Pie Derecho

Si alguna contribución política puede dejar en alto el actual gobierno de Dina Boluarte sería quitarlespiso a las bases socioelectorales de la izquierda radical que amenazan con ser protagonistas en el proceso del 2026.

Ello consiste básicamente en disponer inversiones públicas importantes en el sur andino, base socialdel radicalismo antisistema del que abrevan los candidatos más beligerantes de la izquierda.

Es casi imposible que Boluarte recupere niveles de aprobación en dichas zonas, sobre todo luego de la brutal represión ocurrida en los primeros días de su mandato y que no ha merecido una conducta de reconciliación sensata e inteligente, pero más allá de su narrativa o su particular situación, que el gobierno ejecute obras de infraestructura que mejoren el nivel de vida de los ciudadanos de esa gran zona electoral del país podría surtir efecto indirecto.

El sur andino representa más o menos el 25% del electorado nacional y si vota, como todo lo hace prever, como lo hizo en la segunda vuelta del 2021, allí nomás ya los radicales tienen asegurado un 16% de la votación nacional, que traducido en votos válidos supera la cifra del 20%. Si le agregamos el resto de las zonas andinas y las zonas pobres de otras regiones del país, cabe asumir como factible la hipótesis de una segunda vuelta entre dos candidatos radicales de izquierda. La sumatoria de votos les alcanzaría.

Esa posibilidad sería un suicidio nacional y nos condenaría no solo a décadas de atraso económico sino eventualmente al camino de un autoritarismo sin retorno, a lo Venezuela o Nicaragua. A toda costa, el país debe movilizarse para impedir que algo semejante ocurra y el gobierno tiene, en ese sentido, gran capacidad y responsabilidad en ayudar a lograrlo. Un plan bien diseñado y con inteligencia social puede contribuir a ello y sería, de por sí, un gran legado político del régimen.

Hace bien el gobierno en retomar los esfuerzos del Consejo para la reforma del sistema de justicia -como ha anunciado el ministro de Justicia, Eduardo Arana-, para refundar tanto el Poder Judicial como el Ministerio Público, hoy gravemente afectados por la infiltración izquierdista que ha politizado su quehacer a extremos delirantes.

Hace bien, decimos, porque, tal cual se plantea la reforma, no se hace al manazo, desde afuera -como se temía-, sino que involucra a los propios actores, por más que aparentemente se muestren reacios a hacerlo (ni Delia Espinoza ni Janet Tello parecen empeñadas en ese propósito). No hay reforma orgánica y viable posible que no involucre a los propios ficales y jueces en el proceso.

Debe acabar de una vez por todas la politización escandalosa de ambos poderes del Estado, producto de una larga y meditada cooptación diseñada por controlar estamentos de poder que electoralmente la izquierda nunca ha conseguido, pero que subrepticiamente ha ido labrando, con la complicidad indolente del resto de la sociedad civil que no miraba con atención lo que se venía produciendo.

Como resultado de ello, hemos visto persecuciones políticas al amparo de la labor fiscal, venganzas menudas, corrupción soslayada, protección teledirigida a los allegados o afines, etc., bajo el influjo de organismos externos que se excedieron en sus atribuciones y actuaron de operadores políticos del resultado obtenido.

Ello debe acabar. No se trata de reemplazar una casta por otra, por cierto, sino de establecer instituciones meritocráticas sin que importe el color de la camiseta del magistrado en carrera. Parte de este proceso supondría acabar de una por todas también con la alta tasa de provisionalidad que afecta tanto al Poder Judicial como el Ministerio Público y siendo partícipe del Consejo el Congreso, disponer las partidas presupuestales para lograr ese cometido.

Reestablecer la democracia plena -tarea que el gobierno entrante debe acometer como prioridad- pasa por reconstruir una Fiscalía y un Poder Judicial afectados por la politización y la corrupción, problemas que no se solucionan con arreglos cosméticos sino con una profunda cirugía institucional.

Tags:

Sudaca, Sudaka

Siguiendo la tendencia internacional hacia la polarización, en el Perú hoy, en el ámbito político, prosperan las opciones radicales en desmedro de las agrupaciones más centradas, quienes contribuyen a su devaluación por su pasmo político.

Conforme nos acercamos a las elecciones apreciamos que esa polarización aumenta, aminorando las posibilidades de que agrupaciones de centroizquierda o centroderecha prosperen.

Salvo que ocurra un milagro y la ciudadanía se harte de este fenómeno y busque opciones más sensatas, lo más probable es que el 2026 tengamos que definir la elección entre dos radicales.

