¿Podríamos calificar de demócrata a un candidato derechista incapaz de juzgar y cuestionar a personajes como Augusto Pinochet o Rafael Videla, dictadores chileno y argentino, respectivamente? ¿No revelaría una entraña autoritaria quien no tuviese la capacidad de tomar distancia crítica de ambos regímenes dictatoriales que asolaron sus naciones?

Pues lo mismo sucede con quienes desde la izquierda son incapaces de juzgar como dictaduras al régimen de Maduro o de Ortega en Nicaragua. Particularmente, destaca la desvergonzada evasión que sobre el tema efectúa Verónika Mendoza, lideresa de Nuevo Perú y seguramente candidata presidencial por dicha agrupación. ¿Qué sucede? ¿Recibió financiamiento en algún momento de Venezuela y teme que si critica al régimen éste la delate? Si no es eso, refleja una concepción democrática ajena a los cánones mínimos propios de regímenes que puedan ser calificados como tales.

En reciente entrevista en el muy sintonizado podcast de César Hildebrandt, Mendoza se ha vuelto a escabullir de una definición clara respecto de la dictadura venezolana, que ahora mismo amenaza con perpetrar un nuevo inmenso fraude en Venezuela y hacerse por seis años más de un poder espúreo y generar una feroz crisis migratoria en la región (se calcula que si Maduro se perpetúa en el poder, tres o cuatro millones más de venezolanos saldrían de su país).

No es una majadería del periodismo peruano preguntarles a los candidatos izquierdistas sobre Venezuela y el chavismo. Es la prueba ácida de sus reales convicciones democráticas. Sobre todo, si se tiene en cuenta que hay muchos líderes locales de la izquierda que claramente sí han tomado distancia de Maduro y lo califican sin ambages como lo que es, un dictadorzuelo que ha llevado a la ruina a su país.

Lo que corrobora Mendoza con su esquive del tema es que ella misma no concibe a la democracia representativa como una forma política irrebatible e inviolable, y que de darse el casi nulo escenario de que llegase al poder, lo primero que haría sería violentar el Estado de Derecho para imponer un esquema políticamente autoritario.

La izquierda democrática y liberal que el Perú necesita, no cuenta entre sus aliados con la fallida excandidata presidencial. Su careta democrática se deshace en mil pedazos cuando se muestra incapaz de zanjar con un régimen dictatorial. Si se forma una coalición democrática de izquierdas para el 2026, perderá ese calificativo si incluye a Verónika Mendoza en el pacto.

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Hacer campaña anticipada rinde frutos. A diferencia del axioma desactualizado de que solo se debe aparecer en un proceso electoral en los tramos finales, en la que se viene para el 2026, dada la inmensa cantidad de candidatos, corresponde iniciar lo antes posible la estrategia de “posicionamiento”.

El mejor ejemplo de ello es el de Rafael Belaunde Llosa, hijo de un destacado empresario minero y nieto del expresidente Fernando Belaunde Terry, quien, temprano, inscribió su partido Libertad Popular y empezó a recorrer el país.

La encuesta de Ipsos de ayer lo coloca con 2% de intención de voto, igual que otros competidores mucho más mediáticos, recorridos y conocidos, como César Acuña, Rafael López Aliaga, Aníbal Torres, Phillip Butters, Guido Bellido, Yonhy Lescano o Carlos Álvarez.

Es quizás el único candidato de la centroderecha que a la par de tomar distancia de la izquierda, lo hace también del gobierno de Dina Boluarte, al que critica con acritud e insistencia. Se ubica así en el lugar correcto, correspondiente a una candidatura liberal que no puede tragarse los sapos de un régimen mediocre e ineficiente como el que tenemos en mala suerte gobernándonos.

Por cierto, dado el caso de tener que aglutinar esfuerzos haría bien, desde ya, en ser sumamente escrupuloso en definir con quién se alía. Si de algo le va a servir tener al costado a Pedro Cateriano y Diana Álvarez Calderón, exintegrantes del Movimiento Libertad, y de asociado a Mario Vargas Llosa, es, precisamente, aprender la lección de los 90, donde el Fredemo fue una mala idea (si iba nuestro Nobel solo hubiera sido presidente de la República).

