Pie Derecho

¿Puede alguien dudar que durante los primeros meses de la pandemia se produjeron hechos abominables de corrupción al interior de las Fuerzas Policiales? Las denuncias abundaron y con documentación suficiente. ¿Para alguien es un secreto que una de las instituciones más corruptas del país es la Policía? Años de denuncias sin fin lo demuestran y miles de experiencias cotidianas de ciudadanos de a pie lo certifican.

¿A la luz de los hechos conocidos queda alguna incertidumbre respecto del punible manejo de la represión policial durante las marchas de protesta contra la asunción de Manuel Merino como Presidente, que han dejado dos muertos, decenas de heridos, algunos de ellos de irremediable gravedad?

A pesar de todo ello, ha bastado una poda policial efectuada por el flamante ministro del Interior Rubén Vargas para que un sector del país se agite en defensa de la sacrosanta institución tutelar, como si no se tratara de un organismo que quizás requiera, inclusive, de podas mayores y más profundas.

En el colmo de la irresponsabilidad hay medios y analistas que deslizan y difunden los rumores de una paralización policial los próximos días, soñando con una orgía de caos, violencia y sangre que simplemente les sirva como munición para atacar al nuevo gobierno. Y no es casualidad de que la mayoría de estos azuzadores indirectos no sean si no viudas políticas del régimen deleznable de Merino.

Ha hecho bien el presidente Sagasti en respaldar a su ministro del Interior. Frente a lo hecho no debería haber marcha atrás. Por el contrario, se espera que la reforma policial siga su curso, que la salud de la República exige una institución tutelar limpia de corrupción y de intereses políticos.

Junto a los temas de agenda ya señalados por el Presidente respecto de su régimen de transición, como son el control de la pandemia, la reactivación económica y la garantía de elecciones limpias, tiene que sumarle el restablecimiento del orden interno, que un sector corrupto e ineficaz de la policía ha permitido crecer.

A pesar de todo, un importante sector de la Policía Nacional es honesta y mantiene vivo su compromiso cívico. En esa policía es que debe apoyarse la tarea señalada.

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Cuarentena, Pandemia, Policia

La decisión del expresidente Vizcarra de acudir a las listas de Somos Perú para candidatear al Congreso pinta de cuerpo entero a alguien que gracias a un extraordinario marketing político les hizo creer a muchos que era la encarnación de un líder republicano que iba a retomar las banderas fallidas de la transición y que para lograrlo era capaz de enfrentarse a las mafias políticas que lo acechaban desde el Congreso.

Lo cierto es que conforme transcurrían los meses se iba viendo el fustán creciente de un líder taimado, traicionero y de poca monta. Que, además, tiene en su haber serísimas denuncias de corrupción que a la postre le han costado la propia Presidencia que ejercía. Y que probablemente a futuro -de no mediar la inmunidad congresal- lo podrían llevar a la cárcel.

Carece de toda perspectiva política o ideológica esta postulación. El cuento de que Vizcarra lo hace porque está interesado en retomar sus ideas reformistas de la institucionalidad política es una quimera que pocos pueden creerle. Vizcarra busca la inmunidad relativa que le otorgaría ser congresista por cinco años, que si bien no le alcanza para no ser investigado por hechos precedentes a su elección congresal sí le permiten gollerías que le aseguran un mejor pasar.

Si Vizcarra hubiese tenido solera y dignidad, pues se soplaba a pie firme la investigación fiscal y al cabo de los años, si salía bien librado, tentaba suerte el 2026, cargado del inmenso activo de la altísima popularidad que ha obtenido, sumada a la limpieza moral que las pesquisas judiciales le fueran a otorgar.

Al final, Vizcarra postula por un partido que votó a favor de su vacancia, con autoridades seriamente comprometidas en corrupción (acaban de detener al segundo vicepresidente de la agrupación, en calidad de gobernador de Ancash), y el exmandatario se tiene que tragar todos esos sapos vergonzosamente.