Al Perú le conviene infinitamente más una segunda vuelta entre alguien como López Chau versus alguien como Rafael Belaunde, que una que coloque frente a sí a Guido Bellido versus Rafael López Aliaga. La viabilidad de la institucionalidad democrática estaría más a salvo y, por ende, la propia solvencia macroeconómica del venidero lustro.

Ya existe un caudal de votos importante a favor del centro, pero la tugurización del segmento juega en contra de las pretensiones de alguien surgido de esta cantera ideológica. Va a tener que hacer varias tareas, muchas de las cuales ya hemos expuesto hasta el cansancio en esta columna (alianzas, buen plan de gobierno, cuadros técnicos, purga de candidatos, frentes sociales en caso no prosperen las alianzas, etc.).

Los grandes adversarios a derrotar no son solo los extremos radicales sino también el fujimorismo, que goza de una base electoral sólida e irreductible, que, sin embargo, tiene esta vez un techo que va más allá del antifujimorismo raigalsino que abreva del pacto soterrado de Keiko con el desprestigiado régimen de Dina Boluarte.

De no hacer la tarea, el centro va a ser subsumido por los extremos polarizantes y después no podrá culpar a nadie de su desventura. La tendencia está dada y tienen que remar contra la corriente.

Tags:

Rafael Lopez Aliaga, Sudaca

Un sector que puede terminar teniendo gran impacto electoral en la jornada del 2026 es la derecha radical. La inseguridad ciudadana es su combustible creciente y seguramente los discursos prometiendo mano dura, pena de muerte, retiro dela Corte de San José, segregación de migrantes venezolanos, etc., serán parte del arsenal narrativo a emplear.

En general, según la encuesta del IEP, la derecha ha venido creciendo significativamente en las preguntas de autodefinición ideológica, en consonancia con el aumento de la inseguridad. Por más que el gobierno de Dina Boluarte sea identificado como de derecha (más aún ahora que ha estrenado un arraigado anticaviarismo) y tenga un nivel de aprobación paupérrimo, la derecha crece como la espuma.

El problema es que el 10 o 15% que se puede identificar como de derecha radical va a tener que dividir sus preferencias. Ya en estos momentos hay por lo menos tres candidatos que pisan esos predios: Rafael López Aliaga, Phillip Butters y Carlos Álvarez.

No está tan fragmentada como la centroderecha, que presentará cerca de 20 candidatos, pero no tiene el caudal de votos de aquella, bastante más grande que la derecha radical. Eso le puede complicar el panorama de meter a algunos de los tres mencionados en la segunda vuelta electoral.

López Aliaga lleva ventaja por su tribuna municipal. Butters tiene que romper la burbuja televisiva en la que se mueve y Carlos Álvarez tiene que prepararse para afrontar con solvencia la campaña que atacará su identidad sexual (ésta va a ser una campaña furibunda y muy sucia).

El problema para ellos es que si se nivelan sus intenciones de voto, no podrán disputarle el sitio a la izquierda radical y antisistema, y al fujimorismo, que tiene un sólido 10 o 12%, difícil de revertir, a pesar del apoyo absoluto que le brinda al impopular gobierno de Dina Boluarte.

Lo interesante, en todo caso, es que serán animadores de la campaña. Son contestatarios, beligerantes, políticamente incorrectos y confrontacionales. Al menos garantizan algo de condimento a una contienda que si algo no debe ser, por lo que juega en ella, es sosa y plana.

Tags:

Sudaca, Ultraderecha

Sorprende el estruendoso silencio de los precandidatos presidenciales al 2026 respecto de la crisis política que asola al gobierno de Dina Boluarte, a propósito del último escándalo del controvertido ministro del Interior Juan José Santiváñez.

Normalmente, empezada ya la campaña, la clase política suele pronunciarse frecuentemente sobre los quehaceres del régimen que gobierna porque eso les permite “posicionarse” frente al electorado. Así, paulatinamente se van perfilando y capitalizando políticamente, más aún en una situación en la que la mayoría de la población -según confirman todas las encuestas- no tiene idea de por quién va a votar.

Eso sucede en todas las democracias del mundo. Es lo habitual en un contexto preelectoral. Acá en el Perú, por el contrario, parece que el silencio es la consigna.

Por supuesto, ha habido aislados pronunciamientos. Los congresistas, inevitablemente -porque son abordados por la prensa- hablan sobre la coyuntura, pero en el caso que comentamos nos referimos a los que preparan maletas para emprender el viaje de la candidatura presidencial. Salvo una o dos excepciones (Víctor Andrés García Belaunde y Carlos Anderson), el resto de precandidatos ha guardado absoluto silencio, tanto en la izquierda como en la derecha.

