Es un disparate supremo el perpetrado por Vladimir Cerrón y su cúpula partidaria, de acusar al actual gobierno de derechista o de caviar. Si algo caracteriza claramente al régimen de Castillo es su izquierdismo manifiesto.

¿Qué política pública de derecha ha aplicado en estos primeros meses de gobierno? ¿Qué derechista agazapado se ha infiltrado en las filas del régimen? ¿Qué indicio de sojuzgamiento a los grupos de poder -si como derecha mercantilista se le quisiese clasificar- puede apreciarse en las decisiones del Ejecutivo?

El de Castillo es un gobierno de izquierda. Y como tal, un gobierno lleno de mediocridades y errores, propios de los regímenes que siguen esa línea ideológica. Por lo pronto, una clara aversión a lo que significa la inversión privada, sin cuyo aliento no tendremos forma de obtener tasas de crecimiento del PBI superiores al mediocre 2% que la mayoría de expertos pronostica para el vigente lustro.

Habrá pocas nueces izquierdistas, es verdad, porque felizmente funcionan en el país los poderes de contención institucionales. El Congreso, el Poder Judicial, el Ministerio Público y el Tribunal Constitucional, de diversas formas le han hecho saber al Ejecutivo que no es un poder dictatorial y tiene que ceñirse a ciertos cartabones.

La medianía en el ejercicio del poder va a caracterizar a este gobierno precisamente por ser de izquierda. Lo reiteraremos hasta el agotamiento: lo que el Perú necesitaba más que nunca en las actuales circunstancias era un shock de inversiones capitalistas que permitieran remontar la recesión pandémica, en el corto plazo, y en el mediano, la inercia proinversión (excepción hecha del segundo alanismo) de la transición post Fujimori.

Y Castillo y sus diletantismos izquierdistas no generarán la confianza necesaria para alentar ese proceso. La única manera de, siquiera, rozar mínimamente un grado de inversión privada interna potable, pasa por descartar la Asamblea Constituyente corporativista que aún piensa ejecutar. Más temprano que tarde esperemos que se dé cuenta del desmadre que implicará ese proyecto y lo deseche, pero el tiempo que demore en hacerlo será tiempo valioso perdido para el país.

El Perú necesitaría veinte años seguidos de gobiernos promercado para acceder a ser un país medianamente desarrollado y con grados de disminución de la pobreza y de las desigualdades tales, que se desarraiguen ideas pasadistas como las que alberga un sector significativo de la ciudadanía. Castillo, claramente, no forma parte de ese proceso. Su izquierdismo rampante lo condena a la mediocridad.

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Derecha, Izquierda, Presidente Castillo, Vladimir Cerrón

Las perlas delusivas de Vladimir Cerrón, secretario general de Perú Libre, constituyen ya un rosario, por su asiduidad y profusión. Claramente, no es un sujeto político que esté en sus cabales.

1.- Su primer gran error de percepción fue creer que Perú Libre había ganado las elecciones del 2021. Con él y su ideario dentro de la mochila. Cuando la verdad es que pesaron razones disruptivas provocadas por la pandemia, el voto antiestablishment, el antikeikismo y el peso identitario del candidato Castillo.

2.- Pensar que el gobierno debía ser del partido, de Perú Libre. A la vieja usanza de los partidos comunistas soviéticos o cubanos, en los que al elegirse al secretario general del partido se elegía en la práctica al jefe de gobierno. Eso no era así y no podía ser así en una realidad política como la peruana. Castillo, en su calidad de Presidente de la República, tiene absoluta potestad de armar su gobierno como buenamente quiera y Cerrón, más bien, debería haber estado agradecido de que al menos le hayan asignado una cuota (hoy mismo, tiene dos ministros cerronistas que, suponemos, renunciarán por dignidad si es que avalan el comunicado del partido; o haría bien Castillo en desprenderse de ellos: entre otros, del inefable ministro del Interior).