Mal final para un aventurero político al que le tocó en suerte ocupar la Presidencia y que debido a la crisis alcanzó tan altos niveles de aprobación ciudadana que parecen haberle hecho creer que goza de una investidura francamente discordante con alguien que hace gala de enorme medianía.

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Martín Vizcarra

Hernando de Soto viene subiendo en las encuestas digamos que sostenidamente. Ha pasado, según la encuesta de Ipsos, de 2% de intención de voto en setiembre a 4% en noviembre; estadísticamente ha duplicado su caudal electoral.

Es junto a Julio Guzmán y Verónika Mendoza parte del pelotón que ha trepado en la última medición. Y en su caso en particular no se detecta vínculo alguno con la reciente movilización anti Merino y antivacancia. Por el contrario, el autor de El misterio del capital, se puso de costado frente al tema.

De Soto es claramente una opción de derecha, pero tiene la virtud de no dejarse encasillar. Se sale de la caja permanentemente. Y lo hace no solo convocando a gente tan dispar como Francisco Tudela y Jorge Paredes Terry, sino también haciendo planteamientos disruptivos o teniendo iniciativas audaces, como retar a un debate a Verónika Mendoza, aun antes de que saliese la encuesta que los mostrase a ambos como beneficiarios del favor popular.

Tiene buen olfato político y será por ello un candidato con visos protagónicos. Por alguna extraña razón, sin embargo, es fértil también en cometer dislates, como, por ejemplo, decir que Patria Roja era quien dominaba a Martín Vizcarra o como cuando, hace unas pocas horas, declaró rotundamente que él había visto una foto de Verónika Mendoza con senderistas (¿?).

Le hemos dado la bienvenida a De Soto a la contienda. Más allá de los brulotes mencionados, aporta ideas y planteamientos programáticos y su peso específico hace que ello irradie al resto de contendores, lo cual puede convertir ésta en una campaña atípica, con debates ideológicos y no solo un torneo de pullas y memes.

Desde ya la suya es una candidatura que asume un pacto electoral para ganar la contienda. Recoge personajes de diversas tendencias y trayectorias. Beberá, sin duda, de buena parte del fujimorismo desencantado, de un sector liberal y también, de sectores populares que normalmente se inclinaban por opciones de izquierda, inclusive radicales. Dependerá de él morigerar sus arrebatos mediáticos irreflexivos si quiere ser tomado en serio.

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Hernando De Soto, Julio Guzmán, Verónika Mendoza

Lo importante de la decisión anunciada por el presidente Sagasti de remover a los altos mandos policiales no radica tan solo en el anuncio en sí mismo, que de por sí es algo bienvenido luego de los atropellos institucionales cometidos durante las protestas por la asunción al mando de Manuel Merino.

Lo relevante, en términos políticos, es que resulta la primera señal de que Sagasti ha entendido que no le basta con asumir una actitud pasiva, centrada tan solo en los objetivos macro de combatir la pandemia, reactivar la economía o asegurar un proceso electoral limpio. Se trata de gobernar y de mandar, en una situación políticamente compleja, con una mayoría adversa en el Congreso y con una calle movilizada que no le va a perdonar la inacción.

No fue el caso de Valentín Paniagua, que llegó bajo similares circunstancias, pero sucedía a un régimen putrefacto, puesto en mayor evidencia por la aparición de los vladivideos y frente a lo cual lo único que se quería era una gestión honesta (a pesar de ello, Paniagua también acometió algunas decisiones ejecutivas).

Paniagua gozó de una luna de miel ciudadana que le permitió sobrellevar un momento terrible de la democracia con una solvencia ética indiscutible. No se le podía exigir más que la reconstrucción moral del país, en sus términos más básicos.

No es el caso de Sagasti. El actual gobernante necesita, por añadidura, mantener niveles de aprobación altos, que van a ser su único activo capaz de refrenar a la coalición vacadora, que hoy solo esta atontada por el mazazo popular recibido, pero que apenas se recomponga volverá a las andadas.