Tal vez sea el anticaviarismo del que ha hecho gala el gobierno, empezando por la mismísima presidenta de la república, avalado por una buena parte de la población (ya es casi, podría decirse, la primera fuerza política del país por encima del antifujimorismo), algo que es compartido por la izquierda y la derecha peruana en su mayor parte, lo que ha hecho que se prefiera guardar silencio y en el fondo se espere que la batalla librada por el régimen lleve efectivamente a la derrota de la “mafia caviar”.

No obstante, aún si fuese ése el cálculo detrás, se comete un grave error guardando silencio. Porque ese vacío es ocupado en el imaginario popular por el imprevisible candidato antisistema que, sin lugar a dudas, aparecerá en el firmamento electoral a pocos días de las elecciones, tal como sucedió con Pedro Castillo (hoy, las condiciones para que surja un candidato antiestablishment son más fuertes que las que existían el 2021).

Tags:

Candidatos, elecciones 2026

Son dos los riesgos políticos que la democracia debe sortear este 2026 si quiere ser parte de un proceso de reconstrucción de la democracia y romper la espiral de deterioro a la que el Ejecutivo aliado al Congreso han conducido al país.

Uno primero, es el triunfo de un radical populista, sea de derecha o de izquierda, que decida hacer tabla rasa, en base a su probable popularidad, de lo poco que queda de institucionalidad democrática en el país. Otro segundo, es la aparición de un outsider aventurero, sin programa ni cuadros, que irrumpa a la hora nona en medio de la multitud de agrupaciones que tentarán suerte el 2026 (Castillo es la más cercana medida del desastre que podría avecinarse).

A los radicales populistas se les combate con política, con planes de gobierno eficaces y vendibles, con cuadros técnicos, con frentes sociales (ya que las coaliciones electorales no prosperarán, por lo visto). A los outsiders, haciendo política anticipada, desde ya, sin esperar a diciembre de este año para aparecer, imitando justamente a los referidos outsiders, como parecen pretender sinfín de candidatos que guardan perfil bajo en estos momentos.

Corresponde dar un golpe certero a la narrativa populista que ofrece soluciones fáciles a problemas complejos. Los ciudadanos, cansados de promesas vacías, claman por alternativas realistas, pero con una visión a largo plazo.

Un aspecto clave es el fortalecimiento de la institucionalidad. Los outsiders, con su discurso anti-establishment, ganan terreno precisamente porque la percepción de que las instituciones no funcionan es cada vez más fuerte. Si el Ejecutivo y el Congreso no maduran políticamente y no ponen de su parte, se abrirá espacio para que los populistas se presenten como salvadores.

Es urgente, además, trabajar sobre los problemas reales de la gente: la inseguridad, la pobreza, el desempleo. Combatir a los radicales populistas no es solo una cuestión de teoría política, sino de ofrecer soluciones concretas y cercanas a la gente. De nada sirve atacar a los outsiders si no se presenta una alternativa viable que, además, resuelva de manera efectiva las demandas populares.

Con un lenguaje claro y sencillo, libre de tecnicismos, conectando con un electorado que se siente desconectado, la política puede y debe recuperar su capacidad de entusiasmar, de motivar a la acción, pero sobre todo, de generar esperanza.Si no se hace así, estaremos condenados y el 2026 será el parteaguas democrático del país.

La del estribo: amante de las novelas históricas, leo con pasión y con culpa -por no haberlo hecho antes-, Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, bajo la inspiración estimulante del club del libro de Alonso Cueto. Muy recomendable para buenos momentos de solaz y de aprendizaje histórico.

Tags:

elecciones 2026, pie derecho, Sudaca, Sudaca Perú

A falta de respuesta de los partidos de la derecha para armar coaliciones partidarias que eviten la fragmentación suicida de este sector del espectro ideológico, un camino alternativo a recorrer es el de la constitución de coaliciones con gremios sociales y movimientos universitarios que a lo largo del país constituyen un tejido social vivo capaz de movilizar activos políticos muy superiores a los que los partidos pueden mover.

Solo en el mundo de la pequeña y microempresa hay cientos de gremios desperdigados por todo el territorio nacional, inclusive en el mundo agrario, y que son emprendedores identificados con un discurso proinversión, alejados de prédicas violentistas o antisistema. Lo mismo sucede con movimientos estudiantiles que ya existen y se movilizan activamente en favor de la inversión y la economía de mercado.

Ya desde la izquierda se están activando movimientos parecidos. Lucio Castro, secretario general del Sutep y precandidato presidencial del Partido de los Trabajadores y Emprendores, ha lanzado la idea de un frente social que agrupe a gremios sociales y organizaciones sindicales como una manera de aglutinar esfuerzos y constituir una opción más atractiva que la de los outsiders radicales que pululan en su segmento.

