Anoche, en una de las charlas de análisis político que suelo dar a empresarios, el tenor de la misma era la advertencia de que si las cosas siguen como van, podemos perder el país que conocemos y podremos caer en la orilla de las naciones socialistas autoritarias de la región (Venezuela, Nicaragua, Bolivia, etc.).

Un asistente, perspicaz y agudo, intervino y me hizo notar algo relevante. Ya hemos perdido el país que nos ha signado los últimos veinte años. Desde el 2021 en adelante se ha instalado en el Perú un régimen contrarreformista y preñado de la influencia de las economías ilegales y los intereses mercantilistas con absoluto descaro.

Es el país de los Pedro Castillo, César Acuña, Vladimir Cerrón, Keiko Fujimori y José Luna Gálvez el que nos signa, no solo desde el Congreso sino también desde un Ejecutivo sumiso que agacha la cabeza frente a los designios que provienen de la plaza Bolívar.

No se trataría, en consecuencia, de no perder el país, que ya lo hemos perdido, sino de recuperarlo. Y he aquí una bandera potente que la derecha podría tomar como lema central de campaña. Ir contra el statu quo, lanzar mensajes disruptivos, poner énfasis no en la defensa del modelo sino en la provisión de servicios básicos de calidad (salud y educación públicas, seguridad, justicia, mejora económica, las principales preocupaciones sociales según todas las encuestas).

La derecha debe salirse de la caja habitual en la cual se mueve y si a ello le suma una campaña pródiga en recorridos presenciales del país, participación intensiva en medios regionales, ligazón de alianzas electorales, microfocalizacióndel electorado, podría disputarle la batalla a la izquierda radical que se apresta, si no se desalinean los astros, a disputar entre sí la segunda vuelta electoral.

Ojalá la clase política de centroderecha, hoy desperdigada en casi treinta candidaturas, lo entienda, lo reflexione, lo tome como una consideración a tener en cuenta. Debe ser una derecha insumisa, para ir con los tiempos, agudamente señalados por el colega Juan de la Puente. Una derecha modosa, monotemática con el modelo económico, sin conjunciones electorales, sin mensajes disonantes, va camino, como dijimos ayer, a la derrota.

 

Revelador el último informe preparado por el IEP para el Instituto Bicentenario, titulado “Ciudadanía, democracia y gestión descentralizada”. Hay múltiples interrogantes sobre percepción ciudadana respecto de problemas políticos puntuales que es recomendable leer.

Destaco, sin embargo, por su filo político, una pregunta que suelo mencionar: el de la autodefinición ideológica. Ha ocurrido un vuelco significativo.

Hay un 37% que se identifica de izquierda, 39% de centro y 24% de derecha, rompiéndose el equilibrio que en otras encuestas se mostraba y que eventualmente revelaban una mayor inclinación por la derecha. Es un trabajo de campo efectuado entre noviembre y diciembre del año pasado, que varía de otras mediciones del propio IEP, pero incluye una muestra mayor.

Lo cierto es que no sorprende el resultado. La derecha está labrando su propia tumba por dos razones fundamentales: por su inmenso desprestigio desplegado en el manejo del Congreso (ayer nomás se han terminado de tirar abajo la reforma universitaria que tantos años costó construir) y por su respaldo a la gestión mediocre y pueril del gobierno de Dina Boluarte.

Salvo honrosas excepciones, la derecha en su conjunto se suma al carro desprestigiado, con índices de desaprobación altísimos, de la alianza fáctica entre Ejecutivo y Congreso que nos gobierna. Y eso pasa factura y termina por beneficiar a una izquierda que, de otra manera, se habría acercado a las elecciones del 2026 completamente achicharrada por su infame respaldo a la espantosa gestión gubernamental de Pedro Castillo.

La mesa viene servida para la izquierda y no para la izquierda centrista sino para la izquierda radical, por culpa, adicionalmente, de una centroderecha irresponsable, incapaz de disminuir la fragmentación que la fagocita y la punible indolencia del fujimorismo que se niega a cualquier alianza que no implique apoyar a su candidato (la inefable postulación de Alberto Fujimori, que al final será un cuento chino, pero que ya hace daño de antemano).