Los intereses mafiosos de un grupo de universidades, coligados a empresas corruptas del Club de la Construcción y lamentablemente a algunos conglomerados mediáticos capaces de sumarse a la desestabilización porque disminuye la publicidad estatal, están allí presentes y apenas sientan que pueden volver a tentar suerte lo harán sin tapujos, sin que les importe nada.

Sagasti está advertido. Lo peor que nos podría pasar como país es que las buenas maneras del Presidente sean síntoma de candidez política.

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Francisco Sagasti

Este lunes entrante el juez Víctor Zúñiga Urday decidirá si acoge el pedido del fiscal José Domingo Pérez para suspender a Fuerza Popular por dos año y medio de cualquier actividad política, como parte de la investigación preparatoria que se le sigue por el caso Odebrecht.

Ojalá no prospere el pedido y no se vicie de esa manera un proceso electoral como el venidero. FP debe poder postular libremente y sufrir las consecuencias de su desplome político. Deben ser las urnas las que cancelen la vigencia de un proyecto político que ha enrarecido la vida democrática del último lustro.

Hoy solo lo acompaña su núcleo duro al fujimorismo y alberga el mayor antivoto de todos los grupos partidarios en la contienda. Sería un milagro que pueda triunfar, peor aún luego de su indecoroso papel en la crisis política que se inició con la vacancia irregular de Martín Vizcarra y el aupamiento vergonzozo de Manuel Merino a la Presidencia y su posterior renuncia.

Los propios círculos de allegados que antaño acompañaban al fujimorismo han decantado en otros lares. Las candidaturas y listas de equipos técnicos o de congresistas de agrupaciones como las lideradas por Hernando de Soto, Rafael López Aliaga o el propio Fernando Cillóniz, hace cinco años seguramente hubieran estado dentro de las filas naranjas.

Ha surgido un impulso protorepublicano masivo en la protesta contra la vacancia. Cientos de miles salieron a las calles y millones participaron en defensa del orden democrático. Por su carácter descentralizado, fue superior inclusive a la convocatoria de la marcha de los Cuatro Suyos. Esa juventud es el principal dique de contención del fujimorismo, agrupación que gracias a las sucesivas torpezas de su lideresa Keiko Fujimori ha terminado arrinconada en un espacio populista, autoritario y conservador muy alejado de los nuevos vientos sociales.

No repitamos el error del 2016. Gran parte de la disfuncionalidad que hemos sufrido con PPK, Vizcarra y Merino, se ha debido al hecho de haber sacado de mala manera a Julio Guzmán y César Acuña de esa campaña.

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José Domingo Pérez

Si se tratase del gabinete inaugural de un gobierno entrante con un mandato de cinco años por delante, lamentaría la falta de concordancia plena entre varios ministros respecto de objetivos políticos y económicos cruciales. La agenda urgente del país exige un shock institucional jurídico por un lado, pero del otro un shock inversor que nos saque de la modorra capitalista en la que estamos inmersos desde hace más de un lustro.

Pero evidentemente no se trata de eso en estos momentos. El gabinete de Violeta Bermúdez tiene ante sí objetivos muy puntuales, y cumplirlos a cabalidad será más que suficiente en la rendición de cuentas que tocará hacerle al final de su gestión. Son 1) control de la pandemia; 2) reactivación económica; 3) aseguramiento de elecciones pulcras el próximo año; y agregaría dos más: 4) lucha contra la inseguridad ciudadana, la misma que se ha disparado producto de la recesión; y 5) defensa de algunos islotes institucionales que no pueden debilitarse, tales como la reforma educativa (Sunedu incluida) o la lucha anticorrupción (con pleno respaldo al equipo especial Lava Jato y Club de la Construcción).

En esa perspectiva, el de Merino no era un régimen de transición sino uno de restauración, que buscaba desandar reformas importantes y que parecía armado para allanarse a las mafias vacadoras (universidades y empresas corruptas en búsqueda de impunidad). Felizmente, este ingreso por la puerta falsa de la DBA fue frustrado por una calle republicana movilizada (a diferencia de Chile, acá el detonante de la algarada no fue económico sino político).