Es una propuesta interesante, disruptiva sin ser extremista, capaz de ser efectiva frente a los populismos autoritarios que germinan tanto en la izquierda como en la derecha, y que sería capaz de recuperar un espacio para fórmulas democráticas, pluralistas y moderadas.

Sería formidable para el Perú que en la elección del 2026, los antisistema, que abrevan del miedo o la irritación, le cedan el paso a alternativas pensadas seria y laboriosamente. Hay tiempo para que cuajen y el Perú cívico haría bien en atenderlas como corresponde, porque su fortaleza no estriba en la sorpresa, la novedad imprevista o la radicalidad demagógica.

Ha hecho bien el PPC en suspender la militancia y cancelar la precandidatura de Fernando Cillóniz luego de conocerse que el mencionado era director de las empresas vinculadas a Novonor, el nuevo nombre de la corrupta Odebrecht, en el controvertido proyecto Olmos.

Luego de ello, el propio Cillóniz, quien es un hombre honesto, renunció a seguir haciendo política ratificando que, según su criterio, la empresa se había reinventado y hoy funcionaba con criterios de gobernanza radicalmente distintos y supervisados.

El problema es que en política, y más ahora en el Perú plagado de corrupción que hoy vemos, donde pululan los medianos empresarios corruptos que han reemplazado a las brasileñas y al Club de la Construcción, es menester actuar con inmaculada pulcritud.

Eso se espera no solo del PPC sino de cualquier partido que quiera aspirar a gobernar el país del 2026 en adelante, que haga una purga radical de sus candidatos, que no haya en sus listas prontuariados, abusadores, violadores, denunciados por corrupción, etc. El país va a ver con buenos ojos un partido limpio de toda sospecha capaz de tomar decisiones radicales a la mínima suspicacia o mancha.

La derecha tiene varios desafíos. Ir en alianzas es fundamental, aunque la experiencia indica que la fortuna electoral no le ha solido sonreír a pactos de ese tipo (que yo recuerde solo el APRA-SODE funcionó en 1985). Segundo, establecer un plan de gobierno detallado en aspectos claves, como el de la inseguridad ciudadana. Y tercero, presentar listas impolutas.

Esos tres requisitos son esenciales si se quiere aspirar en serio a competir contra los extremos populistas que desde la izquierda y la derecha quieren cosechar de la desazón ciudadana. Hay espacio para opciones moderadas, democráticas y pluralistas, pero tienen que hacer una tarea especial que los antisistema no están obligados a cumplir porque cosechan de territorios ciudadanosa los que esos aspectos no les interesan.

Tags:

pie derecho, PPC, Sudaca

Si algo faltaba para que cuaje el ánimo antiempresarial disruptivo en las elecciones del 2026, lo ha logrado la tragedia del Real Plaza de Trujillo, más aún bajo la consideración de que los centros comerciales en el Perú han reemplazado en el imaginario popular a las plazas de armas, son los centros públicos por excelencia de la vida cívica.

La tragedia del Real Plaza de Trujillo, que ha estremecido al país, puede ser interpretado no solo como una dolorosa cifra de víctimas, sino como un claro síntoma de la decadencia estructural que arrastra a la sociedad peruana. En su trágica magnitud, el colapso de la infraestructura del centro comercial no fue un evento aislado, y se va leer como el reflejo de la inoperancia de un sistema que ha puesto en manos de unos pocos, con intereses particulares, las riendas de una nación sumida en la corrupción, el descuido y la desidia. No es casualidad que, tras esta desgracia, resurjan voces disidentes, de aquellos que se identifican con el malestar popular, con los que no creen ni en el sistema ni en la clase política tradicional.

Lo que estamos presenciando, aunque parezca un fenómeno nuevo, es una manifestación recurrente de una sociedad que, ante la parálisis del Estado, se ve forzada a abrazar el descontento. Así, el accidente ha hecho saltar los cimientos de un sistema que se tambalea y va a empujar a los márgenes a sectores que ven en el caos y la protesta la única vía posible para la reconstrucción de una realidad mejor, aunque parezca utópico.

En este escenario, los candidatos antisistema se presentan como la alternativa que, en su exasperación, halla en el discurso populista y radical una respuesta al clamor de las masas, esas que hastiadas de promesas incumplidas, ven en ellos el último refugio ante el colapso.

Por ello, las elecciones del 2026 no solo serán el escenario de una confrontación política tradicional, sino también la oportunidad para que las ideologías radicales, nutridas por la rabia y el desencanto, den un paso más en su consolidación. No es de extrañar que el desastre de Trujillo se convierta en el caldo de cultivo para el ascenso de aquellos que se alimentan de la frustración popular, ofreciendo, tal vez, soluciones tan efímeras como el propio sistema que pretenden reemplazar.

Tags:

centro comercial Trujillo, Tragedia Trujillo
x