Antaño, la distribución de las comisiones en el Congreso de la República tejía un tramado de poderes y contrapoderes esencial para la marcha de la gobernabilidad.

Recuerdo particularmente cuánta importancia le daban en el MEF -en la época de Fujimori, que supuestamente el Parlamento no tenía mayor relevancia- a la comisión de Economía y que su presidencia la ocupara el recordado y correcto Carlos Blanco Oropeza. Y eso que el fujimorismo tenía mayoría congresal.

Hoy eso ya no existe. La alianza fáctica del poder legislativo (Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Avanza País y Perú Libre) hace lo que le viene en gana, se distribuye cuotas de poder e importa poco o nada si la comisión en cuestión tiene relevancia o no para el año en ciernes.

Se asiste así a un espectáculo pueril de reparto de comisiones de acuerdo a la componenda habida antes para conformar la Mesa Directiva -que auguro será peor que la de Alejandro Soto, dados los antecedentes de Eduardo Salhuana- y la relevancia o no de la comisión se va al tacho de los desvelos.

Este Congreso no solo ha emprendido un camino de desmontaje de reformas esenciales para la institucionalidad democrática, que demoraronaños en labrar, sino que ha elegido la intrascendencia política como bandera insignia.

De allí su inmenso desprestigio. Porque esa contranatura alianza de poder que se ha conformado podría elevar sus horizontes y construir un plan mínimo de reformas en serio y no solo una estrategia destructiva de las pocas buenas que se han hecho en el país (Sunedu, reforma magisterial, reforma del transporte, etc.).Pero no, eso no interesa. El grado de impunidad y desvergüenza que se ha instalado en la plaza Bolívar los exime de cualquier preocupación respecto de la ciudadanía y sus pesares esenciales.

Una de las patas del desgobierno y la crisis política que el país transita y que afecta la recuperación económica que en tiempos normales ya deberíamos exhibir este año con mayor potencia, es el Congreso funesto que nos ha tocado en suerte.

Las expresiones colectivas de descontento callejero no son antidemocráticas. Acá y en el mundo entero son prácticas de sanción moral contra personajes que por alguna razón se han labrado el repudio y sufren las consecuencias de ello. Hasta allí todo bien.

Lo que no es admisible, desde ningún punto de vista, es la violencia, así sea mínima (insultos incluidos, golpes o agresiones físicas, por supuesto, que deben ser considerados delitos), como lo acontecido con la congresista Patricia Chirinos este fin de semana en el bar La Noche de Barranco, a quien, además de improperios, le lanzaron un vaso de vidrio que le pudo ocasionar daños físicos si acertaba en el blanco.

De un tiempo a esta parte se está viralizando el uso de estos mecanismos contra políticos y periodistas (Alva Castro, Tubino, Burga, Beto Ortiz, Gorriti, Rosa María Palacios, etc.) que sufren el acoso delictivo de turbas enardecidas o grupos organizados -como La Resistencia- que buscan la intimidación y el escarnio público.

Eso debe parar de inmediato. Así como Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que las dictaduras suelen empezar con quema de libros, la violencia política mayor puede escalar a partir de hechos como los reseñados si los mismos son celebrados por la opinión pública.

Se vienen unas elecciones que van a ser muy tensas y polarizadas. El país está en punto de ebullición y solo espera un detonante para explosionar. Cualquier psicólogo social lo podría certificar a partir de hechos medidos cuantitativamente como hechos cualitativos como el que da pie a esta columna.

Si a ello le sumamos la penetración de las economías criminales en la política, con su arsenal de personas armadas y organización paramilitar, podríamos llegar en el país a niveles de violencia como las que se vivieron antaño con crímenes mortales contra políticos, autoridades y personajes públicos.

Desde los sectores democráticos y los medios de comunicación es menester repudiar a los violentos y tratar de acotar que este tipo de hechos se produzcan (es lamentable ver a algunos medios casi celebrando lo ocurrido con Patricia Chirinos, por ejemplo). El riesgo de un escalamiento incontrolable está a la vuelta de la esquina y ya sería el único mal que nos faltaría en nuestro atribulado país.

