consultoria, inseguridad ciudadana

[PIE DERECHO] El gobierno no puede confiar en su frágil alianza con el Congreso para permanecer incólume hasta el 2026. La precariedad de los propios grupos políticos que componen el Legislativo hace que esa apuesta sea de alto riesgo. Apenas se den cuenta en el Parlamento de que su simbiosis de intereses con el Ejecutivo arruinaría las posibilidades electorales futuras de los partidos que conforman esta suerte de alianza tácita, se producirá un quiebre que, si coge al Ejecutivo pasmado, se lo llevará de encuentro.

Muchos en el gobierno, particularmente el premier Otárola, parecen convencidos de que haber superado relativamente airosos la confrontación social violenta que aconteció al poco de tiempo de haber asumido la transición post Castillo, ya los blinda frente a cualquier otro escenario de aparente menor intensidad, y ello quizás sea el motivo por el cual su gestión brilla por su medianía y ausencia de objetivos de trascendencia.

Se equivoca garrafalmente el Ejecutivo si comparte esa hipótesis. Más que ninguno otro, el actual régimen está obligado a hacer dos o tres cosas bien (entre ellas, resolver la crisis económica y el lacerante problema de la inseguridad ciudadana) si quiere mejorar en sus niveles de aprobación en las encuestas y obtener así capital político que eventualmente le dé sostén, desalentando al Congreso a enfrentársele.

El inefable Vizcarra, sin bancada, pero con una inmensa aprobación, fue capaz de tumbarse un Congreso adverso, pero sin ese respaldo ciudadano no lo hubiera podido hacer. Esa lección debe ser extraída por Boluarte. Si ella no eleva dramáticamente sus índices de popularidad, hoy tan ralos, no tendrá parapeto alguno frente a un Legislativo que empiece a ponerse arisco conforme se acorten los plazos electorales.

La única manera de que el gobierno dure hasta el 2026 no será en base a astutas jugadas de intercambios políticos con el Congreso, porque éste no dudará un segundo en vacar a Boluarte si así lo considera conveniente para sus intereses. En cambio, si el gobierno crece en su aprobación popular, será difícil que un Legislativo que anda casi a la par en impopularidad, se atreva a destronarlo (al gobierno emergente de esa situación le pasaría algo semejante a lo que le pasó a Merino).

La dupla Boluarte-Otárola está obligada a gobernar superlativamente mejor si quiere llegar hasta el final de su mandato constitucional. Si no lo hace, seguirá siendo un factor de inestabilidad, desconfianza y precariedad política, causando un efecto perverso de obstaculización de las propias expectativas de mejora.

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Congreso, Estabilidad Política, Gobierno peruano, Popularidad Gobierno

-Que Alianza le renueve contrato a Carlos Zambrano y a Christian Cueva.

-Que en la U, Alex Valera no falle tantos goles, en desproporción de las oportunidades que él mismo contribuye a generar. Si acertara un 30% las que se encuentra, nos garantizaría el bicampeonato anhelado.

-Que a Fossati, a pesar de no haberle jugado correctamente a la U, le vaya bien con la selección y que su esquema 3-5-2 (del cual no se mueve ni aunque lo amenacen de muerte) encuentre los jugadores para desplegarse con éxito.

-Que Vargas Llosa acabe pronto su libro de ensayos sobre Sartre, a ver si en una de esas se anima y saca fuerzas para entregarnos una nueva novela.

-Que a las librerías les vaya bien y no se vean obligadas a cerrar.

-Que se acaben las mafias que aprisionan nuestro mayor imán turístico, Machu Picchu.

-Que Francisco I tenga el vigor de hacer la purga masiva que la iglesia católica necesita, dada la abrumadora cantidad de casos de pedofilia.

-Particularmente, que las autoridades eclesiásticas tomen la decisión de disolver el Sodalicio, incautar sus bienes y ponerlos a disposición de alguna otra orden o de alguna institución social de la propia iglesia.

-Que acabe la persecución judicial a los colegas Pedro Salinas y Paola Ugáz.

-Que vuelvan César Hildebrandt y Rosa María Palacios a la televisión abierta.

-Que Hildebrandt en sus trece resista y no deje de salir, aun cuando a veces los valientes y acuciosos colegas que lo componen le agreguen demasiado barullo a sus notas.

