Se libra una batalla ideológica y hay que ganarla. Está en juego el futuro del país y cansa realmente ver la estulticia de nuestros presuntos dirigentes políticos y empresariales, fabricando la soga con la que serán ahorcados. El Perú debería estar llamado a ejercer un liderazgo diferenciado del resto de la región que, lamentablemente, parece girar a la izquierda, para desgracia de sus pueblos, que en algunos casos -como Chile o Colombia- ya parecían estar cerca del desarrollo capitalista irreversible.
Estamos, lamentablemente, en manos, de un Congreso cooptado -justamente por el mismo estilo mafioso descrito- que difícilmente logrará los votos para sacar a Castillo del poder, como se merece. Resulta, inclusive, difícil que se logre la solución alternativa de recortar su mandato, porque los señorones congresistas ya se arrellanaron en el poder y no quieren perder privilegios.
Tiene que movilizarse la calle y la sociedad civil, pero para ello la convocatoria debe enfocarse en lo que realmente importa: inseguridad ciudadana, crisis económica y corrupción, no en tonterías inasibles como la oposición a una Asamblea Constituyente, que es una quimera inviable. Erasmo Wong ya debería estar organizando una marcha contra la corrupción que su propio canal se ha encargado de poner de relieve.
El problema para todos es que, como ya lo hemos advertido, por debajo de las categorías de derecha e izquierda, anida subterráneamente en el país un ánimo antiestablishment que desborda cualquier distinción ideológica y que podría volver a manifestarse con fuerza, dado el panorama desalentador que se aprecia en el espectro del statu quo político y dado el colapso del Estado y la crisis económica que este gobierno perpetra, y que va a llevar a la gente a votar el 2026 con mayor irritación que el 2021.
Y la mejor alternativa posible es la del adelanto de elecciones, con recorte del mandato general (tanto Ejecutivo como Legislativo). Solo se requieren 66 votos y un referéndum ratificatorio, que demorará unos meses, pero que nos ahorrará tres o cuatro años de la pesadilla política que estamos soportando y que va a dejar el país en escombros, presto para que cualquier incendiario aparezca y coseche de esa situación.
Por eso, la invocación a la unidad de la oposición. Hay razones, sin duda, para extremar diferencias y alimentar fricciones entre sus miembros, pero en momentos como éste, la unidad de objetivos debe estar por encima de cualquier otra circunstancia. No se puede permitir que el país se desangre política, social y económicamente, cuatro años más. Sería una tragedia que nos costará décadas superar.
Se impone unidad en la oposición. Por lo mismo, es un disparate que se anden peleando enconadamente candidatos ediles como Rafael López Aliaga y Daniel Urresti. Va a llegar un momento en el que la crisis alimentaria, la inseguridad ciudadana y la corrupción, van a generar un malestar popular de tal envergadura que bastará una pequeña chispa para que se incendie la pradera.
En ese momento, se va a necesitar no solo de la derecha (Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País), que anda, además, con una agenda poco pertinente y por eso no convoca a nadie en las calles. Se va a tener que sumar a Acción Popular, Somos Perú, Podemos, Morados (otros de los blancos de la extrema derecha) y, por supuesto, a Alianza para el Progreso.
La inconmensurable mediocridad del régimen va a hacer que la calle se pronuncie y cuando ello ocurra va a ser necesario que la clase política congresal actúe con celeridad e inteligencia política. Y se va a necesitar, sobre todo, unidad férrea de todos para superar el impasse que más temprano que tarde este gobierno va a provocar.
-La del estribo: muy recomendable Run Run, el primer libro para niños del reconocido escritor Fernando Ampuero, que se inspira en la historia del zorro andino que se extravió y fue capturado en Comas. Ampuero incursiona en un género novedoso para él y lo hace con la misma solvencia que en sus novelas o cuentos.
Y no se escucha de parte de nuestras autoridades nada al respecto. Tenemos un ministro del Interior absolutamente incompetente, que ni siquiera es capaz de hilar un plan orgánico para enfrentar esta amenaza a la seguridad nacional interna, y que parece creer que con tontas declaratorias de estados de emergencia se puede solucionar el problema.
Es imperativo que el 2026 el Perú retome la senda del desarrollo democrático liberal y que, con el aprendizaje de la fallida transición democrática, esta vez se plasmen reformas de mercado, en la salud y la educación públicas, en la seguridad ciudadana y en el formato político electoral. Si eso ocurre y el 2031, cinco años después, se reedita un triunfo de una opción similar, habremos volteado la página de la incertidumbre política y electoral por un buen tiempo y podremos aspirar a que en un plazo relativamente corto, el país se encamine al desarrollo mediano y a la consolidación de la democracia y del libre mercado.
Pero todo eso se juega el 2026 y es imperativo que los principales líderes del centro y la derecha piensen en sus altas responsabilidades y no en sus menudos intereses políticos. El país se está jugando mucho y las circunstancias exigen comportamientos excepcionales.
Lo dijo Pedro Francke en su momento: se pueden hacer políticas públicas de izquierda sin necesidad de cambiar la Constitución. Pero no, Cerrón y su títere Castillo buscan, en ese talante, una excusa para su soberana mediocridad gubernativa, que está llevando al país al descalabro absoluto.
La salud y educación públicas van de mal en peor, la inseguridad ciudadana ya torna invivibles grandes porciones del territorio nacional, la crisis económica golpea a los más pobres sin que el gobierno sepa qué hacer para remediarlo. Y eso no es culpa de la Constitución del 93. Es obra y gracia de un régimen que, en los hechos, es un adefesio completo.
El Perú se equivocó sonoramente al elegir a un sujeto como Pedro Castillo y a su sombra manipuladora Vladimir Cerrón. Lo están demostrado los hechos palmariamente.
El colapso del Estado, la degradación de la educación y salud públicas, el crecimiento desbordado de la delincuencia, ya están deteriorando la calidad de vida de los peruanos. Si a ello le sumamos la crisis económica, se entenderá que lo más probable es que el 2026 la ciudadanía acuda a votar aún más irritada que el 2021, en medio de la pandemia.
Con ese estado de ánimo buscará opciones fuertes, radicales, que hablen claro y sin tapujos. El centro y la derecha deben prepararse para una estrategia de campaña bajo ese formato si no quieren volver a ser derrotados por un radical de izquierdas, que, de ocurrir, conduciría al país, probablemente, a una hondura irreversible por un buen tiempo.