Pie Derecho

Resulta difícil pensar que Donald Trump vaya a tener un efecto derechizador en la región. A diferencia de Milei, cuyos éxitos macroeconómicos pueden influir positivamente en las huestes liberales del continente -junto con Bukele, por distintas razones, son los grandes referentes locales-, lo de Trump más bien va a generar aversión, por la arbitrariedad y prepotencia de sus acciones.

Trump, hasta el momento, no pasa de decisiones farandulescas, hechas para la tribuna, que buscan impacto mediático y bulla civil, pero no representan una mejora tangible de la marcha de su país. Por el contrario, la guerra comercial que pretende iniciar solo va a conllevarle perjuicios. Si sigue adelante con ella, va a afectar la economía norteamericana y la global.

La ultraderecha sí está fascinada por sus maneras y por sus políticas premodernas, antiinclusión o antipolíticas de género, pero acabado el fuego artificial no va a quedar nada. Y ese tipo de políticas no tienen impacto alguno en una región asolada por problemas más estructurales o de base.

Al peruano de a pie le importa un carajo que USAID destinara fondos para un cómic transgénero. La irritación con el statu quo boluartista o el miedo por la inseguridad ciudadana dominan su mente y solo aquello que toque esos problemas moverá la aguja de sus simpatías.

Trump, en ese sentido, aporta poco o nada. Por el contrario, su conducta autoritaria, sin efectos prácticos en las materias señaladas, constituirá un factor de disturbio proclive a posturas más bien izquierdistas antes que derechistas. El renacimiento de la República Imperial, con el garrote en mano, es combustible para los discursos antisistema que ya parten con ventaja por el profundo descrédito del statu quo que nos rige.

Trump va a opacar a Milei y a Bukele, es una máquina de generar titulares, gobierna para eso. Le importa más la forma que el fondo y solo busca alborotar el cotarro con anuncios grandilocuentes que disimulen la desgracia de sus políticas proteccionistas.

Algunos despistados creen que el fujimorismo va a diluirse por su apoyo al régimen de Dina Boluarte y que, en consecuencia, que aparezca con 12% liderando la intención de voto, es una ilusión pronta a desvanecerse apenas comience la campaña.

El bolsón de votos fujimoristas es sólido como una roca. Ha sobrevivido a los vladivideos, a la carcelería de Keiko, a los ataques de la prensa. No hay nada que haga pensar que su cercanía al oficialismo la vaya a afectar sobremanera. En el peor de los casos, le coloca un techo de crecimiento que podría costarle la elección, eso sí.

Recordemos que en la campaña del 2021, Keiko empezó recién salida de la cárcel, con todo el estigma que ello conlleva, estaba peleada con su progenitor y su hermano Kenji, había jugado un papel deleznable en el Congreso obstruyendo tozudamente al régimen de PPK. A pesar de ello, apeló al voto duro fujimorista y logró pasar a la segunda vuelta. Hoy parte en una posición infinitamente más ventajosa, con su proceso cayéndose a pedazos, reconciliada con su familia y con el único pasivo de su gestión parlamentaria aconchabada con Palacio.

Cuando desde esta columna se recomienda a la centroderecha hacer de ella un blanco de ataques, no es porque pensemos que ello le pueda quitar votos sino porque reperfila a un sector ideológico históricamente dominado por el fujimorismo que ya es hora empiece a distinguirse y a cosechar sus propios bonos de esa postura antifujimorista.

El fujimorismo será un hueso duro de roer y se equivocan de cabo a rabo quienes subestiman su poder de supervivencia. Hoy Keiko tiene la primera opción de pasar a la segunda vuelta. Para impedirlo, la derecha radical o la centroderecha tienen que obtener 12% o más y así meterse en el partidor final. Ponderábamos la correcta estrategia de López Aliaga de tomar distancia de Keiko y creemos que deberían seguirlo en el empeño el resto de fuerzas políticas de centroderecha que parecen creer que el único enemigo a derrotar es la izquierda.

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Fujimorismo, Fujimorista

A algunos ha sorprendido negativamente un reciente video del alcalde limeño Rafael López Aliaga arremetiendo contra Keiko Fujimori, acusándola de connivencia con Odebrecht y de haber recibido dinero sucio de la corrupción para solventar sus estudios. Le faltó mencionar el papel de comparsa que el fujimorismo mantiene con el gobierno de Dina Boluarte y completaba el cuadro.

Hace bien el pre candidato presidencial López Aliaga en tomar distancia crítica del fujimorismo. La situación expectante de Keiko Fujimori en las últimas encuestas amerita que se busque revertir e impedir que nuevamente pase a la segunda vuelta.

