Pie Derecho

A este paso, si no se hace nada, va a haber como cuarenta o más agrupaciones políticas compitiendo para las presidenciales del 2026 y no se ve en el Congreso que nadie piense nada para atenuar ello, que lo único que va a hacer es lograr tal atomización del voto que bastará con tener el 7 u 8% de la votación para pasar a la segunda vuelta, con la consecuente ingobernabilidad para el siguiente lustro.

Propongo tres planteamientos que podrían ayudar a paliar esa tendencia y que solo requieren ley, no reforma constitucional. Se pueden aprobar en una legislatura con 66 votos. 1.- reponer las PASO (primarias abiertas, simultáneas y obligatorias), que exigían cierto nivel de participación para poder continuar en la carrera. Es la más difícil porque claramente los partidos que controlan el Congreso no las quieren y ya las acotaron. Es difícil que den marcha atrás, pero igual la expongo como opción. 2.- asumiendo que se mantiene la normativa vigente, que se establezca una valla en la participación de los afiliados en las elecciones internas de delegados, por ejemplo, que participen, de los 25 mil afiliados, el 25 o el 30%. Lo mismo para la elección de los delegados, que haya una valla mínima a sortear si se quiere mantener la inscripción y poder competir. 3.- que se elimine el punto adicional (1%) de la votación que hoy se exige a las alianzas por cada partido que se sume, para poder tener presencia y mantener la inscripción. Hay que alentar las alianzas, no desalentarlas. Solo, como las otras, requiere ley.

Sería una desgracia anticipada que se permita que clubes de amigos aspiren a ocupar el sillón presidencial y que además tengamos un Congreso infinitamente más fragmentado que el actual. Cualquiera que llegue a la Presidencia en esas condiciones no va a poder gobernar y se mantendrá la crisis política por cinco años más, con las consecuencias devastadoras que ello tendrá en materia social y económica.

Necesitamos romper la espiral de la crisis que sufrimos desde el 2016, pero para ello se requiere que el Congreso se detenga a pensar seriamente cómo atemperar el desastre previsto si no se cambian las reglas de juego.

 

Una presidenta con 5% de aprobación -la tasa más baja de los últimos 44 años-, según la última encuesta de Datum que ha publicado El Comercio, coloca la crisis política peruana en una situación límite.

Son dos los riesgos que una situación así genera. El primero es que ante cualquier chispazo se encienda la pradera del conflicto social y por allí deriven las energías disidentes que en estos momentos definen al ciudadano peruano. Pudo ser el caso Rolex, puede ser el alza de tarifas del agua, puede ser un proyecto de ley equívoco o una declaración infeliz.

El inicio de la campaña electoral -porque ya empezó- contiene un poco la protesta porque la gente ya la ve como una gobernante de salida y en esa medida le concede una agonía tranquila. Pero lo cierto es que este gobierno no resistiría una asonada como la de finales del 2022 e inicios del 2023 (quizás a ello se debe su pacto de tolerancia con las mafias económicas ilegales, que son las que suelen financiar las protestas, como sucedió entonces).

El otro riesgo es que sus sostenedores políticos en el Congreso asuman que su apoyo les va a resultar muy oneroso en el venidero proceso electoral y decidan cortar ese apoyo y sumarse a una vacancia que interrumpa el mandato de Boluarte. Aquí, lo que lo está evitando es que los congresistas saben que la ciudadanía no aceptaría que solo se convoquen elecciones presidenciales sino que exigiría que sean generales. Y, claro está, los señores parlamentarios no se quieren ir hasta el 2026 y quizás confíen en que, al final, el electorado no se inclinará por sancionar a los aliados de Boluarte (ese fenómeno ya ha pasado antes en la historia política peruana).

Lo cierto es que una desaprobación tan alta -nunca antes vista en el Perú desde que se hacen mediciones estadísticas- contribuye al desasosiego ciudadano y, lamentablemente, en lugar de llamar a la reconvención política del gobierno, a éste parece importarle poco tan magros resultados. Boluarte no hace nada para subir algunos puntos, por el contrario, acentúa las conductas que la población rechaza, como si hubiera arribado a una suerte de psicopatía política que la torna inmune al rechazo popular. Malos tiempos los que tendremos que sobrellevar de acá hasta julio del 2026, si nada extraordinario ocurriese y el actual mandato perdura.

