Así como el Congreso tiene pocas tareas por delante a las que debe abocarse con sentido de prioridad (reformas políticas y electorales, dos o tres a lo sumo), el Ejecutivo también tiene poco espacio en la cancha para pretender ejecutar un plan de gobierno íntegro. Boluarte haría bien en acotar su mandato a dos o tres tareas centrales, más allá, obviamente, de las políticas públicas que corresponden a cada ministerio, que deben seguir su lógica normal (por ejemplo, las que corresponden a la tríada de ministros que debe poner coto al golpe antiminero que afecta el corredor del sur).
Un año y medio en el poder –que es el tiempo que le tocará estar a Boluarte en el cargo- es suficiente para transformar la debacle heredada y la ingobernabilidad recibida como lastre, en un gobierno viable y relativamente normalizado. Es cuestión de priorizar, descartar lo imposible o excesivo y ser plenamente consciente de que la transitoriedad de su gobierno la obliga a ello.