No fui a ver a la U en mi primera incursión en el Estadio Nacional. Fue en 1968 a un Alianza Cristal que terminó 3-3, un partidazo con 3 goles de Cubillas. No me hice hincha, sin embargo, de ninguno de los dos y al final de ese año, inclusive, alentaba al Juan Aurich para que le ganara al Cristal la definición.

Bastó que fuera a ver un partido de la U -contra el Boys recuerdo- y me hice hincha de inmediato. El juego técnico, pujante, aguerrido, veloz, agresivo, el fetiche de las medias negras (pude también ser hincha del Boys, mi segundo equipo en querencias), me conquistó. Era la época de Chumpitaz, Cruzado, Nicolás Fuentes, Chale, un equipazo.

De allí en adelante surgió una reafirmación de mi hinchaje por la U por su maravilloso proceso de cholificación popular, iniciada en los 90, que ha convertido hoy al club no solo en el más campeón, el que mejor desempeño histórico ha tenido en la Copa Libertadores, sino en el de mayor hinchada (en todos los rincones donde va la U, juega de local) y poseedor del estadio más grande del país y el segundo del continente.

Del equipo clasemediero de sus orígenes, que se expresa en la saga Terry-Chale-Leguía-Chemo del Solar, se transitó a la más potente de Lolo Fernández, Héctor Chumpitaz y el Puma Carranza, y a la migración de su barra de Oriente a la popular Norte.

Esa emergencia social identifica a la U, equipo que vive no de las tragedias, la victimización o la simbología religiosa, sino del triunfo épico, la garra histórica, y la pujanza. Si un jugador crema no tiene esas características no es querido por la tribuna.

Luego de muchos años en crisis, hoy asoma un nuevo horizonte económico y deportivo que le está empezando a devolver una grandeza que nunca debió haber perdido. Los recuerdos históricos de sus hazañas hoy empiezan a reverdecer y tornar posible reeditarlas pronto, con paciencia y buen manejo gerencial, como hasta el momento viene ocurriendo.

Dale U, es su lema original, su viejo cántico de tribuna, que siempre aflora cuando la victoria luchada aparece. Los hinchas de la U tenemos una identidad definida. La U la tiene. Juega y debe jugar de un cierto modo si quiere contentar a la hinchada fiel que hoy la ha vuelto a seguir masivamente. El futuro será crema. ¡Felices cien años a la institución más grande del Perú!

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Dale U, La U, Universitario

Antaño, la distribución de las comisiones en el Congreso de la República tejía un tramado de poderes y contrapoderes esencial para la marcha de la gobernabilidad.

Recuerdo particularmente cuánta importancia le daban en el MEF -en la época de Fujimori, que supuestamente el Parlamento no tenía mayor relevancia- a la comisión de Economía y que su presidencia la ocupara el recordado y correcto Carlos Blanco Oropeza. Y eso que el fujimorismo tenía mayoría congresal.

Hoy eso ya no existe. La alianza fáctica del poder legislativo (Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Avanza País y Perú Libre) hace lo que le viene en gana, se distribuye cuotas de poder e importa poco o nada si la comisión en cuestión tiene relevancia o no para el año en ciernes.

Se asiste así a un espectáculo pueril de reparto de comisiones de acuerdo a la componenda habida antes para conformar la Mesa Directiva -que auguro será peor que la de Alejandro Soto, dados los antecedentes de Eduardo Salhuana- y la relevancia o no de la comisión se va al tacho de los desvelos.

Este Congreso no solo ha emprendido un camino de desmontaje de reformas esenciales para la institucionalidad democrática, que demoraronaños en labrar, sino que ha elegido la intrascendencia política como bandera insignia.

De allí su inmenso desprestigio. Porque esa contranatura alianza de poder que se ha conformado podría elevar sus horizontes y construir un plan mínimo de reformas en serio y no solo una estrategia destructiva de las pocas buenas que se han hecho en el país (Sunedu, reforma magisterial, reforma del transporte, etc.).Pero no, eso no interesa. El grado de impunidad y desvergüenza que se ha instalado en la plaza Bolívar los exime de cualquier preocupación respecto de la ciudadanía y sus pesares esenciales.