-Que acabe la campaña alcanterillesca contra un periodista honesto y corajudo como Gustavo Gorriti.

-Que los directores de diarios entiendan de una vez por todas que ya no pueden ofrecer noticias como producto central de sus impresos. Si siguen haciéndolo, van a desaparecer. Los kioskos no pueden convertirse en bodeguitas ambulatorias.

-Que retorne la paz a Medio Oriente, bajo la asunción de que se reconozca al Estado israelí, pero también al Estado palestino y su territorio originalmente asignado.

-Que a Putin lo saquen del poder como sea y acabe la prepotente invasión a Ucrania, que tanto daño le ha hecho a la economía mundial.

-Que a Milei le vaya bien en Argentina. Si ocurre ello, será un envión anímico para las derechas liberales de la región.

-Que se produzca un milagro y fenezcan las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, y que sus conductores acaben en la cárcel por tiranos y por corruptos.

-Que el fiasco de Boric en Chile sirva de lección continental.

-Que se empiecen a construir las líneas 3 y 4 del Metro de Lima, sin esperar a que acabe la 2.

-Que se contrate a una consultoría especializada y, sin necesidad de construir puentes o bypasses, se resuelva el problema del tránsito en la capital peruana.

-Que saquen a los ministros de Economía y del Interior, una nulidad para resolver los dos más grandes problemas del país: la recesión económica y la inseguridad ciudadana.

-Que se entienda que la ola delincuencial que sufre Lima no es producto de la bienvenida migración de compatriotas venezolanos. Que no suframos de la xenofobia que en otros países ha sido el caldo de cultivo para el surgimiento de derechas autoritarias y extremadamente conservadoras.

-Que el centro y la derecha peruanas no cometan el suicidio de ir con más de veinte candidatos y este año se empiecen a consolidar alianzas.

-Que el país madure políticamente y se aleje de las narrativas radicales de los Aníbal Torres, Antauro Humala o Guido Bellido.

-Que en Barranco vuelva la bioferia, punto de encuentro colectivo que le hacía mucho bien a la vida cívica del distrito.

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Alianza Lima, Deseos 2024, Economía Perú, seguridad ciudadana

[PIE DERECHO]  -Que saquen al ministro de Economía, que no da pie con bola, que no sabe qué hacer frente a la recesión, que confía en que el gasto público sea determinante, que no aporta un gramo en la recuperación de la confianza inversora, que nos hará crecer –si se queda en el cargo el año entrante- solo por rebote estadístico y no por una robusta recuperación de la economía. Ojalá Dina Boluarte o Alberto Otárola, el poder detrás del trono, sepan calibrar el lugar que ocupa, según todas las encuestas, la crisis económica, en el sentir de los peruanos.

-Que el otro gran problema que asola el territorio nacional, el de la desbordada inseguridad ciudadana, sea aliviado de alguna manera. Estamos aburridos de “soluciones a largo plazo” o de “planes multisectoriales”. Lo que se quiere es acción efectiva, una policía menos corrupta y más eficiente, un Ministerio Público y un Poder Judicial liberados de la amenaza de las bandas delincuenciales, de un ministro del Interior con horizonte para salirse de la caja y con capacidad, por ende, de resolver el mayor problema de violencia civil que hemos vivido desde la caída del terrorismo de Sendero Luminoso y del MRTA.

-Que se encuentre algún remedio a la metástasis de corrupción que agobia a los ciudadanos y empresarios del país, en beneficio de burócratas o funcionarios llanos a extorsionar a los primeros a cambio de licencias, permisos o autorizaciones que deberían obtenerse porque así lo dispone la ley, pero que, puestas entre sus manos, se convierten en puerta de acceso a dinero sucio. Igual que con el tema de la delincuencia, se necesita de alguien que salga de la caja y encuentre una solución que implica desde el paje hasta el rey de nuestra precaria democracia.