Como el de Paniagua, el régimen de Sagasti debe cumplir objetivos muy puntuales. Y tanto él como su gabinete parecen bien equipados para lograrlo. Si no se aparta de sus tareas esenciales habrá cumplido con creces. Y contra lo pensado, la primera gran víctima política de un buen desempeño de Sagasti y su gabinete será Martín Vizcarra, cuya mediocridad resaltará por contraste.

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Martín Vizcarra, Violeta Bermúdez

Vizcarra deja una herencia política gigantesca. Según la última encuesta del IEP, un 77% de la población aprobaba su gestión (un crecimiento de 17 puntos en medio de la crisis de la vacancia). La gran inquietud es hacia dónde se va a encaminar ese bolsón ciudadano ad portas de las elecciones del próximo año.

Nos sigue pareciendo desproporcionado el apoyo que el expresidente ha tenido, considerando una gestión sanitaria, económica y social bastante mediocre, pero lo cierto es que las cifras no engañan y existe un numeroso grupo de peruanos dispuestos a sumarse a un liderazgo político de centro como el que caracterizaba al exmandatario moqueguano.

Quienes con mayores posibilidades se asoman a recoger el patrimonio vizcarrista son aquellos líderes que mejor parados han salido luego del desmadre de la última semana, con un presidente vacado, otro renunciado y un tercero asumido hace pocas horas.

Allí destaca, sin duda, Julio Guzmán y el Partido Morado, que supo reaccionar de inmediato a la crisis poniéndose en el lugar correcto y en sintonía con la perspectiva ciudadana mayoritaria. En segundo término, Verónika Mendoza, quien con inteligencia estratégica se desmarcó rápidamente de la oligofrenia política de Marco Arana y el infantilismo radical de UPP. Finalmente, aunque en menor medida, por las limitaciones estructurales de las que adolece, George Forsyth, quien, con marchas y contramarchas intempestivas terminó, sin embargo, sumado a la orilla propicia.

Los grandes derrotados son, por supuesto, Acción Popular y Alianza Para el Progreso. AP es el principal autor de la crisis, llevados por una bancada que no respondía si no al único interés de llevar al inefable Merino a la Presidencia con la venia de líderes como Raúl Diez Canseco o Víctor Andrés García Belaunde. Solo una candidatura como la de Yonhy Lescano podría salvar a Acción Popular de un papelón en las elecciones de abril.

En el caso de APP, han sido los portentosos dichos y desdichos de su propio líder César Acuña, enceguecido con capturar cuotas de poder y sin percatarse de que a uno de a los que les convenía un tránsito normal hacia el 2021 con Vizcarra sentado en Palacio era justamente a él, más que a otros.

Se ha movido la foto electoral precedente. Tamaña crisis no ha sido en vano. Ha reseteado el tablero preelectoral vigente. El centro parecía atrapado por la grisura de sus líderes. Hoy retoma bríos.

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Julio Guzmán, Martín Vizcarra, Partido morado

Ha generado legítima expectativa el nuevo gobierno y la calle respira optimismo luego de haber sido derrotada la mafia vacadora, la misma que intentó inclusive volverse a meter por los palos lanzando una lista alternativa a la de Francisco Sagasti.

Pero la vigilancia democrática no puede amainar. La mafiosa coalición vacadora, conformada básicamente por un grupo de universidades (algunas de ellas no licenciadas, pero otras sí, aunque afectadas en su inflada rentabilidad precedente), que irritadas por el proceder de la Sunedu y del gobierno de Vizcarra en respaldo de la que debe ser una de las mejores reformas hechas en los últimos años en el país –la reforma universitaria– decidieron incendiar todo a cambio de lograr volver a fojas cero.

