Lo cierto es que si Castillo no alborotaba el gallinero de la forma que lo ha hecho, tenía asegurada su presencia en el poder hasta el 2026. No lo iban a sacar nunca. Hoy, que ha puesto al Congreso contra las cuerdas, ha activado a la vez el mecanismo por el que podría llevar a dicho poder del Estado a tomar decisiones tan radicales como las que el Ejecutivo pretende. Una jugada política de una torpeza inconmensurable.
Es incierto el camino de salida de la crisis a la que el Ejecutivo ha conducido, de propia mano, al país. Pero queda meridianamente claro, que no hay inteligencia ni sensatez detrás de la mano que conduce los destinos del Perú.