 

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Qué diablos tienen que hacer la Fiscalía de la Nación y la Corte Suprema en cuanto a la decisión de si un partido político -el de Antauro Humala en este caso- puede o no postular dada su cuestionada condición democrática?

Nada más antidemocrático que se pretenda evaluar el pedigrí de un partido o candidato para decidir si puede o no participar en un proceso electoral. Porque si de eso se trata entonces que saquen de carrera a todas las agrupaciones, desde la de Verónika Mendoza hacia la izquierda, por su postura ambigua hacia lo que sucede en Venezuela. Y de paso a todos los candidatos de la derecha con rasgos autoritarios, que no son pocos.

Se sentaría un precedente nefasto si el Poder Judicial se puede tomar esa atribución. No es, precisamente democrática. ¿O acaso todos los partidos deben profesar el credo de la vigente democracia para poder buscar la voluntad popular? ¿Descartamos entonces de plano a todos los partidos marxistas leninistas o a los que profesan una Asamblea Constituyente?

A mí no me queda duda alguna de que un triunfo de gran parte de la izquierda constituiría un peligro para la supervivencia de la democracia tal como la conocemos, pero no considero éticamente válido negarles el derecho a que el pueblo los elija si así lo estima conveniente.

Que la centroderecha democrática se ponga, pues,los pantalones y enfrente a esos adversarios enarbolando banderas democráticas y no dándolas por sentadas, sería bueno, para empezar. El desprestigio de la democracia, medido por todas las encuestas, lo ha labrado con dedicación la clase política. Pretender borrar ello con una resolución judicial es un disparate de incalculables consecuencias políticas. En el futuro bastaría que un tiranuelo cope la Corte Suprema y empieza a sacar de carrera a todos sus adversarios por cualquier razón (como en Venezuela o Nicaragua).

Lo absurdo del caso, además, es que si vetan a Antauro Humala las fuerzas sociales antidemocráticas encontrarán otro camino para expresarse (la emergencia de Pedro Castillo debería el ser el mejor ejemplo de ello: por más que se exhibieron sus vinculaciones con ramales de Sendero Luminoso, la mitad del país votó por él).

La democracia no es boba si admite que candidatos antisistema postulen. Por el contrario, obliga a los partidos democráticos a tomar las cosas en serio, aguzar sus instintos políticos y no dormirse en sus escasos laureles. La voluntad popular es sagrada y no puede ser violentada por ningún poder del Estado.

-La del estribo: muy bien puesta la comedia musical Morir de Amor. Escrita por Marisol Palacios y Alfonso Santisteban -dos grandes del teatro- logra cautivar al público y entretenerlo, como es su propósito. Con un buen elenco, formado por Patricia Barreto, Carolina Cano, Gabriel Iglesias, Gisela Ponce de León, César Ritter y Andrés Salas, cumple su cometido a cabalidad. Va en el Teatro Peruano Japonés, hasta el 19 de agosto. Entradas en Joinnus.

Hechos internacionales como los de Venezuela pueden contribuir a alimentar un estado de ánimo algo más favorable hacia la democracia en naciones como la nuestra, que la tienen muy mal calificada.

Por lo general, son razones ajenas a la propia democracia las que sostienen su desapego (pésimos servicios públicos: salud, educación, transporte, seguridad) las que hacen que la gente de a pie le atribuya esos males a la democracia como sistema y resienta su adhesión a ella.

Por eso es importante recalcar una vez más la enorme responsabilidad que les cabe a los gobiernos de la transición post Fujimori por no haber hecho las reformas necesarias, solo haber gobernado en piloto automático (gracias a las medidas económicas tomadas durante el decenio fujimorista) y haberse desentendido de resolver la grave carencia de dignidad cívica de los gobernados.

Después de la caída de Fujimori se vivió una primavera democrática equivalente a la que en los 80 se gozó luego de la salida del régimen militar. En ambos casos la frustración fue terrible, aun cuando la de los 80 fue peor porque los gobiernos de Belaunde y García fueron desastrosos y sufrieron la arremetida del terrorismo.