Según la última encuesta del IEP (contrariando mis impresiones precedentes) la mayor preocupación ciudadana en estos momentos tiene que ver con la situación económica (29% respecto del 22% seguridad y delincuencia y 21% corrupción). Un movimiento como Libertad Popular, que pone especial énfasis en ello, puede encontrar terreno fértil para seguir creciendo.

Ojalá que lo haga. Se necesita con urgencia el surgimiento de un partido de derecha liberal y democrático, que le haga frente a los extremos autoritarios tanto de la izquierda como de la derecha.

La gente no es tonta. Bastó que la izquierda, encabezada por Verónika Mendoza, se sumara a la movilización convocada para este 19 de julio en contra del gobierno, y la misma derivó en un fracaso rotundo. Ni siquiera se pudo llenar una cuadra de manifestantes.

Mendoza no solo es una mala candidata sino que, además, es pésima política. Jugó sus cartas de apoyo al nefasto régimen de Castillo y solo se distanció de él, oportunistamente, cuando sus cuadros fueron retirados del gobierno.

Pudo ser la izquierda moderna que el Perú necesita a gritos que se conforme, pero prefirió las migajas del poder y se alineó incondicionalmente con un gobierno radical, estatista, corrupto y finalmente golpista.

En la última encuesta de Ipsos, publicada hoy en Perú21, aparece con 3% de intención de voto -que no está mal-, pero tiene la mitad de Antauro Humala, quien alcanza un 6% de respaldo electoral. Una vez más, si las tendencias se mantienen, va a ser desbordada por los radicalismos izquierdistas, dada su ambigüedad y modosería ideológica, valga el término.

Esta vez debe haber calculado que si el gobierno y el Congreso tienen una altísima desaprobación, convocar una protesta contra ambos, era, pues, políticamente, muy rentable, pero a pesar de jugar con esa ventaja, demostró que no tiene capacidad de convocatoria popular alguna (como tampoco la tiene Martín Vizcarra, quien también se sumó al coche).

Le haría mucho bien al país que el espectro de la izquierda moderada sea ocupado por otra persona que no sea Verónika Mendoza. Ojalá Alfonso López Chau, quien hoy no aparece en las mediciones, pueda ocupar ese espacio y así consolidar un nicho ideológico vacío de un buen liderazgo.

Que no se confunda, por cierto, moderación con tibieza. Una izquierda democrática bien puede ser disruptiva con el statu quo. Así lo va a demandar una campaña polarizada, donde el centro aguachento no va a tener cabida. Verónika Mendoza no merece seguir teniendo espacio en el proscenio electoral peruano. Por lo que se ha visto, es una radical disfrazada de moderada, que solo busca oportunistamente el poder a como dé lugar. La izquierda misma haría bien en marcar sus distancias de ella en cualquier alianza futura posible.

-La del estribo: un placer enorme leer al entrañable Julio Ramón Ribeyro. La publicación de cinco cuentos, bajo el título Invitación al viaje y otros cuentos inéditos, contiene relatos hallados en el archivo personal del autor, en la residencia de su viuda en Paris, escritos al parecer en la década del 70. El primer libro que leí, fuera de las obligaciones escolares, fue La palabra del mudo y a partir de ello recorrí su obra completa No me cabe si no inmenso gozo por redescubrir la magnífica prosa del mejor cuentista peruano.

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Dada la práctica unanimidad de diversos abogados constitucionalistas -algunos de insospechado antifujimorismo- respecto de la imposibilidad de Alberto Fujimori de postular a la presidencia de la República, no parece probable que Fuerza Popular se quiera correr el riesgo de que al final del día el Jurado Nacional de Elecciones considere inválida su inscripción y se tire abajo la lista presidencial.

