Pie Derecho

No debiera tranquilizar a nadie que hayan sacado de la carrera electoral a Antauro Humala. Es verdad que su presencia protagónica -ya aparecía segundo en la reciente encuesta de Ipsos respecto de preferencias electorales- y sus desvaríos hacían temblar a cualquiera y en esa medida resulta saludable que la democracia se proteja (ojalá la Corte Suprema o el Tribunal Constitucional no reviertan la inicial decisión judicial), pero lo que la centroderecha debe entender es que los candidatos disruptivos radicales van a aparecer de todas maneras.

Si no es Antauro será otro y por ello nadie debería confiarse y cejar en el empeño de construir una candidatura sólida y potente en dicho sector del espectro ideológico. Hay que saber, además, si el Congreso amplía el plazo ya vencido para registrarse en un partido y postular. En ese escenario, Antauro podría hacerlo y moderar su discurso estratégicamente. Es un tema aún por definirse plenamente.

El grado de irritación popular, que se arrastra desde la pandemia y la escandalosa inacción gubernativa y estatal para atender las demandas de los más pobres, que se acentúa con la brutal represión tras la caída de Pedro Castillo -entre diciembre del 2022 y enero del 2023- y que ahora alcanza su cúspide por la mediocridad absoluta del gobierno de Dina Boluarte, producirá que la narrativa radical de algún candidato prenda rápidamente, peor aún cuando se asocia a la centroderecha con el régimen y solo unos pocos líderes de ella toman debida distancia del establishment.

Si Antauro finalmente no postula, hay dos candidatos que se asoman como receptores de la alta intención de voto que Antauro ya tenía (8% según Ipsos): Guido Bellido y Aníbal Torres, ambos tan o más radicales que el líder etnocacerista, y cuyo discurso fácilmente tendría empatía con la cólera ciudadana vigente, la misma que ya ha empezado a manifestarse con paros y protestas, como no ocurría hace meses.

Que el susto no se pase, pues lo peor que podría ocurrir es que lleguemos a abril del 2026 con más de treinta candidaturas de centroderecha (en general, ya hay 37 partidos inscritos y 31 en proceso). Le dejarían la mesa servida a los radicales antisistema, sean Antauro, los mencionados o cualquiera que surja en el horizonte final del proceso electoral (como sucedió con Pedro Castillo).

Hay tres pensadores peruanos cuya originalidad les ha generado crédito internacional más allá de las provincianas fronteras peruanas: Aníbal Quijano, Hernando de Soto y el tercero, Gustavo Gutiérrez, con su Teología de la Liberación.

No soy católico y por eso me importa poco el debate interno que genera pero de lo mucho que he leído sobre catolicismo y por la formación jesuítica recibida, me queda claro que la iglesia debía estar claramente más cerca de los pobres que de los salones de los ricos a los que gusta frecuentar órdenes como el Opus Dei y el Sodalicio (que, esperamos, pronto sea disuelto).

Gutiérrez vinculó la teología católica al marxismo y eso generó las iras del clero conservador. Me sorprende de verdad el espanto que produce en la derecha el marxismo. Una cosa es el comunismo y la aplicación política del marxismo anquilosado y otra cosa es el colosal cuerpo ideológico dejado por Carlos Marx que aún hoy es valioso y útil para entender fenómenos diversos (como la historia del arte, por ejemplo).

Fomentó la lucha de clases, grita la derecha. Eso no se fomenta. Existe simplemente. Es un hecho de la realidad. Y Gutiérrez la incluyó en su arsenal doctrinario vinculándola a la pastoral católica nacida de los propios evangelios.

Soy de derecha liberal y me repele el acercamiento del pensamiento cristiano a la política, pero me queda claro que si fuera católico, me sentiría compelido a ser más de izquierda. El mensaje cristiano no es de derechas y lo que hizo Gutiérrez fue resaltarlo rompiendo una tradición reaccionaria del pensamiento católico.

Su figura ejemplar, su inmensidad intelectual, su sencillez vital, lo convierten en un peruano universal al que hay que rendir homenaje por más discrepancias que uno albergue con su pensamiento. Tuve ocasión de conocerlo y una vez conversar largo con él. Enormemente dispuesto a escuchar y dotado de un sentido de tolerancia que ya quisieran muchos soberbios intelectuales tener, su personalidad merece también justa y ejemplar recordación.

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Gustavo Gutierrez, Teología de la liberación

En reciente entrevista a la cadena Telemadrid en España, la lideresa de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, ha declarado que aún no decide si postula o no a la presidencia de la República.

Por el bien del Perú, no debería postular ni ella ni nadie en su reemplazo por Fuerza Popular, un partido político que se ha constituido en una rémora para la construcción de un Estado moderno, democrático y liberal.

