Pie Derecho

Muy interesante el Test de Orientaciones Políticas, Económicas y Sociales (TOPES) que acaba de publicar Ipsos. Investiga la autopercepción de la gente y distingue entre dimensión política, económica y moral/social. Y los resultados son básicamente alentadores.

En cuando al aspecto político, un 56% se considera semidemócrata y un 15% demócrata (71% en total), en comparación a un 22% semiautoritario y un 7% abiertamente autoritario. Quizás haya que entender lo de semidemócrata como al creyente en una democracia enérgica, con mano dura. En esa línea, se puede ponderar y claramente, hay un tope marcado a quienes desde la derecha y la izquierda consideran que la democracia es algo que se puede saltar a la garrocha en pro de algún bien mayor.

Respecto del tema económico, la cosa es aún más propicia. Un 47% se define como defensor del semilibremercado, y un 14% de libre mercado (61%), contra un 26% semicontrolista y un 13% abiertamente controlista. Cuando algunos analistas celebran alborozados que el país está girando a la izquierda habría que remitirlos a la data. Dos tercios del país valora el libre mercado y no una economía planificada por el Estado. La mayoría pide un mercado cautelado pero no subordinado. Casi treinta años de estabilidad macroeconómica y buenos resultados en crecimiento de la riqueza, disminución de la pobreza, el desempleo y las desigualdades en base a un relativo modelo de mercado, han rendido frutos ideológicos.

En el aspecto que, desde un punto de vista personal, aún hay esfuerzo que librar es en el moral/social. Un 28% se considera conservador y un 37% semiconservador (65%); mientras que un 30% se considera semiliberal y solo un 5% liberal. Toda la lucha por el matrimonio gay, la despenalización de las drogas, la libertad de abortar, etc., no encuentran eco mayoritario en la población. La enorme influencia de sectores religiosos ultraconservadores en sectores populares ha surtido efecto y hay mucho por hacer al respecto (la batalla no está en los sectores altos sino en el pueblo).

Las dos primeras batallas están siendo ganadas. A ponerle empeño a la vinculada a los aspectos de moral individual (en el resultado puede influir también que esa lucha sea tan pudorosa y básicamente restringida a los cenáculos de algunas ONG). Demócrata, promercado y moralmente conservador es el perfil tipo del peruano promedio.

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DBA, Izquierda

Realmente digno de un análisis sociológico de realidades políticas y percepción de la opinión pública merece la constatación del alto grado de aceptación popular del expresidente Vizcarra en contraste con los logros reales que pudo plasmar a su paso por Palacio de Gobierno.

No hay necesidad de remontarse a una reforma política mostrenca, que fue su caballito de batalla los primeros días de su gestión, veamos lo que hizo durante la pandemia. Fracasó en la estrategia de contención, no pudo conseguir provisión adecuada de pruebas moleculares, asegurar la cuota de oxígeno suficiente (cosa que era absolutamente previsible en cuanto a su necesidad), ni disponer a la velocidad debida la previsión de camas UCI, etc.

En paralelo, le metió un trancón a la economía sin ton ni son, desechando cualquier intento de colaboración del sector privado, extendiendo más de la cuenta la cuarentena por no tener la capacidad de un manejo fino de las variables productivas, etc. El resultado: una de las peores recesiones mundiales.

A ello se suma un manejo político poco fino, gratuita y premeditadamente confrontador, pensando solo en los resultados de las encuestas, que finalmente lo condujo a una vacancia que a estas alturas uno llega a pensar si no fue hasta provocada para evitar el balance crítico que le hubiera tocado afrontar.

Porque la cereza del pastel es la constatación de que en cuanto al manejo de las vacunas ha habido negligencia pura, torpeza mayúscula e indolencia burocrática que va a costar miles de vidas. Y todo ello disfrazado de mensajes engañosos señalando que ya todo estaba encaminado.

Vizcarra no merece la fortuna política que lo acompaña ni los altos niveles de aprobación que muestra. Ha sido mediocre y taimado, sin capacidad de encaramarse sobre la coyuntura y gobernar como estadista. Astuto, sin duda, pero es difícil creer que ello es una virtud política de lustre.