Todo parece apuntar a una estrategia política destinada a agrupar tendencias dentro del fujimorismo. La campaña del 2021 trató de lograr eso y lo hizo parcialmente (más aún luego de la durísima reacción de Keiko ante el indulto de su padre, provocando al final que se lo revirtieran, llevándose de encuentro en el camino a su hermano Kenji).

A pesar de ello, algunos gestos lograron dar cierta imagen de unidad y fue eso lo que le permitió a Keiko pasar a la segunda vuelta a pesar del enorme desprestigio de su bancada por el sabotaje ruin perpetrado contra Pedro Pablo Kuczynski, agravado por su enfrentamiento con un muy popular Martín Vizcarra.

Esta vez se estarían curando en salud desde años atrás, lanzando al padre a la presidencia, a pesar de los señalamientos legales y de las consideraciones serias y atendibles respecto de la salud y edad del exmandatario.

Alberto Fujimori conserva un arraigo enorme en sectores populares no tanto por su victoria contra el terrorismo o las reformas económicas, sino por la inmensa red de microobras populares (postas, redes de agua y desague, caminos rurales, etc.) que sembró en todo el territorio nacional, en los lugares más recónditos del país, donde aún lo recuerdan con gratitud.

Ese recuerdo popular está tratando de ser aprovechado por Keiko, quien adolece de esa química y, más bien, se ha labrado a pulso un antikeikismo superior al antifujimorismo auroral.

Con visos de pantomima, estaríamos siendo testigos de una inteligente estrategia político electoral, que apunta a sumar los votos necesarios para pasar a la segunda vuelta, aprovechando la fragmentación de la centroderecha y apostando a que surja un candidato más radical que Pedro Castillo (como Antauro Humala), el escenario perfecto para que Keiko repita por tercera vez el pase a la jornada definitoria. Con el albertismo de su lado y las condiciones señaladas, lo podría lograr.

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El 49% de la población considera que Keiko Fujimori es aliada del gobierno. Un 48% lo estima así con César Acuña y 42% con López Aliaga. ¿Mellará en algo su desempeño electoral, considerando que la presidenta Boluarte tiene un respaldo de apenas 6% según Ipsos y 5% según IEP?

La pregunta viene a colación de la próxima elección de la Mesa Directiva del Congreso y si acaso, los partidos mayoritarios estrenarían el año legislativo entrante una actitud más beligerante respecto del gobierno, al extremo inclusive -señalan algunos analistas- de evaluar una vacancia presidencial.

Me parece poco probable. Primero porque el escenario extremo de la vacancia los colocaría en la peor situación, la de tener que asumir los costos de manejar el poder Ejecutivo, una moledora de carne en estos momentos. Y, segundo, porque la verdad es que a la ciudadanía le importará poco si un candidato estuvo o no cerca del gobierno. Ya vemos que la izquierda, presuntamente incinerada por su apoyo a Pedro Castillo, hoy se presenta renovada y con reactivados bríos sin que le haya afectado semejante apoyo.

Hay que tener en cuenta, además, el corrosivo y significativo dato de la última encuesta del IEP, que señala que al 68% del país le importa poco o nada la política. ¿Qué le va a importar, pues, si debe decidirse por un candidato a quien se le identificaba años antes con un gobierno impopular? No será ese el factor decisivo a la hora de votar.

Por lo tanto, se prevé que la situación de la Mesa Directiva será políticamente poco incidente en el devenir del poder en el país, a menos que la ocupe una lista de izquierda opositora, lo cual es bastante improbable, dada la alianza fáctica mayoritaria del autodenominado “Bloque Democrático”.

No se avizoran cambios significativos en la relación Ejecutivo-Legislativo el periodo político venidero. Se mantendrá la alianza de hecho que hoy nos gobierna, con un Ejecutivo allanado a los deseos parlamentarios y un Congreso que protegerá al Ejecutivo en los asuntos más álgidos.

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Si algo le debe quedar claro a la centroderecha peruana, urgida de armar alianzas y pactos para evitar la pavorosa fragmentación que actualmente exhibe, es evitar mezclar tendencias ideológicas en un afán absurdo de jalar votos del centro o la centroizquierda.