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aprobación de presidenta Dina, Dina Boluarte

En 1988 trabajaba en Arequipa y Sendero Luminoso atacó la comisaría de Cotahuasi, hecho que llamó la atención porque Abimael Guzmán nunca había ejecutado un atentado en su región natal (aunque Cotahuasi esté más cerca de Ayacucho que de la Ciudad Blanca).

Con el equipo de prensa de Radio Televisión Continental decidimos ir a la zona a cubrir el hecho, a pesar de que mi especialidad no era ni nunca fue el tema subversivo sino el quehacer político, tarea intensa en esos momentos del aciago primer mandato de Alan García.

En el trayecto parábamos en diferentes poblados a entrevistar a sus vecinos y para mí fue una sorpresa descubrir que la gente le tenía más temor a la policía o a las fuerzas armadas que al propio Sendero Luminoso, por las barbaridades que las fuerzas del orden cometían contra la población civil no involucrada en el conflicto.

Ahora que desde el Congreso se busca amenguar de alguna manera la situación penal de esos militares y policías, y algún congresista ha llegado a plantear inclusive una amnistía, es preciso recordar que una gran lección que nos debe dejar el periodo de la lucha antiterrorista es que las fuerzas del orden cometieron excesos brutales, injustificados, imprescriptibles, sin que importe la entrada o no en vigencia del Estatuto de Roma en determinada fecha. Los crímenes de guerra se castigan siempre. El terrorismo de Estado, que lamentablemente se ejecutó, especialmente durante los gobiernos democráticos de Fernando Belaunde y Alan García, no puede ser soslayado bajo amnesias selectivas o legales.

Es más, una gran conclusión a extraer -y para eso existen el Informe de la Comisión de la Verdad, el Lugar de la Memoria o El ojo que llora, tan aborrecidos por la extrema derecha- es que el peor daño que la subversión causó es que el Estado se olvidó sus límites legales. En el caso peruano, con mayor razón debe recordarse que fue cuando se cambió la estrategia de “tierra arrasada”, que se pudo derrotar al terrorismo (el GEIN fue más eficaz que el Grupo Colina o el Comando Rodrigo Franco).

La del estribo: mucho por hacer en Lima. Hasta hoy está la muestra Chancay de a mil, que reúne 225 piezas de cerámica de los valles de Chancay y Huara, de la colección del escultor peruano Benito Rosas. Va en el Museo de la Nación y el ingreso es libre. También es imperdible visitar el Museo de Arte Contemporáneo, MAC, a apreciar la muestra El buen lugar, pinturas y dibujos 2017-2024, de Ramiro Llona (empieza el 18 de junio); y también Forastero en la tierra, de Rafael Hastings.

Queda claro que las conferencias de prensa no le permiten lucirse porque no goza de la virtud de la elocuencia y no transmite convicciones a quienes la escuchan, pero ocurre lo mismo en sus soliloquios discursivos en eventos oficiales y, sin embargo, estos no los ha cancelado.

Obviamente, lo que la presidenta no quiere es que le hablen de temas de coyuntura, de los Rolex, de Córpac, de las atrabiliarias y antidemocráticas decisiones congresales, de sus ausencias inexplicables, de las encuestas, de la reforma de las pensiones, de Tía María y Conga, de la reactivación económica, de la inseguridad ciudadana, etc.

Pero lo que no parece entender la primera mandataria es que ella tiene la obligación cívica y democrática de ejercer un liderazgo nacional y que la única manera de hacerlo es pronunciándose sobre temas que a veces estrictamente no le competen, pero que le caben por su investidura de ser la primera autoridad nacional. Es una tarea que no puede ser delegada a los ministros.