Una de las patas del desgobierno y la crisis política que el país transita y que afecta la recuperación económica que en tiempos normales ya deberíamos exhibir este año con mayor potencia, es el Congreso funesto que nos ha tocado en suerte.

Las expresiones colectivas de descontento callejero no son antidemocráticas. Acá y en el mundo entero son prácticas de sanción moral contra personajes que por alguna razón se han labrado el repudio y sufren las consecuencias de ello. Hasta allí todo bien.

Lo que no es admisible, desde ningún punto de vista, es la violencia, así sea mínima (insultos incluidos, golpes o agresiones físicas, por supuesto, que deben ser considerados delitos), como lo acontecido con la congresista Patricia Chirinos este fin de semana en el bar La Noche de Barranco, a quien, además de improperios, le lanzaron un vaso de vidrio que le pudo ocasionar daños físicos si acertaba en el blanco.

De un tiempo a esta parte se está viralizando el uso de estos mecanismos contra políticos y periodistas (Alva Castro, Tubino, Burga, Beto Ortiz, Gorriti, Rosa María Palacios, etc.) que sufren el acoso delictivo de turbas enardecidas o grupos organizados -como La Resistencia- que buscan la intimidación y el escarnio público.

Eso debe parar de inmediato. Así como Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que las dictaduras suelen empezar con quema de libros, la violencia política mayor puede escalar a partir de hechos como los reseñados si los mismos son celebrados por la opinión pública.

Se vienen unas elecciones que van a ser muy tensas y polarizadas. El país está en punto de ebullición y solo espera un detonante para explosionar. Cualquier psicólogo social lo podría certificar a partir de hechos medidos cuantitativamente como hechos cualitativos como el que da pie a esta columna.

Si a ello le sumamos la penetración de las economías criminales en la política, con su arsenal de personas armadas y organización paramilitar, podríamos llegar en el país a niveles de violencia como las que se vivieron antaño con crímenes mortales contra políticos, autoridades y personajes públicos.

Desde los sectores democráticos y los medios de comunicación es menester repudiar a los violentos y tratar de acotar que este tipo de hechos se produzcan (es lamentable ver a algunos medios casi celebrando lo ocurrido con Patricia Chirinos, por ejemplo). El riesgo de un escalamiento incontrolable está a la vuelta de la esquina y ya sería el único mal que nos faltaría en nuestro atribulado país.

 

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Qué diablos tienen que hacer la Fiscalía de la Nación y la Corte Suprema en cuanto a la decisión de si un partido político -el de Antauro Humala en este caso- puede o no postular dada su cuestionada condición democrática?

Nada más antidemocrático que se pretenda evaluar el pedigrí de un partido o candidato para decidir si puede o no participar en un proceso electoral. Porque si de eso se trata entonces que saquen de carrera a todas las agrupaciones, desde la de Verónika Mendoza hacia la izquierda, por su postura ambigua hacia lo que sucede en Venezuela. Y de paso a todos los candidatos de la derecha con rasgos autoritarios, que no son pocos.

Se sentaría un precedente nefasto si el Poder Judicial se puede tomar esa atribución. No es, precisamente democrática. ¿O acaso todos los partidos deben profesar el credo de la vigente democracia para poder buscar la voluntad popular? ¿Descartamos entonces de plano a todos los partidos marxistas leninistas o a los que profesan una Asamblea Constituyente?

A mí no me queda duda alguna de que un triunfo de gran parte de la izquierda constituiría un peligro para la supervivencia de la democracia tal como la conocemos, pero no considero éticamente válido negarles el derecho a que el pueblo los elija si así lo estima conveniente.

Que la centroderecha democrática se ponga, pues,los pantalones y enfrente a esos adversarios enarbolando banderas democráticas y no dándolas por sentadas, sería bueno, para empezar. El desprestigio de la democracia, medido por todas las encuestas, lo ha labrado con dedicación la clase política. Pretender borrar ello con una resolución judicial es un disparate de incalculables consecuencias políticas. En el futuro bastaría que un tiranuelo cope la Corte Suprema y empieza a sacar de carrera a todos sus adversarios por cualquier razón (como en Venezuela o Nicaragua).