Acosado además por serias denuncias de corrupción, cuando se logre despejar el humo que ha vendido la prensa vizcarrista a su favor, se le deberá colocar en su justo lugar y entender que lo suyo dista mucho de albergar un futuro político y no pasa de ser un accidente malhabido y fortuito de la historia.

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Economía, Planes de Gobierno

Hizo bien el presidente Sagasti en romper su silencio dando hoy una conferencia de prensa para absolver muchas dudas de la opinión pública, en particular aquellas vinculadas al tema de las vacunas (aunque, la verdad, el mensaje pecó de difuso y ambiguo en muchos aspectos).

Lo que ha sido una excepción debiera convertirse, sin embargo, en un acto mucho más regular del mandatario. No parece dable que replique la profusión de apariciones de su antecesor Martín Vizcarra, se trata de que vaya construyendo su propio estilo, pero es imperativo que Sagasti construya una relación política con la ciudadanía.

A la fecha, las encuestas aún lo favorecen, como una suerte de resaca de su traumático ascenso al poder. Según la encuesta de IEP, tiene un 58% de respaldo, superior al 52% que tenía Vizcarra al mes de su mandato. Pero en Ipsos no le va tan bien. Apenas tiene un 44% de aprobación y ya un significativo 35% de desaprobación.

A pesar de la cortedad de su mandato, Sagasti tiene varios desafíos mayúsculos que resolver y claramente el piloto automático no lo va a ayudar en absoluto. Requiere reconectar con esa ciudadanía mayoritaria que se opuso a la vacancia de Vizcarra y que salió a las calles a impedir el despropósito restaurador de Manuel Merino y Flores Aráoz.

Sagasti, por ejemplo, tiene que reconstruir los lazos políticos que Vizcarra mantenía muy bien con gobernadores regionales y alcaldes provinciales y distritales. Debe construir su propia base de apoyo popular porque es eso lo único que lo sostendrá políticamente de acá al 28 de julio del 2021.

Si Sagasti cae significativamente en las encuestas la mafiosa coalición vacadora no va a dudar un segundo en tratar de sacarlo del poder y auparse en él para acometer todas las trapacerías que tiene en mente. Y depende del empaque político del inquilino palaciego impedir que ello ocurra.

Los protocolos palaciegos son narcotizantes y pueden hacerle daño a un personaje como Sagasti que no es precisamente un dechado de virtudes populacheras. En términos metafóricos, el primer mandatario tiene que sacarse el pañuelo y sintonizar con las expectativas ciudadanas del momento. Se necesita un Presidente que se arremangue y se ensucie los zapatos recorriendo el país. Un gobernante del país de a pie, no una suerte de coordinador del Acuerdo Nacional para dirigir la infernal maquinaria del Estado peruano.

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Francisco Sagasti, Martín Vizcarra

La estrategia de la coalición vacadora es clara: bajarse a todos los adversarios electorales posibles. Por ello, la búsqueda de inhabilitar a Martín Vizcarra por diez años, a sabiendas de que le aporta un significativo impulso a la candidatura de Daniel Salaverry. Y luego, desestabilizar al gobierno de Sagasti para afectar la postulación de Julio Guzmán.

Esta coalición, dirigida en la sombra por José Luna Gálvez y desde el Congreso por su hijo, José Luna Morales, tiene, por supuesto, peones. Y uno de ellos es el congresista Edgar Alarcón que se de el lujo de presentarse como abanderado de la anticorrupción cuando tiene serísimas denuncias corruptas en su haber.

¿Para qué quiere capturar el poder esta coalición? Para recuperar los privilegios que sus universidades truchas tenían. Allí hay mucho dinero en juego y en ese afán coinciden no solo Podemos sino también Alianza para el Progreso y Acción Popular.

Luego, tirarse abajo el proceso anticorrupción, al equipo de Lava Jato y del Club de la Construcción, para aprovechar la infiltración que tienen en el Ministerio Público y el Poder Judicial y así salir bien librados de los serios cargos que pesan contra muchos de los integrantes de esta coalición.