La izquierda moderada, bautizada como “caviar” en el Perú, tiene, entre sus especialidades, infiltrarse en movimientos de naturaleza ideológica distinta y luego cogobernar. Así ha ocurrido en los gobiernos de la transición (Toledo, García, inclusive PPK), cuando no habían sido ellos partícipes ni protagonistas del triunfo.

La gente va a votar esta vez por líneas ideológicas definidas, sin ambigüedades o mescolanzas. Que la izquierda vaya sola, dividida entre radicales enfebrecidos y presuntos moderados, y que la derecha haga lo propio, partida entre una derecha radical conservadora y atisbos nacientes de una derecha liberal moderna.

El elector va a premiar la consistencia ideológica y el carácter disruptivo de las candidaturas. Y para ello se necesita claridad programática, programas de gobierno coherentes e identidad ideológica definida.

En alguna medida, el fracaso de la transición democrática es que su variopinta conformación ideológica la contuvo de emprender las reformas que se requerían, en términos institucionales (salud y educación públicas, seguridad, ampliación de la economía de mercado, reforma del sistema fiscal y judicial, reforma político-electoral). Y supuestamente en muchos de esos temas, los cuadros de la izquierda aupados a los gobiernos respectivos eran especialistas. No ha sido útil ni siquiera para ello.

Se requieren una centroderecha y una derecha libres de infiltración ideológica. El país afronta una crisis tremenda, con debilitamiento pasmoso de la democracia y mediatización de la economía de mercado, con instituciones fallidas y nula voluntad reformista. Afrontar ese desafío requiere una maquinaria política afiatada y no menjunjes doctrinarios que por el tonto afán de ganar algunos pocos votos (porque no aporta más la izquierda moderada), se puede ir al tacho.

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Será bueno que los candidatos de la centroderecha democrática vayan perfilando sus propuestas de manera de empaquetarlas y venderlas de un modo enérgico, radical y frontal en la venidera campaña electoral.

La tremenda insatisfacción con la democracia y el basamento autoritario de las mayorías poblacionales van a hacerlas proclives a discursos radicales. Ya los hay desde la izquierda y la derecha. A Antauro y Bellido les corresponden Butters o López Aliaga. Si la centroderecha se perfila aguachenta y acomedida será desbordada por los discursos de estos sectores.

Las encuestas que arrojan una preferencia electoral por el centro son engañosas. Detrás de esa preferencia en el fondo anida la incertidumbre respecto de por quién votar, que es mayoritaria, sumada al desinterés por la política revelado por la mayor cantidad de ciudadanos. Ese sector responde seguramente “centro” cuando le piden una autodefinición ideológica, pero no quiere decir que sean pasibles de ser conquistados por discursos tibios, moderados o no confrontacionales.

En materia económica -la principal preocupación según la encuesta del IEP-, en corrupción y en seguridad ciudadana hay un enorme filón para elaborar propuestas audaces, disruptivas, sin salirse del eje democrático que debe contener a la centroderecha.

Cuando se terminen de conformar los partidos, las alianzas, los equipos técnicos y los comandos de campaña deberán poner especial énfasis en el marketing electoral. No es tiempo de tibiezas. La crisis política e institucional es tan honda que un discurso “políticamente correcto” no calará en la ciudadanía irritada ya no solo con el modelo económico sino también con el modelo político, es decir la democracia.

Ello se acentúa con la inmensa cantidad de candidatos que va a haber. Es necesario distinguirse entre, probablemente, cuarenta candidatos, si no más, que disputarán las elecciones del 2026. Así sea solo por este hecho, queda claro que los lugares comunes o los discursos “normales” no atraerán los reflectores ciudadanos. Está será una campaña para disruptivos y se lo puede ser sin necesidad de caer en las tentaciones autoritarias de los extremos.

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Lo que pretende un grupo de aseguradoras privadas respecto de la no cobertura de medicamentos oncológicos aprobados científicamente en varios países, es un despropósito que ni el gobierno ni el Poder Judicial -adonde han acudido- pueden avalar ni tolerar.