-Por último y no menos importante, que la U obtenga el bicampeonato en el año de su centenario y que quien finalmente sea su entrenador, sepa mantener el estilo de juego que históricamente ha caracterizado al plantel merengue: técnica, velocidad, pundonor, juego vertical y garra, que es el que este año ha hecho que se bata el récord nacional de asistencia a los estadios en el Monumental de Ate. De paso, que Fossati repita con la selección el éxito obtenido con el cuadro de Odriozola y permita que el seleccionado nacional tenga un papel protagónico en la Copa América y que se vuelva a colocar en el partidor de posibilidades clasificatorias para el siguiente Mundial.

-¡Feliz Año para todos!

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corrupción, Deportes, Desafíos 2024, Economía, seguridad ciudadana

[PIE DERECHO]  El 27 de marzo de este año Sudaca publicó un informe donde revelaba que el fiscal encargado de la Tercera Fiscalía Corporativa de Santa Rosa, Abelardo Caycho Ramos, había redactado un acta fiscal, elevada a la secretaría general del Ministerio Público, en la que daba cuenta de presiones indebidas de los fiscales Andy Rodríguez y Max Castro para archivar un caso contra el sentenciado Walter Ríos, cabecilla de Los Cuellos Blancos.

A renglón seguido, Sudaca no recibió una carta aclaratoria, no sufrió una querella por difamación ni ningún desmentido por parte de los imputados. ¿Qué hicieron? Violentando todo el orden legal vigente y abusando de su poder, incluyeron al suscrito, junto al periodista César Romero de La República, en una investigación reservada, bajo la hipótesis absurda de pertenencia a una presunta organización criminal, y en base a ello ordenaron el seguimiento, reglaje, chuponeo telefónico y videovigilancia de los mencionados desde el 5 de abril hasta fines de noviembre, cuando el caso es archivado por la inexistencia de indicio alguno que probara una imputación antojadiza, utilizada como excusa legal para espiar a periodistas y descubrir sus fuentes informativas.

Al respecto, se han pronunciado IPYS, la Sociedad Interamericana de Prensa y el Consejo de la Prensa, condenando un hecho escandaloso y que podría estar afectando en estos momentos a otros colegas de prensa, inadvertidamente, porque se hace bajo la ladina figura de “investigación reservada”.

La Junta Nacional de Justicia debería actuar de oficio en este caso y proceder a evaluar la conducta procesal de los fiscales mencionados, quienes siguen en funciones, y son un peligro para la normalidad jurídica de cualquier democracia que se precie de serlo.

No es posible que se violente el derecho a la intimidad, en función del abuso de poder de un par de fiscales denunciados por haber cometido irregularidades en un proceso como el de Los Cuellos Blancos, teñido de sombras, como ha denunciado Sudaca en reiteradas ocasiones.

Nos reafirmamos en que el Ministerio Público, en general, necesita ser acotado en sus prerrogativas legales, puesto que, en manos de fiscales inescrupulosos, se convierte en una chaira que no se arredra en violentar la libertad de prensa con tal de lograr sus turbios propósitos.

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Espionaje Abuso de Poder, Libertad de prensa, Los Cuellos Blancos, Ministerio público

[PIE DERECHO] Hace un par de días escribí una columna señalando que la única manera de que el país recupere la confianza perdida en su mejoría, pasaba porque adviniese un régimen de derecha o de centroderecha y que la eventualidad de un triunfo de la izquierda nos llevaría a un hundimiento mayor en la crisis multisectorial que transitamos.

Varios amigos de izquierda que mantengo desde hace décadas me llamaron a recriminarme mi sectarismo y a mostrarme decenas de ejemplos de administraciones de izquierda que habían logrado prosperidad y desarrollo para sus países (muy puntualmente, fue mentada la experiencia de la Concertación en Chile).

De hecho, sí es factible admitir que puede haber gobiernos de izquierda económicamente exitosos, pero en todos los casos que ello ha ocurrido, ha sido porque han admitido previamente la vigencia de una economía de mercado, matizada, en el caso de los gobiernos de izquierda, por políticas institucionales y sociales más progresistas o liberales, pero que la mantenían como lecho rocoso.

Eso, lamentablemente no sucede en el Perú. Acá, un sector de la izquierda fue evolucionando favorablemente cuando, primero, abandonaron las tesis revolucionarias referidas a la captura violenta del poder, y reconocieron a la democracia como la única vía de ascenso al poder. Ello aconteció hace ya décadas. Pero ese proceso político no ha venido acompañado de un proceso equivalente en lo económico, donde superviven posturas populistas o estatistas, sin rubor ni empacho.