Vaya uno a saber cómo, pero lo cierto es que Luna Gálvez se ha logrado hacer de 30 congresistas que siempre votan al unísono cualquier iniciativa que la bancada de Podemos presente.

Y van por todo. Si pueden vacan a Sagasti (la tardanza de la llegada de las vacunas será el pretexto, aunque ello sea responsabilidad directa de la mediocre gestión de Vizcarra) y así capturar por algunos meses el poder, tiempo suficiente para perpetrar sus objetivos y fechorías. A mediano plazo, si no logran la vacancia, apuntan a llegar como sea a la Presidencia el 2021 utilizando para ello todas las malas artes posibles.

Por la salud de la democracia y de la República es necesario ponerle coto a esta ofensiva mafiosa que nos trae el recuerdo de las viejas prácticas montesinistas (infiltración de jueces y fiscales, “adquisición” de congresistas, “disposición” de medios de comunicación y periodistas). A eso nos enfrentamos.

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Congreso, Francisco Sagasti

Según la última encuesta del IEP, se empieza a polarizar ideológicamente el país. La gente que se autopercibe de izquierda crece de 20 a 30%, lo mismo sucede con la derecha, que pasa de 21 a 30%, mientras que el centro se reduce, pasando de 42 a 36%.

De hecho, es una clara muestra de que las crisis simultáneas por las que el país está pasando (sanitaria, económica, social y política) ha extremado las posturas a favor de uno u otro bando. El viejo axioma de que al poder en el Perú se sube por el centro parece estar perdiendo paulatina vigencia.

Ir por posturas centradas puede no ser tan rentable en estos momentos aunque cuando las encuestas aún favorecen a sus portavoces (Forsyth, Guzmán y Salaverry), y además el problema que tiene este sector es que va a sufrir el crecimiento del candidato de Somos Perú, quien con la inclusión de Vizcarra en sus listas al Congreso dispara sus posibilidades (un 56% de la población, según la propia IEP está de acuerdo con su postulación al Congreso y cuando se pregunta por preferencias electorales al 2021 -sin colocar nombres en la cédula-, el expresidente supera inclusive a Forsyth en intención de voto). Dicho sea de paso, me parece un caso digno de estudio el alto nivel de popularidad de Vizcarra luego de su mediocre gestión, coronada por la noticia de que respecto de la provisión de las vacunas no hizo nada consistente.

Conforme se acerque la fecha de las elecciones, la ciudadanía va a demandar posturas firmes y claras que le den el aliento de poder salir del desmadre en el que nos encontramos. La izquierda, en ese sentido le está ganándola batalla a la derecha y por eso aparece mejor colocada. Ni Cillóniz, ni López Aliaga, solo Keiko Fujimori y apenas en algunas encuestas Hernando de Soto adquiere relevancia creciente.

Ya de por sí, esta elección está plagada de candidatos que se necesitan distinguir. Va a destacar quien hable más fuerte y más claro. No va a ser una elección para aguas mansas o tibias.

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Elecciones 2021, Encuestas, IEP

La reciente trifulca surgida respecto de la vigencia de la Ley de Promoción Agraria debiera servir también, de paso, para despercudir a la derecha y que empiece a marcar su cancha ideológica sin tapujos.

Claramente, la ley de marras se trata de una norma que en su capítulo laboral ha sido enormemente positiva y así lo reconocen todos aquellos que no están influenciados por prejuicios de izquierda respecto de beneficios laborales inconducentes. Hay encuestas que además indican lo propio. La gente mayoritariamente está a favor de flexibilizar la legislación laboral si la misma va a servir para generar empleo.

Pero la derecha, salvo Fernando Cillóniz, ha guardado cautelas inconducentes sobre la materia. Se anda con remilgos, como si las mayorías pensasen lo contrario a sus puntos de vista. No hay medición de la opinión pública que no demuestre que la mayoría del país comulga con criterios de derecha. ¿Por qué entonces tanto pudor?