El fujimorismo ha involucionado, deviniendo en una agrupación mercantilista, autoritaria y conservadora. Y carente, por completo, de olfato político (de otro modo, no se explicaría su desembozado apoyo al nefasto e impopular régimen de Dina Boluarte). Con esos antecedentes, si logra pasar a la segunda vuelta la va a perder de todas maneras.

La derecha, en general, tendría que tener claro que sus rivales a vencer en el 2026 no son solamente las izquierdas radicales sino también el fujimorismo. Y la centroderecha debería agregar a la derecha conservadora (entre ellos, el más dinámico y activo, Rafael López Aliaga).

No está interesado, sin embargo, al parecer, la centroderecha en hacer política y espera a diciembre, seguramente, para recién empezar a hacerlo. Salvo esporádicas intervenciones mediáticas de líderes como Rafael Belaunde o Carlos Anderson, el resto anda en otra cosa, seguramente importante (planes de gobierno, conformación de equipos técnicos, etc.), pero que políticamente no reditúan nada y ello ya es necesario que ocurra.

El antifujimorismo es una bandera que no se le puede dejar exclusivamente a la izquierda. La derecha -y hace bien por ello, López Aliaga- tiene que tener en claro que es un paso necesario para recolocarse en las preferencias electorales y aspirar a superar a Keiko Fujimori en las encuestas y poder derrotarla.

Si la intención de la presidenta Boluarte era refrescar el gabinete para lograr algún oxígeno político, ha fracasado por todo lo alto. Los cambios son cosméticos e, inclusive, salvo el de Demartini, insulsos, aunque en algunos casos, como el de Arista, plenamente justificados.

Mientras continúen Adrianzén, Arana, Santiváñezy Quero, ese gabinete es el mismo de siempre, uno que no es capaz de articular alguna política pública decente y que ni siquiera le sirve a la presidenta de parachoques institucional que la proteja de las crisis recurrentes en las que su gobierno recae.

El gobierno no ha cambiado y no quiere cambiar. Una presidenta de mirada corta no podrá lograr, queda claro, un gabinete de mirada larga. Seguiremos atrapados en los mismos problemas, básicamente los de la inseguridad ciudadana y la creciente corrupción, sin que desde el gobierno se haga algo significativo para resolver ambos.

Como pronóstico inevitable, la crisis política se mantendrá incólume y la inversión privada, sensible a ella, no se acrecentará en la medida de lo necesario, para crecer a tasas por encima del 5%, como es posible y deseable, a pesar del buen talante del entrante ministro Salardi, quien viene de hacer una excelente gestión en Proinversión.

Una lección mínima de política básica es que si un gobierno quiere tomar una bocanada de oxígeno, debe cambiar su rostro notoriamente. Eso no lo ha logrado, ni de cerca, la presidenta, y todo parece más bien un pretexto para deshacerse de un ministro como Demartini, a quien el sector que corta el jamón en el gobierno, ya le había puesto la puntería, como revelaron algunos audios escandalosos propalados durante la semana,

La del estribo: teatro de primer nivel se verá esta semana en Teatro La Plaza, con la puesta en escena de Encuentros breves con hombres repulsivos, del gran director Daniel Veronese, inspirada en la obra de David Foster Wallace. Es una coproducción de Teatro Timbre 4 -una de las mejores compañías teatrales de Argentina-, y Teatro a Mil, y solo tendrá dos funciones: lunes 3 y martes 4 de febrero. A no perdérsela. Entradas en Joinnus.

 

(Entrevista publicada en Tendencias Atik Edición 2)

1.- ¿Qué representa para el Perú el nuevo gobierno de Trump?

Un riesgo y una posibilidad. Un riesgo porque Trump es proteccionista y puede afectar el libre comercio que existe entre ambas naciones desde hace cerca de dos décadas. Si establece una política de aranceles mayores a las exportaciones peruanas nos afectaría sobremanera. Y una posibilidad porque si el Perú sale del radar proteccionista de Washington y son otros los países afectados, ello supondría una ventaja competitiva para los productos peruanos. Hay que hilar muy fino para evitar una represalia comercial contra nuestro país, con un gobernante autoritario y caprichoso.

2.- ¿Significa la lucha por un nuevo orden mundial entre China, Rusia y EEUU?

De hecho, es una disputa que ya se viene dando desde hace décadas, con Estados Unidos perdiendo el liderazgo hegemónico que exhibía. Gran parte de su “desgracia” es haber perdido el norte respecto de la búsqueda de la afirmación del capitalismo democrático, la única dupla económica y política capaz de generar desarrollo.

3. ¿Las relaciones con EEUU pueden verse afectadas por el aumento de presencia económica china en el país?