Baste leer la insolente carta de Telesup, del inefable José Luna, dirigida a la Sunedu para darse cuenta de que claramente este grupete espera que cambien las coordenadas políticas para intentar lograr su propósito de seguir operando. La presión mediática los hizo recular, pero se les vio el sucio fustán con meridiana transparencia.

No tengo constancia alguna, pero no me cabe dudas de que en este asunto vacador ha corrido mucho dinero sucio para aupar votos a favor de la vacancia y que la bolsa millonaria ha provenido de estas universidades gansteriles con ramificaciones en la vida política.

En esa medida, hay que estar muy alertas, porque van a volver a la carga. Algo contenidas van a estar al comienzo por la presión de la calle y el temor a que reaparezca con fuerza una ciudadanía movilizada que ya no está dispuesta a que la clase política la engatuse y menos aun corrompa el Estado y sus instituciones.

Con el ascenso de Merino y el premierato de Flóres Aráoz festejaron porque se les había presentado la virgen y hoy deben estar furiosos de que se cayó el tabladillo. Con sangre en el ojo, sin embargo, van a querer desestabilizar nuevamente al gobierno de Sagasti.

Saben que no les queda si no pocos meses para poder hacerlo. Porque en las elecciones del próximo año, el pueblo los va a castigar, les va a dar una paliza a los vacadores. Y entonces perderán toda oportunidad de lograr sus oscuros propósitos. Ciudadanía expectante, medios vigilantes y un gobierno alerta es lo que se necesita para impedir que se repita semejante trastada a la Patria.

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Antero Florez Araoz, Francisco Sagasti, Manuel Merino

No puede hacerse un correcto juicio político de la crisis suscitada por la vacancia si no se incluye en el banquillo de los acusados al propio expresidente Martín Vizcarra. Es más, por la forma como se sucedieron los hechos parece haber sido él un instigador del desenlace final.

No nos referimos tan solo a su eventual responsabilidad penal en los casos de corrupción por los que está siendo investigado y que se asoman como verosímiles. También debe mencionarse el modo displicente y premeditadamente torpe con el que condujo su última defensa ante el Congreso, donde acudió con un abogado que no habló y donde cargó baterías respecto de una defensa política y enfilando contra sus futuros juzgadores.

En medio de la segunda vacancia, el gobierno no atinó a presentar una nueva demanda competencial ante el TC ni una medida cautelar. Pudo haber activado también la carta democrática de la OEA o personalísimamente presentar un amparo. Nada de eso hizo.

Ya antes el propio Vizcarra propuso irse junto con el Congreso anterior, anuncio que fue quizás el mayor rapto de lucidez de su mandato. Vizcarra ha sido un gobernante mediocre y taimado, cuya altísima aprobación disimula las enormes falencias de su gestión. Hubiese sido estupendo que se marchara junto con el Parlamento fujiaprista y todo comenzara a fojas cero, con una elección refundacional.

No ocurrió así, sin embargo, y nos tuvimos que soplar una gestión disfuncional en lo sanitario frente a la pandemia, carente de iniciativa en materia económica y solo eficaz a la hora de generar operativos políticos que le permitiesen encaramarse en altos niveles de aprobación ciudadana.

Ese mandatario, que debió culminar su mandato el 27 de julio del 2021 y asumir el desgaste de su mala administración, hoy se ha ido en olor de multitud, victimizado por una turba congresal con menos visión de largo plazo que él.

Si Vizcarra se hubiera manejado con propiedad en este tramo final, la vacancia no se hubiera producido. Y el país no se vería sumido, como está hoy, en la incertidumbre, con el descontento ciudadano exacerbado, y con una crisis política que ojalá la elección de alguien correcto y honesto como Francisco Sagasti al mando de la nación ayude a solucionar.

Si en abril del 2021 triunfan candidatos aventureros, radicales o disruptivos, va a ser también responsabilidad de Vizcarra, quien tiró la toalla y desencadenó la crisis. Hoy el panorama electoral es tierra de nadie. Por pensar quizás en su futuro político al 2026 ha dejado en la estocada a un mayoritario sector del país.

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Martín Vizcarra
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