Una encuesta de Ipsos a propósito de orientación económica de los peruanos es muy clara. El 13% se autodefine como controlista y el 26% como semicontrolista, es decir un 39%, que no es poco, pero no es la mayoría. En sentido contrario, un 47% se define como de semilibre mercado y un 15% abiertamente de libre mercado. Es un 62% del país que claramente se inclina por un modelo más o menos liberal o afín a criterios que conlleva una economía de mercado.

La mayoría está a favor de la inversión minera, de la privatización de empresas públicas, de la libertad de fijación de precios, de la flexibilización laboral, de la inversión privada primordial, etc.

A ese sector mayoritario del país es al que se debe dirigir la derecha sin pudores tontos. La izquierda le aventaja en ello. Mendoza, Arana, Castillo o Vega dicen lo que piensan y no se andan en curatelas absurdas. Y así van creciendo poco o poco o convenciendo a los incautos.

La definición de esta elección va a ser muy apretada y no va a influir para nada el sambenito de que mientras más al centro se sitúe uno mejor le va a ir. Por el contrario, la soberana crisis múltiple y simultánea que vivimos ha sincerado los pensamientos de la gente. Es hora de que los candidatos de la derecha lo entiendan así.

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Francisco Sagasti, Ley de Promoción Agraria, Paro

Es una feliz conjunción la presencia de autoridades mujeres en altas instancias del poder, tales como Marianella Ledesma en el Tribunal Constitucional, Elvia Barrios en el Poder Judicial, Zoraida Ávalos en la Fiscalía de la Nación, Violeta Bermúdez en la Presidencia del Consejo de Ministros y Mirtha Vásquez de Presidenta del Congreso de la República, amén de diversas ministras, sumadas a la también inédita presencia de mujeres en las cabezas de importante gremios empresariales (María Isabel León en la Confiep, Leonie Roca en AFIN, Claudia Cooper en la Bolsa de Valores, Elena Conterno en IPAE, Cayetana Aljovín en la Sociedad Nacional de Pesquería, Elena Torriani en la Cámara de Comercio de Lima, y por añadidura Carmela Sifuentes en la CGTP).

Por supuesto, es indicador del permanente avance del empoderamiento de la mujer en la sociedad peruana, pero no puede destacarse esta presencia significativa si no va a la par de la puesta sobre el tapete de sinfín de puntos de agenda que es menester atender. Se debe pasar de lo femenino a lo feminista. Y allí hay mucha tela por cortar.

Por ejemplo, desde el sector mujer, implementación y presupuesto para la política de igualdad de género, reforma del Programa aurora, programa que busca prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres, pero que tiene muchísimas quejas sobre atención.

Desde salud, seguimiento a la aplicación del protocolo de aborto terapéutico y garantizar que se distribuya la AOE (anticoncepción oral de emergencia). A la postre, el país ya debería incorporar desde el más alto nivel la posibilidad de aprobar el aborto de libre albedrío (¿alguna de las mujeres citadas lo pensará y estará dispuesta a promoverlo? Sería de inmensa ayuda).

Se debe, asimismo, garantizar el enfoque de igualdad de género e intercultural en el sistema de búsqueda de personas desaparecidas e impulsar un protocolo interinstitucional para la atención e investigación de casos de mujeres y niñas desaparecidas.

Debe haber asimismo una estrategia nacional para erradicar la política de sueldos diferenciados que existe en el sector público y privado dependiendo de si el trabajador o ejecutivo es hombre o mujer.

Estas son tareas que corresponden a la gestión de Sagasti. Ya es hora de que la agenda feminista se instale como política pública y qué mejor que la grata circunstancia de tener a tantas mujeres en cargos de influencia para propender a ello y para exigirle al gobierno que haga al respecto.

El gobierno no viene dando pie con bola. Ahora anuncia que quiere derogar el aspecto laboral de la Ley de Promoción Agraria y dejar incólume el tributario, cuando es exactamente al revés lo que la realidad aconseja.