Ya la Casa Blanca ha lanzado una advertencia sobre las inversiones chinas en el megapuerto de Chancay. El Perú va a tener que emplear todas las artes diplomáticas de Torre Tagle para que la evidente presencia masiva de inversiones chinas en el país -que nos son muy necesarias- no vaya a provocar una reacción destemplada del gobierno de Trump.

4.- ¿Quién cree que llegue a tener más presencia económica durante los siguientes años entre China y USA?

Estados Unidos están aún lejos de China en términos de potencia económica, pero la velocidad de crecimiento de China hace pensar que en algunas décadas, aún, podría alcanzar y superar a los Estados Unidos como eje central de la economía mundial. A pesar de ser una dictadura, en China se gozan de mayores libertades económicas que en los Estados Unidos y eso explica su rápida expansión.

El estado psicológico ideal de un votante que se acerca a las urnas es de optimismo y entusiasmo por la fiesta democrática que supone una elección de nuevas autoridades. Sin mayores otras preocupaciones, se acerca a definir quién manejará las riendas del país y su voto, en esa medida, se acerca mucho a ser un voto racional.Es el votante que analiza los planes de gobierno, compara propuestas, evalúa cualidades morales e intelectuales de los candidatos, sopesa los beneficios que para el país conllevaría esa elección, etc.

Tal cosa, sin embargo, es un espejismo ya que son las emociones las que juegan un rol determinante en todo proceso electoral cargado de tensiones, conflictos y afectos cruzados. La psicología del voto ha estudiado mucho el fenómeno y concluye que la razón no es el factor crucial a la hora de decidir en las urnas, aunque queda claro que igual hay un logos detrás de todo voto, hay razonesaunque no haya lógica racional.

En el Perú que se asoma a las ánforas el 2026 son dos los factores que van a jugar un papel determinante. Uno primero, de un peso mayor, es el de la irritación generalizada con el statu quo, en un paquete que incluye la inseguridad, la corrupción, el hartazgo de las trapacerías del Congreso, el descontento con las autoridades locales, el fastidio por la situación económica, etc. Es el voto antiestablishment que buscará al candidato que mejor represente esa pateada del tablero que en su fuero íntimo ansían. Era Antauro Humala el que mejor representaba ese estado de ánimo. Vamos ver quién lo sustituye en ese puesto.

Uno segundo es el del miedo. La inseguridad ciudadana se ha desbordado y afecta ya directamente a millones de peruanos, víctimas de asaltos, extorsiones y amenazas a la vida. La gente está con miedo y buscará un candidato a lo Bukele, que sin importar el Estado de Derecho haga lo necesario para conseguir la paz social. Es el miedo profundo el que movilizará a este votante que buscará el candidato que mejor exprese mano dura y cojones para enfrentar el problema, sin importar si racionalmente sus métodos lograrán su cometido.

Así, entre la irritación y el miedo se va definir quién gobernará este atribulado país, del 2026 en adelante.

Se le anularon las posibilidades de postular a la presidencia de la república al anularse la conformación de su partido y no tener ya chance de inscribirse en otro que le permita la candidatura, pero, sin duda, Antauro Humala buscará postular al Senado o a Diputados, por medio de alguna invitación de alguna otra agrupación.

Mantendrá su arrastre, así que habrá que esperar a que coloque una buena bancada congresal. La pregunta es si ese arrastre se trasladará al candidato presidencial que lo lleve. ¿Antauro Humala será la María Corina Machado del candidato que lo incorpore en sus filas congresales? Si así fuera, le habríamos hecho un gran favor sacándolo de carrera porque encima jugará la carta de la victimización, tan fructífera en el Perú.

Se ve difícil, sin embargo, que ello funcione. Antauro tendría que adherirse a un candidato de similares características, un ultraradical en lo político y económico y que, además, contenga la propuesta bukeliana que tanto arraigo le otorgaba al líder etnocacerista. Nadie en la izquierda recoge ese mensaje. Por el contrario, les repele la fórmula del gobernante salvadoreño, por considerarla derechista y autoritaria.

No se ve en el horizonte a nadie que se acerque al pensamiento Antauro como para que se produzca un fenómeno similar de endose como el ocurrido en Venezuela entre María Corina Machado, la pugnaz lideresa opositora, y Edmundo Gonzáles, el presidente electo. Antauro será una locomotora de congresistas, más no así de votos presidenciales ajenos.

Nada asegura tampoco que su jale congresal termine por insertar en el futuro Parlamento a una horda de furiosos etnocaceristas, capaces de desestabilizar el funcionamiento de ese poder del Estado. Él va a concentrar la votación, dejando el terreno libre para que, gracias al voto preferencial, su casa matriz termine por colocar a sus cuadros en lugar de los antauristas.