Lo absurdo del caso, además, es que si vetan a Antauro Humala las fuerzas sociales antidemocráticas encontrarán otro camino para expresarse (la emergencia de Pedro Castillo debería el ser el mejor ejemplo de ello: por más que se exhibieron sus vinculaciones con ramales de Sendero Luminoso, la mitad del país votó por él).

La democracia no es boba si admite que candidatos antisistema postulen. Por el contrario, obliga a los partidos democráticos a tomar las cosas en serio, aguzar sus instintos políticos y no dormirse en sus escasos laureles. La voluntad popular es sagrada y no puede ser violentada por ningún poder del Estado.

-La del estribo: muy bien puesta la comedia musical Morir de Amor. Escrita por Marisol Palacios y Alfonso Santisteban -dos grandes del teatro- logra cautivar al público y entretenerlo, como es su propósito. Con un buen elenco, formado por Patricia Barreto, Carolina Cano, Gabriel Iglesias, Gisela Ponce de León, César Ritter y Andrés Salas, cumple su cometido a cabalidad. Va en el Teatro Peruano Japonés, hasta el 19 de agosto. Entradas en Joinnus.

Hechos internacionales como los de Venezuela pueden contribuir a alimentar un estado de ánimo algo más favorable hacia la democracia en naciones como la nuestra, que la tienen muy mal calificada.

Por lo general, son razones ajenas a la propia democracia las que sostienen su desapego (pésimos servicios públicos: salud, educación, transporte, seguridad) las que hacen que la gente de a pie le atribuya esos males a la democracia como sistema y resienta su adhesión a ella.

Por eso es importante recalcar una vez más la enorme responsabilidad que les cabe a los gobiernos de la transición post Fujimori por no haber hecho las reformas necesarias, solo haber gobernado en piloto automático (gracias a las medidas económicas tomadas durante el decenio fujimorista) y haberse desentendido de resolver la grave carencia de dignidad cívica de los gobernados.

Después de la caída de Fujimori se vivió una primavera democrática equivalente a la que en los 80 se gozó luego de la salida del régimen militar. En ambos casos la frustración fue terrible, aun cuando la de los 80 fue peor porque los gobiernos de Belaunde y García fueron desastrosos y sufrieron la arremetida del terrorismo.

Del 2000 en adelante lo que aconteció fue un desdén por la voluntad reformista instalada en los 90. Se pararon en seco. Solo Toledo emprendió algunas (aunque haya sido terriblemente deficiente, la descentralización; la eliminación de la 20530; los acuerdos de libre comercio). Alan García apenas inició tímidamente la reforma magisterial que Ollanta Humala continuó con intensidad (de la mano del extraordinario ministro Jaime Saavedra, vapuleado por las barras bravas del fujimorismo en la época de PPK -cuánta responsabilidad te cabe Keiko en la crisis actual-). PPK no hizo nada en cuanto a reformas, Vizcarra mucho menos y Sagasti tuvo que lidiar con la pandemia, aun cuando ejerciera el cargo con solera democrática.

Pedro Castillo fue un retroceso brutal en la vida política nacional y Dina Boluarte es un personaje mediocre sin visión ni perspectiva de lo que corresponde hacer (aún aceptando que no le queda otra que ser rehén del Congreso tiene margen de acción enorme, pero simplemente no lo usa por su rampante medianía, aunque mucho le aportaría al país si efectivamente saca adelante el simbólico proyecto Tía María).

Ojalá el 2026 llegue al poder un candidato democrático con clara consciencia de la urgencia reformista que nos corresponde como tarea histórica. Es de vida o muerte.

El portal de análisis de las economías ilegales, InSightCrime, lanza siete predicciones de lo que ocurrirá si Maduro logra su cometido fraudulento de quedarse en el poder.

1.- Una nueva oleada migratoria. Ya han salido de Venezuela ocho millones de personas. Saldrán más y se tejerá alrededor de dicho éxodo una red criminal de tráfico de migrantes y la exportación de organizaciones como el Tren de Aragua.