En verdad, la flexibilidad laboral que existe en el agro o en sectores como construcción civil debería extenderse al resto de la economía (iniciativas como la bautizada “ley pulpín” eran buenas, pero la algarada callejera se la tumbó). El llamado régimen general laboral es solo posible de ser cumplido por las empresas con alta productividad y así ya lo están haciendo.

En general, lo que se necesita en el agro es modernizar a la pequeña propiedad, que se integre al gran mercado y de esa manera mejore su rentabilidad y por ende las remuneraciones de sus trabajadores (ellos sí en situaciones casi feudales de subsistencia).

Si el Ejecutivo insiste en su propuesta o lo que es peor el Congreso va más allá y deroga la ley completa, el principal afectado va a ser el trabajador agrario porque o será despedido, reemplazado por máquinas o simplemente transitará hacia la informalidad.

Lo peor que puede hacer Sagasti es disponer un gobierno hiperreactivo a las crisis. Se publican diez comunicados rancios contra la purga policial, se vuela al ministro; le hacen bloqueos en las carreteras, se tumba la ley, sin meditar correctamente; y así sus ocho meses van a ser un suplicio político.

Por lo pronto, haría bien en afinar una estrategia frente a la protesta social. Normalmente, en periodos preelectorales suelen intensificarse, pero en el caso particular que vivimos, sin posibilidad de que se desplieguen campañas electorales propiamente dichas (mítines, visitas, etc.), la protesta se convierte en un mecanismo de campaña.

Frente a ello, tiene que tener reflejos y a la vez sapiencia. No se trata de querer contentar a tirios y troyanos. A la izquierda le ofrece volarse la ley y a la derecha le garantiza represión. Al final, lo peor de ello, es que ni la izquierda ni la derecha van a quedar contentas y el gobierno va a transitar antes de lo pensado por una crisis de subsistencia. A este paso va a llegar extenuado a las elecciones de abril del próximo año.

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Francisco Merino, Francisco Sagasti, Gobierno

El presidente Sagasti le ha entregado la cabeza del ministro del Interior, Rubén Vargas, a los termocéfalos del Congreso, quienes llevados de las narices por la ultraderecha local, amenazaban con no darle el voto de confianza al gabinete Bermúdez si se mantenía en el cargo al titular del Interior.

Por lo que se ve, la mano firme cuando escribe, acaricia y golpea -según sus términos-, se empezó a poner temblorosa a la primera andanada política.

Quizás se cometieron algunos errores en la purga policial desplegada por Vargas, pero eso se podía resolver rápidamente sin necesidad de descabezar un proceso necesario, que tenía como objetivo controlar la corrupción policial y sancionar a los responsables de los abusos cometidos durante las movilizaciones recientes. Pero lejos de eso, no solo se saca a Vargas sino que se nombra en su reemplazo a su antípoda. Marcha atrás vergonzosa.

Ya Sagasti había transmitido una sensación de debilidad cuando en su mensaje de asunción del cargo se dedicó a engreír a los mismos congresistas que horas antes habían vacado malamente a Vizcarra e impuesto al inefable Manuel Merino, un operativo digitado por las mafias universitarias, empresarios del Club de la Construcción y ambiciosos de poder político.

Sagasti se equivocaría garrafalmente si se llega a convencer de que va a tener una tregua de esta mafia vacadora que sabe que después de las elecciones e instalación del nuevo gobierno perderá probablemente todo poder de imposición de sus intereses y que por ello saben que se juegan la vida en estos pocos meses. Sin duda se reagruparán para tratar de tumbarse a Sagasti y volver a sentar en Palacio de Gobierno a alguien dócil a sus intereses y con mayor habilidad política que un torpe Merino.

Frente a ello solo queda anteponer mano firme y capacidad enérgica de reacción. A Sagasti solo lo respaldan unos pocos congresistas, pero fundamentalmente la calle, que seguramente se volverá a movilizar si siente que desde el Congreso se perpetra otro zarpazo, pero nada de ello ocurrirá si el inquilino palaciego no se comporta a la altura de las circunstancias y se muestra débil y dubitativo. La calle no marchará para defender a alguien ya rendido.

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Francisco Sagasti
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