Ya tiene, según la mayoría de encuestas, una desaprobación superior al 90%. Nueve de cada diez peruanos no la quiere. Y eso ocurre no porque haya cometido desastres o esté involucrada en actos flagrantes de corrupción, por lo menos probadamente, y la barbarie represiva de finales del 2022 no alcanza para explicar tamaña desaprobación.

El silencio presidencial se entiende más porque la gobernante no tiene nada nuevo ni interesante que decirles a los peruanos. El suyo es un gobierno inerte, sojuzgado por un Congreso prepotente, y esa debilidad sustancial es lo peor que puede mostrar un líder a sus seguidores.

Estamos en medio de una desgracia política. En momentos en los que más reformas se necesitan, el gobernante responsable de conducirlas y empujarlas, no tiene la menor idea de qué hacer y para evitar mostrar tamaña orfandad, ha decidido ocultarse de los periodistas.

Hay que contar los días para que esta pesadilla acabe y que el nuevo gobierno que entre el 2026 sepa qué hacer, sepa que lo tiene que hacer rápido y sepa que debe ejercer un liderazgo mediático permanente. No se esperaba mucho de Dina Boluarte, quizás ya es bastante que no haya seguido el rumbo de Pedro Castillo, pero resulta más que evidente que el país necesitaba una mejora superlativa, que, tristemente, ni se ha producido ni se va a producir.

Mauricio Mulder ha declarado que probablemente el APRA irá sola a las elecciones del 2026 porque, si bien cree en las alianzas, advierte que pareciera que los otros partidos les tienen temor.

Suponemos que se refiere a que temen que la astucia política de los apristas los haría encaramarse por encima de sus aliados y conseguir los cupos parlamentarios que entre todos disputarían, pero también es cierto que existe un profundo anticuerpo en varios candidatos de la centroderecha respecto del aprismo por la estela de corrupción que lamentablemente proyecta.

La pregunta es, si puesta en la balanza, ese factor debe pesar más que los activos que el aprismo podría aportar no solo a la candidatura sino a la posibilidad de ser gobierno.

La experiencia de haber tenido un buen gobierno, como lo fue el segundo mandato de García -a pesar de su inercia reformista-, mejor que el de Toledo (Humala fue un fiasco, PPK una decepción, Vizcarra una farsa deleznable y Sagasti tuvo un buen desempeño, pero de muy corta duración), le debería dar algún crédito político en la mesa de negociaciones de cualquier alianza.

El APRA puede aportar buenos candidatos parlamentarios (el propio Mulder, Del Castillo, Velásquez Quesquén -el mejor premier de la transición democrática-, Luis Gonzales Posada, José Luis Alvarado, etc.), además de una miríada de jóvenes bien preparados y con capacidad de darle batalla política a los grandes adversarios, que van a ser la izquierda radical y el fujimorismo.

Pero, además, puede contribuir con una lista de tecnócratas, no necesariamente apristas, que trabajaron durante su gobierno y permitieron que el país creciera a las tasas que creció y la pobreza se redujera de 50 a 27% en el lapso de un lustro.Esa larga lista de burócratas y tecnócratas le sumaría al nuevo gobierno un lecho rocoso de partida que podría ser muy útil para sobrellevarlos primeros tiempos de acomodo que suelen tener los gobiernos entrantes.

No es, en suma, un mal aliado el APRA. Los partidos de centroderecha que ya están conversando harían bien en tener en cuenta al partido de la avenida Alfonso Ugarte. Históricamente, además, son aliados leales, valor político muy preciado en tiempos en los que los pactos se rompen a la primera de bastos, echando por la borda el gran esfuerzo de conformarlos.

La mayoría de peruanos debe tener la misma sensación que un ilegal tiene en el extranjero. Carece de toda protección legal, es acosado por la policía, no goza de servidos básicos de calidad, no tiene carta de ciudadanía.

Lo que ha ocurrido en el aeropuerto no es si no un botón de muestra del desamparo absoluto que tienen los ciudadanos o consumidores respecto de los abusos de las empresas o entidades públicas. Tienen DNI, pero no tienen derechos.