Ni siquiera el sector moderado de la izquierda peruanas admite políticas de mercado, pro inversión privada, pro empresa, pro libertades económicas. Y ello saltó más a la vista cuando esa izquierda se prestó, dócil y solícita, a los devaneos gubernativos del nefasto régimen de Pedro Castillo. Allí se le vio el verdadero calzón a la izquierda peruana.

Y junto a ello se aprecia también una involución de su progreso político, cuando se llena de remilgos para condenar las tropelías antidemocráticas de regímenes como el cubano, el venezolano y el nicaraguense. Se cimbran hasta el paroxismo para no llamar a las dictaduras en esos países como lo que son, poniendo de manifiesto -y ese es el problema- que no le harían ascos a la eventualidad de seguir los mismos rumbos en el Perú de acceder al poder.

Por todo ello es que la posibilidad de que la izquierda realmente existente en el país vuelva al poder el 2026, constituye una seria amenaza a la viabilidad política, económica y social del Perú.

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Crisis Multisectorial, economía peruana, izquierda peruana

[PIE DERECHO] Ahora que por arte de la edad, la maduración (uno nunca deja de hacerlo), o haber ingresado a un perentorio círculo de lectura (el de Alonso Cueto), he recuperado el hábito de leer, que lamentablemente había perdido por falta de tiempo, sobre todo, aun cuando no haya llegado a los niveles febriles de dedicación a los libros que tenía en mi juventud, en razón del fin de año y la habitual puesta en blanco y negro de una lista de propósitos, expongo una lista de libros que he intentado leer, pero cuya finalización ha naufragado por desmotivación, o por no haberme sentido atrapado por el libro.

La guerra del fin del mundo, de nuestro orgullo nacional, Mario Vargas Llosa. No sé por qué razón, pero no me capturó y lo dejé, aunque según los entendidos sea una de sus obras maestras. La enfrentaré este año entrante. Es uno de los pocos libros que me falta de la vasta producción de nuestro narrador arequipeño.

Ulises, de James Joyce. Tengo que sacarme ese clavo. Quizás me ocurrió que lo empecé a leer de adolescente, porque estaba en los anaqueles de la biblioteca de mi padre, y me resultó incomprensible dada mi orfandad literaria.

Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. Tarea mayúscula porque su dificultad no habrá variado cuando lo vuelva a abrir. Es el castellano del inicio del siglo XVII, disonante con el actual, y que exacerba la dificultad de su lectura.

Guerra y paz, de León Tolstoi, el monumental novelista ruso que no es de lectura difícil, hay que señalarlo, pero es la extensión del libro la que desalienta a quienes poco a poco nos vamos acostumbrando a textos cortos (las fiestas me cogen leyendo a uno de mis autores favoritos, el francés Éric Vuillard, su novela Una salida honrosa, sobre la guerra de Indochina, donde el párrafo corto y el capítulo breve, son su sello distintivo).

El Capital, de Karl Marx. Tuvimos con un grupo de amigos un intento fallido de formar un grupo estudios marxistas este año que concluye. Me propongo reanimarlo y, obviamente, parte esencial de ese grupo será leer la obra prínceps del filósofo alemán.

Moby Dick, de Herman Melville. Tuve el infortunio de leerla de niño en versión resumida e ilustrada. Entonces cuando hace poco la compré para leerla como corresponde, me desalentó su tamaño. Está en la lista de pendientes.

Se me quedan varios libros más en el tintero, Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond, terminar El infinito en un junco de Irene Vallejo, recomenzar alguno de los de Oliver Sacks (los tengo todos, debido a mi pulsión de comprar libros que sé que no voy a leer en el momento, y que me viene de la época juvenil, cuando no había importación de libros y si uno veía cualquiera en un estante debía adquirirlo porque si no, podía pasar buen tiempo para reencontrarlo), Los mitos griegos, de Robert Graves, sobre quien pesa una sensación culposa, porque de estudiante universitario vendí la edición de Losada que mi padre tenía y luego me tomó décadas volverla a conseguir en esa misma edición, para saldar esa deuda simbólica con mi progenitor.

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