Es de verdad una lástima que el encomiable esfuerzo de construir un partido se haya ido por la borda al conducirlo a la deriva autoritaria, mercantilista y conservadora, a la que Keiko Fujimori lo ha conducido.

Pudo ser -por ello el lamento- un partido liberal popular, con gran arraigo social en los estratos bajos, cosa que es un activo enorme para un partido de derecha, pero los gruesos errores políticos de su lideresa han aniquilado esa perspectiva.

La tremenda irresponsabilidad mostrada en el sabotaje al gobierno de Kuczynski, peor aún cuando se le habían abierto las puertas para firmar una alianza gubernativa, ya de por sí mostraba la entraña pueril del liderazgo keikista. Pero la actuación que está teniendo ahora la bancada de Fuerza Popular en el Congreso, sirviendo de sostén político de un régimen desprestigiado, mediocre, insolvente e incompetente como el de Dina Boluarte, nos revela que el error del 2016 no fue casual sino que el radar político de Keiko Fujimori está seriamente averiado.

Su abstención en las elecciones del 2026 podría permitir que algún partido o alianza de centroderecha coseche un caudal de votos que le permita pasar a la segunda vuelta (ojo que no viene en automático la cosa, que la matriz de transferencia del voto keikista es variopinta y va hasta a la izquierda) y nos evitaría el trance de tener que elegir entre un Antauro o similar y Keiko Fujimori.

Ya eso solo le otorga la valía suficiente a la abstención de Keiko de postular el 2026, quienpodría dedicarse ya con tiempo y tranquilidad a otros menesteres, que la política definitivamente no es lo suyo.

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Keiko Fuimori

La percepción que transmitió la presidenta Boluarte en su reaparición ante los medios de prensa, fue la de una persona soberbia, altanera, sobradora y, sobre todo, evasora de la verdad.

Boluarte, ese es el principal resumen de lo acontecido, no es consciente de la enorme responsabilidad que conlleva conducir las riendas de un país al borde de la ingobernabilidad por culpa del desborde delincuencial.

Para ella, su altísima desaprobación es producto de la mala prensa que tiene, que solo la critica y cuestiona en lugar de ensalzar los sonoros triunfos (¿?) que ha logrado.

El problema político que se desprende de este perfil psicológico de la primera mandataria, es que la lleva a ser refractaria al cambio y, por el contrario, a reafirmarse en lo que viene haciendo, creyendo que está bien hecho. En otras palabras, nada o casi nada va cambiar de acá a julio del 2026, si dura hasta entonces el régimen.

Boluarte se precia del crecimiento económico, cuando no es ese un logro suyo, sino de la resiliencia del inversor privado, producto de la estabilidad macroeconómica que el BCR ha logrado asentar a pesar de la crisis política.

En materia de seguridad ciudadana resalta avances que nadie de la población percibe (hoy justamente hay un paro de transportistas por este hecho) y, más bien, hizo gala de una gran xenofobia hacia los venezolanos, creyendo quizás que eso le da a dar algún rédito político, cuando todos los expertos coinciden en que la naturaleza del problema de la delincuencia no nace ni se asienta en la migración masiva de compatriotas venezolanos.

El problema es que no tenemos gobierno, sino solo uno de utilería, tan débil que depende de su alianza con un Congreso que también muestra tasas de desaprobación superiores al 90%.

Deberíamos crecer a 5 o 6%, no lo vamos a hacer. Debería haber un comando unificado contra la delincuencia encabezado por la presidenta, no lo va a haber, porque a Boluarte le importa poco resolver ese problema. Debería haber una lucha frontal contra la corrupción de los gobiernos regionales y municipales, no la va a haber porque Dina Boluarte les regala el dinero a cambio de su apoyo sin que le interese el destino de las generosas partidas presupuestales que dispone. En suma, estamos fregados hasta que venga un nuevo gobierno que ojalá no nos lleve a un disparadero mayor.

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gobierno de boluarte

Puede discutirse el periodo de la sanción penal impuesta a Alejandro Toledo, pero que la sentencia final es histórica y marca un hito judicial significativo es indudable.

Los delitos están comprobados, el expresidente recibió sobornos para facilitarle la entrega de una concesión a Odebrecht, lo hizo apenas ingresado al poder, o sea que ni siquiera tiene el atenuante de que el dinero que desfila usualmente por los pasillos palaciegos terminó por envilecerlo. Toledo empezó su gobierno robando.

Y debería servirnos, además, de lección política, respecto de los falsos moralizadores, aquellos que como Toledo supuestamente irrumpía virilmente contra la marmaja corrupta del fujimontesinismo, pero que a la postre terminó siendo igual o peor de corrupto.

Es el primer exmandatario sentenciado por el caso Lava Jato y seguramente vendrán más, y por ello asume el rol significativo que le adjudicamos. Es un triunfo de la justicia, nos guste o no que su protagonista haya sido un fiscal politizado y altamente cuestionado, que ya no debería seguir en el cargo que ocupa.