Es un espanto las consecuencias psicosociales y políticas que ese estado de cosas genera en la población, particularmente a la hora del voto. Si a uno, por ejemplo, a pesar de ser asegurado y cotizar a EsSalud, no lo atienden, no le dan cita, no le dan cama, no le dan los remedios que requiere, en suma, lo dejan a su desamparo ¿cómo puede sentirse esa persona respecto del establishment?

Por eso, se debe ser muy severo respecto de los gobiernos de la transición post Fujimori. Recibieron un país en bonanza económica, bendecido además por un boom en los precios de las materias primas, y no hicieron reforma alguna que acercara al Estado al ciudadano, que integrara al país y no generara la división terrible que existe hoy en día entre el sur andino y Lima y la costa norte, que satisfaga las necesidades básicas del peruano de a pie y que su ascenso a la clase media -medido monetariamente- fuese de la mano con una mejoría de su calidad de vida.

Los peruanos que creen en el libre mercado y en la democracia, y más aún quienes se preparan para ser sus candidatos, deben ser plenamente conscientes de que eso no puede volver a ocurrir. De repente, inclusive, ya es demasiado tarde para evitar el desastre, pero si por esos azares del destino, confluyesen los astros, el gobierno reactivase la economía, se formasen frentes ideológicos consolidados, se arrebatase una porción del electorado del sur andino a la izquierda radical, y ganase una opción centroderechista, está obligada a hacer un gobierno radicalmente disruptivo y reformista. El país no aguanta otro fracaso de la inercia mediocre.

Es un buen proyecto el propuesto por el abogado constitucionalista Natale Amprimo. Consiste en plantear una reforma constitucional para que los expresidentes del Tribunal Constitucional conformen una comisión reorganizadora que reemplace a los miembros de la Junta Nacional de Justicia y que, de inmediato, remueva a los fiscales supremos y elija a los nuevos entre los fiscales superiores, previa evaluación.

El proyecto ha sido recogido ya por varias bancadas y ojalá hagan lo propio las mayoritarias, especialmente Fuerza Popular. No se ve otra manera de salir del entrampamiento en el que se halla el sistema de justicia, plagado de corrupción y de politización.

Los fiscales todopoderosos abusan de su poder, avasallando derechos constitucionales y la JNJ no hace absolutamente nada al respecto. Hay una connivencia que merece ser cortada de raíz.

Consolidado el proceso, será necesario que el nuevo gobierno, a partir del 2026, reforme por completo el sistema de justicia. La de Amprimo es una solución de emergencia, pero lo que debe lograrse es un cambio radical de uno de los pilares fundamentales de la democracia, como es el sistema de justicia (uno de los pocos en los que el Estado debe invertir sin cortapisas).

El Estado de Derecho democrático es condición imprescindible para que funcione correctamente una economía de mercado. Sin una justicia justa, valga la redundancia, no hay tutela de los derechos individuales, piedra angular de la vida social y económica.

El Poder Judicial, en sus instancias superiores y supremas mal que bien se salva de la ignominia, pero el Ministerio Público es un antro de injusticia y abuso, impune y sin control alguno.

Hay fiscales honestos e institucionalistas que ven con espanto lo que se ha hecho con su institución, convirtiéndola en una chaveta contra los que conviene destruir y en un manto de impunidad en beneficio del amigo o del poder del dinero.

La república pocas veces en su historia ha visto el grado de descomposición moral y profesional del Ministerio Público que hoy apreciamos. Se espera que la propuesta de Amprimo, que ayuda a mejorar la situación, tenga el eco merecido en el Congreso y pronto veamos una calificaciónsustantiva del problema.

El desastre del aeropuerto ocasionado por la desidia de Córpac (hace diez años que no hacía mantenimiento al sistema eléctrico), la situación calamitosa de la autopista de los Libertadores, que ocasionara recientemente un trágico accidente, el brutal abandono de un hospital emblemático como el Arzobispo Loayza, como revelara un programa dominical, el increíble hecho informado por Semana Económica de que 41 colegios públicos al borde del colapso no puedan ser reconstruidos a pesar de que existen, desde hace diez años, por lo menos cuatro iniciativas privadas cofinanciadas para ponerlos a punto, no hace sino poner en clara evidencia que quizás el mayor problema a resolver por quien nos gobierne desde el 2026 es el propio Estado peruano.