3.- Creer que con su flamígero comunicado pone en jaque al gobierno de Castillo, debilitándolo al extremo de colocarlo al límite de su salida del poder. Ya veremos cuántos congresistas de la bancada de Perú Libre -muchos de los cuales no fueron consultados para emitir ese comunicado- lo seguirán. Ya varios se han manifestado en contra del mismo y han señalado que votarán por la confianza al gabinete Vásquez.

4.- Suponer que culminará una racha triunfal lanzándose sin Castillo a las elecciones municipales y regionales. Perú Libre volverá a ser un partido regional (en el mejor de los casos, ganará en Junín y paremos de contar) y allí Cerrón se dará cuenta que el mundo andino no votó por él sino por Castillo.

En general, le ha hecho mucho bien al gobierno esta pataleta delusiva de Vladimir Cerrón. Libera a Castillo de una carga política pesada y le abre la cancha a una mayor fluidez no solo con los partidos de oposición en el Congreso sino también con la ciudadanía.

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Perú Libre, Vladimir Cerrón

La ya explícita ruptura de Vladimir Cerrón con el gobierno de Castillo y el gabinete Vásquez, a los que tilda de derechistas y caviares, le abre al Presidente una ventana de oportunidad que debiera capitalizar.

De hecho, son importantes los votos cerronistas en el Congreso. En principio, son 18, pero en los hechos deben ser menos. Tanto Dina Boluarte como Betssy Chávez, ya tenían juego propio e influencia en esa bancada, de modo que lo más probable es que los votos cerronistas duros se reduzcan a ocho o diez.

Igual, si se considera que la oposición en el Congreso (todos los partidos, menos Perú Libre -hasta el momento-, Juntos por el Perú y los lescanistas de Acción Popular), mantenían en ristre la fiscalización al régimen y observaban con ojo crítico la confianza, las interpelaciones a ministros, la delegación de facultades y, ahora que volverá a la palestra, el tema de la vacancia, es menester que Castillo recomponga alianzas en el Congreso si quiere salir bien librado.

La única carta de cambio que parece razonable es la de la Asamblea Constituyente. El puente de plata que el centro le debería anteponer al régimen en este momento de debilidad es que lo apoyarán siempre y cuando descarte esa tesis corporativista que destruiría el modelo económico y la democracia. No se le puede pedir a Castillo que se humalice, pero sí que despliegue un gobierno de izquierda sensato y razonable.

De otro modo, el riesgo de un recorte anticipado del mandato presidencial está a la vuelta de la esquina. Con los ocho o diez votos cerronistas, la oposición recupera la capacidad de alcanzar los 87 votos que le permitirían vacar a Castillo.

Si el Presidente, como ha demostrado, es pragmático y no se guía por anteojeras ideológicas, como las que caracterizan al ala magisterial (maoísta) y al ala cerronista (leninista), podrá entender que el camino expedito para seguir ejecutando una agenda de izquierda sin sobresaltos, pasa por descartar la zozobra permanente que generaría en el país la necia insistencia en tratar de cambiar la Carta Magna.

La realidad social y la realidad política hacen inviable ese proyecto. Si hoy, las circunstancias políticas provocadas por la pateada del tablero de su exsocio Vladimir Cerrón, la convierten en moneda de cambio eficaz, ojalá ello lleve a que el Primer Mandatario alcance ese entendimiento.

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Congreso de la República, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

Por más que el gabinete Vásquez sea una mejora cualitativa importante respecto del presidido por Guido Bellido, queda claro que este es un régimen que no ha firmado hoja de ruta alguna y mantiene el perfil izquierdista que sus integrantes aseguran.

En esa medida, los gazapos económicos van a estar a la orden del día. Declaraciones altisonantes, interventoras, regulatorias de todo tipo surgirán de las bocas de los ministros, alterando los nervios de los agentes inversores, quienes no terminarán de darle la confianza necesaria al gobierno para soltar las amarras de la inversión privada contenida.