Del 2000 en adelante lo que aconteció fue un desdén por la voluntad reformista instalada en los 90. Se pararon en seco. Solo Toledo emprendió algunas (aunque haya sido terriblemente deficiente, la descentralización; la eliminación de la 20530; los acuerdos de libre comercio). Alan García apenas inició tímidamente la reforma magisterial que Ollanta Humala continuó con intensidad (de la mano del extraordinario ministro Jaime Saavedra, vapuleado por las barras bravas del fujimorismo en la época de PPK -cuánta responsabilidad te cabe Keiko en la crisis actual-). PPK no hizo nada en cuanto a reformas, Vizcarra mucho menos y Sagasti tuvo que lidiar con la pandemia, aun cuando ejerciera el cargo con solera democrática.

Pedro Castillo fue un retroceso brutal en la vida política nacional y Dina Boluarte es un personaje mediocre sin visión ni perspectiva de lo que corresponde hacer (aún aceptando que no le queda otra que ser rehén del Congreso tiene margen de acción enorme, pero simplemente no lo usa por su rampante medianía, aunque mucho le aportaría al país si efectivamente saca adelante el simbólico proyecto Tía María).

Ojalá el 2026 llegue al poder un candidato democrático con clara consciencia de la urgencia reformista que nos corresponde como tarea histórica. Es de vida o muerte.

El portal de análisis de las economías ilegales, InSightCrime, lanza siete predicciones de lo que ocurrirá si Maduro logra su cometido fraudulento de quedarse en el poder.

1.- Una nueva oleada migratoria. Ya han salido de Venezuela ocho millones de personas. Saldrán más y se tejerá alrededor de dicho éxodo una red criminal de tráfico de migrantes y la exportación de organizaciones como el Tren de Aragua.

2.- Más migración a Estados Unidos. América Latina ya no tiene capacidad de absorber mano de obra venezolana. Como es poco probable que organizaciones como el Tren de Aragua eche raíces en Centroamérica, por la existencia previa de organizaciones criminales arraigadas en dicha zona del continente, lo más probable es que empiecen a verse sus actividades en Norteamérica.

3.- Mayor dependencia de los intermediarios ilegales del petróleo. Venezuela ha pasado de producir tres millones de barriles diarios aochocientos mil y cuenta con el apoyo logístico deIrán Rusia y China, pero se acentuará la presencia de organizaciones criminales internacionales, que son las que le permiten a Maduro la supervivencia por su aislamiento internacional.

4.- Mayor dependencia de las redes de contrabando de oro. Al igual que el petróleo, Venezuela tiene importantes yacimientos de oro, y el régimen de Maduro ha dependido de actores criminales para extraer este mineral, y de redes internacionales de contrabando para venderlo en los mercados internacionales, disfrazando su origen y esquivando así las sanciones.

5.- Creciente influencia en el mercado internacional de cocaína. Venezuela va a transitar de simple plataforma de tránsito a país productor. “Las plantaciones de coca están surgiendo a lo largo de la frontera con Colombia, con cultivos registrados en al menos tres estados venezolanos, y los rebeldes colombianos han establecido una sofisticada infraestructura de narcotráfico en estas zonas, con la bendición del régimen de Maduro.

6.- Debilitamiento de la estrategia de paz en Colombia. El Ejército de Liberación Nacional y la Segunda Marquetalia, grupos subversivos vigentes en Colombia, cuentan con el aval de Maduro. Su permanencia seis años más hará casi imposible el proyecto de “paz total” que se ha planteado Petro.

7.- Una mayor regulación gubernamental de las economías criminales y de los actores que las gestionan. La necesidad del Estado híbrido criminal de Maduro -como lo defineInSightCrime, de obtener rentas hará que incruste a las organizaciones criminales en el aparato estatal para ejercer control sobre ellas.

 

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¿Pudo ser más acomedido en las formas? Sí, pero eso no mella la dignidad política de la intervención del canciller peruano Javier Gonzáles Olaechea en el Consejo Permanente de la OEA denunciando con la acritud pertinente la cuestionable abstención de muchos miembros del organismo internacional, que impidió que se aprobara una resolución para exigirle al gobierno tiránico de Maduro a proceder a un reconteo independiente y auscultado de las urnas de la elección del domingo pasado.