Ya es hora de reducirlo al máximo, privatizando o entregando en concesión todo aquello que no le corresponde administrar (agua, petróleo, aeropuertos, carreteras), invirtiendo sus pocos recursos en materias esenciales como salud, educación pública, seguridad y justicia. Y en lo que haga, permitir el apoyo de la inversión privada al máximo, que claramente es más eficiente que la burocracia estatal para lograr los fines buscados.

El estatismo que nuestra izquierda aún pregona, es anacrónico y destructivo. Su aplicación destrozaría la economía y los ingresos de los más pobres. Hoy lo vemos en vivo y en directo. No hay nada que el Estado haga bien y por eso la única fórmula es reducirlo, modernizarlo con meritocracia (encima este Congreso se empeña en cargarse Servir), y convertirlo así en un facilitador y regulador eficaz del mercado, para evitar que éste se desborde y ejecute prácticas anticompetitivas.

Aparte de lo dicho, puede eventualmente desplegar políticas de apoyo social, necesarias en un momento de tránsito hacia ser una sociedad medianamente desarrollada, donde la pobreza disminuya drásticamente. Y punto, paremos de contar.

Uno de los grandes pasivos de Alberto Fujimori -ahora que se ha puesto memorioso- es haber frenado en seco la reforma del Estado que el entonces premier, Alberto Pandolfi, y un equipo de tecnócratas de primer orden, tenían listo para desplegar en su segundo mandato de los 90. Por intereses reeleccionistas, Fujimori prefirió no romper huevos y saboteó la que hubiera sido su mejor herencia.

La izquierda peruana no está condenada a verse enajenada a la actuación de sus candidatos radicales (Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres). Hay otras opciones, democráticas ellas, que empiezan a aparecer en el panorama y merecen ser tomadas en cuenta.

Está, por ejemplo, Alfonso López Chau, quien apuesta por una opción de izquierda, pero democrática y con márgenes de acción de la economía de mercado. Merece atención. Verónika Mendoza dice lo mismo, pero no es confiable, luego de ver su apoyo desembozado al gobierno de Pedro Castilllo y todas sus tropelías corruptas y autoritarias.

Pero está surgiendo un nuevo líder, que además tiene una ventaja: basamento gremial. Es Lucio Castro, secretario general del Sutep, quien es responsable de haber organizado hace pocos días una marcha multitudinaria en Lima, en defensa de reclamos magisteriales. Goza de elocuencia, solvencia ideológica y probada trayectoria de lucha contra los sectores radicales que en un momento poblaron el magisterio y que fueron los que le dieron la red de apoyo a Castillo.

López Chau es más centrista que Castro, pero ambos son demócratas y no comportan los riesgos autoritarios de la tríada mencionada al inicio, quienes de ganar nos conducirían, sin lugar a dudas, por la senda de Nicaragua o Venezuela.

Se necesita en el país no sólo una derecha liberal, sino también una izquierda democrática renovada, lejana de aquella que se achicharró con su apoyo no solo electoral sino gubernativo al tremendo fiasco del régimen de Pedro Castillo, que en poco más de un año destruyó la economía y la política peruanas.

Hay que seguir con interés sus pasos y alentar su desarrollo. Una izquierda renovada, con cuadros formados y alejada de las tentaciones autoritarias, es una buena noticia para la democracia peruana. Se necesita que maduren, superando el macartismo de cierta derecha peruana que lo único que logra es arrinconar en la radicalización a los liderazgos izquierdistas democráticos.

López Chau y Lucio Castro son, por ahora, dos figuras que merecen atención. La izquierda se merece liderazgos de ese tipo y no el desquicio que suponen los Guido Bellido, Antauro Humala o Aníbal Torres. Las propias bases de izquierda, si ven más opciones, sabrán bajarle la expectativa antisistema a los mencionados, que hoy disfrutan de un páramo que debe ser superado.

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