Jugará un papel protagónico en las próximas elecciones así no sea como candidato presidencial, pero su rol será bastante mediatizado por el sistema electoral mismo. No se le ve llevando de la mano a la segunda vuelta al partido ni al candidato presidencial que lo lleve en sus filas, por más que, de hecho, le vaya a sumar votos  

 

Hay una estrecha vinculación entre el tema de la inseguridad ciudadana y el éxito de la derecha más extrema en el país. No es casualidad que, según ha señalado la última encuesta de Ipsos, sean Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga, Carlos Álvarez y Phillip Butters los que descollen, siendo los portavoces de la mano dura.

La última encuesta del IEP trae datos relevantes al respecto. Un 78% considera que la seguridad ciudadana está peor que hace un año; un 20% ha sido víctima de extorsión, es decir millones de peruanos; y el dato más relevante: un 55% estaría dispuesto a apoyar a un líder que acabe con la delincuencia, aunque sea sin respetar los derechos de las personas.

Ello va de la mano con la encuesta de autoidentificación ideológica que arroja resultados favorables a la derecha, en especial para su polo más extremo: 29% se identifica de izquierda, 33% de centro y 38% de derecha. La vocación antiestablishment, producto del hartazgo del statu quo, favorable a la izquierda, encuentra compensación en el tema de la inseguridad ciudadana.

Ello va a crecer con la ausencia de Antauro Humala, ya fuera de la contienda electoral, y quien astutamente centraba su campaña en venderse como el Bukele peruano, compitiendo con una narrativa más propicia para la derecha.

La salida de Antauro Humala cambia el proscenio electoral peruano. La izquierda radical pierde a su cuadro más fuerte. Seguramente se producirá un endose hacia candidatos como Aníbal Torres o Guido Bellido, pero ninguno de los dos tiene identificación con el tema de la lucha contra la inseguridad, el principal problema nacional según todas las encuestas.

El tema, además, está siendo monopolizado por la derecha más radical. La centroderecha, ahuevada, no reacciona, no dice nada al respecto, pierde el tiempo en preparar planes de gobierno sin exponerlos ya a la ciudadanía, en especial sobre este tema de la lucha contra la delincuencia.

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La última encuesta de Ipsos publicada en Perú 21, anticipa lo que va pasar con la centroderecha si no hace esfuerzos extraordinarios de aglutinamiento. Serán pigmeos electorales que sucumbirán a la mayor fuerza del fujimorismo, la izquierda y la derecha radicales.

En la encuesta de marras, aparecen De Soto con 3%, Carla García con 2%, George Forsyth con 2%, César Acuña con 2%, Alfredo Barnechea con 2%, Fernando Olivera con 2% y Rafael Belaunde con 2%. Y la lista sigue con una pléyade de candidatos con 1% que ya no son mencionados en la medición.

El fujimorismo tiene un bolsón electoral fijo de 12 o 13%; la izquierda radical deberá alcanzar otro tanto, y la derecha radical lo propio (López Aliaga será, al parecer, el candidato que despunte en el sector, aunque por allí aparece expectaticio, Carlos Álvarez y de alguna manera Phillip Butters).

Entre esos tres sectores estará definida la contienda electoral, si la centroderecha no hace su tarea principal: unirse en conglomerados partidarios que potencien sus virtudes. Por el momento, no hay, al parecer, intención alguna de emprender semejante tarea y cada uno apuesta por ir solo, a la expectativa de que la ruleta de la fortuna electoral que funciona en el Perú los termine por beneficiar faltando una o dos semanas para el proceso en las urnas.

Si a ello le sumamos la posibilidad de que alguien como Jean Ferrari, quien está inscrito en un partido, el administrador exitoso del club más popular del Perú, se lance a la arena electoral, la suerte de la centroderecha está echada. Hay que agregarle, adicionalmente, que ninguno de sus candidatos es precisamente un dechado de virtudes políticas: elocuencia, carisma, carácter disruptivo, etc.

No basta con emprender un trabajo interno concienzudo de preparación de planes de gobierno. Es importante, pero no decisivo, menos en un país donde la gente no vota por programas sino por liderazgos (aunque en esta encuesta el 22% señala que se fijarán en propuestas y políticas de gobierno, apenas superado por un punto por aspectos personales del candidato).

Tampoco basta con recorrer el país de cabo a rabo, tarea que algunos ya están emprendiendo con gran ahínco. Eso es relevante, la izquierda ya lo está haciendo, pero la única manera de marcar una diferencia pasará por armar alianzas o pactos diversos que eliminen la fragmentación y aglutinen activos políticos ya presentes en cada uno de ellos.

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