Ya los seguros médicos privados en el país son inmensamente caros como para que encima pretendan librarse de dar cobertura plena -como sus contratos obligan- a la provisión farmacológica necesaria para curar el cáncer.

El Ministerio de Salud, luego de una denuncia referida a que sus funcionarios estaban de acuerdo con las aseguradoras y preparaban un cambio al reglamento de la ley contra el cáncer, ha salido a desmentir ello. Ojalá haya habido real reconvención.

En la precaria economía de mercado que funciona en el Perú quizás el mercado más salvaje y expoliador es el de las aseguradoras privadas, que hacen lo que les viene en gana, cobran copagos por medicinas infladas en sus precios (al final, más barato le saldría al paciente comprar las medicinas sin seguro en cualquier farmacia de la calle) y encima ahora pretenden excluirse de la cobertura que corresponde, no para tratamientos experimentales, como han insinuado, sino para tratamientos médicos con fármacos oleados y sacramentados por organismos internacionales que probadamente curan la enfermedad.

¿Cuál es el problema? Que son caros. Y bueno, pues, lo sentimos mucho, pero sus contratos señalan textualmente que se brindará cobertura en todos los ítems autorizados por oficinas internacionales, y es ese el caso de los medicamentos que quieren excluir de la lista de farmacología oncológica.

Esperamos que el poderoso lobby asegurador conformado por Pacífico, Rímac, La Positiva, Mapfre y Sanitas, no sea lo suficientemente avezado para seguir adelante con tamaña sinvergüencería. Y esperamos que los jueces ante los que han presentado la demanda no se arrodillen frente al poderoso caballero Don Dinero. Y, por supuesto, esperamos que el gobierno no se deje torcer la mano por este lobby infame.

 

Ya hay inscritos 30 partidos, de los cuales 20 son de centroderecha. Están en lista de espera veinte más, de los cuales por lo menos 10 también pertenecen a ese sector ideológico. En suma, lo más probable es que para el 2026 haya treinta candidatos de la centroderecha aspirando a llegar al poder.

Una vana ilusión. La fragmentación del voto, ante la ausencia de un líder aglutinador o superlativo respecto del resto, hará que el voto se divida. ¿A quién beneficia ello? A dos grupos políticos puntuales: la izquierda radical y el fujimorismo.

El autoritarismo que se vislumbra en las encuestas hará carne en estas elecciones gracias a la supina irresponsabilidad de quienes estaban llamados a armar frentes y coaligarse para presentar opciones sólidas, potentes, con capacidad de atracción popular lo suficientemente grande para asegurar, primero, el pase a la segunda vuelta con una buena representación parlamentaria y luego ganar las elecciones en la segunda vuelta, asegurando un lustro de estabilidad política.

Hoy se frotan las manos los desquiciados políticos de la izquierda (los Antauro, los Bellido y demás) y el entorno de Keiko Fujimori. Podrán repetir la fatalidad del 2021: el fujimorismo versus el radical antisistema, solo que esta vez pretenden que sea el padre, Alberto Fujimori -de dudosa posibilidad legal de poder hacerlo- quien sea el candidato y ya no la tres veces derrotada Keiko.

Quienes esperan que el 2026 se dé vuelta a la página a la crisis democrática que sufrimos desde el 2016, con mayor intensidad, se darán de bruces con la realidad: la derecha liberal o moderada ha cometido suicidio advertido al hacer que primen los egos individuales por encima de los intereses colectivos.

Es posible aún que se armen alianzas, pero las leyes desaniman ese propósito al exigir una valla más alta a tales agrupamientos, y, además, por lo que se ha visto, no hay el menor interés en casi ninguno de los candidatos de este sector en ceder a sus propias aspiraciones presidenciales.

A este paso, el país se encamina a un mayor debilitamiento de la democracia. Lo que hoy vemos con un Congreso destructor desatado será cosa de juegos respecto de lo que, en principio, se viene.

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