Pie Derecho

Ya es hora de que la centroderecha peruana se libere del fujimorismo como referente político e ideológico, y empiece a encontrar fórmulas novedosas, disruptivas, modernas, liberales, como corresponden a un país como el Perú que ya ha logrado éxitos superlativos en materia de avances económicos en las últimas décadas y requiere dar un salto cualitativo pronto.

Con ello ya haría bastante más de lo esperado, podría empezar a recuperar el crédito ciudadano perdido y terminar su mandato con mejores cifras de aprobación. Todo ello lo tiraría por la borda si quiete meter de contrabando temas de interés particular de una o dos organizaciones partidarias en el Legislativo.

El Estado peruano debe ser depurado de los agentes operativos de la estrategia, ya conocida, de Castillo de preparar un golpe antidemocrático desde adentro, cosa que felizmente, dada su ilimitada torpeza y falta de densidad psicológica, no prosperó, pero que sirvió para poner en evidencia el plan urdido.

Si Dina Boluarte no mejora el Estado peruano en grado superlativo y acelerado, más temprano que tarde se va a encontrar nuevamente conflictos sociales, descontento ciudadano, escasa aprobación, desconfianza de los agentes inversores, tensiones políticas, en suma, ingobernabilidad, que podrían hacer de este año y pico de gobierno que, en principio, le queda, un infierno tan espantoso como el que caracterizó a la inefable gestión del miserable régimen castillista.

Cometería un suicidio electoral la derecha y el centro si van desunidos. Le entregarían el país, como lo hicieron el 2021, a un candidato disruptivo que, en principio, debiera quedar cuarto o quinto lugar en la primera vuelta, pero que, aprovechando la disgregación, podría meterse en la colada electoral.

Y esta vez, el riesgo es mayor. Porque Antauro no es Castillo. No es el monigote que nos ha gobernado estos últimos meses y su verbo radical está presto para ser llevado a la práctica contra viento y marea. Con él sí corremos el serio riesgo de perder todo lo avanzado en las últimas décadas y conducir el país a la deriva socialista y autoritaria.

Lo que es inverosímil es ver a bancadas de derecha votando en el mismo sentido, irresponsable e infantilmente, aferrándose a sus cargos por supuestas “dignidades” políticas, encerrados en una burbuja, sin percatarse que ellos deben oír el mandato popular, inclusive más allá de las urnas, que esa es parte también de su función de representación.

Hoy el Congreso decide los destinos del país. Ojalá, por el bien de la democracia y la paz social, actúe a la altura de las circunstancias.

Tendrán que surgir otras generaciones para que la izquierda peruana, democrática y liberal, recupere presencia y protagonismo. La actual conducción de esa izquierda ha demostrado una lenidad lamentable para la democracia peruana, a quien le hubiera hecho mucho bien, la polémica intensa de izquierdas y derechas, que recuperasen para el país, una ruptura del monopolio del discurso derechista (que, por ello, por cierto, anda adormilado y aburguesado).

La del estribo: imprescindible el libro de Pedro Salinas, Sin noticias de dios. Sodalicio: crónica de una impunidad, donde el autor relata toda su peripecia vital en búsqueda de la verdad y de la justicia en un caso que pone de relieve, ya sin lugar a dudas, la sistemática violación de los derechos humanos básicos que en esa congregación se ha perpetrado a lo largo de los años, investigación que, lamentablemente, hasta hoy no encuentra la justicia debida en los fueros pertinentes y, por el contrario, ha desatado una nauseabunda persecución judicial y mediática.

Pero nada de ello excluye la legítima defensa del Estado, con las armas que le permite la ley, para reponer la tranquilidad pública y salvaguardar la propiedad pública y privada que un sector de los que protestan se ha trazado como objetivo: sembrar el caos para desestabilizar al gobierno de Dina Boluarte y propiciar su caída, generando un vacío de poder que los lleve al soñado intento de marcar un derrotero constituyente.

El Estado y la democracia –que se ha logrado mantener incólume con una perfectamente legal sucesión constitucional-, se deben defender con todas las herramientas que las normas le permiten. Algunos miles de ciudadanos azuzados por lógicas políticas extremas o, lo que es peor, por mafias ilícitas empoderadas por el régimen anterior (particularmente, la minería ilegal y el narcotráfico) no pueden poner en jaque el orden constitucional.

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Los halcones de ambas partes solo conducen a una guerra interminable, generando más violencia que aquella que supuestamente quieren evitar. Esperamos y exigimos del gobierno una actitud sensata en ese sentido y que desoiga los cantos de sirena de la derecha extrema, que parece disfrutar del caos, igual que los azuzadores que lo provocan, buscando justamente una reacción desmedida.

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