2.- Más migración a Estados Unidos. América Latina ya no tiene capacidad de absorber mano de obra venezolana. Como es poco probable que organizaciones como el Tren de Aragua eche raíces en Centroamérica, por la existencia previa de organizaciones criminales arraigadas en dicha zona del continente, lo más probable es que empiecen a verse sus actividades en Norteamérica.

3.- Mayor dependencia de los intermediarios ilegales del petróleo. Venezuela ha pasado de producir tres millones de barriles diarios aochocientos mil y cuenta con el apoyo logístico deIrán Rusia y China, pero se acentuará la presencia de organizaciones criminales internacionales, que son las que le permiten a Maduro la supervivencia por su aislamiento internacional.

4.- Mayor dependencia de las redes de contrabando de oro. Al igual que el petróleo, Venezuela tiene importantes yacimientos de oro, y el régimen de Maduro ha dependido de actores criminales para extraer este mineral, y de redes internacionales de contrabando para venderlo en los mercados internacionales, disfrazando su origen y esquivando así las sanciones.

5.- Creciente influencia en el mercado internacional de cocaína. Venezuela va a transitar de simple plataforma de tránsito a país productor. “Las plantaciones de coca están surgiendo a lo largo de la frontera con Colombia, con cultivos registrados en al menos tres estados venezolanos, y los rebeldes colombianos han establecido una sofisticada infraestructura de narcotráfico en estas zonas, con la bendición del régimen de Maduro.

6.- Debilitamiento de la estrategia de paz en Colombia. El Ejército de Liberación Nacional y la Segunda Marquetalia, grupos subversivos vigentes en Colombia, cuentan con el aval de Maduro. Su permanencia seis años más hará casi imposible el proyecto de “paz total” que se ha planteado Petro.

7.- Una mayor regulación gubernamental de las economías criminales y de los actores que las gestionan. La necesidad del Estado híbrido criminal de Maduro -como lo defineInSightCrime, de obtener rentas hará que incruste a las organizaciones criminales en el aparato estatal para ejercer control sobre ellas.

 

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¿Pudo ser más acomedido en las formas? Sí, pero eso no mella la dignidad política de la intervención del canciller peruano Javier Gonzáles Olaechea en el Consejo Permanente de la OEA denunciando con la acritud pertinente la cuestionable abstención de muchos miembros del organismo internacional, que impidió que se aprobara una resolución para exigirle al gobierno tiránico de Maduro a proceder a un reconteo independiente y auscultado de las urnas de la elección del domingo pasado.

Se entiende la abstención de las republiquitas centroamericanas que dependen del petróleo subsidiado de Venezuela, pero no deja de llamar a escándalo la actitud de México, Colombia y Brasil, sobre todo de las dos últimas naciones. Lula se había manifestado crítico del proceso electoral venezolano y se esperaba que, en consecuencia, votara a favor del reconteo. En el caso de Colombia la cosa es de mayor escándalo ya que el propio presidente Petro emitió un comunicado horas antes invocando a que se efectúe ese proceso, pero, sin embargo, cuando se votó en el Consejo Permanente, se abstuvo. ¡Una vergüenza! Y de México, con López Obrador, servil vasallo de los dictados chavistas, no cabía esperar otra cosa.

La OEA le ha tendido un manto de impunidad a Maduro. El tema, no obstante, no ha concluido. Se espera que continúen las movilizaciones de protesta de los venezolanos que mayoritariamente ungieron a Edmundo Gonzáles como su presidente y ojalá los Estados Unidos, la gran potencia decisoria, asuma una actitud más beligerante al respecto.

La caída y salida del poder de la dictadura de Maduro, un monstruo político, corrupto y tirano, debe ser causa central de la comunidad democrática regional y mundial. Veinticinco años en el poder es tiempo más que suficiente para que las democracias americanas reaccionen como corresponde frente a tamaño despropósito.

Y de paso, que se tome acción sobre Cuba y Nicaragua, dos regímenes igualmente despóticos y miserables que han sumido a sus pueblos en la pobreza y en la ausencia de las libertades mínimas, que han hecho del fraude descarado el método político para permanecer en el poder, a vista y paciencia de la comunidad internacional.

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