Se espera lo mismo con Martín Vizcarra, Susana Villarán, quizás Ollanta Humala (su caso no es tan claro), Keiko Fujimori no está comprendida en el mismo saco y, por el contrario, con ella se viene cometiendo una tremenda injusticia.

No creemos lamentablemente que esta sentencia sea disuasoria de casos futuros. Ya vimos cómo la trama judicial que llevó presos a decenas por la corrupción de la década fujimorista, fue sucedida por gobernantes corruptos por el caso Lava Jato. Y ya vimos también cómo ni siquiera eso inhibió a un gobernante como Pedro Castillo a resistir la tentación de meterle uña al erario nacional, sin ningún rubor y con absoluto descaro.

Pero sin importar ello, es ejemplar para el país que se haga justicia y que la ciudadanía vea que se castiga a los gobernantes corruptos. Es una lección democrática de primer orden y constituye, sin duda, un desfogue a la indignación popular por el grave problema de la corrupción generalizada en el país. Tarde o temprano, la mano de la justicia podrá llegar a sancionar al pillo.

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sentencia de Toledo

Se suspendió la huelga nacional indefinida que desde hoy iba a realizar el Sutep, paralizando toda la actividad escolar del país y colocando al gobierno en un disparadero político de imprevisibles consecuencias.

Hay que felicitarse de lo ocurrido. La flexibilidad del gobierno y el lúcido pragmatismo de la dirigencia del Sutep, acordaron avalar los justos reclamos del magisterio en su inmensa mayoría, por lo cual se decidió la suspensión de la medida de lucha.

Lucio Castro, secretario general del Sutep, ha demostrado capacidad para reflotar un gremio sindical venido a menos, desbordado por los radicales del senderismo reciclado, y esta vez ha logrado un triunfo resonante que lo fortalecerá.

Castro es precandidato presidencial del partido de los trabajadores y emprendedores y esta victoria sindical, sin duda lo catapulta a niveles políticos de primer orden. La sapiencia con la que ha sabido manejar el conflicto y la mesura firme de sus decisiones ha llevado a buen puerto lo que amenazaba con convertirse en un parteaguas político para un régimen absolutamente débil como el de Dina Boluarte.

Es hora de que la izquierda renueve sus liderazgos y los reemplace por apuestas democráticas. La de Lucio Castro se inscribe en ese talante y lo ha demostrado con creces con la inteligente manera en que ha conducido las jornadas de protesta que galvanizaron al magisterio nacional de una manera que no se veía hace años.

Hay que estar vigilante, por supuesto, respecto de que el gobierno cumpla su palabra y no termine por tirar por la borda el feliz acuerdo. La dirigencia nacional del Sutep es la primera que debe exigirlo, a cuenta de una vuelta al conflicto que a nadie beneficia y que felizmente se ha interrumpido momentáneamente a la espera de que el régimen no incumpla lo acordado.

Al final del día, una buena noticia, pragmatismo puesto a prueba, flexibilidad de ambas partes y renovados liderazgos, es el balance de lo sucedido.

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lucio castro, Sutep, tafur

La intención de voto por Keiko Fujimori no se debe a ella, se debe a su padre y la buena imagen mayoritaria que ha dejado en la población. Pero la lideresa de Fuerza Popular no ha hecho mérito alguno para encabezar las encuestas y, por el contrario, ya constituye causa nacional impedir que vuelva a pasar a la segunda vuelta.

Por lo pronto, si algo bueno ha tenido su complicidad gubernativa con el régimen de Dina Boluarte es que ya podemos anticipar cómo sería un gobierno del keikismo: una sumatoria de mercantilismo, autoritarismo y conservadurismo. Yendo a contrapelo de la herencia paterna, Keiko Fujimori ha destruido el fujimorismo original convirtiéndolo en un remedo pueril.

De liberal ni un pelo: lo suyo es mercantilismo puro, crudo, descarado. Normas y leyes hechas para favorecer a grupos de poder, como las AFP, a cambio del apoyo recibido en su financiamiento electoral. Y lo mismo sucedería con todos los que se acercaron a apoyarla económicamente en sus campañas.

Autoritarismo a carta cabal. Normas que pretenden socavar el Estado de Derecho y romper la separación de poderes, leyes para cooptar los organismos electorales, reformas que destruyen la vigencia de democráticos movimientos regionales. En este sentido, sí ha respetado la herencia de su progenitor.

Conservadora hasta la patología. Ha destruido la reforma universitaria y educativa, porque la considera liberal o caviar, entendiendo por ello, que se han admitido criterios básicos de actualidad como las políticas de género.