Se entiende la abstención de las republiquitas centroamericanas que dependen del petróleo subsidiado de Venezuela, pero no deja de llamar a escándalo la actitud de México, Colombia y Brasil, sobre todo de las dos últimas naciones. Lula se había manifestado crítico del proceso electoral venezolano y se esperaba que, en consecuencia, votara a favor del reconteo. En el caso de Colombia la cosa es de mayor escándalo ya que el propio presidente Petro emitió un comunicado horas antes invocando a que se efectúe ese proceso, pero, sin embargo, cuando se votó en el Consejo Permanente, se abstuvo. ¡Una vergüenza! Y de México, con López Obrador, servil vasallo de los dictados chavistas, no cabía esperar otra cosa.

La OEA le ha tendido un manto de impunidad a Maduro. El tema, no obstante, no ha concluido. Se espera que continúen las movilizaciones de protesta de los venezolanos que mayoritariamente ungieron a Edmundo Gonzáles como su presidente y ojalá los Estados Unidos, la gran potencia decisoria, asuma una actitud más beligerante al respecto.

La caída y salida del poder de la dictadura de Maduro, un monstruo político, corrupto y tirano, debe ser causa central de la comunidad democrática regional y mundial. Veinticinco años en el poder es tiempo más que suficiente para que las democracias americanas reaccionen como corresponde frente a tamaño despropósito.

Y de paso, que se tome acción sobre Cuba y Nicaragua, dos regímenes igualmente despóticos y miserables que han sumido a sus pueblos en la pobreza y en la ausencia de las libertades mínimas, que han hecho del fraude descarado el método político para permanecer en el poder, a vista y paciencia de la comunidad internacional.

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¿Cómo resolver la crisis global del capitalismo democrático? Tarea inmensa, pero urgente porque a pesar de todo, sigue demostrando ser el mejor sistema político y económico conocido.

Se debe construir una auténtica economía de mercado, competitiva, sin la alta dosis de mercantilismo que signa el capitalismo corporativo que se ha impuesto en Occidente y con mayor intensidad en la periferia, con Estados débiles incapaces de enfrentar el poder económico y la influencia política de un grupo empresarial.

A la par debe asegurarse que habrá servicios públicos de calidad. Salud, educación, transporte, justicia y seguridad, por lo pronto, deben hacerle sentir al ciudadano de a pie que es ciudadano de primera categoría. En el Perú de hoy, estamos a kilómetros de poder ofrecer un mínimo nivel de decoro en los servicios mencionados y mientras ello no ocurra, la gente resentirá el modelo económico y le echará la culpa de su desgracia cotidiana.

Esos servicios pésimos alimentan también la alta insatisfacción con la democracia, pero en simultáneo es preciso repensar las formas democráticas de la representación. El pueblo no se siente partícipe de aquella, si solo vota cada cinco años y no tiene más contacto con el sistema político.

Los partidos deben recuperar su rol canalizador y en ese sentido la realización de elecciones primarias abiertas y obligatorias eran un paso importante, aunque no suficiente. Fueron, sin embargo, indignamente acotadas por el actual Parlamento. Debe agregarse, además, renovación parcial del Congreso, un sistema de distritos electorales diferente al actual, cambiar el modelo de regionalización, que solo reproduce los vicios del sistema político nacional, aplicar mayores posibilidades de referéndums, etc.

La democracia debe ser sentida como una forma de gobierno accesible, que le sea útil a los ciudadanos para participar del poder y no ser una máscara electoral de una oligarquía, como es hoy en día.

Si en el mundo desarrollado el capitalismo democrático no se renueva sucumbirá. Si en el mundo subdesarrollado no se construye, desaparecerá su gestación antes de nacer.

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Se les debe exigir a los candidatos peruanos un pulcrísimo compromiso con la democracia formal. Y el test Venezuela sirve para ello. Quienes se muestren dubitativos o ambiguos respecto de lo que allí ha sucedido, demostrarán que no tienen entre su arsenal valorativo político la defensa democrática.

Y es muy fácil hoy en día llegar al poder y convertir la democracia peruana en un sainete. Es muy popular atentar contra ella y recorrer el camino autoritario. Según la última encuesta del IEP, el 87% de peruanos se halla insatisfecho o muy insatisfecho con la democracia y un 57% de ciudadanos justificaría un golpe militar.