Si a ello le sumamos la necia terquedad presidencial de nombrar gente impresentable en cargos de importancia (ministros del Interior, de Educación, Indecopi, etc.), se termina por configurar un escenario mediocre, de cuya medianía no saldremos hasta que el gobierno no decida desterrar por completo la madre de todas las incertidumbres, como es la convocatoria a una Asamblea Constituyente.

La Premier ha dicho que no es prioridad y que no es el momento. Seguramente lo será cuando Castillo conforme su partido y, si logra recuperar niveles altos de popularidad, lo lleve a confrontar con el Congreso para provocar su disolución y poder participar, con partido propio, en las nuevas elecciones congresales. Al parecer, ese es el plan de mediano plazo, que mientras esté allí, presente, arruinará las expectativas de corto plazo.

Si Castillo dura los cinco años de mandato (habrá que ver si Cerrón no lo termina involucrando en el caso de Los dinámicos del centro, y eso podría reactivar el escenario de la vacancia), será un periodo signado por la mediocridad y la impericia. Cinco años perdidos en la perspectiva de un urgente shock de inversiones privadas, que nos permitiera no solo salir rápido del atolladero de la recesión pandémica, sino recuperar el tiempo perdido por la medianía económica de la transición post Fujimori.

La designación de Mirtha Vásquez estabiliza al régimen, pero de ninguna manera implica la resolución del más grande problema socioeconómico que hoy aqueja al país, como es la falta de confianza de los agentes inversores privados. Igual, en un país tan complicado y azaroso como el Perú, la estabilidad mencionada no deja de ser momentánea y relativa.

 

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gabinete Vásquez, Plan de Gobierno, Premier, Presidente Castillo

Pido disculpas a la memoria de Luis Hernández por tomar prestado el nombre de la antología que Mirko Lauer preparó sobre su obra poética, para graficar la deleznable conducta política de Keiko Fujimori en los últimos, al participar, feliz de la vida, como invitada a un evento del partido ultraderechista español Vox.

Vox representa lo peor de la derecha española. Conservadores hasta el tuétano, xenófobos, alberga algunos libertarios desorientados, pero mayoritariamente contiene franquistas agazapados a quienes el derechismo del Partido Popular se les antojó amanerado y timorato.

¿Qué hace Keiko allí? ¿Trata acaso de arrinconar y quitarle espacio al ultraderechista peruano Rafael López Aliaga, suponiendo erradamente que es ese el nicho ideológico en el que le corresponde estar para asegurarse un mejor futuro político?

Es un grave error. El fujimorismo, luego de los 90, debió evolucionar hacia un centro liberal. Era lo que correspondía. La mejor demostración de la calamidad que supone para el fujimorismo apartarse de ese eje fue el resultado de los cinco años de conservadurización al que condujo el partido Keiko Fujimori el periodo 2016-2021, dejando a Fuerza Popular en escombros, que solo logró disimular con una buena campaña en primera vuelta en las últimas elecciones y gracias a la fortuna de un resultado tan fragmentado, que con poco le alcanzó para pasar a la segunda vuelta.

Por cierto, el evento de marras ha tenido poca difusión y su impacto mediático será menor, pero lo destacable es el significado político que alberga. Si Keiko Fujimori vuelve a cometer el error de derechizar a FP, lo apartará de un eventual triunfo futuro en las elecciones que suponemos aún aspira a protagonizar (y que ojalá encuentre en el partido un candidato distinto a la ya perdedora nata Keiko Fujimori: urge un recambio en Fuerza Popular, y figuras tiene).

El 2026 -o antes, dependiendo de cómo se conduzca Castillo- ya no será terreno propicio para disruptivos. Es más, la mediocre performance del régimen vigente hará que la gente lo piense tres veces antes de volver a votar por un outsider o un radical. Será la hora de la ponderación. Y en esa perspectiva, gestos como los de Keiko la apartan de la senda correcta.

La lideresa de Fuerza Popular no brilla por su sagacidad ideológica y política, pero, a estas alturas, luego de tres derrotas consecutivas al menos debieran haberle despertado algún sentido de ubicuidad, lo que, por lo que se ve, no ha ocurrido.

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