Un gobierno de Keiko Fujimori sería como el de Dina Boluarte, con alguna mejoría leve en cuadros tecnocráticos. Y, claro está, no es precisamente eso lo que el Perú necesita en estos momentos para salir de la profunda crisis en la que se halla.

 

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Fuerza Popular, Keiko

Ya nada que haga la presidenta Boluarte -considerando sus tremendas limitaciones- la hará remontar los altísimos índices de desaprobación que exhibe de modo creciente. Datum le otorga 92% de desaprobación y apenas 5% de aprobación (de 20 personas solo la aprueba una) e Ipsos le da 92% de desaprobación (igual que Datum), pero apenas 4% de aprobación (cae de 6 a 4%, un tercio menos en un mes).

La presidenta se desgañita diciendo que hay una suerte de terrorismo mediático que la golpea y que esa es la causa de sus cifras desaprobatorias. Es verdad que la mayoría de medios no le tiene simpatía alguna, pero está probado también que ya la prensa no influye en la sociedad como antes. Las causas de su situación son otras.

No hay una sola política pública que se precie de serlo a carta cabal, no hay una sola entidad estatalque haya mejorado desde que asumió el poder, no hay casi ministerio respetable, no hay obra pública relevante (se tiene que colgar de la inversión privada, como Chancay o el aeropuerto), no hay perdón sincero y reparación judicial por la enorme cantidad de muertos con laque estrenó su gobierno (al contrario, algunos ministros y el Premier siguen hablando de terrorismo subversivo detrás de la algarada).

A ello se suma la sumatoria de escándalos (Rólex, Cerrón, patinazos verbales recurrentes), que contribuyen a desdibujar la investidura presidencial, no haciéndola respetable.

Lo peor es que nada de eso va a cambiar, si no es para peor. Normalmente, en una situación de crisis semejante (agravada ahora con el resurgimiento de la protesta social en varios frentes), uno acude a cambios ministeriales radicales para refrescar el ambiente, pero ya se anticipa que -como ocurrió con el último- seríapara peor y no para mejorar.

Y que no se haga la desentendida de este desastre la izquierda, porque si tenemos a Dina Boluarte sentada en Palacio es porque ganó Pedro Castillo con el apoyo de toda la izquierda, inclusive la moderada. Lo único que cabe agradecer es que interrumpió el itinerario estatista y golpista de Castillo, pero fuera de ello Boluarte no tiene mérito que exhibir y las encuestas son el fiel reflejo de semejante estado de cosas.

La próxima semana, a partir del 21 de octubre, empieza la huelga general indefinida del Sutep, que, sin proponérselo, puede ser el catalizador que integre las protestas y paros que han empezado con los transportistas y que amenazan con escalar.

La protesta social alcanza niveles de intensidad política, es capaz de mover la aguja del tablero gubernativo, cuando abarca diversos sectores, es efectivamente nacional, y no tiene final previsto. Eso puede ocurrir a partir del 21 y harían bien los gremios sociales en buscar ponerse de acuerdo para ampliar las plataformas y no solo hablar de las extorsiones o del incumplimiento del régimen de ciertos acuerdos educativos.

Si a ello se le suman inteligentemente los actores principales de la clase política opositora, el resultado puede ser sísmico para el régimen, haciéndole sentir que su basamento en Fuerza Popular y Alianza para el Progreso solo le sirve para tener paz con el Congreso.

Aunque resulte sorprendente, la centroderecha debería sumarse a la protesta y apoyar el paro. Así sea por conveniencia política, este sector debiera tener claro ya hace rato que mientras más perdure Dina Boluarte mejor les va a ir a los candidatos radicales populistas, tanto de izquierda como de derecha, y ellos, por el contrario, serán subsumidos por la vorágine polarizante que el ahondamiento de la crisis va a generar.

No pinta bien la cosa para el 2026. No surge hasta ahora un líder convocante, que se encarame sobre el resto, convoque la unidad nacional y aglutine fuerzas dispares en favor de una refundación republicana y liberal. Quizás esta coyuntura de protesta social sirva para medir la talla de quienes aspiran a ocupar ese lugar, aunque hasta el momento el mutis es total (hasta la Confiep se ha pronunciado y no los partidos ni los líderes de la centroderecha).

Quien se ponga de perfil en esta coyuntura, en la que el pueblo se pronuncia en las calles, perderá toda capacidad de convocatoria futura. A ver si lo piensan un poco y se ponen las pilas.

La del estribo: una vez más gratitud a Alonso Cueto, quien en su club del libro nos manda a leer obras extraordinarias. Este mes tocó en suerte Eugenia Grandet, de Honoré de Balzac. Y en el teatro, vamos con expectativa a ver Brotherhood, obra argentina de la dramaturga y directora Anahí Ribeiro. Va en la Alianza Francesa desde el 15 de octubre hasta el 1 de noviembre. Entradas en Joinnus.

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huelga, paro nacional, Sutep
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