Recordemos, además, lo fácil que es cooptar la democracia por dentro. Un inepto como Pedro Castillo logró controlar el Congreso a punta de prebendas o sobornos directos, y si bien las Fuerzas Armadas le dieron la espalda cuando perpetró el golpe de Estado demoraron horas en pronunciarse (algunas dudas o disputas institucionales internas debe haber habido).

Basta llegar al poder y desde allí cooptar las instituciones poco a poco y después dar un zarpazo constitucional que permita la reelección y se acabó la democracia en el Perú. No tenemos la fortaleza institucional suficiente para aguantar una embestida del nuevo perfil autoritario (Venezuela, Nicaragua, Bolivia, etc.).

Y el problema mayor en la coyuntura actual es que la amenaza proviene de ambas orillas del espectro ideológico. Las propuestas autoritarias se despliegan por igual desde ambos bandos y reducen el margen de opciones democráticas a una derecha y una izquierda moderadas que ojalá levanten cabeza y logren lanzar mensajes disruptivos que compitan con las bravatas demagógicas que abundarán, efectistamente, desde los extremos.

Hoy mismo, a año y medio de las elecciones, las encuestas colocan en la delantera a partidos autoritarios que seguramente molerían la democracia, con todo lo que ella implica (Estado de Derecho, separación de poderes, etc.) a la primera de bastos.

Corresponde a la prensa ejercer un rol hipercrítico y vigilante de estos arrestos o síntomas autoritarios y denunciarlos con firmeza, como merecidamente ha ocurrido con Verónika Mendoza por su deleznable ambigüedad respecto de la tiranía de Nicolás Maduro.

 

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El escandaloso fraude ocurrido en Venezuela, confirma que el régimen dictatorial y corrupto de Nicolás Maduro no se irá nunca del poder por las buenas y que la casta político-militar privilegiada con el latrocinio descarado de los recursos públicos de la potencia petrolera al norte del continente, lo acompañará en el sainete con tal de preservar el statu quo, sin importar la desmesura del fraude cometido, que ha ido a contrapelo radical de todas las encuestas que arrojaban un resultado inmensamente favorable para la oposición.

Se espera que la mayoritaria oposición venezolana convoque de inmediato movilizaciones de protesta que ya hemos visto cómo en otros países, véase Chile, han sido capaces de mover la aguja gubernativa. Ello debe ir acompañado de una reacción multinacional regional y global que tienda un cerco contra la dictadura sanguinaria de Maduro, respecto de lo cual no queda sino sospechar de una tremenda hipocresía norteamericana, que lleva a alimentar suspicaciasde otro tipo.

Bajo el disfraz del bloqueo se esconde una profunda inacción y desinterés de Washington respecto de lo que sucede en Latinoamérica. ¿Intervienen en Medio Oriente o en Asia sin tutías y no son capaces de contribuir efectivamente al derrocamiento de tiranos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela? ¿Solo le interesa socavar democracias -como lo ha hecho secularmente en la región- y se muestra acomedido cuando se trata de derribar dictaduras?

La doctrina de la no intervención acaba cuando millones de ciudadanos son sometidos violentamente a los dictados de una cúpula privilegiada que se mantiene en el poder gracias ala fuerza de las bayonetas. La OEA (encabezada por Colombia, México y Brasil) debería ser capaz de organizar una fuerza multinacional que restituya de una buena vez la democracia en esos países.

Acá se está jugando no solo la democracia sino la supervivencia del narcotráfico, que los tres regímenes mencionados utilizan para sobrevivir en sus privilegios de casta, y que solo se explica su existencia merced a una alianza soterrada -que no conocemos- con el cartel de la droga más grande del mundo, que es la DEA.

¿Qué negociaciones y transacciones habrá bajo la mesa con Washington para que la Casa Blanca no tome una postura más firme en su papel supuesto de líder guardián del modelo democrático en el mundo, y con mayor razón en una región sobre la que ahora muestra preocupación por la creciente influencia china? Maduro es un engranaje en una pieza de corrupción global que la supervivencia del régimen democrático en la región no puede seguir tolerando.

 

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